Carolina Vaca: experiencias en el año de internado de Medicina

Tiempo de lectura: 20 minutos

Esta historia relata las experiencias que he vivido como médico recién egresado de la facultad. Servirá para que los estudiantes de Medicina puedan entender el ambiente, las presiones y las responsabilidades de la profesión. No es fácil.

PRIMEROS CONTACTOS CON PACIENTES

Iniciaré esta narración desde el segundo año de estudios, cuando empecé a tener contacto con pacientes. Nunca olvidaré la primera vez que me tocó enfrentarme cara a cara con uno de ellos. Ese día, en un hospital público de la ciudad, llegué con mis compañeros de curso, todos bien uniformados con nuestras batitas blancas recién compradas.

La tarea que nos encomendaron fue hablar con los pacientes que ya estaban internados, para obtener su historial médico directamente de ellos, siguiendo un protocolo preestablecido.

Mi primera paciente fue una señora que tenía neumonía. Entré a la pieza y la miré. No sabía qué decir, cómo empezar. Hice la pregunta más tonta que puede haber: “Buenos días, ¿cómo se siente?”. Me respondió secamente: “¡Mal, por eso estoy aquí!”. Al comienzo hice todo en forma desordenada: lo último primero, lo del medio después, volvía a la pregunta inicial… era un desastre.

Con la práctica poco a poco fui agarrando ritmo, hasta que las preguntas las hacía, con los siguientes pacientes, cada vez en forma más estructurada. Fue duro pero interesante. Ahí te das cuenta de que hay todavía mucho que estudiar.

A partir del tercer año las visitas a los pacientes eran cada vez más frecuentes y en áreas tan diversas como Traumatología, Ginecología o Nefrología. Me encontré con situaciones donde un paciente hacía preguntas que no podía responder porque no tenía los conocimientos. Además, hay pacientes que son atendidos por diferentes médicos al mismo tiempo, así que si visitas a uno en el área de Cardiología, puede ser que te pregunte sobre sus riñones. Le debes decir que pregunte a su nefrólogo.

Por otro lado, hay algunos temas que sí los sabes, pero no los puedes informar porque solo el médico está autorizado a hacerlo. Me acuerdo de una señora que tenía una aneurisma cerebral y que la iban a operar. Una aneurisma es una arteria en el cerebro con una pared débil que puede romperse y producir una hemorragia interna, con riesgo de muerte. Esa señora me preguntó: “¿Es muy complicada la operación?”. No podía decirle que esté tranquila, que todo va a salir bien; pero tampoco le podía decir que era muy riesgoso porque yo no estaba a cargo de la intervención y, por lo tanto, de dar esa información

Los médicos oímos muchas historias, algunas difíciles de creer. Me acuerdo de una señora que, haciéndole su historia, le pregunté: “¿Usted tiene hijos?” “Sí”, me respondió. “¿Cuántos?”. “Uh, míos tengo cuatro, pero he criado nueve. El último tiene once años, me lo regaló mi hermana. Ella no lo quería y yo le dije que lo iba a criar. Entonces fuimos a un pueblo y lo hicimos registrar como si fuera mío, así que es mío”.

AÑO DE PRÁCTICAS

Terminé mis estudios en cinco años y después hice un año de prácticas. Ese año se dividió en dos partes: tres meses de provincia y nueve meses en un hospital de la ciudad. El primer trabajo que realicé en los meses de provincia fue en un programa del Servicio Departamental de Salud (SEDES), referido a la promoción de la salud. Íbamos a mercados a hablar con la gente sobre la transmisión de enfermedades tropicales y la rabia, así como hacíamos campañas para tomar la presión arterial.

Tuvimos una experiencia interesante haciendo una charla de educación sexual en un colegio. Nos dirigimos a un grupo de chicos y chicas, desde primero hasta sexto de secundaria. Para romper el hielo, les indiqué que si no querían hacer alguna pregunta en forma verbal, la podían escribir en un papel, en forma anónima, para que la respondamos. No lo hicieron así, simplemente levantaban la mano y preguntaban de todo, cosas que nunca se me hubiera ocurrido que preguntaran de manera tan directa.

Me acuerdo de que, cuando tenía esa edad, también tuvimos una charla de educación sexual en mi colegio. Para comenzar, separaron chicos de chicas y aun así nos daba mucha vergüenza preguntar. Pero aquí los tiempos y las actitudes habían cambiado. De todas maneras, el director nos pidió especificar que la charla era parte del programa del SEDES, para no tener problemas con los papás, porque algunos de ellos eran muy conservadores.

