Familia Mansilla Ibáñez : doscientos años de historia en Santa Cruz

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La protagonista de esta historia es Manuela Ibáñez Velasco, conocida cariñosamente como Mamamía (1868 – 1961). Sus hijos: Pastora, Asunta, Miguel y Clara fueron progenitores de las familias Landívar, Escalante, Mansilla Saucedo y Reyes Ortiz.

Este relato se basa en recuerdos de tres nietos de Mamamía: María Elba Landivar (hija de Pastora), y Anita y Fernando Reyes Ortiz (hijos de Clara). Aportaron también varios bisnietos, entre ellos Osvaldo, Nelson y Cecilia Escalante Saldaña, Rosa María e Isabel Fortún Landívar, Alicia Schenstrom Mansilla, Chunty Escalante Rojo, Marta Justiniano Landivar, Álvaro Fernández de Córdova Landívar, Alberto Vásquez Escalante, Moña Aponte Escalante y Marcos Grisi Reyes Ortiz. 

Una nota adicional: el apodo “Mamamía” llegó a Manuela recién a los setenta años, razón por la cual los nombres Manuela o Mamamía se usan indistintamente en la historia, dependiendo del momento que se relata.

Si algún lector quiere hacer un aporte para enriquecer la historia, especialmente con datos de las familias Ibáñez, Velasco, Mansilla o Antelo, por favor escriba aquí

 

EL PRIMER IBÁÑEZ DE LA FAMILIA EN SANTA CRUZ 

La historia de la familia de Manuela se inició con el arribo a Santa Cruz del teniente coronel español Joaquín Ibáñez, un oficial al servicio de la Corona, a inicios del siglo XIX. Los tiempos que le tocaron vivir fueron difíciles, ya que coincidieron con la ola libertadora que arrasó a todo el continente americano. A él le tocó, en su condición de militar, defender los intereses de la Corona, como se relatará más adelante.

En estas llanuras tropicales conoció a Doña Manuela Bernardina Velasco i Lozano, nacida en Santa Cruz en 1773, de padres o abuelos españoles. Contrajeron nupcias e iniciaron una familia, de la cual nacieron ocho hijos: Justo Pastor, Joaquín, Mercedes, Juana, Dorotea, Juna Ignacia, Francisco Bartolomé y Joaquina. 

 

LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA

Para entender el contexto en el que se mueve esta primera parte del relato, debemos hacer un repaso a algunos hechos históricos. El primer Grito Libertario en Hispanoamérica se realizó en la ciudad de Chuquisaca, hoy Sucre, el 25 de mayo de 1809. De ahí en adelante se llevaron a cabo una seguidilla de actos similares en otras latitudes del continente. El movimiento independista en el Virreinato del Río de la Plata, del cual la Intendencia de Santa Cruz formaba parte, se inició en Buenos Aires, con la llamada Revolución de Mayo de 1810.

A medida que pasaban los meses y años, el movimiento de liberación de las que se llamarían después Provincias Unidas del Río de la Plata (hoy Argentina), fue ganando cada vez más cuerpo. Se formaron tropas de combate para luchar contra fuerzas coloniales asentadas en el Virreinato. El Ejército del Norte, bajo las órdenes del general Belgrano, llegó a tomar las ciudades de Potosí y Sucre, aunque luego fue repelido por fuerzas realistas y tuvo que reagruparse en Salta.

Un contingente de soldados, liderado por el coronel Ignacio Warnes, siguió sin embargo instrucciones de Belgrano en 1813 para tomar la ciudad de Santa Cruz de la Sierra. Las fuerzas realistas que la resguardaban, entre las que se encontraba Joaquín Ibáñez, tuvieron que replegarse a las provincias del sur. Así transcurrieron tres años, en los que Warnes pudo mantener la plaza contra el empuje de fuerzas coloniales españolas.

En 1814 sucedió un hecho que involucró personalmente a Manuela Velasco. En mayo de 1814, el coronel realista José Blanco había sobrepasado a la pequeña guardia apostada en la ciudad, aprovechando que Warnes estaba por la Angostura preparando una campaña militar. En esa ocasión, el coronel exigió a los habitantes el pago de 6000 pesos o, caso contrario, iba a incendiar y destruir las casas. Manuela entregó a los invasores la suma exigida de su propio dinero, a cambio de que no cometan ningún acto vandálico. Unos días después, Blanco y Warnes se enfrentaron en la batalla de La Florida, en la cual el primero murió y el segundo volvió victorioso a Santa Cruz.  

Sin embargo, la presión realista para recuperar todos los territorios en esta zona llegó a un punto tal que tuvo que realizarse una batalla decisiva. El oficial a cargo de la contraofensiva del ejército colonial español fue el coronel Francisco Aguilera, quien ya había tenído éxito derrotando a Manuel Ascencio Padilla en el pueblo de El Villar (hoy departamento de Cochabamba), en septiembre de 1816. En noviembre de ese año, se produjo la Batalla de El Pari en las afueras de la ciudad, en la cual fuerzas realistas y republicanas se enfrentaron con gran pérdida de vidas humanas, incluida la de Ignacio Warnes. El lugar preciso de la batalla se encuentra en lo que ahora es la intersección de la Avenida Grigotá y el segundo anillo de circunvalación.

