La idea de escribir historias de vida nació en este viaje. En esos días experimenté un sentido de comunidad que nunca había percibido antes. Ya no sentí esa separación entre el “yo aquí” y el “tú allá”. Algo se abrió en mí.
Los encuentros y conversaciones que tuve en el Camino a Santiago de Compostela cambiaron, muy sutilmente, la forma en que —hasta hoy— veo y percibo la vida. Si bien en el momento no noté los cambios, fue después del viaje y con el pasar de los días que recién me di cuenta de lo intensa que fue la experiencia.
Comprendí que mi camino de vida está profundamente entrelazado con los de los demás.
A continuación les describo cómo fue el viaje y lo que me pasó en él.
EL CAMINO
Hice el camino a Santiago de Compostela dos veces, en septiembre de 2016 y en abril de 2017. En ambas oportunidades recorrí el camino por el lado portugués, una caminata de 120 km que se la hace en seis días. Este es el mapa del recorrido:
A continuación, el relato de las conversaciones que sostuve con todas las personas que encontré en el camino, durante el segundo viaje. A medida que pasaban los días, hacía grabaciones con mi celular sobre lo que veía y sentía, con la idea de transcribirlas en algún momento. Aquí están:
ANNA
El primer día de la caminata, saliendo de Tui con rumbo a O Porriño, en un recoveco del camino, paré para quitarme el poncho de lluvia porque empezó a hacer calor. Justo pasaba por ahí una señora, me vio y nos saludamos con la mano. Luego le señalé el sol e hice un ademán de que hacía calor. Ella asintió y detuvo su marcha para, también, quitarse el impermeable. Intenté entablar una conversación con ella pero fue imposible. No hablaba español, ni inglés, ni alemán, ni nada más o menos occidental. Me dijo simplemente: “¡Slovakia!”.
Y, bueno, ahí estaba esta señora que viajaba sola, que hablaba únicamente eslovaco y que tenía que recorrer todavía más de 100 km a pie. Me señalé a mí mismo y dije: “¡Marcos!”, ella abrió bien grande los ojos al tiempo que hacía un ademán, como si estuviera agarrando un niño, y decía “¡Marko!”, que supuse sería el nombre de su hijo. Por medio de gestos le pregunté su nombre y me respondió: “¡Anna!”. Esta vez me tocó el turno de abrir los ojos porque mi mamá se llama Ana, Ana María. Habló algo más pero no entendí nada, yo le respondí algo en inglés, que tampoco entendió.
Entonces se me ocurrió decir la palabra universal: “¡Selfi!”. Me entendió y nos fotografiamos con nuestros celulares. Nos abrazamos y nos despedimos.
LA PAREJA DE INGLESES
Una media hora después del encuentro con Anna, alcancé a una pareja de unos sesenta años, aproximadamente. Hablaban inglés entre ellos, así que les pregunté de dónde eran. Me dijeron que de Liverpool, y que esta era la primera vez que hacían el camino.
Mientras caminábamos, hablamos algo sobre el Brexit, sobre su vida en Inglaterra, sobre cómo una vez viajaron a Irlanda para asistir a la confirmación de la hija de un amigo. Extrañamente, en Irlanda hacen la confirmación casi al mismo tiempo que la primera comunión, por lo que la chica en cuestión tenía como diez años. La anécdota consistía en que llegaron en un auto alquilado y, saliendo del evento, se encontraron con una redada de la policía irlandesa. Un amigo de ellos estaba manejando y lo hacía con sus buenos tragos encima: pensaron que, como mínimo, los iban a parar y a multar. Pero no, los policías irlandeses los dejaron pasar, y pudieron volver a casa sin más incidentes.
Su explicación fue que los irlandeses necesitan turistas extranjeros y que no les quieren hacer mucho lío. Entonces les pregunté si esa permisividad se mantendría tras verificarse la salida de su país de la Unión Europea. Hubo un silencio… y después una explosión de risa de los tres; todos acordamos que la próxima vez su amigo deberá llevar un salvoconducto para que lo dejen salir de Irlanda. Les di mi tarjeta y nos despedimos.
