Hans Asper: desde los Alpes suizos a Bolivia

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Para contar mi historia empezaré con el apellido Asper. Cuando los antepasados tenían que tomar apellidos, asumían los nombres de los elementos que los rodeaban. Mi familia vivía en una colina donde había álamos, llamados “Aspen en alemán.

La colina se llamaba Asp y deberíamos haber tomado el nombre del lugar, es decir “von Asp”, o en español: “de Asp”. Pero, como “von” tiene una connotación de nobleza, que en Suiza no existe, se utilizó el “er” al final.

La casa original de la familia se encontraba en el pueblo de Wollishofen que, con el tiempo, se convirtió en un distrito más de Zúrich. Esta casa, con su pequeño terreno, ha sido traspasada de padre a hijo, de generación en generación, desde hace muchísimos años.

Casa Asper 1

Casa Asper 2
Fotos de la casa Asper en Zúrich.

Ana Asper, una solterona que falleció ya viejita en 1950, fue la última persona que vivió en esa casa. Esta señora era muy orgullosa de ser descendiente directa de los primeros Asper, y nunca quiso hablar con mi padre. Nosotros no veníamos del tronco principal del árbol genealógico, motivo por el cual éramos considerados como una astilla y no nos tomaban en cuenta.

Cuando la señora Ana falleció, la casa fue donada a la ciudad de Zúrich con la condición de que la Alcaldía la convierta en un museo de la familia Asper. Cuando esta obligación venció después de cincuenta años, la casa fue vendida afortunadamente a un comprador también de apellido Asper, con quien no tengo ningún contacto.

Recuerdo haber visitado alguna vez el último piso de la Alcaldía de Zúrich, cuando esta solo tenía cuatro pisos. Allí había ocho o diez escudos familiares grandes, de cuatro metros de alto, que pertenecían a las familias más antiguas de la ciudad. Uno de esos pertenecía a los Asper.

Escudo Asper

SOBRE MI PAPÁ

Mi papá nació en los Alpes, en una población que queda por la región del libro del cuento Heidi.  Tuvo dos hermanos y cuatro hermanas. Nunca supe qué pasó con mi abuelo, parece que murió en 1918, cuando hubo esa epidemia de gripe española por la cual murieron millones de personas.

Mi padre tenía el oficio de tapicero en tela y en cuero. En los años veinte, trabajó en una pequeña empresa que cerró debido a la crisis financiera mundial. Postuló a un trabajo en el tranvía de Zúrich, pero se encontró con el problema de que la Alcaldía estaba manejada por los socialistas y tenía que inscribirse en el partido para poder obtener el trabajo. Como a él no le interesaba mucho la política, se inscribió y así la familia pudo tener un ingreso fijo cada mes, en plena época de inestabilidad económica.

La crisis en Europa duró de 1925 a 1933. Mi papá me contó que, cuando todavía trabajaba en su profesión, cruzaba la frontera hacia Alemania para comprar todo tipo de mercancías, la inflación allá era tremenda y todo era muy barato. Los billetes eran llevados en carretillas.

Historias de vida - Hans Asper
Foto de mis padres en las montañas de Suiza.

MI NIÑEZ Y LA MENINGITIS

Nací el 30 de julio de 1928 en la ciudad de Zúrich. Fui el segundo hijo de mis padres. Mi hermano mayor, Ernst, había nacido dos años antes.

Cuando tuve un año y dos meses, me dio meningitis viral. Hace poco me enteré por Google de que en toda Europa hubo una epidemia de meningitis entre 1926 y 1929, entonces yo la contraje casi al final. Esta enfermedad atacaba a los niños de hasta tres años. En ese tiempo no había ningún remedio para curar, no había penicilina y la mortandad era del 98%.

Yo he sobrevivido gracias a un buen y dedicado médico del barrio. Mis padres eran de clase media baja y no tenían mucho con qué pagar. Este médico, sin embargo, cerraba su consultorio, venía en su bicicleta, subía los cinco pisos hasta nuestro departamento y empezaba con el tratamiento.

El doctor llenaba dos recipientes de agua, tan grandes como para que entre un niño de mi tamaño. Uno tenía agua caliente y el otro agua helada. Mis padres me contaron que él me metía al agua caliente un rato, me secaba, me metía al agua fría, me secaba. Esos cambios bruscos de temperatura buscaban provocar un choque dentro del cuerpo, para que el corazón no dejara de latir. El objetivo era mantener el cuerpo vivo y darle tiempo para que cree su propia defensa contra el virus.

Pude vencer la enfermedad, pero me dejó secuelas. Mis padres decían que otra vez tuve que aprender a caminar. También presenté un problema con la visión: el ojo izquierdo estaba prácticamente perdido, y el ojo derecho no podía mantener la vista fija en un objeto, sino que se desviaba a los lados.

Cuando cumplí cinco años, me llevaron a la clínica de ojos de la Universidad de Zúrich, donde atendía el oculista más famoso de ese tiempo. Le interesó mi caso porque, probablemente, era uno de los pocos niños que había sobrevivido a la meningitis.

Este doctor también hizo todo lo que pudo. Una vez me dejaron dos noches en un cuarto oscuro en el hospital, con un lindo conejo blanco a mi lado. Al conejo le rayaron el ojo como a mí y le hicieron un tratamiento como el que me iban a hacer, para ver si podían encontrar alguna cura a mi ceguera del ojo izquierdo. Pero fue en vano.