La batalla de El Pari dejó a ambos bandos diezmados. Los realistas fueron los vencedores, ya que las fuerzas patriotas no pudieron reorganizarse debido a la pérdida de su líder. La ciudad quedó sin defensa y Aguilera pudo retomar la plaza. Es muy posible que Joaquín Ibáñez haya también participado en la ofensiva realista. Aguilera era ahíjado de Manuela, y no sorprendería que ella haya dado otra vez dinero para que los soldados realistas no cometan desmanes.    

Esos tiempos han debido ser de mucha incertidumbre para los españoles y descendientes de estos ante una nueva realidad: el fin de la era colonial en las Américas. Algunos abrazaron fervientemente la causa independista, mientras que otros lucharon contra ella. En la misma pareja Ibáñez Velasco han debido suceder discusiones a favor y en contra. En esa familia, solo el padre era español de origen, mientras que Manuela y sus hijos nacieron en las tierras coloniales. 

Para cerrar este capítulo, mencionamos lo que sucedió con el coronel Aguilera. Después de haber ejercido por nueve años como gobernador intendente de Santa Cruz, de 1816 a 1825, tuvo que retirarse de la ciudad porque se negó a aceptar a la nueva república. Después de la Declaración de Independencia de Bolivia, continuó su lucha mediante guerrillas hasta que fue derrotado y muerto en 1828, en Vallegrande.  

 

LOS DESCENDIENTES

Veamos ahora qué sucedió con los ocho hijos de Joaquín Ibañez y Manuela Velasco:

  • Justo Pastor se convirtió en sacerdote.
  • Joaquín se casó con Rosenda Velasco del Rivero
  • Mercedes se casó con José Miguel de Velasco, quien fue presidente de Bolivia en cuatro ocasiones.
  • Juana se casó con Pedro Arias.
  • Dorotea se casó con Antonio Vicente Seoane.
  • Juna Ignacia se casó con Antonio Gómez.
  • Fráncisco Bartolomé se casó con Leocadia Silva. Francisco fue prefecto del departamento de Santa Cruz en varias ocasiones y fue padre de Andrés Ibáñez, quien lideró el Movimiento Igualitario y la Revolución Federal de Santa Cruz.
  • Joaquina murió soltera.

Fruto del matrimonio de Joaquín Ibáñez Velasco (el segundo de la lista anterior) con Rosenda Velasco del Rivero, se produjo el nacimiento de cuatro hijos, quienes forman parte de este relato: Rosendita, Joaquín, Justo Pastor y Manuela Ibáñez Velasco.

 

LA PROTAGONISTA DE LA HISTORIA Y SUS HERMANOS

La protagonista de esta historia es la hija menor de este matrimonio. Su nombre completo es Manuela Ibáñez Velasco Velasco del Rivero. Ella fue bautizada con el mismo nombre de su abuela.

Repasemos lo que pasó con sus hermanos mayores, de acuerdo a las memorias de María Elba (nieta de Manuela).

La primera, Rosendita (llamada como su madre), no se casó ni tuvo hijos. No hay más información sobre ella. 

Joaquin, el segundo (llamado como su padre y su abuelo), tiene una historia particular. Se dice que, cuando era joven, le cayó un rayo en una de las estancias de la familia al otro lado del río Piraí, lo cual produjo la pérdida de sus facultades mentales. María Elba lo recuerda como un hombre alto, rubio o pelirrojo (la mamá de Manuela era pelirroja), con peinado hacia atrás y de apariencia saludable. Él deambulaba por la casa con la mirada extraviada, vestido solo con una camisa blanca larga, a modo de bata. Era atendido por las antiguas criadas de la familia. 

Justo Pastor, el tercero (llamado como su tío, el sacerdote), es recordado como un señor bastante mayor y completamente sordo. María Elba no sabe si nació con esa condición o se quedó así con los años. Vivía muy aislado en la casa, tenía un cuarto grande solo para él. Era atendido por Pancha, una de las criadas de la casa, hasta que murió de viejo.

Ninguno de los hermanos de Manuela tuvo la capacidad intelectual para manejar los bienes de la familia; es por ello que, a pesar de ser la menor, ella tuvo que hacerse cargo de administrarlos. De la misma manera, al no dejar sus hermanos ningún descendiente, la herencia de todas las propiedades y dinero recayó en su persona.  

 

MATRIMONIO CON MIGUEL MANSILLA

Manuela se casó con Miguel Mansilla Rojas (nacido en 1865). No se sabe el año del matrimonio. Tuvieron los siguientes hijos: 

Recién casados, la pareja se alojó en una casa sobre la calle 24 de Septiembre, a media cuadra de la plaza principal. Es muy posible que se trate de la casa de la familia Schweitzer, la cual tenía un negocio de importación de artículos alemanes. Allí nacieron Pastora y Asunta.  

Llama mucho la atención que Manuela tuvo a Pastora recién a los 29 años. En esa época las mujeres se casaban y tenían hijos mucho más temprano. Aparentemente hubo una hija antes de Pastora llamada Merceditas, quien murió de niña. María Elba recuerda que su abuela la mencionaba con mucha pena. 

Cuando su esposo partió al Beni, como se contará en el siguiente capítulo, Manuela se fue a vivir a la casa de sus padres, sobre la calle Junín. 

 

MIGUEL MANSILLA 

Miguel Mansilla Rojas fue el hijo mayor de su padre. Sus hermanos menores tenían el apellido materno diferente: Mansilla Gutiérrez. Era copropietario de una hacienda en San Joaquín, situada cerca de la frontera con el Brasil, a pocos kilómetros del río Iténez, en el departamento del Beni. No sabemos si esta propiedad fue comprada como una inversión o si fue parte de una herencia. Un viaje desde Santa Cruz hasta este lugar tomaba aproximadamente una semana a lomo de caballo, atravesando selvas y ríos.