LA CHICA ALEMANA
Un poco después conversé con una chica alemana que caminaba rápido; me contó que venía de Oporto, una ciudad muy linda al lado del mar, y que llevaba seis días caminando, siempre con buen clima hasta ese momento cuando, entrando a España, le empezó a llover. Me dijo que quería caminar sola, así que… ¡Auf Wiedersehen!
MANOLO
En el segundo día de caminata desde O Porriño a Redondela, en un lugar que se llama Moos, me encontré con un señor supermayor que, tras caminar unos pasos apenas, estaba apoyado en una baranda con dos bastones, viendo a la gente pasar. Conversamos un poco, me dijo que Moos es una parroquia de unas 5000 personas. A corta distancia había otra señora mayor en la acera del camino, solo nos saludamos.
DON CELSO
Un poco más allá de Manolo y la señora, divisé —parado a la vera del camino y literalmente apoyado sobre dos bastones— a un señor de muy avanzada edad. Al principio me pareció interesante tomarle una foto tal cual, apoyado como estaba mientras pasaban peregrinos jóvenes a su lado. Imaginé algo así como la forma en que la vida pasa rápidamente entre juventud y vejez. Era un cuadro perfecto.
Tomé la foto y al pasar por su lado le dije: “Buenos días”. Me respondió con una sonrisa y empezamos a conversar ya no me acuerdo sobre qué. Su nombre era Celso, tenía ochenta y ocho años, lo habían operado dos veces de la cadera.
Me contó cómo fue su vida laboral, desde el momento en que su papá (que se llamaba Manolo, como muchos acá) lo recomendó a sus jefes para trabajar en el frigorífico de la ciudad. Su salud fue afectada en ese puesto, debido a los cambios de temperatura del calor al frío y viceversa, lastimándole los huesos.
También mencionó lo dura que fue la vida en España. Esa zona de Galicia sobrevivía con mucho olvido del gobierno central, dedicada principalmente a la agricultura y la ganadería. Como anécdota, me dijo que la mejor carne del frigorífico era siempre enviada al país vasco, que allá eran muy exigentes y pagaban bien. En cambio, a Madrid se enviaba carne de segunda. Pasé un lindísimo momento con él, estimo aproximadamente unos cuarenta minutos.
RODRIGO
Pasando dos minutos de donde estaba don Celso, me reencontré con un local muy lindo, el Bo Camiño (o Buen Camino, en gallego), estratégicamente ubicado antes de una subida y surtido de todo tipo de cosas para los peregrinos. El que atendía era un chico joven de muy buena onda de nombre Rodrigo, como mi hermano. Me contó, por ejemplo, que llevaba tres años trabajando allí, y que le iba muy bien; que últimamente había subido el número de peregrinos que pasaban por su negocio, especialmente en verano. Le compré uno de esos pañuelos que sirven para el cuello, para los que hacen trekking o moto. Espero verlo de nuevo la próxima vez que vaya por allá.
PSYCALAYCA Y LAS DOS ITALIANAS
Esta pequeña aventura ocurrió en la subida después de la tienda de Rodrigo. Sucedió que vi delante de mí a dos chicas acompañadas de un perrito que iba y venía como loco. Caminaban más despacio que yo, así que las alcancé y les pregunté si era su perro. Me dijeron que no, que el perro se les unió hacía ya una media hora y que las perseguía.
Les pregunté si el perro tenía nombre y me dijeron que se llamaba Psyco, como en la película, porque estaba loco. Vimos con cuidado y era perra, no perro, entonces les dije que debería llamarse Psyca, y como suena parecido a la perra que los rusos lanzaron al espacio que se llamaba Laica, entonces le puse de nombre PsycaLayca.
En cuanto a las chicas, eran dos italianas, las dos de Parma pero que vivían en Sicilia. Francesca era profesora de yoga y Dora trabajaba en una agencia de viajes llamada Sicilia Senza Pensieri (Sicilia sin pensar) que organiza, entre otros, tours gastronómicos en Europa. Hablamos de diversos temas, y así, caminando después de una media hora, llegamos a una calle de pueblo donde había algunas casas y un parquecito.