Para curar el desvío del ojo derecho, me pusieron unos anteojos de hojalata que permitía ver solo a través de un agujerito, de manera de fortalecer y obligar a los músculos del ojo a ver recto, a través de ese paso de luz. Era lo único que había en ese tiempo. Esta vez el tratamiento fue efectivo. En la casa que vivíamos me llamaban el Búho, por los anteojos que me ponían.

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EN MI JUVENTUD

Hice la primaria en una escuela que estaba a dos cuadras de mi casa, se llamaba Aemtler Schulhaus, porque estaba en la Aemtlerstrasse. Todos los colegios en Suiza son de la provincia, es decir son públicos, no hay escuelas privadas. Allí pasé los seis años de primaria y el primer año de secundaria.

Cuando pasé a segundo año de secundaria, tuve que cambiarme de colegio porque el Aemtler Schulhaus solo tenía hasta el primero. En ese tiempo vivía en el barrio Wiedikon y mi colegio de secundaria quedaba lejos, en Langstrasse, así que tenía que tomar el tranvía para llegar.

Por razones de trabajo, a mi papá lo trasladaron de Wiedikon a Wollishofen, casualmente de donde era el origen de mi familia. Ahí me asignaron a un colegio, para hacer el tercero de secundaria. Ocurrió algo chistoso. Yo sabía que en Wollishofen había un colegio que se llamaba Hans Asper, por uno de mis antepasados que era artista, pero pensaba que era en otro lugar. Los colegios en ese tiempo no tenían letrero en la pared ni nada, porque todos eran públicos y el nombre no tenía importancia.

Pintura Hans Asper bien tomada
Pintura realizada por Hans Asper, mi antepasado.
Detalle Pintura Hans Asper 2
Detalle del autor de la pintura.

Recuerdo que vivíamos en una casa de tres pisos, donde había dos departamentos por nivel. En el piso de abajo vivía un profesor de primaria con sus hijos pequeños. Una vez ellos le preguntaron: “papá, ¿el colegio donde vamos se llama Hans Asper por nuestro vecino?” Cuando hicieron esa pregunta yo ya no estaba estudiando, sino trabajando. ¡Así que el colegio donde yo iba se llamaba Hans Asper, como yo! Lástima que no haya sabido eso mientras estaba ahí, ¡cómo hubiera aprovechado esa situación con mis compañeros!

Colegio Hans Asper 3
Este era el colegio Hans Asper. No hay ningún letrero que lo identifique.
Colegio Hans Asper 2
Años después fuimos al colegio con mi esposa Doris, mis hijas Diana e Ivette, y mis cuatro nietas.

MI PRIMER EMPLEO

Cuando cumplí quince años, ingresé a trabajar por un tiempo como mensajero en una compañía de reaseguros, que en ese tiempo era la más grande del mundo, la Schweizerische Rückversicherungs-Gesellschaft. Ellos empleaban a tres jovencitos del pueblo para llevar mensajes y sobres dentro del edificio de la compañía. Mi hermano ya había trabajado en el mismo puesto dos años antes, así que resultó más fácil entrar gracias a sus referencias.

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Esta compañía tenía un edificio enorme al lado del lago. En el primer piso estaba la gerencia máxima. Había cinco oficinas: la del presidente y de cuatro gerentes más. Además, estaban las secretarias, los conserjes (que hablaban varios idiomas para recibir a las visitas) y nosotros, los mensajeros. Mis compañeros y yo teníamos una pequeña oficina en el rincón y estábamos a menudo en contacto con los altos ejecutivos.

Como al parecer hacía bien mi trabajo, los gerentes me encargaban tareas más importantes que solamente llevar papelitos. Al gerente general, por ejemplo, le ayudaba a firmar documentos. Él tenía que firmar dos mil contratos con pluma y tinta (no había bolígrafos todavía), y yo ayudaba a secar la tinta después de la firma de cada documento. Eso hice por toda una semana y nos conocimos bien.

Otra de las labores que me asignaron fue la de vigilar la puerta de entrada de los empleados. Tenía que anotar a los que se atrasaban más de cinco minutos y abrirles la puerta. Un día llegó fuera de hora uno de los abogados jóvenes. Le pedí que me diera su nombre para abrirle, pero se negó. Le pedí otra vez su nombre, se volvió a negar. Al final me lo dio y le abrí la puerta. Apenas entró, vino hacia mí y me dio una bofetada.

Reporté el incidente inmediatamente a mi jefe directo, quien a su vez informó al gerente general. Llamaron a este abogado y a mí a la oficina, me preguntaron si era él, les dije que sí y me pidieron que salga de la oficina. Mi jefe después me contó que el gerente le dio al joven una bofetada, una reta bárbara, le pidió que limpie su escritorio y que pase por caja para recoger su último sueldo. Lo despidieron en el acto.

En ese trabajo también aprendí cómo manejar los números relacionados con los seguros que manejaba la compañía. Uno de los grandes gerentes era profesor de matemáticas, doctor honoris causa en universidades y me mostraba cómo hacer los cálculos del reaseguro.

UNA ANÉCDOTA DE MI HERMANO

Cuando yo trabajaba en esa compañía como mensajero, el año 1943, toda Europa estaba en plena guerra. Suiza era un país neutral, pero igual había escasez de alimentos.

En ese tiempo, para ahorrar harina, el pan debía tener 20% de papa. Mi hermano trabajaba en una empresa que vendía grandes máquinas para pelar papas. Pero después de seis meses, los fabricantes de pan descubrieron que la papa con cáscara o sin cáscara no se nota en pan horneado, así que dejaron de comprarles esas máquinas.