Alrededor de 1900, a la edad de 35 años, Miguel tuvo que ausentarse de Santa Cruz para poder trabajar la propiedad. A finales del siglo XIX y principios del XX, había una permanente invasión de brasileros a ese lado del territorio nacional. Recordemos que la guerra contra Brasil por la tenencia del Acre se desató entre 1899 y 1903. La presencia del estado boliviano en esos rincones del país era prácticamente nula, así que los hacendados tenían que valerse por sí mismos para defender sus propiedades de los invasores.

Ya sea por los peligros de la guerra, por las incomodidades del viaje con niños pequeños, o porque simplemente no quiso, Manuela decidió quedarse en Santa Cruz y no acompañar a su esposo hasta ese rincón del país. Ese fue el inicio de la separación de la pareja. Antes de que Miguel se ausentara completamente de Santa Cruz, Manuela quedó nuevamente embarazada, esta vez dando a luz en 1900 a un varón que fue llamado como su padre.  

Miguel Mansilla Rojas se convirtió en prefecto del departamento del Beni en 1902, en plena guerra del Acre. Durante el conflicto, la amenaza de que su propia estancia podía ser avasallada por el enemigo era real. Eso puede explicar, aunque no justificar, sus largas ausencias del quehacer de su familia en Santa Cruz. La tradición de la familia cuenta que cada vez él venía a Santa Cruz, embarazaba a Manuela para volverse a ir. No fue tanto así, porque solo nació una hija, Clara, en 1910. 

 

SEPARACIÓN

Una de las razones por la que Manuela decidió no acompañar a su esposo al Beni fue porque ella no podía abandonar a sus padres y hermanos, ya que era la única con la capacidad para manejar los bienes de la famila. A la muerte de sus padres, también le tocó ser la guardiana y cuidadora de sus hermanos mayores, que no podían valerse por sí mismos. 

Con los años, la separación física se convirtió prácticamente en un divorcio sin papeles. María Elba recuerda que su abuela siempre estaba brava (enojada) con Miguel, ya que él nunca escribía cartas ni tampoco enviaba dinero para mantener a sus hijos. Sin embargo, había otro motivo más: la diferencia de personalidades. Manuela tenía un carácter muy fuerte, desordenada en sus hábitos personales y gastadora. Miguel, por otro lado, era un hombre pulcro en su vestimenta, ordenado, abstemio y medido en sus gastos. 

En aproximadamente los treinta años que estuvo Miguel Mansilla Rojas en el Beni, procreó a varios hijos fuera del matrimonio. No se sabe cuántos ni sus nombres. María Elba recuerda que a veces se presentaban hijos de Miguel en la casa de su abuela diciendo que eran medio hermanos de su mamá. Incluso cuando vivía en Cochabamba, María Elba recibió la visita de una señora que se presentó como una supuesta tía. Este es un asunto sobre el cual no hay muchos datos.

Algo que sí se sabe, por lo que María Elba recuerda, es que había un Guillermo Mansilla, hijo mayor de su abuelo Miguel (que parece que ya existía antes de que él se casara con Manuela), que vivió muchos años en la casa de los Ibáñez Velasco. No hay mayor información al respecto.

 

LOS NIÑOS CRECEN

Algunas fotos sobrevivieron de la crianza de los niños Mansilla Ibáñez:

Pastora y Asunta en su primera comunión
Pastora y Asunta en su primera comunión (aproximadamente 1910).

En una de las raras visitas de Miguel, se tomó esta foto familiar, alrededor de 1917. Es la única en la que aparecen los cuatro hermanos.  

 

PASTORA

Pastora fue la primera hija en casarse. El matrimonio se llevó a cabo el 1° de junio de 1919, el mismo día del cumpleaños del novio, Luis Landívar Ribera (1894-1964). 

Luis Landivar y Pastora Mansilla el día de su compromiso
Pastora Mansilla y Luis Landívar, el día de su boda.

En esa época no había muchas opciones de trabajo para los hombres en la pequeña ciudad de Santa Cruz. Es así que la pareja decidió viajar al campo para trabajar en una hacienda llamada La Peña, ubicada en Lagunillas, perteneciente a los Ibáñez Velasco. Estuvieron allá dos años y después se trasladaron a otra hacienda llamada Guairuy, ubicada a 25 kilómetros de Camiri, en la provincia Cordillera, perteneciente a los padres de Luis.

En los diez años que vivieron en el campo nacieron seis niños. Uno de ellos, Luchito, falleció a los cinco años. Esta es la lista de todos los hijos Landívar Mansilla: 

La situación económica de la familia se tornaba apremiante. Las haciendas no rendían lo suficiente para mantener a tantos niños, por lo que decidieron volver a la ciudad para probar suerte. En Santa Cruz se alojaron inicialmente en una casa en alquiler perteneciente a un señor Correa y después fueron a vivir a una casa del tío Pastor, llamada “La Quinta”, ubicada en la actual esquina de las calles Santa Bárbara y Junín. Después de pasar una temporada ahí, toda la familia llegó a casa de Manuela, donde ocuparon varios cuartos.