GINECOLOGÍA

Después de hacer los tres meses de provincia ingresé a uno de los hospitales públicos de la ciudad para empezar las prácticas médicas en las áreas de Ginecología, Medicina Interna, Cirugía y Pediatría.

Antes de entrar a Ginecología, ya había tenido una experiencia asistiendo a un parto en una posta sanitaria. Recuerdo que estábamos parados tres de mis compañeros y yo detrás del doctor mientras la mamá pujaba a la vez que daba gritos. Primero salió la cabecita del bebé, que lucía aplastada y fruncida. A la siguiente contracción salió todo el cuerpo. El doctor sostuvo al bebé, introdujo una pipeta a la naricita para absorberle el líquido amniótico y en ese momento se llenó de color y empezó a llorar.

La mamá pasó de gritar de dolor a un estado muy especial, algo difícil de describir. Cuando el doctor puso al bebé sobre el vientre de la mamá, la mujer lo miró y suspiró apenas, diciendo “mi bebé”, entre lágrimas. Nosotros atrás, hechos los machitos pero con los ojos llorosos. Es un momento que no voy a olvidar nunca.

Volviendo a la práctica de Ginecología en el hospital, fue la que más me gustó. Las pacientes en general presentan un buen estado de salud, van a hacerse sus controles y están con ese ánimo e ilusión de dar a luz a un bebé. Alguna vez ingresan casos complicados como mujeres con quistes o tumores, o en las que hay que realizar extracciones de útero o trompa, pero por lo general son pacientes que no tienen enfermedades.

Aproximadamente un mes después de empezar me tocó, por casualidad, ser yo la protagonista en un parto. Estaba en la sala de dilatación, donde están las mujeres en trabajo de parto con contracciones, antes de pasar a la sala. Estaba atendiendo a una señora haciéndole el monitoreo fetal. Ella a su vez conversaba con otra señora que caminaba con su suero esperando su turno, tranquila. El doctor estaba afuera atendiendo una emergencia.

De repente, sin previo aviso, mi paciente se apoyó en la camilla y empezó a decir: “¡Ay, ay!, ¡Quiero pujar, quiero pujar!”. La enfermera y yo la ayudamos a recostarse, le sacamos la ropa interior, la señora abrió las piernas y vimos que la cabecita del bebé estaba empezando a salir. Fue todo muy rápido, no nos dio tiempo de llamar al doctor, nos tocó atender la emergencia a las dos solas. Yo recibí al bebé, mientras la licen hacía el clampeo del cordón umbilical y recibía la placenta. A gritos pedíamos que alguien llame al doctor. Cuando él llegó, nosotras ya estábamos con el bebé en brazos.

CASOS TRISTES

Recuerdo que una vez estábamos en el auditorio y escuchamos unos gritos infernales un piso abajo, en la parte de Ginecología. Es normal porque hay mujeres en trabajo de parto. Pero después un compañero nos contó qué pasó. Él estaba en la sala de dilatación cuando llegó una chica jovencita que tenía 20 semanas de embarazo. Se había tomado ocho pastillas abortivas y llegó en trabajo de parto, porque esas pastillas generan contracciones.

Todos nos quedamos horrorizados, no nos explicábamos qué había pasado por su mente. Una compañera después pudo hablar con ella. Le contó que no sabía que estaba embarazada, no le había prestado suficiente atención a que no le venía su período. Cuando se enteró no tenía idea de cuánto tiempo tenía de gestación. El bebé nació con 550 gramos de peso, fue llevado a la incubadora inmediatamente, pero falleció a la semana y media.

También he visto el caso de una chica de mi edad en ese entonces, que llegó con un fuerte sangrado por aborto provocado por pastillas. Tuve la oportunidad de conversar con ella y de que me cuente las circunstancias que la llevaron a tomar esa decisión. Ahí entendí que nunca vamos a realmente comprender ciertas situaciones a menos que las vivamos directamente.

Algo que aprendes en la práctica de medicina es que no es nuestro deber juzgar lo que hicieron o no hicieron las personas que atendemos. Nuestro deber primordial es velar por la salud del paciente. Las razones por las que suceden las cosas pasan a segundo plano, lo más importante es proteger la vida.

MEDICINA INTERNA

Después de los tres meses en Ginecología pasé a Medicina Interna.  Me asignaron cinco camas en un piso para hacer seguimiento al estado de salud de los pacientes que las ocupaban. Entre mis deberes se encontraba estar pendiente de los estudios que les hacían, tomarles signos vitales en la mañana y en la tarde, además de dar un informe al consejo médico sobre la evolución del estado de cada paciente.