MIS PRÁCTICAS

Según el modelo de educación en Suiza, después de colegio tenía que hacer prácticas de trabajo en un oficio, informando a las autoridades sobre lo que iba a hacer. El trabajo que hice en la compañía de reaseguros donde trabajaba de mensajero (Rückversicherung) me sirvió como una buena referencia para que me tomen en otra compañía, pero de seguros de vida, la Vita Lebensversicherungs Anstalt Schweiz.

Esta compañía nunca había tomado practicantes antes. Como yo hice mi aplicación con la casa matriz, les llegó a los gerentes una orden directa para que me contrataran. Mi programa tenía en la semana dos días de estudio y cuatro días de trabajo.

Estuve en esta empresa desde mis quince hasta los dieciocho años. Entre otras actividades, hacía cálculos de seguro de vida y de capital de respaldo, ya que en ese tiempo todos los seguros de vida no solamente eran de riesgo, sino también de ahorro. Me gradué en 1946 a los dieciocho años, con la segunda mejor nota de la clase. Mi título era de actuario de seguro de vida.

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Foto con mis compañeros de colegio. Yo soy el último a la derecha de la tercera fila.

SERVICIO MILITAR

Cuando trabajaba en la compañía de seguros de vida, el médico de confianza, quien era un alto oficial del ejército, me dijo: “Sabe, Hans, con el estado de sus ojos no creo que tenga el honor de hacer el servicio militar”. A mí no me gustaba mucho la idea de entrar al ejército, así que pensaba por dentro: “¡Qué bien, qué bien!”

De todas maneras, cuando cumplí dieciocho años, tenía que presentarme al centro de reclutamiento. En el examen físico verificaron que tenía una molestia en la vista, adicional a la casi ceguera del ojo izquierdo. Cuando miraba hacia arriba se me nublaban los ojos, veía todo negro y después de unos minutos se pasaba. Es muy posible que el problema fuese una falta de irrigación como una secuela de la meningitis. Una prueba que teníamos que hacer era correr rápido, pero ahí me caí y me quedé cinco minutos sin poder ver nada.

Me dieron para escoger: soldado de sanidad o servicio auxiliar no armado. Yo escogí servicio auxiliar no armado, que significa trabajo de oficinas. Ya estaba registrado, que era lo importante. Al final, nunca hice el servicio militar porque viajé al exterior.

DESPUÉS DE COLEGIO, MIS PRIMEROS TRABAJOS

Mis jefes en la compañía de seguros querían que siguiera trabajando con ellos porque lo estaba haciendo muy bien, pero no me gustaba verme amarrado a un puesto y busqué otro empleo.

Entré a trabajar a una pequeña empresa constructora, donde el dueño era un suizo italiano, el Sr. Scottoni. Éramos cuatro empleados. Recuerdo que la última moda en ese tiempo eran las alfombras pared a pared, que las pedíamos a un proveedor externo. El problema era que el Sr. Scottoni nunca pagaba por esos productos.

Venía ese proveedor todo el tiempo a cobrar. Decía: “¡Hoy no voy a salir de la oficina si no me pagan!”. Entraba bien enojado donde el jefe. El Sr. Scottoni, muy vivo, le hablaba de un nuevo proyecto de construcciones, un nuevo pedido de alfombras y todo era mentira. El proveedor salía feliz, convencido de que iba a recibir un nuevo pedido, sin haber cobrado un peso.

Después encontré un trabajo en Chaux-de-Fonds, la región francesa de Suiza donde hacen relojes. Trabajé en la firma de un suizo-francés que vendía relojes por correspondencia, por anuncios en la prensa. Hubo un incidente con unos italianos, que pidieron cuatro relojes de oro por correo como muestra, pero no pagaron. Alguien le avisó a mi jefe por teléfono que ellos se subieron al tren para salir del país y él manejó seis horas como loco para atraparlos en la última estación.

LAS PRINCESAS OTOMANAS

Cuando vivía en Chaux-de-Fonds, iba a visitar a una tía de tercer o cuarto grado, pariente de mi papá, a la ciudad de Niza, en el mediterráneo francés. Ella era una Asper muy simpática, artista.

Esta mi tía había sido contratada como institutriz de las hijas del príncipe Osman, cuando todavía existía el imperio Otomano. Cuando vino la revolución turca y la expulsión de la familia real en 1924, viajaron a Niza, donde se establecieron. La mamá de las niñas desapareció y mi tía terminó casándose con el príncipe.

El matrimonio con un príncipe otomano no servía de mucho, porque todos los bienes de la familia real fueron embargados. Entonces mi tía, con los pocos ingresos que conseguía, se arreglaba para mantener a las niñas y al mismo príncipe. Vivían en un barrio de clase baja, donde los visité por dos semanas.

A pesar de la difícil situación económica por la que atravesaban, el periódico de Niza siempre anunciaba: “la princesa tal y tal ha viajado a Suiza, la princesa tal y tal ha regresado de Suiza”. Cuando se casó la reina Isabel II en julio de 1947, invitaron a todos ellos al matrimonio, yo estaba justo ahí presente. Mi tía me dijo que era imposible ir, no tenían plata para el pasaje ni para el regalo, por lo que no fueron.

Las hijas del príncipe tenían cinco y siete años más que yo. La mayor siempre decía que era una princesa y al final se casó con el hijo de un gran fabricante de muebles. A la menor no le importaba mucho la nobleza, era más hippie, usaba blue jeans, a la par de los marineros.

Lo último que supe de mi tía es que ella y el príncipe ya estaban viejitos, viviendo en un pueblo en Suiza, ella trabajando como peluquera. Pobres, lástima, pero así es.