María Elba recuerda:

Mis hermanos nacían con un año y tres meses de diferencia. Mamá siempre andaba petacuda, esperando al siguiente hijo, no la recuerdo de otra manera. Tuvo a Yoyita a los cuarenta años. 

En cuanto a las actividades a las que se dedicó mi papá, él estableció un negocio de transporte de mercadería. Tenía dos o tres camiones con los cuales llevaba azúcar de Santa Cruz a Camiri y volvía trayendo gasolina en turriles. Los caminos eran horribles. 

 

ASUNTA

Dos años después del matrimonio de Pastora, en 1921, Asunta se casó con Juan de la Cruz Escalante (1887 – 1960).

Asunta y Juan de la Cruz Escalante
Asunta Mansilla y Juan de la Cruz Escalante, el día de su boda.

María Elba recuerda que Asunta detestaba la vida campestre, pero la suerte quiso que se enamorara y se casara con un hombre de campo. Juan de la Cruz tenía a su cargo la hacienda El Salao, la cual pertenecía a su padre. Esta propiedad se encontraba a cincuenta kilómetros de Santa Cruz, al norte de Cotoca. Por los siguientes cuarenta años, hasta que Juan de la Cruz falleció, Asunta vivió allí.  

Varios de los niños Escalante nacieron en El Salao. A medida que crecían, sin embargo, fue necesario enviarlos a la ciudad para que reciban educación escolar. Todos ellos se alojaron en la casa de la abuela Manuela, quien para entonces era joven y perfectamente capaz de hacerse cargo de sus nietos. Además, según Osvaldito, “tenía al bollo de empleadas que la ayudaban, entre ellas Chochita, Chepa y Berta”.

Asunta y Juan de la Cruz tuvieron seis hijos:

Manuela era muy estricta en la crianza de sus nietos varones. Por otro lado, Pastora les deba el cariño maternal que una tía puede dar, especialmente a sus sobrinas. María Elba recuerda lo siguiente:

Cuando Adela y Mary se hicieron jovencitas, acudían a mi mamá para que les ayude con los trajes para sus fiestas, para las coronaciones y lo que había en esa época. Mamá era una persona divina, hacía milagros, nos vestía precioso con nada. Tía Asunta ha debido extrañar mucho estar cerca de sus hijas.

 

A MEDIADOS DE LOS AÑOS VEINTE

Visualicemos cómo era la vida en la casa de Manuela por el año 1925. En esa época, vivían con su madre los dos hijos menores, Miguel y Clara, mientras que las mayores estaban viviendo en el campo con sus respectivas familias. 

En 1925, la edad de los personajes en la familia era la siguiente:

Edades en 1925

En esa época todavía estaban vivos Justo Pastor (y su sordera) y Joaquín (y su locura). Ambos tenían sus propias habitaciones y casi no participaban en la vida de la casa. Manuela tenía piezas amplias que no compartía con nadie, ya que vivía como una persona divorciada sin pareja. El padre, Miguel Mansilla Rojas, casi nunca venía a Santa Cruz y, cuando lo hacía, no se alojaba en la casa de Manuela.

Es hora de ocuparnos de los dos hijos menores.

 

MIGUEL

Miguel, el único hijo varón de Manuela, tuvo la gran desventaja de no contar con una figura paterna sólida en su vida porque su padre estuvo ausente desde su nacimiento. Sus tíos maternos no eran de mucha ayuda.   

Según recuerda María Elba, el tío Miguel era inteligente, divertido, talentoso, carismático y con mucha creatividad. Debió ser muy inquieto e indisciplinado cuando era joven, razón por la cual, a instancias de Miguel papá, fue enviado a una escuela militar en Cochabamba para que aprenda lo que es responsabilidad y trabajo duro. 

Miguel no aguantó el régimen de la escuela y se quejó a su madre. Manuela, sobreprotectora con su hijo, le envió dinero para que vuelva a Santa Cruz y ya no sufra más. 

Llegó a trabajar en un periódico o radio, ya que tenía mucha facilidad de palabra. Los políticos lo buscaban para que escriba sus discursos, porque era muy ocurrente. Se dice que, además, tenía un talento inigualable para imitar a cualquier persona de la ciudad.

Hubo una oportunidad en que lo invitaron al teatro para que imite a varios personajes de ese entonces: al prefecto, al alcalde, a un sacerdote y a otras personas famosas en la ciudad. Uno de estos era un señor Terceros, que tenía una forma particular de caminar. Miguel hizo su entrada al teatro en media función por el pasillo, caminando y hablando como él; el público reconoció inmediatamente a quien estaba personificando y lo aplaudió. 

En 1926 inició un romance con Guillermina Saucedo Castedo, diez años menor que él. Guillermina era muy apreciada en la familia Ibáñez Velasco, ya que era una mujer guapa, agradable y de buen carácter. Se casaron el año 1927 en Palmarito, en la hacienda de la familia Saucedo. 

Miguel y Guillermina tuvieron una hija:

Mansilla - nacimiento y fallecimiento

Chela fue una de las nietas mimadas de Manuela, por ser la hija de su único hijo varón. Según María Elba, Chela era una mujer ocurrente y simpática, aparentemente heredó el mismo carácter de su padre.

Dos años después de casarse, Miguel y Guillermina se separaron. Miguel murió en 1946 a los cuarenta y seis años debido a complicaciones de salud. Guillermina falleció en 1992, no tuvo más hijos.