De repente, se aproximó un auto color verde y destartalado, a toda velocidad y se parqueó ahí cerca. Bajó un tipo desgarbado, despeinado y medio calvo, llamando a la perra con todo tipo de adjetivos calificativos, de muy mala manera, diciéndole cosas como: “ya te voy a agarrar, desgraciada, que nadie me hace esto a mí…”, y cosas por el estilo. Le pregunté si era su perra y me mandó al carajo. Se fue corriendo detrás de ella hasta que la arrinconó en el parque. Las italianas y yo no pudimos hacer mucho, oímos que la perra chilló de dolor, y el tipo finalmente alzó a la perra y la colocó bajo el brazo hablándole fuerte; luego la metió a su auto y se fue a toda carrera. Nos quedamos fríos. Con razón la perra estaba loca, con ese dueño tan dominante y abusivo, y sin darle nada de cariño.
Había unas señoras ahí que vieron algo de lo que pasó, lo comentamos un poco con ellas, contaron que no conocían al tipo. Mientras tanto, las italianas siguieron caminando y las perdí de vista. Me despedí de las señoras, y seguí hacia el próximo pueblo. Después me dijeron que podía haber demandado al señor por abuso de animales, pero para eso habría tenido que tomar foto de la placa del auto y meterme a un asunto judicial, siendo yo un perfecto extranjero. Ni modo, hay cosas que pasan en un país que no es el nuestro y donde, por lo tanto, no podemos intervenir.
MIJAEL
Esta sí que fue una sorpresa. Después de una bajada muy abrupta y de unas vistas espectaculares, empezó un camino ondulado muy bonito y más o menos directo hacia Redondela. Estaba caminando tranquilo cuando escuché a una persona resoplar lejos y a mi espalda. Era un tipo que estaba trotando, cargando una mochila. No lo podía creer.
Le hice señas para que parara, y ahí mismo lo entrevisté con el interés de que me explicara qué estaba haciendo. Su nombre era Mijael y vivía en Transilvania, Rumania. Tenía treinta y tres años. Él trotaba cada día entre 60 y 70 kilómetros y —según lo conversado— estimaba llegar a Santiago de Compostela al día siguiente, cuando nosotros íbamos a tardar cuatro días más. Me contó que una vez trotó 85 km desde las ocho de la mañana hasta las diez de la noche, y al día siguiente hizo solo 70 km para ‘descansar’. En este viaje planificaba trotar desde Lisboa a Santiago en una semana, pero le gustó tanto la parte de Oporto que se quedó un par de días a descansar allá.
También relató que entre Lisboa y Oporto hay solo carreteras y no es bonito. Se perdió unas cuantas veces porque no había buena señalización. En el trayecto hizo 255 kilómetros en tres días y medio. Ahora, la parte española le gustaba mucho más porque había más bosques y más peregrinos. Nos despedimos y lo vi alejarse, con su mochila a cuestas y con un estilo algo extraño de trote.
Investigando un poco en casa, me enteré de que Mijael es un hipermaratonista y que el recorrido diario que él hace es ‘normalito’ comparado con el usual en la rutina de los atletas de esa categoría.

CHA, RE Y PI, LOS TRES PERROS EN LA PLAYA
Llegando al puerto de Cesantes, después de pasar el pueblo de Redondela, era necesario caminar por la playa para llegar al hotel. Ahí, en la arena, me encontré con un niño y un joven con chaqueta roja jugando con sus tres perros. Era divertido, los perros corrían disparados, incluso metiéndose al agua, a recoger lo que les lanzaban.
Entablamos conversación. Resultó que esos perros eran de competición, de la raza Border Collie (según investigué después). Dos de ellos eran hermanos de dos años, llamados Cha y Re y el otro se llamaba Pi, con cuatro años. El papá de Cha y Re estaba en otra ciudad en un evento de competición, entiendo con el papá del joven.