De las cinco camas asignadas, tres estaban ocupadas por pacientes en tratamiento por mucho tiempo. En las otras dos camas se internaron varios pacientes que rotaron con cierta frecuencia. En las tres camas se encontraban la señora María Teresita, una señora ya mayor de setenta y tres años; el Sr. Ernesto, de cincuenta y ocho años; y don Máximo, de cincuenta y tres años. Cada uno de ellos estaba en un cuarto separado.

A la primera que entré a visitar fue a doña Teresita. “Buen día, le voy a tomar los signos vitales”, le dije. Le agarré la muñeca para medir la frecuencia cardíaca. Esperaba el “tun tun” normal, pero lo que escuché fue una serie rápida y desordenada de latidos de su corazón. Había tenido una arritmia terrible, me preguntaba cómo ese corazón podía seguir funcionando así. El efecto de una arritmia severa es mala irrigación, donde se arriesga formar coágulos que pueden desplazarse y bloquear el flujo sanguíneo. La Sra. Teresita tenía insuficiencia cardíaca congestiva.

El segundo paciente, don Ernesto, ya había estado internado antes, fue dado de alta y después ingresado nuevamente. Cuando llegué, estaba en el mes y medio de su segunda internación. Tenía una historia clínica gigantesca, en la cual se detallaba, entre otros, el progreso de un absceso (infección) en la pierna, con una bacteria muy agresiva. La infección ya se había extendido e hizo una sepsis general, se infectaron los pulmones, fue una cosa tras otra. Lo tenían sedado. Le cambiaron tratamientos con otros antibióticos, pero no mejoraba.

Por su parte, Don Máximo había entrado con un cuadro de neumonía que se complicó, sus pulmones se llenaron de líquido. Era un paciente muy malhumorado y quejón. En las mañanas cuando entraba a verlo, lo saludaba muy amablemente: “Buen día, don Máximo, ¿cómo está, cómo amaneció?”. Me respondía así: “¡Mal pues, cómo voy a amanecer si no pude dormir! ¡No me puedo sentar, me duele aquí, me atoro! ¿Cuándo me voy a ir de aquí? El doctor me dijo…”, y así, me daba todas sus quejas una tras otra. No había cómo hacerle entender que no había nada que hacer al respecto, que se estaba haciendo lo que se podía. Pero así era él, se quejaba de todo.

A medida que iba pasando el tiempo en el hospital, fui entendiendo y aceptando que debía ser más tolerante y comprensiva con esos pacientes que llevaban mucho tiempo internados y que se sentían fatigados de estar ahí. Parte del trabajo del médico es ser más paciente que sus pacientes.

LA PRIMERA PERSONA QUE VI MORIR

Trabajando en el área de Medicina Interna fue cuando vi por primera vez morir a una persona. Estaba en piso cuando salió un familiar de la Unidad de Cuidados Intermedios indicando que su papá no podía respirar. Entré con la licenciada y vimos, efectivamente, que el señor tenía dificultades para respirar. Le pusimos una mascarilla con oxígeno. La licenciada salió a llamar al médico, dejándome sola en la habitación.

Le dije al paciente, quien todavía estaba consciente: “Tranquilo, señor, cálmese, respire por la nariz, que ya le hemos puesto oxígeno, bote por la boca, tranquilícese”. Me miró, sonrió y repentinamente se agarró el pecho y se lanzó para atrás, con un gesto de dolor.

El monitor indicaba que ya no tenía latidos en el corazón, así que empecé a hacer masajes cardíacos por unos cinco minutos hasta que el doctor llegó. Luego se intentó reanimar al paciente por otros cuarenta y cinco minutos, con más masajes cardíacos, con intubación y medicamentos, pero ya era tarde, había fallecido.

Ese momento fue muy duro porque marcó la primera vez que estuve presente en el momento cuando se informa a un familiar que un paciente murió. Para mí fue un trabajo contener las lágrimas en ese momento. Debes mantenerte en una posición profesional, no puedes sentarte a llorar con los familiares de tu paciente.

DON ERNESTO

Un sábado en la mañana, cuando llegué al hospital, me enteré de que un paciente que había atendido antes y dado de alta, había sido internado de emergencia en terapia intensiva la noche anterior, tras un paro cardíaco. Se trataba de don Ernesto. Afuera estaban los familiares, a quienes ya conocía, muy afligidos.

Entré a terapia intensiva a informarme sobre cuál era su condición. Salí muy triste de allí porque vi la gravedad de la situación. A la media hora fueron a avisarme que había entrado en paro de nuevo. Fui corriendo para ayudar a reanimarlo, pero fue en vano, lo perdimos. Salí de terapia sin intentar siquiera ver a sus familiares. No pude acercarme para darles mis condolencias. Fue feo.