A INGLATERRA Y DESPUÉS A ISLAS CANARIAS

En 1952, cuando tenía veinticuatro años, me interesó perfeccionar mi inglés, así que, sin pasar por mi casa, viajé a Inglaterra directamente para estudiar en la Swiss Mercantile Society College. Estuve allá por seis meses tomando cursos intensivos de inglés. Cuando terminé el programa decidí irme a España para aprender también español. Lo más lejos que podía ir era a las islas Canarias, sobre todo por el clima. También había muchos plátanos ahí, que era un artículo de lujo en Europa.

Cuando llegué a Las Palmas en islas Canarias, me hospedé en la pensión de un alemán, donde casualmente estaba también alojado el general de aire para las islas Canarias del gobierno de Franco, quien estaba acompañado de su señora y de su hijito de seis años.

Uno de los primeros tropiezos que tuve con el idioma español fue precisamente con él. Después de cuatro días de vivir ahí, este general me dijo que ya no lo llame señor, sino “don”. Yo no sabía lo que significaba “don” y seguía llamándole “señor”. Noté que se sentía enojado, pero no sabía por qué. Después me di cuenta de que, tal vez, pensó que yo no aceptaba llamarle “don”, como despreciando su invitación.

En ese tiempo, todos los puestos importantes de trabajo en la isla, en las ramas de seguros, banca y empresas, los ocupaban jóvenes que venían de la España continental. Muchos comían en la misma pensión que yo, y así me hice de amigos con quienes pude practicar el castellano. Después de ese incidente con el general, decidí irme a vivir a esa misma pensión donde almorzaba.

Llevé a Canarias suficientes ahorros como para vivir allá seis meses o un año. No tenía que trabajar y, aunque lo hubiera hecho, no habría mucha diferencia, porque no te pagaban nada. La vida era baratísima, vivía con veinticinco dólares por mes y todos pensaban que mi padre era un millonario.

A veces tomaba clases particulares de español, me las daba un profesor de primaria que tenía una bonita casa con pájaros canarios. También tenía una profesora que era de Santo Domingo, República Dominicana, quien junto a su esposo se habían refugiado en Canarias.

A los 25 años hablaba varios idiomas: alemán como idioma natal, dialecto suizo, francés, inglés y ahora español. En ese tiempo hablaba bien francés. Gracias a esto pude conseguir trabajos esporádicos en el pueblo. A veces, por ejemplo, iba a la zona del puerto, porque los barcos que navegaban a Sudamérica o a África pasaban por Canarias para reabastecerse de agua, víveres, o combustible. Siempre había algo que hacer ahí, la gente necesitaba alguien que supiera idiomas.

En los años cincuenta empezó la moda de los bikinis, pero todavía no había llegado a las islas Canarias. Me contaron, yo no estaba presente, que había una alemana en la playa con su bikini. Ella sabía un poco de castellano. Vino un policía y le dijo que solo se permitía trajes de una pieza para mujeres. Y la alemana, muy atrevida, le dijo: “Oficial, para que sea de una sola pieza, cuál me quito: ¿la de arriba o la de abajo?”. La llevaron a la comisaría y le impusieron una multa por falta de respeto a la autoridad.

Yo la pasaba tan bien allá y era tan conocido en el pueblo, que una vez unos chicos adolescentes me dijeron que era más canario que una paella de gofio. El gofio es harina de plátano que se sirve con leche en el desayuno de la gente pobre. Me impresionó mucho que me llamen así.

Estuve en las islas Canarias en el invierno europeo, de octubre de 1952 a marzo de 1953. Fueron los mejores seis meses de mi vida.

LLEGARON MIS PAPÁS

Mis papás fueron a visitarme en marzo de 1953 y se quedaron una semana conmigo. Después, los tres regresamos al continente. Ya no volví a Canarias sino muchos años después.

Cuando llegamos a Madrid, a mi papá le robaron la billetera en el subterráneo. Eso es una cosa tremenda que pasa en España. Reclamamos a la policía, que respondió: “Mire, vaya usted mañana sábado al correo central y ahí va a estar su billetera y sus documentos”. Era como una costumbre. Los ladrones, después de sacar el dinero, depositaban las billeteras en el buzón de cartas para devolver los documentos. Mi papá recobró su billetera dos días después, sin nada de dinero, por supuesto.

Me quedé cinco meses en Madrid, quería quedarme seis, pero por el matrimonio de mi hermano tuve que irme antes. Mi hermano trabajaba en ese entonces en el lado francés de Suiza.

DE REGRESO A SUIZA, TRABAJO EN KLM

Cuando regresé a Suiza, en noviembre de 1953, conseguí unos empleos a tiempo parcial en una empresa que vendía chicles, después en otra que vendía cierres y, finalmente, encontré trabajo de jornada completa en la línea aérea holandesa KLM, en el puesto de contador para la región de Suiza.

En KLM, una de las tareas que tenía que hacer era contactarme con nuestras oficinas en el aeropuerto de Basilea, que está justo en la frontera con Francia. Ahí pasaba algo muy curioso. Sucede que en ese aeropuerto la mitad de la pista de aterrizaje estaba en Suiza y la otra mitad en Francia. La oficina del aeropuerto también estaba en Francia. Entonces, cuando teníamos que enviar un mensaje por teléfono, tardaba seis horas para que nos comuniquen, porque teníamos que esperar los enlaces desde Zurich a Berna, de Berna a París y de París al lado francés del aeropuerto.

Para ahorrar tiempo, nos pusimos en contacto con una persona que tenía una casa en el lado suizo, cerca al aeropuerto. Lo llamábamos por teléfono local, él tomaba el mensaje, lo anotaba y se iba en bicicleta al otro lado de la frontera para entregarlo. Hacíamos la comunicación en diez minutos en vez de las seis horas por teléfono.