Me encantó lo abierta y amistosa que es la gente de Galicia, hay tanta naturalidad en la conexión que me es más fácil absorber lo que dicen. Se unió a la conversación un vecino, que me contó un poco sobre la historia del lugar y los reyes que gobernaron en épocas antiguas. Me comentó, por ejemplo, que el nombre Portugal viene de la combinación de las palabras Porto y Galicia.
Jugué un poco con los perros y me despedí, no sin antes recibir un pequeño regalo del niño: un caballito de mar que había encontrado, ya muerto, en la playa. Me llevé el caballito sobre la palma de la mano hasta el hotel, y se lo mostré a la recepcionista. Ella me dijo que es muy raro, porque no hay caballitos de mar por ahí. Le pedí que me acompañara a la playa para devolverlo al mar, y así lo hicimos.
SUSY
Al día siguiente, saliendo del hotel camino a Pontevedra, en un cruce de caminos, había un pequeño puesto de sellos (estampas sobre los pasaportes de los peregrinos) atendido por Susy, una española muy alegre que vivía por ahí y que le gustaba el contacto con la gente. Ella se acordaba de mí, en la peregrinación que había hecho el año pasado.
Le pregunté si tenía una opinión sobre cómo una persona debería abordar el camino de Santiago, si como un peregrino que agradece por todo, o como un turista que exige por servicios. Me dijo que es un poco complicado, porque la diferencia varía de persona en persona, con muchos matices en medio.
Al final, me dijo que no se debe esperar que alguien cambie de personalidad por hacer el camino, pero lo que sí puede ayudar es el hecho de rodearse de peregrinos que caminan con esperanza, alegría y buena actitud, eso sí puede ser un aporte positivo para la vida. No pudimos hablar más porque cada vez llegaban nuevos peregrinos para hacerse sellar sus pasaportes.

NADIE Y EL SILENCIO
Estos personajes te acompañan todo el tiempo. Están presentes después de cada conversación, cuando te quedas con tus pensamientos, y también cuando caminas largos trechos sin encontrarte con otros seres humanos. Ambos te permiten conectarte contigo mismo, a veces un poco a la fuerza, y es bueno, porque te das cuenta de que también te acompañan tus recuerdos para que los proceses en paz.
Todo esto lo pensé rodeado de una naturaleza muy linda, con el olor que desprendían los eucaliptos, vistas interminables de helechos, trinar de pájaros y el sonido del agua corriendo. Tomé la foto de abajo mientras grababa esos pensamientos en mi celular. Estaba realmente solo ahí, sin nadie adelante ni atrás.

PABLO Y MANOLO
A medio camino entre Redondela y Pontevedra, en la cima de una colina, me encontré con estos dos amigos, muy buenas personas, quienes vendían agua, café y algunos souvenirs. Estuvimos hablando como una hora de diferentes temas: sobre fútbol, sobre Lisboa y sobre Oporto.
Pablo me decía que la autora de Harry Potter vivió varios años en Oporto y que ella sacó muchas ideas para sus libros precisamente de lo que vio en esa ciudad, tal como la forma en que se visten los colegiales (que al parecer lo hacen al modo de los ingleses), la numeración de las escobas, el castillo de Hogwarts, la biblioteca, entre otros. Parece que es una buena idea que la próxima vez que haga el camino, empiece en Oporto.
Mientras conversaba con ellos, un grupo en bicicletas se detuvo para descansar de la subida. Me contaron que empezaron su viaje en Oporto y que harían el trayecto hasta Santiago en cuatro días, dos en el lado portugués y dos en el lado español (lo mismo que Mijail, el ultramaratonista). La siguiente foto la tomé un poco más abajo, captando el paso del grupo de biciclistas.

LOS SEÑORES SUIZOS
En un descanso en el camino donde había una fuente con agua, estaban dos señores refrescándose. Aproveché para también descansar un poco, así que me saqué la mochila y me lavé la cara. De la forma cómo hablaban estos señores me di cuenta de que eran suizos, por su acento.