 

CLARA

Clara, la ´´ultima hija de Manuela, nació cuando su madre tenía cuarenta y dos años. Fue muy apegada a su hermana Pastora, quien era trece años mayor. Fue la que menos contacto tuvo con su padre, ya que éste rarísimas veces aparecía por la casa de su madre.

Repasemos la única foto de familia de los seis Mansilla Ibáñez. Como se puede apreciar, Miguel papá está prácticamente aislado del resto de la familia, incluso de su único hijo varón. Clara está sentada en el piso al lado de su hermana mayor Pastora, lejos de su padre. Algo más que notar en esta foto es que Manuela está vestida con su típico mantón, que lo llevaba puesto cada vez que salía de casa. 

 

En 1926 Clara se quedó prácticamente como hija única acompañando a su madre. Pastora y Asunta se encontraban en el campo criando hijos y su hermano, Miguel, acababa de casarse. El futuro que Clara veía venir para ella era el mismo de sus hermanas: vivir en el campo y criar hijos. 

Una de sus amigas era Alicia Gutiérrez Jiménez, quien vivía al frente sobre la calle Junín. Ambas eran casi de la misma edad (Clara de 1910, Alicia de 1909).

La siguiente foto fue tomada justo en esa época. Se puede apreciar la gran diferencia de edad que había entre Clara y su madre.

Mamamía Clara y nietos

En esa situación, Clara conoció a un joven abogado, Abel Reyes Ortiz Antelo, de padre paceño y madre cruceña, con quien empezó un romance. Posiblemente ella vio en él una oportunidad para tener una vida diferente a la de sus hermanas. La mamá de Abel, Julia Antelo Mercado, tenía una hermana, Candelaria, casada con Gerardo Velasco, y otra hermana casada con un señor Seleme (padres de los Seleme Antelo).

El matrimonio de Clara y Abel se realizó en Santa Cruz en 1927. Clara tenía diecisiete años cumplidos.

Clara Mansilla de novia
Clara Mansilla de novia.
Clara y Abel Reyes Ortiz
Clara Mansilla Ibáñez y Abel Reyes Ortiz Antelo, recién casados.

La pareja se trasladó a un altillo sobre la misma calle Junín, diagonal a la casa de Manuela. Abel trabajó en el periódico La Semana por dos años, y después viajó con Clara a la ciudad de Oruro para ocupar un empleo en su condición de abogado. En esa ciudad nació el primer hijo de la pareja, Abelito Reyes Ortiz Mansilla.

Clara y Abel tuvieron tres hijos:

Reyes Ortiz - nacimiento y fallecimiento

La vida de Clara se desarrolló generalmente en La Paz. Abel se involucró en la política, llegando a ser vicepresidente de la Convención Nacional entre 1944 y 1946. También fue el abogado general de la Bolivian Railway Co. en la década de los cincuenta.

 

LA CASONA SILENCIOSA

Desde 1927 hasta 1929 la casona de los Ibáñez Velasco tuvo un período de relativo silencio. Los cuatro hijos de Manuela se habían casado y vivían con sus respectivas familias. Solo quedaron allí Justo Pastor, Joaquín y Manuela, además de las criadas que vivían en el segundo patio.

Este es un buen momento para describir cómo era la casa de los Ibáñez Velasco. El terreno era de 1600 metros cuadrados, ubicado en la calle Junín entre las calles Libertad y 21 de Mayo, a media cuadra de la plaza principal. El acceso se realizaba desde un portón grande que nunca se cerraba. El muro posterior del segundo patio colindaba con el mercado de La Recova.

El segundo patio se lo conocía como “la pesebrera” ya que, en la época cuando no había movilidades, los caballos y bueyes descansaban ahí y comían heno de los pesebres. En este espacio también descansaban algunos de los peones de las haciendas. 

Gracias a la colaboración de Álvaro Fernández de Córdoba Landívar, arquitecto, hijo de María Elba, pudimos reconstruir digitalmente los planos de la casa. Para ello, acudimos a la memoria de varios miembros de la familia que vivieron en el inmueble.

Este es el plano a finales de los años veinte:

 

Estas son las vistas reconstruidas del primer patio:

 

Hasta donde hemos podido reconstruir la historia, la casa tuvo cuatro diferentes distribuciones de habitaciones:

  1. A finales del siglo XIX y principios del XX, los padres de Manuela, Joaquín Ibáñez y Rosenda Velasco, vivían en el lado derecho del primer patio mientras que sus hijos Rosendita, Justo Pastor, Joaquín y Manuela ocupaban las habitaciones del lado izquierdo. 
  2. A la muerte de los padres de Manuela, las habitaciones del lado derecho quedaron libres, hasta que poco a poco fueron ocupadas por los hijos de Manuela: Pastora, Asunta, Miguel y Clara
  3. Por el año 1927, cuando los cuatro hijos de Manuela ya no vivían en casa, las habitaciones del lado derecho quedaron nuevamente libres. Cada vez que algunos de los hijos o sus familias venían de visita, utilizaban cualquiera de esos cuartos que estaban vacíos.
  4. A partir de 1929, la familia Landívar ocupó completamente el lado derecho del primer patio y en el lado izquierdo se mantuvieron los cuartos de Manuela, Pastor y Joaquín. Además, se habilitaron nuevas habitaciones para los niños Escalante. 
  5. La sala de estar original a la entrada de la casa se convirtió en una habitación para recibir visitas. Ahí llegaba Clara con su familia en sus vacaciones o Asunta cuando venía del campo. También fue la habitación de Mary Escalante.   