Una de las ventajas de trabajar en una línea aérea era que podías tomar el avión gratis en cualquier ruta que la empresa servía. En KLM, después de un año de trabajo, podías viajar dentro de Europa y después de dos años a cualquier otro lugar del mundo. En el primer año me fui por el este hasta Estambul, vía Roma y Atenas. Después volé por el oeste hasta las islas Azores, que era lo más lejos que se podía ir con la compañía.

TRASLADO A SUDAMÉRICA Y TRABAJO EN GRACE COMPANY

Mientras trabajaba en KLM, apliqué a diferentes puestos en el exterior a través del servicio de empleo de la Sociedad de Comercio, la misma que utilicé para conseguir mi primer trabajo años atrás. Se abrió una oportunidad con Grace, una compañía americana que operaba barcos en Sudamérica transportando salitre y guano a los Estados Unidos.

En Grace estaban buscando personal de finanzas para sus oficinas en Sudamérica. El encargado de hacer las entrevistas a los postulantes de Suiza era un señor inglés que vivía en Londres. Él vino a evaluarme y me dijo que calificaba para el puesto, porque era el único que sabía español. Me quería mandar como contador general a una fábrica de textiles en Colombia pero, por suerte, a último momento se abrió una vacante en Chile como asistente del chief financial officer (CFO).

Entonces, después de dos años de haber trabajado en KLM en Suiza, renuncié y viajé a Santiago de Chile. El CFO en la oficina de Chile era suizo también, me llevaba muy bien con él, tenía una oficina grande en la esquina del edificio. Entre mis funciones estaba hacer los informes a Nueva York de todos los negocios que tenía la Grace en Chile.

Grace había sido una empresa de más de cien años de antigüedad y tenía negocios en toda la costa del Pacífico: Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia y Chile. ¿Por qué tenía Grace negocios en Bolivia? Porque la empresa existía cuando Bolivia tenía mar.

Estuve en Chile de 1955 a 1963. A los cuatro años de llegar, mi jefe fue transferido al Perú, por lo que yo fui ascendido a CFO. Mis responsabilidades ahí se ampliaron a supervisar el movimiento financiero de las diez compañías que tenía la Grace en Chile, entre ellas la línea aérea Panagra (Pan American Grace), la línea de vapores, la atención de puertos y la operación de barcos. Teníamos tres grandes fábricas de textiles, una fábrica de lana en el sur, una mina de carbón, una fábrica de pintura y otros negocios más.

TRASLADO A BOLIVIA

A principios de 1963 se presentó una oportunidad para trasladarme a otro país. El CFO de Bolivia iba a ser destinado a Colombia y a mí me ofrecieron su puesto. Tuve que aceptar. En una firma americana así de grande, si no aceptas el traslado, tu carrera se termina en la empresa. Por otro lado, yo había perdido mucho dinero en la bolsa y no tenía el respaldo suficiente para renunciar, así que acepté la pega.

Llegué a La Paz el 4 de julio de 1963. Cuando el avión aterrizó en el aeropuerto me asusté tremendamente. Había un montón de polvo alrededor, no sabía qué había pasado. Sucede que la pista del aeropuerto de El Alto era de tierra.

Mi antecesor fue a recogerme al aeropuerto y me llevó al Prado, donde estaba el mejor hotel de la ciudad. Ese mismo día se festejaba el día de la independencia de los Estados Unidos y en Grace había una gran fiesta. Además, el 5 de julio era el día del empleado de comercio, así que había (según las costumbres locales) doble motivo de festejo.

Él me preguntó si quería ir al lugar donde se celebraba el evento. Como eran recién las once de la mañana, le dije que sí. Así fue que me presenté a la compañía, como el nuevo gerente de finanzas, o CFO, en pleno jolgorio. Ese mismo día conocí a mi futura esposa, Doris, quien había sido elegida reina de la simpatía. Allí nos saludamos y no pasó nada más. En la fiesta casi me matan, porque todas las señoritas querían bailar conmigo, ¡y yo estaba recién llegado a la altura!

Una de las primeras tareas que hice al llegar a Grace no fue precisamente relacionada con la empresa. Sucede que mi antecesor estaba en pleno juicio de divorcio. Su mujer lo estaba demandando porque decía que él “no la trataba de acuerdo con su estándar social”. Él también se quería divorciar, así que me pidió que vaya al juzgado a atestiguar que era cierto lo que ella decía. Fue muy extraño, porque yo lo acababa de conocer.

En ese tiempo la Grace tenía, sin contar la minería, unos cuatrocientos empleados en Bolivia. Mis oficinas quedaban en un edificio de varios pisos en la esquina de las calles Socabaya y Mercado. Cuando empecé a trabajar, compartíamos un mismo ambiente una secretaria, un guardia y yo. Las personas que entraban a la oficina del gerente general necesariamente pasaban por donde estaba mi escritorio.

LAS USURERAS

Al poco tiempo de entrar, algo me llamó la atención. En los días de pago de sueldos, unas mujeres de edad esperaban a los empleados afuera de la oficina. Pregunté quiénes eran. Resulta que estas señoras prestaban dinero a los empleados al 8% o 10% de interés mensual y cobraban su cuota el día del pago de sueldos.

Cobrar intereses del 10% mensual, o del 120% en un año era una barbaridad, eso es directamente un abuso a la necesidad de la gente. Llamé a algunos empleados y les pregunté qué pasaba. Algunas personas no querían hablar, pero otras sí lo hicieron. Una de ellas me dijo que tenía una necesidad y se prestó dinero al 10% mensual a 2 años. Otra me contó que se endeudó para comprar una cámara fotográfica.