Hablamos sobre el camino y les comenté que yo quería hacer el camino del norte, desde Bilbao, en bicicleta. Me recomendaron que me quede en tales lugares y no en otros, ya que ellos hicieron ese recorrido caminando en septiembre del año pasado y les tomó cinco semanas. Al principio me pareció demasiado tiempo; pero, pensándolo bien, son treinta y cinco días para casi 700 kilómetros, o sea 20 km por día lo cual es razonable. Me mostraron mapas en su celular.
Con ellos me encontré en un par de ocasiones más en la siguiente etapa. Cada vez que los veía, los saludaba: “¡Hello my Swiss friends!”. Nunca les pregunté sus nombres.

CAPELA DE SANTA MARTA
Acá no hablas con un ser humano, hablas con Dios. Es una pequeña capilla en el camino cerca de Pontevedra, donde el silencio externo e interno se juntan.

SRA. ARACELLI
Entrando a Pontevedra, al principio de la Rua Conde de Bugallal, justo en una esquina, se encuentra un restaurante con una tienda en la entrada, donde estaba atendiendo una señora. Entré para preguntar por dónde llegar a mi hotel, y aproveché para comprar una botella de agua y entablar algo de charla.
Y de una forma completamente inesperada, en medio de la conversación, esta señora me dio las palabras más sabias que había oído hasta entonces. Me dijo que el camino te enseña
- que todos somos iguales, partimos del mismo lugar y llegamos al mismo lugar, no importa a qué clase social pertenezcas, necesitas exactamente lo mismo;
- que no necesitas mucho para caminar, puedes seguir adelante con lo mínimo sin rodearte de lujos ni de nada extra;
- que mientras más ligero vayas de equipaje, irás más rápido.
Compré una botella de agua y salí, pensando todavía en el significado de lo que ella me acababa de decir.
CARLOS
Saliendo de Pontevedra rumbo a Caldas de Reis, coincidí en el paso de caminata con un español que tenía una empresa de turismo especializada en senderismo en Andalucía. Compartimos como una hora de caminata, lo cual fue bueno para mí porque ya me estaba empezando a doler la rodilla derecha y el caminar con él me forzó a ir más rápido y, aparentemente, con menos dolor.
Conversamos de todo. Me dijo que practicaba senderismo hacía varios años, que recorría muchas regiones de España llevando desde adolescentes hasta mayores de edad, tanto en grupos grandes como en grupos chicos. Fue muy agradable. No me acuerdo si lo pensé o también conversamos acerca de cómo conocer mejor una cultura. Hacer turismo, definitivamente, no es la mejor forma de descubrir una realidad diferente porque simplemente pasas por ahí y percibes muy superficialmente sobre lo que se trata. Para conocer una cultura debes quedarte, hablar el idioma, hacer amigos. Eso te amplía las fronteras mentales y culturales.
LOS AMIGOS DE CARLOS
En la siguiente parada nos encontramos con dos amigos de Carlos, una pareja de muy buena onda y serenidad, ella era enfermera y se le notaba una compasión e interés por el bienestar de la gente a su alrededor. Era una bella persona. Su compañero me comentó que en el libro de visitas del albergue de peregrinos de Logroño (que queda cerca a Pamplona en el camino francés) leyó una cita que le impactó: “A Santiago no se llega, se va”.
En esas palabras tan simples está la definición del camino de Santiago y del camino de la vida. ¿Qué es el camino? El camino no es llegar, sino disfrutar de todo lo que te rodea mientras vas. El ambiente de la conversación estaba muy lindo y el local también, pero lamentablemente no me pude quedar más porque quería llegar a Caldas de Reis lo antes posible, tenía que encontrarme con mis amigos en el pueblo para que una movilidad nos llevara al hotel.
LOS AMIGOS PORTUGUESES
Después de despedirme de Carlos y sus amigos, empecé a sentir con más persistencia un dolor en la rodilla derecha, ya no la podía doblar bien, así que terminé caminando con la rodilla recta, algo así como el capitán Ahab en Moby Dick, con la pata de palo. Me pasaron los señores suizos a los que saludé. En una parada algo más allá una señora mexicana me dio unos medicamentos antinflamatorios para que no me doliera la rodilla, con la recomendación de que no podía tomar alcohol (pensé: “¿¿y qué hago con los vinos Albariños??”). Y así, seguí caminando.