A la izquierda del segundo patio se encontraba el comedor, un depósito y varias piezas para la gente de servicio. A la derecha se encontraba un motor de luz, que alimentaba con energía eléctrica al cine América, que después se convirtió en el Gran Cine Grigotá (actual Paraninfo Universitario). 

Moña recuerda que las paredes eran de adobe y había un altillo encima de la sala, donde se guardaban muebles. Todos los cuartos tenían ventanas hacia el patio con balaustre. En el patio había tinajas para recoger el agua de la lluvia y, en el segundo patio, donde estaba el aljibe, había varias macetas con jazmines.  

 

1929: CASA LLENA

La casa volvió a llenarse en 1929. Pastora y su familia, después de haber vivido en Lagunillas y en el Chaco por diez años, volvieron a la ciudad. Para entonces ya habían nacido seis niños, de los cuales uno de ellos (Luchito) había fallecido. Nini llegó a la casa de su abuela con dos años, mientras que Chuy acababa de nacer. 

Como de costumbre, Pastora se alojó en uno de los cuartos de la derecha y el resto de su familia en los otras habitaciones disponibles en el mismo lado. La casa era grande y había suficiente espacio para todos.

El mismo año también llegaron los primeros niños Escalante (Mario y Osvaldo) provenientes de la hacienda de El Salao. Ambos ya estaban en edad escolar y, como no había unidades escolares en esa zona, tuvieron que venir a la ciudad para alojarse donde su abuela y asistir a un colegio del barrio.

Para habilitar espacio a los niños Escalante, Manuela reacomodó las habitaciones del lado izquierdo de la casa. Tanto Pastor como Joaquín, que estaban vivos todavía, no se movieron de sus respectivos dormitorios.

Mamamía y varios nietos
Manuela con varios de sus nietos (foto de 1929).

Además de las familias Landívar y Escalante, se sumó también Miguel Mansilla, quien se había separado de Guillermina y se alojaba en un cuarto al lado del de su madre. 

 

LOS NIÑOS ESCALANTE

Los niños Escalante crecieron en la casa de su abuela, mientras sus padres vivían en el campo, de donde les enviaban todo lo que les hacía falta para su mantenimiento. Esa separación hacía que se sintieran solos.

Los niños Escalante

De izquierda a derecha: Mario, Osvaldo, Mary y Adela Escalante (foto de 1929)

Cuenta Osvaldito:

Papá me contó que extrañaban mucho a su madre y a su padre, pero también le tenían un cariño especial a Mamamía. Ella era la encargada de que estén bien vestidos y bañados, los crió como a sus hijos. Eso lo sé de tío Mario también, que alguna vez me contó de su niñez.

María Elba recuerda que en su familia, compuesta por once miembros, la plata estaba muy justa. El negocio de transporte en camiones de su papá apenas alcanzaba para mantener a tantos. Es por eso que los Landívar tenían un poco de envidia de los Escalante, por toda la comida que les llegaba de El Salao.

Relata María Elba:

Muchos años después, en una conversación casual que tuve con mi primo Osvaldo, me comentó que más bien ellos tenían envidia de los Landívar porque nosotros éramos felices ya que teníamos a papá y a mamá en casa. Él se sentía muy triste porque sus padres estaban lejos.

Osvaldo me contó sobre una poesía que se llamaba “Mamá, soy Paquito, no haré travesuras”. Se trata de un chico cuya mamá había muerto y que prometía a Dios que no iba a hacer travesuras para que su mamá vuelva. Él se sentía como Paquito.

 

DIVISIÓN DE LA CASA

La cantidad de gente que vivía en la casa resultó excesiva para su capacidad. Con el tiempo, llegaron a haber diez niños Landívar, seis Escalante, visitas que llegaban y una muchedumbre que vivía en el segundo patio. Osvaldito calcula que en algún momento llegaron a vivir quince personas o más en el patio de atrás, entre las criadas que trabajaban en la casa, además de sus hijos y hasta de sus nietos.

La administración del hogar era en sí caótica, porque así era la personalidad de Manuela. A ella no le importaban las reglas, lo cual ayudaba a que empiecen los conflictos.

Era tal el desorden que Luis Landívar propuso a su suegra poner una barda que separe el lado derecho del lado izquierdo, de esa manera la familia Landívar ganaría alguna independencia y control del espacio que ocupaban. Y así lo hizo. La barda dividió el primer patio en dos; el segundo patio no se dividió y quedó con la forma original. La gente que vivía en el segundo patio circulaba por la zona ocupada por los Escalante.

Este es el plano de cómo quedó la casa después de la división, con los nombres de quienes ocuparon los cuartos.  

 

 

Vista aérea de la casa con la división.

 

Vista de la división del lado Landívar
Vista de la división del lado Escalante

A continuación, se puede apreciar una filmación de la casa en 3D, nuevamente, gracias al excelente trabajo de Álvaro.

 

LA GUERRA DEL CHACO

En 1932 empezó la guerra contra el Paraguay, que duró hasta 1935. El reclutamiento era obligatorio para todos los hombres. Miguel Mansilla tenía entonces treinta y dos años, no hay datos si fue enlistado. Luis Landívar (de treinta y ocho) y Juan de la Cruz Escalante (de cuarenta y cinco) participaron en la contienda en diferentes roles. 