“¡Ah, eso no puede ser!”, me dije. Convocamos a todos a la sección legal para que muestren sus documentos. Con la ayuda de los abogados vimos que el interés legal máximo que podían cobrar las prestamistas era del 4% mensual, cobrar más de eso es considerado usura, que tenía pena de cárcel. Hicimos los cálculos persona por persona. Vimos que en algunos casos, la gente ya habría pagado sus préstamos si se calculaba al 4% mensual.

Para estos casos, llamamos a las prestamistas y les preparamos un documento para que firmen, donde declaraban que la deuda había sido pagada. Si se resistían, las íbamos a denunciar como usureras. Hubo algunas discusiones, pero al final cedieron. A los empleados que debían todavía un poco, hicimos que el fondo de empleados les preste el dinero, con el compromiso de reembolsar el dinero cuando pudieran.

Ayudé también a que el fondo de empleados se capitalice. En una asamblea de empleados determinaron que el 5% del sueldo vaya al fondo y que si alguien tenía una necesidad, se le podía prestar el dinero con el 1% de interés mensual. Cuando llegó la hiperinflación, creo que este era el fondo de empleados más capitalizado de Bolivia, con mil dólares por persona.

NOVIAZGO Y MATRIMONIO

Con el transcurrir de los días y los meses, Doris y yo nos fuimos conociendo mejor. Ella trabajaba en una sección que vendía maquinarias y tenía que hacer firmar al gerente general algunos documentos. Como yo era el segundo en la empresa, tenía que ver el documento que querían hacer firmar, porque a veces yo también tenía que hacerlo. Y así fue que, entre documento y documento, charlábamos cada vez más y empezamos a salir.

Historias de vida - Hans Asper
Doris, cuando trabajaba en Grace.

Salí con Doris unos dos años, en 1965 nos comprometimos y nos casamos el 16 de julio de 1966. Ella es católica y yo soy protestante, pero también cristiano. Nuestra intención era casarnos por la iglesia católica, pero el sacerdote hizo tantas exigencias, que al final Doris se cansó y decidimos celebrar nuestro matrimonio por la única iglesia protestante luterana de habla alemana que hay en Bolivia. Nuestras hijas fueron después criadas según la fe católica.

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CONSEJO DE HERMANO

Cuando estaba saliendo con Doris, por el año 1965, mi hermano Ernst pasó por Bolivia antes de ir a Buenos Aires, donde debía cerrar una venta de los rodamientos que vendía su fábrica. Pienso que él quería saber cómo estaba yo. Cuando vio a Doris, me dijo: “con ella tienes que casarte”.

Unos cuantos años después, en 1972, Ernst falleció, tenía 46 años. Era muy extrovertido, fumador, un poco gordito y tomaba sus tragos. Sucedió que, un domingo de verano, un amigo lo invitó a su casa en Suiza para que hagan unos trabajitos en el jardín, con palas. Hacía mucho calor en esos días. El amigo bajó al sótano para traer una herramienta y, cuando subió, mi hermano estaba sin vida sobre el césped, muerto de un ataque al corazón.

Estos infartos son típicos entre la gente de cuarenta y cincuenta años que fuman, están con sobrepeso y tienen un trabajo estresante. Si llegas a cincuenta o más, has pasado la zona de peligro.

CRIANZA DE MIS DOS HIJAS

Doris y yo estuvimos casi cuatro años sin tener hijos. En 1970 nació Ivette y dos años más tarde, Diana. En ese entonces alquilábamos un departamento en una casa al final de la avenida Arce, al lado de la Nunciatura. Recuerdo que las gradas de afuera de la casa daban directo para saltar a su jardín.

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Aquí vivíamos, sobre la avenida Arce.

Doris llevaba a las chicas en el auto al colegio Alemán, que en ese entonces estaba en Sopocachi. Debido a mi ceguera en un ojo, y mi falta de sentido de la profundidad, solamente manejaba cuando era necesario. Después de vivir en la avenida Arce, nos fuimos a vivir a la calle 12 de Achumani, que fue una de las primeras casas que se construyó por la zona. Unos años después, el colegio Alemán también se trasladó ahí.

VEINTE AÑOS TRABAJANDO EN GRACE

Trabajé en Grace Bolivia por dos décadas, desde 1963 hasta 1983. Los últimos años fueron muy complicados para la empresa, porque le tocó una época de inestabilidad política y financiera en la región. Llegó el período inflacionario en varios países al mismo tiempo, lo que perjudicaba enormemente sus negocios.

La compañía decidió acabar con todas sus actividades porque había perdido mucho dinero, especialmente en Perú, en el rubro de textiles. Los intereses comerciales e industriales en Bolivia, como la fábrica de cemento, fueron vendidos a un grupo de gerentes, como una forma de management buy-out. También pusieron a la venta las empresas mineras.

Recuerdo que cuando todavía trabajaba en Grace, asistí a una reunión en Nueva York con los altos ejecutivos de la compañía. El señor J.P. Grace nos informó que las minas operadas por la empresa se ponían a la venta, siempre que se pague por lo menos el valor en libros. Yo llegué con esa noticia a Bolivia, vimos la oportunidad con algunos colegas y formamos rápidamente un grupo de varios gerentes para hacer una oferta.

Llegamos a juntar entre todos el monto requerido e hicimos una oferta en firme para comprar un grupo de minas, en la que estaba especialmente una que tenía una altísima concentración de tungsteno, que era un material estratégico muy cotizado en el exterior. El tungsteno es un mineral especial, tiene un peso casi igual al oro, un punto de fundición altísimo de tres mil grados y una dureza casi igual al diamante. Eso lo hace muy bueno para herramientas de perforación en minería y como material para proyectiles de guerra.