Me alcanzó una pareja de portugueses, me preguntaron qué me pasaba y les conté sobre mi rodilla. Me acordé de un dicho en italiano que me acababa de decir Carlos: “Va piano, va sicuro, va lontano” (anda despacio, anda seguro, anda lejos). Le gustó el dicho a la señora y, al despedirnos, me dijo con tono algo divertido: “Você está pagando os seus pecados, não é?” y yo le respondí mientras se alejaban: “¿Qué pecados? ¡Ya me olvidé!”. “Mais o Senhor não” cerró ella, casi riéndose.
DOS ÁNGELES
La rodilla estaba cada vez peor; la molestia me obligaba a irme retrasando mucho en el camino y me daba pena que mis amigos ya hubieran llegado al pueblo y que me estuvieran esperando. Como no tenía chip de teléfono local, dependía de los sitios con wifi para conectarme a Internet. Llegué a un local atendido por señores mayores que, al preguntarles si tenían wi-fi, me dijeron orgullosamente que no.
Me fui al frente, a otro local, medio cojeando, y lo mismo: estaba una señora mayor atendiendo que tampoco le daba la gana de tener wifi. No sabía qué hacer. De la nada, una chica se acercó y me preguntó qué me pasaba en la rodilla. Le expliqué que me dolía y me dio una rodillera nuevita para que me la ponga. “Más adelante nos encontraremos y me la devuelves”, me dijo. Bueno, nunca más la volví a ver y sigo teniendo esa rodillera conmigo.
Había otra chica ahí con un teléfono y le pregunté si me lo podía prestar para enviar un mensaje por Whatsapp, me dijo que sí y así pude avisar que me estaba atrasando. Entre las dos me salvaron el momento.
CARMEN Y JOSÉ RAMÓN
Al día siguiente, que casualmente era de descanso en Caldas, fui a emergencias en el hospital local para que me vean la rodilla. A propósito, era un muy buen hospital, no lo esperaba. Por suerte, lo que tenía no era más que una tendinitis pata de ganso (no sabía que yo tenía una pata de ganso), que es molestosa y había que cuidar.
Cuando me hicieron pasar a la sección de administración para arreglar cuentas y firmar los documentos para el seguro, empezamos una conversación con la encargada, Carmen. Me contó que a su esposo le encantaba tocar guitarra y que en el hotel de campo de su propiedad, él lo hacía todo el tiempo. Y a ella le gustaba bailar.
Como a mí también me gusta la música, se hizo una buena conversación, incluso de cómo hay la conexión en pareja dependiendo del tipo de música. Le comenté que me encantó bailar alguna vez sevillanas, pero obviamente a ella no le interesaba eso porque su interés estaba en los bailes gallegos, no en los del sur del país. Algo comentamos también sobre la unidad de pareja que se produce cuando bailas tango, lo que no se daría en otro tipo de baile.
Le dije que me encantaría conocer a su esposo para escuchar su música. Me dio la dirección de su casa en las playas de Carril. Espero ir por allá la próxima vez.
LA SEÑORA CON ARTROSIS
Saliendo del hospital, fui a Vilagarcía para comprarme unas muletas en una ortopedia. Como estaba cerrada por ser mediodía, entré a un restaurante ahí cerca para esperar a que abrieran y, mientras tanto, tomé el Albariño de rigor con unos calamares, sentado en una mesa a lado de la ventana. Estaba en ello cuando pasó una señora mayor por la calle, la saludé con la mano, ella me devolvió el saludo y se paró.