Abel Reyes Ortiz, de treinta años, esposo de Clara, participó en la guerra como soldado. Para ello, Clara se trasladó a la casa de su madre y se alojó allí con Abelito, que tenía solo dos años. Fue durante la contienda que nació Anita, en 1934, en la casa de su abuela. 

Anita cuenta que, en plena guerra, su padre no pudo contener su carácter y su vocación de abogado. En una ocasión, protestó vehementemente contra el trato que los oficiales daban a los soldados, por lo cual recibió fuertes reprimendas de sus superiores. 

 

EL VIEJO MANSILLA

Anita recuerda:

Para nosotros, el abuelo Mansilla prácticamente no existía. Mi abuela no permitía siquiera que se lo mencione, así de tajante era. De pronto él llegaba, se hacía sacar la fotografía de rigor, y eso era todo. Mi madre no tuvo ninguna relación con él.

Cuenta María Elba:

Cuando tenía nueve años, por 1934, estaba jugando en la calle con mis hermanos y primos cuando un vecino, del barrio, un señor Versellesi, quien acababa de llegar de viaje, nos contó que había conocido en el avión a un señor Mansilla que tal vez era nuestro abuelo. En ese entonces ya había aviones conectando las ciudades de Bolivia.

Corrimos a contarle a mamá. Justo cuando ella salía a la puerta, vimos que venía por la calle un señor mayor, guapo, vestido de blanco, elegante y con bastón. Todos nosotros corrimos a saludarle: “¡Abuelo, abuelo!” Tal vez era lo que menos esperaba. Mamá lo recibió con cariño, porque de sus hijos fue con quien más tuvo relación.

Avisamos a Mamamía quien, como nunca, se puso algo de maquillaje para recibirlo. Me acuerdo que conversaron largo rato. Después me enteré de que el abuelo planeaba volver a vivir en Santa Cruz para estar cerca de sus nietos. Para entonces, él tenía alrededor de setenta años y había vivido más de treinta en el Beni.

Su sueño de volver a Santa Cruz no pudo cumplirse. Se enfermó súbitamente y murió en su hacienda de San Joaquín. Como herencia, dejó varias cabezas de ganado, que había que traer a Santa Cruz. Papá fue hasta la hacienda a caballo y las trajo, llevándolas después a Guairuy, la hacienda en el Chaco. Lamentablemente las reses no se aclimataron al tipo de alimentación y murieron. 

 FAMILIA MANSILLA IBÁÑEZ. De izquierda a derecha, parados: Mario Escalante, Osvaldo E. Luis Landívar, Miguel Mansilla, Osman L. e Ito L. Segunda fila: César L, Jorge L, Asunta, Mary E, Chuy M, Pastora, Clara, y Abelito Reyes Ortiz. Tercera fila: Tatín L, Adela E, Yoya L, María Elba L, Negrito L, Roger E, Anita RO, Chita L y Alberto E. (foto de 1940).

SOBRE MANUELA

Este es un buen momento para describir con más detalle la situación y personalidad de Manuela. 

Antes que nada, es necesario recordar que ella resultó ser la única heredera de los bienes dejados por sus padres. Sus hermanos no tenían la capacidad mental para administrar los negocios y haciendas; además, tampoco tuvieron descendencia. Es así que Manuela era quien tenía la mayor autoridad en la casa, en términos de quien disponía el uso del dinero y tomaba las decisiones. Adicionalmente, aunque nunca hubo papeles firmados, estaba prácticamente divorciada de Miguel Mansilla, por lo que tampoco tenía un esposo quien podría oponerse a sus deseos. 

Manuela disponía de mucho dinero para gastar sin jamás ocuparse de producir nuevos ingresos. Fue así que, poco a poco, tuvo que vender todas las propiedades que heredó para pagar las cuentas por el mantenimiento de la familia. Era muy desordenada e impulsiva en sus gastos, además que tendía a ayudar a todo tipo de personas que no tenían recursos, entre ellos, algunos parientes cercanos. 

Por último, y no menos importante, financió sola la crianza de sus hijos debido al abandono de su padre. Muy probablemente, también ayudó a sus hijas ya casadas a solventar algunos gastos de sus hogares.

El apodo de Mamamía llegó recién a finales de los años cuarenta, cuando ella tenía setenta años. María Elba recuerda que quien le puso ese apodo fue Anita Reyes Ortiz, en ese entonces  una niña todavía. Tal vez Anita no podía pronunciar bien las palabras y alguna vez debió salir esa forma de llamar a su abuela. 

 

LA PERSONALIDAD DE MAMAMÍA

Tres descendientes de diferentes ramas familiares (Osvaldito Escalante, María Elba Landívar y Anita Reyes Ortiz) recuerdan cómo era Mamamía. 

Según Osvaldito:

Mamamía era tronada pero, por otro lado, era la más cuerda de los locos de su familia. Tenía una personalidad tremendamente fuerte. Si alguien quería faltarle el respeto, ella lo ponía en su sitio inmediatamente. Su fortaleza provenía tanto por el dinero que tenía como por el (supuesto) abolengo que decía tener. Provenía de esa línea de descendientes de españoles que no se mezclaban con la gente local”.  

Tenía una personalidad muy informal, tanto, que se la podría llamar una de las primeras hippies de Santa Cruz.  

María Elba recuerda a su abuela de esta manera:

Mamamía usaba falda larga, saco y mantón, sin el cual no salía a la calle. Tenía el pelo largo, blanco, peinado con una trencita como un moño. Nunca se lo tiñó. A veces se lo dejaba suelto, sin importarle cómo se veía. 