PRESENTACIONES SEMANALES

Uno de los aspectos más difíciles para mí en el área de Medicina Interna era hacer las presentaciones a la junta médica. Estas se llevaban a cabo cada miércoles en la misma habitación del paciente. Estaban presentes la directora del hospital, seis médicos, tres licenciados (enfermeros) y siete compañeros, además del mismo paciente.

En la presentación tenía que indicar quién era el paciente (nombre, edad, datos generales), describir el cuadro clínico que presentaba y el tratamiento en curso. A veces no faltaba el paciente que te corregía en medio de la visita. Los doctores hacían preguntas de varios tipos: ¿Hay alguna causa para que presente esta patología? ¿Por qué crees que se le realizó ese estudio? ¿Cuál debería ser el siguiente paso si se le encuentra tal cosa? ¿En caso de insuficiencia renal, qué otro análisis se le podría hacer?

Me estresaba muchísimo en las exposiciones porque tengo un problema, y es que no sé resumir. Podía haber visto la historia clínica del paciente y deducir qué se hizo, pero quería tener información de primera mano. Me sentaba con el paciente y le preguntaba todo lo que le habían hecho. En la presentación tenía esa información, pero no sabía cómo ordenarla. Me trababa y no salían las ideas.

Era un desastre, sentía que no lo estaba haciendo bien. Cada vez que tocaba visita sufría. Parecía que mientras más me esforzaba por hacerlo bien, peor me iba. Además, los tres pacientes estables que estaban bajo mi cargo tenían cuadros muy complicados: don Ernesto que ya llevaba ahí siglos, doña Teresita que tenía fallas en todos lados y Don Máximo que en vez de mejorar iba empeorando. El historial de esas personas lo sabían todos los doctores mucho mejor que yo.

CIRUGÍA

Terminando los dos meses de práctica en Medicina Interna pasé a Cirugía. La experiencia me gustó, fue más tranquilo. El quirófano es interesante. En las operaciones ves la anatomía y la estructura de las personas en vivo, muy diferente a los cadáveres formolizados que veíamos en el anfiteatro de la facultad.

Inicialmente solo entraba al quirófano para presenciar el procedimiento. Después me dieron la tarea de hacer de segundo ayudante y, con un poco más de práctica, pude hacer de primer ayudante. Lo interesante es que te puedes encontrar con pacientes que atendiste en Ginecología y que después intervienes en quirófano, así que ves la parte clínica y después la parte quirúrgica.

Las curaciones es lo menos atractivo de la cirugía, pero me gustaba. Me parecía interesante ver el proceso de curación, el cómo iba cicatrizando y cerrando la herida. Especialmente si yo había entrado a la cirugía, era como parte del seguimiento. También te da mucha práctica en el tema de trabajo manual y manejo del material, en cuanto a la utilización de las pinzas y la manipulación de las gasas.

PEDIATRÍA

Para cerrar mi práctica de un año —que ya tenía a esa altura diez meses de avance—, pasé los últimos dos en pediatría. Mis recuerdos de esta área tienen que ver con el sufrimiento de los niños. A una persona mayor le puedes hacer entender que está hospitalizada, que está enferma, que la estás pinchando y molestando porque la estás curando. Pero un niño no sabe qué hace ahí, no sabe porqué le están haciendo estas cosas.

Es extraño, no tengo recuerdos de casos específicos en Pediatría, tal vez porque no me gustaba mucho. Cuando veía a los bebés me preguntaba cómo una criatura puede ser tan pequeñita, tan delicada. Me tocó ver fallecer un bebé en el área de Neonatología. El bebé entró en paro cardíaco. Se le hizo masajes en el pecho con los dedos, haciendo compresiones fuertes para alcanzar el corazón. A veces se rompen costillas con la reanimación.

Los niños en general se curaban rápido. Llegaban un día mal y a los dos días mejoraban, ya estaban inquietos, con ganas de irse a casa. No vi nada muy impactante en Pediatría, tal vez en un hospital más grande sí se hubiesen presentado más casos o patologías más complicadas, pero nosotros no vimos.

Internado de medicina

AGOTAMIENTO Y EMOCIONES

En todas las prácticas hacíamos turnos de treinta horas seguidas, empezando a las seis de la mañana y terminando a mediodía del día siguiente. En esos turnos a veces no duermes nada. Es terrible. Tratas de descansar lo más posible en los pocos momentos desocupados, tal vez unos quince minutos apoyando la cabeza donde puedas. Se pasan noches en Emergencia trabajando sin interrupción: los pacientes llegan uno después de otro y a todos hay que atender con la máxima concentración para no equivocarte. Esas noches son realmente interminables.