Salí a saludarla y me preguntó si yo la conocía. Le dije que no, que simplemente estaba de paso por el pueblo y que estaba haciendo hora porque tenía que comprarme muletas. Ella me dijo: “Ay, hijo, cuida muy bien esas rodillas, ¿me escuchas? Tengo artrosis y apenas me puedo mover, ahora voy al supermercado a comprarme algunas cosillas para comer y me toma mucho tiempo y esfuerzo, ¿sabes?”. Le dije que sí, que gracias y nos despedimos.
Esto es una muestra de lo que se trata el Camino, de encontrar a la gente, conversar con ella, disfrutarla, darte cuenta de lo buena que es, reconociendo que cada uno tiene sus propios sufrimientos y que, en general, es gente trabajadora que lucha por su bienestar a pesar de las dificultades que le da la vida. Si pasas de largo ignorándolos y pensando solo en ti, creo que corres el riesgo de asumir que tus sufrimientos son muy grandes y sufres más por el aislamiento que te autoimpones.
La felicidad radica en darte cuenta de que eres parte del espíritu común de todos. Y si todo esto lo piensas mientras vas por tu cuarta copa de vino, seguro que te convencerás más rápido. El truco está en acordarte después. Por suerte, yo lo grabé en mi celular.
CARMEN Y JOSÉ
Esta ha sido la conversación más emocionante e inesperada que tuve. Con la rodilla lesionada y con muletas, no tuve otra opción que irme en bus al día siguiente de Caldas de Reis a Padrón. Frente a la parada de buses encontré el lugar perfecto para esperar el siguiente bus, una cafetería en la cual se sirve un rico café cortado acompañado de donuts de la casa. Me senté en la única mesa disponible.
Después de una media hora se acercó una señora preguntándome si podía compartir la mesa, entonces retiré el periódico que estaba leyendo y se sentaron ella y su marido, ambos de unos entre sesenta y setenta años. Empezamos a conversar de cosas generales y poco a poco me contaron algo más de ellos.
Tenían (sorprendentemente) solo veintiún años de casados y ambos estaban solteros cuando se casaron, ella de treinta y nueve y él de cincuenta y ocho años. Los dos eran vecinos de la misma comarca. Los padres de ella no querían que se case de manera de tenerla solo para ellos. Incluso, cuando se casó con José, su papá declinó ser el padrino de su boda y después hicieron lo posible para que se divorcien.
Carmen tomó la decisión de no tener hijos para brindar su tiempo al cuidado de sus padres y fue apoyada por José. Cuando ellos enfermaron, José la acompañó todo el tiempo, incluidos los momentos duros en los hospitales. Me contaron muchas cosas más que por motivos de espacio ya no las reproduzco. Fue tan emocionante y sensible todo el relato, que casi pierdo el segundo bus por escucharlo.
Me conmovió lo dedicados que ambos han sido para procurar la felicidad de otras personas, incluso negándose la propia. Muestras de desprendimiento así no se ven muy seguido. Nos despedimos abrazándonos muy fuerte, yo con un nudo en la garganta por la maravillosa oportunidad de haber conocido a estos dos seres tan extraordinarios.

EL SEÑOR ALEMÁN DEL BUS
Después de la despedida de Carmen y José, crucé la calle para esperar el bus. Ahí parado estaba un señor de aspecto alemán con una mochila grande. Le pregunté si acaso iba a Santiago y me dijo que sí. Le comenté que yo tomaría el bus porque estaba mal de la rodilla y él, a su vez, me dijo que venía caminando desde Oporto hacía ya diez días y que, ahora que estaba lloviendo, decidió irse en bus. Le pregunté sobre la Compostela, que es un certificado que extienden en la ciudad a los peregrinos que demuestran que cumplieron con caminar la distancia mínima. Me dijo que esa credencial no le interesaba, porque el camino lo guardaba en su corazón.
Me contó que a su cuñada le encantaba hacer el Camino de Santiago, que hizo todos los tramos imaginables y que ya llevaba algo más de 5000 kilómetros recorridos a lo largo de los años. Ella recomienda no hacer el tramo entre Santiago y Finisterre a pie, porque es feo. De ahí llegó el bus, nos subimos y cada quien se fue a su asiento.