Hicimos la compra de las minas apoyándonos con préstamos de bancos internacionales. Lamentablemente, de entrada tuvimos problemas de fondos, porque resulta que los honorarios legales de los abogados en Nueva York eran incluso superiores al monto que habíamos reunido en efectivo.

Nos salvamos de cubrir las obligaciones con el financiador gracias a un conflicto internacional, el año 1979, cuando cayó el sah de Irán y el ayatola tomó el poder. El precio del petróleo se disparó de USD 10 a USD 30 y tuvo un efecto dominó en todos los minerales, que también subieron.

Durante esos últimos años en Grace, también me asocié con otro colega para formar una estancia ganadera en el Beni. Este mi colega provenía de una familia de agricultores suizos. Tengo muy lindos recuerdos de mis visitas a la estancia.

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IMPORTADOR DE LLANTAS JAPONESAS

Cuando salí de Grace, formé una compañía importadora de llantas japonesas, Yokohama, de lsa que tenía representación exclusiva para Bolivia. Abrí oficinas en todas las ciudades importantes del país.

Asper 2

De inicio me fue bastante bien, hasta que el gobierno de la UDP, para no tener huelga de los transportistas en la época de la hiperinflación, les dio divisas para que ellos mismos importen llantas. Con esa medida, mi negocio se fue abajo y ya no podía vender mis llantas. Como consuelo, los transportistas no sabían qué medidas de llanta comprar y cómo cuidarlas. Las guardaban en un altillo a pleno sol o bajo techo de calamina, con mucho calor, y eso las dañó.

Cuando pasó la hiperinflación y otra vez pude traer llantas, la empresa en Japón elevó el precio de sus productos a niveles que hacía imposible su comercialización aquí. Cuando les solicité que bajaran la oferta, recibí la siguiente respuesta de la fábrica: “No podemos bajar los precios y además el mercado boliviano es insignificante, no nos importa que no se venda nada allí”.

El negocio se hizo cada vez más difícil. Estuve con esta empresa importadora hasta el año 1993.

LA ESTANCIA EN EL BENI

La estancia que tenía en el Beni con mi colega estaba partida en partes iguales, físicamente y en papeles. Debido a la situación política que vivía el país, mi socio quería distribuir a sus hijos la propiedad, pero terminó vendiendo su parte a un suizo y a un alemán, y uno de sus hijos se quedó trabajando en la propiedad.

Respecto a la parte de la estancia de la que yo era dueño, también contraté a un administrador y después a otro y a otro. El último quiso hacer una estafa tratando de registrar toda la estancia a su nombre. Cuando me enteré de esta situación, decidí vender mi parte, que, afortunadamente, fue comprada por el suizo y el alemán que ya eran propietarios de la otra mitad. Eso sucedió por el año 2001.

UNA ANÉCDOTA DE BANCOS

En una época, nuestras inversiones en minería no terminaban de salir adelante y seguíamos debiendo a los bancos. Con nuestros socios vimos la posibilidad de pagar nuestras deudas convenciendo a los financiadores de que se conviertan en socios de la empresa.

Viajé a Frankfurt para reunirme con la gente del Deutsch Südamerikanische Bank y de la Metal Gesellschaft, una comercializadora internacional de metales. Trabajé una semana entera para preparar el proyecto, con estudios a diez años en el futuro sobre la valorización de las minas. Para el caso específico del tungsteno, mis proyecciones tenían un precio de sesenta dólares por diez kilos, cuando en ese momento el precio era de 30 dólares por diez kilos.

Cuando llegué a la sala de reuniones, lo primero que me preguntaron fue cuál era mi precio de proyección. Cuando les dije que era sesenta dólares, ni se molestaron en abrir la carpeta y la reunión terminó inmediatamente. Yo me enojé, porque me preparé mucho para la presentación. Simplemente me dijeron: “No queremos ver”. Eso sí, después me invitaron a almorzar, con fondos de la compañía y charlamos de cualquier cosa.

Actualmente el precio del tungsteno está a USD 160 por kilo.

VACACIONES CON MI FAMILIA

En Grace, cada dos años teníamos dos meses de vacaciones. Había dos motivos, primero para ser reemplazado completamente en el trabajo y, segundo, para volver al país de origen y no dejar de pensar como suizo.

Algunas veces llegábamos a Madrid, alquilábamos un auto y nos íbamos por España, Francia hasta llegar a Suiza, porque con dos meses había mucho tiempo para pasear por todo lado. Me gustaría hacer ese viaje otra vez en auto, pero es imposible ahora porque en el colegio de mis nietas, en el verano europeo, solo tienen cuatro semanas de vacación.

Hemos tenido muchas anécdotas de nuestros viajes. Recuerdo una especialmente cuando, en la costa brava de España, en un restaurante pequeño por los muelles, nos sirvieron a cada uno un plato lleno de mejillones. Un turista alemán, que justo pasaba por ahí en su bote con vela y que nos vio comer, no podía creer que nos hayan servido tanta comida de mar. O cuando, en un hotel de Mallorca, éramos los únicos turistas que hablaban español y que comían arroz con leche. En ese entonces viajábamos también con mi mamá.

Foto de vacaciones
Hemos disfrutado mucho los viajes con todo el clan familiar.

EN LA JUBILACIÓN

A pesar de que ya no tengo actividades laborales obligatorias hace tiempo, sigo asistiendo a mi oficina en Sopocachi. Allí me entero de las noticias, veo las cotizaciones de bolsa y no dejo que me llegue la inactividad.