El personal médico de planta (médicos y enfermeras de profesión) hace esos turnos de forma rutinaria. Es un trabajo muy sacrificado.

A ese cansancio físico le debes añadir el agotamiento de emociones por todo lo que ves en el día: pacientes enfermos, familiares preocupados, colegas cansados… Cualquier cosa que alegre al personal médico es importante para levantar el ánimo. Doña Teresita me alegraba en las mañanas cuando entraba a hacerle sus controles. Me miraba y me decía con mucho cariño, sonriendo: “Buen día, mi doctorcita, cómo está mi niña linda”. Me daba fuerzas para después ver a don Máximo que se quejaba y a don Ernesto que no mejoraba.

No importa qué es lo que sientas o hayas vivido en tu turno, algo que definitivamente tienes que cuidar es no quebrarte frente al paciente. Debes contener tus emociones para poder desempeñarte con el mejor nivel profesional posible. Si te ven preocupada, llorando o triste, puedes incluso afectar la recuperación del paciente porque no estás dando señales claras sobre el desarrollo de la enfermedad o el tratamiento.

DEPRESIONES

Soy una persona bastante sensible. Absorbo mucho las emociones que me rodean. El trabajo en el hospital era literalmente como una montaña rusa. Había momentos de felicidad increíblemente placenteros cuando un paciente recuperado te demostraba su afecto y agradecimiento, y al mismo tiempo bajadas tan duras como ver la muerte.

Esta dinámica te genera mucha inestabilidad en general, estás subiendo y bajando de golpe todo el tiempo. Agregado a esto hay pocas horas de sueño, mala alimentación y estrés.

Lo peor de todo es que no tienes pausa, no puedes respirar un rato. En el tiempo que tenía para almorzar o para descanso me encerraba en alguna pieza, porque lo que quería era bajar un rato de la montaña rusa y aislarme un poco de todo. También necesitaba descanso de estar con mis compañeros y escuchar el estrés que habían tenido ellos en el día. Todos estábamos en la misma.

En el hospital donde trabajaba había un cuarto para internos hombres y otro para internos mujeres. El cuarto constaba de solo dos camas de una plaza, pero éramos un montón de personas que entrábamos al mismo tiempo. Las camas eran para descansar solo quince minutos o media hora. En algunas ocasiones especiales, con buena suerte, teníamos tres horas para dormir durante alguno de los turnos largos. A veces dormíamos dos, tres o cuatro personas en una cama de una plaza. Algunas traían colchonetas de yoga y dormían dos en una colchoneta en el piso. A veces no almorzábamos porque usábamos esa media hora de pausa para dormir.

Internado de medicina

APOYO ENTRE COLEGAS

Entre nosotros había mucha comprensión, tolerancia y apoyo, porque sabíamos por lo que estábamos pasando, nos encontrábamos en el mismo barco. También había discusiones, porque en algún momento le tocaba a uno o a dos encontrarse en un “mal día” y gruñirse el uno al otro. Pero como dicen: “lo que pasa en la cancha se queda en la cancha”, entonces las cosas malas se olvidaban.

Compartíamos regularmente información sobre los mismos pacientes. Así fue con don Ernesto, por ejemplo: una amiga y colega vino a avisarme que él había entrado en paro cardíaco, lo hizo como si yo fuera familiar del señor. Era como una gran familia.

Las amistades que se forman en el ambiente de hospital son muy sólidas porque compartes momentos de gran intensidad con los colegas. Nos hemos visto llorando, gritando, renegando, agotados, con depresión por las cosas que ves. Cuando terminaba mi turno, lo único que quería hacer era ir a un lugar donde poder acostarme y olvidar.

EN CONCLUSIÓN…

Ese año de internado fue muy intenso, cargado de emociones, sentimientos y aprendizajes. Recién ahí es cuando terminas de entender lo que significa ser médico y te das cuenta de adónde te metiste. De verdad que es una profesión que exige mucho de uno mismo.

PARA RECORDAR, EL DÍA DE MI GRADUACIÓN

Foto de graduación 2

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Nota del editor

Esta historia se basa en entrevistas y posteriores revisiones con Carolina Vaca realizadas en junio de 2019 y junio de 2020.

La redacción y edición son de Marcos Grisi Reyes Ortiz.

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Escrito por

Cada historia que escucho es como si fuera mi propia historia. Y en cierta forma, es la tuya también. Al leerlas, espero que lo sientas así.

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