Cuando llegamos a la estación de buses de Padrón, el señor alemán estaba simplemente parado ahí, sin saber a dónde ir. No hablaba nada de español. Le pregunté si quería tomar un café adentro, porque empezó a llover fuerte. Fuimos adentro y le pegamos como una hora y media de charla, hablando de diversos temas desde religión hasta política.
Por una de esas casualidades, Herbert resultó ser de Koblenz, el pueblo donde mi hijo estudiaba en ese momento. Le enviamos un audio en alemán por Whatsapp, en el cual este señor lo invitaba a visitarlo luego de que volviese de su viaje. Cuando terminó de llover salimos de la estación y resultó que el hotelito que él buscaba quedaba a un par de cuadras. Mi hotel estaba más lejos, pero en la misma dirección. Así que lo dejé en su hotel y nos despedimos. Espero que nos volvamos a encontrar algún día.
YASARELA, SARAY, ACERINA, MAR Y DACIL
Estas cinco chicas son de las Islas Canarias, una de ellas fue el ángel que me prestó el teléfono llegando a Caldas. Nos encontramos en la muchedumbre de Santiago de Compostela, por la plaza de las platerías, a eso de la una de la tarde del sábado. Me reconocieron porque yo todavía caminaba con las muletas.
Fue un momento de mucha alegría. Parece que la gente de Canarias es así, abierta, alegre y espontánea. Otra de las muchas ocasiones felices que nos regala el Camino. Si no hubiera tenido este asunto de la rodilla quizás no nos habríamos conocido nunca. ¡Gracias!

JAN DE ESLOVAQUIA
En uno de los restaurantes de la Rua do Franco, me senté a comer unos últimos mariscos con vino. Enfrente de mí había un hombre sentado también solo. Alcé la copa y le dije “¡salud!”, a lo que él me respondió con otro “¡salud!”. Lo invité a mi mesa para charlar un poco.
Su nombre era Jan, de unos 60 años. Resultó ser de Eslovaquia, poniéndome claro que no era de Bratislava (que parece que son algo antipáticos). Me contó con ojos tristes que su esposa Victoria, con quien estuvo casado 37 años, había fallecido de cáncer hacía seis meses y que a ella le habría encantado hacer el Camino. Así que él lo hizo ahora solo, sin ella. Regresaría a su ciudad de origen en Eslovaquia el 10 de mayo, que es la fecha en la que se celebran a todas las Victorias en ese país. Nos despedimos al poco tiempo.
Esta foto la tomé por casualidad porque, en realidad, estaba enfocando al chiflado que se iba tras tocar guitarra, al fondo:

CÓMO HACER EL CAMINO A SANTIAGO
Sugiero, para realmente disfrutar y asimilar el Camino de Santiago, transitarlo solo, ni en pareja ni en grupo. Es decir, puedes ir al viaje con tus amigos o pareja y siempre es reconfortante verlos al inicio y al final de cada etapa, para así compartir impresiones y acompañarse en las comidas. Pero el camino mismo hay que hacerlo solo, caminando a tu ritmo. Tienes más libertad de pararte donde quieras, hablar con quien quieras, a tu tiempo y sin presión. Si estás caminando al lado de alguien todo el tiempo, tu mente estará más concentrada en esa compañía y las conversaciones girarán casi siempre por los mismos rumbos, no muy diferente a cuando estás en casa.
En cuanto a las conversaciones, para obtener lo máximo de ellas, pienso que la clave es una dosis de humildad y otra de curiosidad, para darte cuenta de lo inmenso que es el mundo y lo insignificante que eres. Hay tantas experiencias y formas de vida tan diferentes a la de uno, que nada más conocerlas de primera mano hace que tu mundo se expanda, y crezcas como persona. Debes tener el corazón y la mente abiertos para darte cuenta que el camino recorrido a Santiago es como tu propio camino de vida, lleno de gente y de circunstancias y, muchas veces, de silencios que también te permiten pensar.
La felicidad está en el camino, no al final.
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Esta crónica fue escrita por Marcos Grisi Reyes Ortiz.
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