De lunes a viernes, cada mañana subo desde mi casa en Achumani que queda a 3200 metros sobre el nivel del mar, hasta mi oficina que está a 3600 metros. Ya no puedo manejar, así que mi hija me lleva en las mañanas y a la hora de salir me trae de vuelta un amigo o uso un radiotaxi. El trayecto de ida o de vuelta tarda veinte minutos, sin tráfico.

CÓMO ESTOY AHORA

Tengo noventa años, nací en 1928 y ya estamos en 2018. Me siento en general bien.

Tengo algunas dolencias localizadas en la nariz, el oído y la vista. Respiro por la boca veinticuatro horas al día, la nariz está siempre tapada por la alergia. Sobre mi oído, no sé qué porcentaje de audición tengo, pero los audífonos me ayudan. Y sobre mi vista, el ojo izquierdo no ve nada desde que soy niño y en el ojo derecho tengo degeneración macular, por eso solo reconozco las caras de muy cerca, todo parece rodeado de neblina.

Camino bien si lo hago sobre un lugar seguro. Debo tener cuidado porque no distingo los huecos que pueden haber en el piso. Me da miedo cruzar las calles porque no veo los autos que vienen y aquí no hay respeto por el peatón.

Estoy sano, mi corazón está perfectamente bien, no tengo presión alta, no tengo diabetes y mi colesterol está en niveles normales. Una de las razones de estar así es que el dulce no me atrae. Incluso el médico me recomendó que, como mi nivel de azúcar es bajo, debo tener siempre unos dulces en mi bolsillo, por si me siento débil alguna vez.

Tomo avena en el desayuno desde hace sesenta años, es lo mejor contra el colesterol. Esta costumbre la tengo desde que vivía en Chile, el pan era tan feo allá que tuve que buscar una alternativa para el desayuno, que fue la avena. La prefiero cruda, para aprovechar la fibra.

También tomo una aspirina al día desde hace sesenta años. Es un buen consejo, los médicos lo recomiendan. La aspirina adelgaza la sangre, entonces yo nunca tuve problema de embolias, coágulos, nada. Me la tomo en la mañana, así no me olvido.

Ojalá, con la gracia de Dios, viva hasta los cien años, o tal vez algunos más.

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Nota del editor: Esta historia se basa en varias entrevistas y revisiones con Hans Asper realizadas entre diciembre de 2018 y febrero de 2019. La redacción y edición son de Marcos Grisi Reyes Ortiz.

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Escrito por

Cada historia que escucho es como si fuera mi propia historia. Y en cierta forma, es la tuya también. Al leerlas, espero que lo sientas así.

19 comentarios en “Hans Asper: desde los Alpes suizos a Bolivia

  1. que linda vida! todo un ejemplo, su hija Ivette es mi amiga, entonces puedo decir de tal palo…..

  2. Qué hermosa historia! Como otras muchas, sí, pero especial por el amor a la vida, al trabajo, a la familia,
    en suma, es una historia de AMOR! que es el motor que nos impulsa a todo.

  3. Otro relato sabrosisimo. Lo disfrute no sólo por la calidad del protagonista, sino también por la agilidad del relato, simple y directo. Es una nueva hoja de vida que se suma a las que ya he tenido el gusto de leer.

  4. Ud. Es un hombre de trabajo y supo cuidar la salud en joven.ahora cuidese y no ande solo por las calles. Seguro que cumple los cien años. Saludos.

  5. Querido Hans !
    Que vida tan llena de cambios, aventuras y aprendizajes.
    Doris tu compañera incondicional en tantos momentos difíciles y las chicas Ivette y Diana siempre pendientes de ustedes dos, dime que más se puede pedir en la vida ?
    Un abrazo para ti y Doris, chicas querida orgullosas de su papi …. SIEMPRE !
    Besitos a todos 🥂

  6. Que hermosa historia, llegar a esa edad con buena salud y una memoria increíble, yyhaber encontrado a su compañera se vida en la maravillosa La Paz!!, gracias por compartir sus vivencias!!!

  7. Me impresionó la vida del Sr. Asper. Felicidades a las personas que tuvieron la iniciativa de redactarla.

  8. Que bella historia de vida…!! Me encanto y mientras leia pensaba en lo bonito q hubiera sido tener una historia asi de mis abuelos Libaneses…Majlf Nahim…

  9. Muy buen relato. Pasajes muy diversos de lugares, ocupaciones, situaciones economicas y politicas que afectan a los ciudadanos en gral. Quiero felicitar al autor pir su perseverancia e inteligencia para manejar su vida y finalmente felicitrlo por llegar a la edad que tiene mostyrando calidad de vida

  10. Que buena historia y es un privilegio contar con su presencia en nuestro país. Dios le otorgue muchos años más de vida.

  11. HERMOSA HISTORIA…FELICIDADES..TENGO DOS PERSONAS QUE DEBE HABER CONOCIDO….UN ABRAZO.

  12. Impresionante nos quedamos muy fríos al saber de mucho tiempo de Uds habla el yerno de Luis Lazarte Lazo gracias

  13. Vivo cerca del Señor Ásper o mejor como les gusta a los españoles de “don” Hans. Interesante y emocionante biografía de un hombre que trabajó desde muy joven en diferentes empresas y actividades. Tuve la oportunidad de conocerlo en Mutual La Paz. Que Dios le conceda vida y salud por muchos años más. Atte. Carlos Claure.

  14. Que buena historia y además se quedo en nuestro país que viva mas de cien años el señor Asper

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