Hacía y vestía como le daba la gana. Tenía juanetes en los pies, así que andaba descalza. Una vez tía Nena (Clara) la llevó al cine. No tuvo reparo en sacarse los zapatos en plena función y llevarlos en la mano a la salida, gesticulando con ellos mientras hablaba con su hija. En otra oportunidad se sentó y luego se echó en el atrio de la catedral luego de una misa de medianoche, mientras la gente salía, simplemente porque “se sentía cansada”. No le importaba la sociedad. 

Ella decía: “qué tanto afán ese de tomar desayuno”. Su primera comida del día era un pedazo de carne (rapi o matambre), preparado por Chochita. Para el almuerzo se hacía hacer masaco y tomaba café, no le importaba el orden. Todos los días compraba cuñapés, empanadas o jugos de vendedores de la calle, en parte para ayudarlos y en parte porque le apetecía. 

Mamá decía que el abuelo Miguel era diferente, una persona ordenada,: tomaba desayuno y comía almuerzo con postre sin desviarse de los horarios. Mientras tanto, Mamamía hacía lo que le venía en gana y comía a cualquier hora. 

Los recuerdos de Anita abundan en nostalgia y alegría: 

Ella tenía una personalidad encantadora. Era muy protectora con sus nietos. Me acuerdo que cuando mis tías retaban a mis primas (Chita, Chuy, Adela), las chicas corrían a arroparse donde Mamamía para que las defienda. Mi madre, una vez que me riño, me advirtió: “¡Y no te vayas a arropar donde tu abuela porque te voy a sacar a patadas de ahí!”.

A pesar de que no había salido nunca de Santa Cruz, Mamamía tenía una inteligencia increíble. Se sentaba en la hamaca y esperaba a que sus nietos estén a su alrededor. Entonces ella miraba pasar las nubes y nos contaba una historia sobre lo que veía en el cielo. En Santa Cruz había mucho viento y las nubes pasaban y cambiaban de formas, como en las películas.

Ella daba nombre a las formas. Por ejemplo, nos decía que había un caballo que era el de Don Quijote que estaba pasando, y la siguiente nube era algo relacionado a la anterior. Sabía mucho de la cultura española porque se sentía muy de esa tierra, tal vez porque sus padres y abuelos no se mezclaron con la gente local. Sus historias tenían mucho de ese tinte hispano.

 

EL SALAO

El rol que tuvo la estáncia El Salao en la vida de los Mansilla Ibáñez fue importante, ya que servía de punto de encuentro de vacaciones. Juan de la Cruz y Asunta fueron anfitriones por muchos años de toda la familia.

María Elba recuerda:

En todas las vacaciones de colegio, los Landívar íbamos a El Salao. Nos encantaba ir, mientras que a los Escalante no les gustaba tanto. Mi prima Adela, por ejemplo, no viajaba al campo si no iba yo también.

Salíamos de Santa Cruz en la tardecita, en carretones tirados por bueyes y llegábamos a mediodía del día siguiente. El paso del carretón era lento, pero no paraba ni en la noche. A veces nos bajábamos y caminábamos un buen trecho, hasta que nos cansábamos y nos volvíamos a subir.

Chuy y Mary, que eran de la misma edad, se divertían mucho juntas. Mis hermanos y los primos Escalante también. Como éramos muchos, nos turnábamos para ir, así no llegaban demasiados niños a la hacienda al mismo tiempo. La pasábamos hermoso allá, montando a caballo y divirtiéndonos entre todos.  

El Salao era una estancia próspera. Contaba con diferente tipos de animales: vacas, caballos, puercos, ovejas, gallinas y patos, entre otros. Los productos agrículas que tenía, tales como maíz, plátano, yuca y camote, eran producidos para consumo propio y para enviar a la casa de la ciudad. También había una molienda de caña, una curtiembre y una carpintería.

La casa de la estancia era una construcción cuadrada que poseía seis habitaciones grandes, las cuales podían albergar hasta veinticinco personas. El patio central tenía un reloj de sol. El mobiliario del comedor se componía de una mesa larga en la cual, como era costumbre de la época, se sentaba sólamente la gente mayor; los niños tenían que comer en una mesa aparte. Más allá de la casa había un pequeño cementerio familiar, donde estaban enterrados los padres de Juan de la Cruz. 

Una característica de El Salao (cuyo nombre original era “El Buen Retiro”) fue que servía de pascana, o parada de descanso, para los viajeros que salían de la ciudad o llegaban a ella. Es así que, frecuentemente, se veían carretones estacionados en un gramadal al otro lado del camino, pero perteneciente a la estancia, para reabastecerse de agua de la noria o simplemente para pasar la noche. A veces la presencia de tantos viajeros incomodaban, ya que éstos venían con ganado o con mucho cargamento, el cual maltrataba los caminos.  

Juan de la Cruz también poseía dos estancias más en el Beni, llamadas Campos Neutrales y Adela. Las propiedades sufrieron los efectos de la Reforma Agraria de 1953, así como posteriores cambios que se suscitaron en el país.  

 

LA MAGIA DE SANTA CRUZ, PARA LA FAMILIA DE LA PAZ

Anita recuerda:

Los viajes a Santa Cruz eran mágicos. Empezaban cuando mamá, mi hermano Abel y yo nos subíamos al avión de hélice de Panagra, que hacía la ruta La Paz – Oruro – Cochabamba – Santa Cruz. Íbamos en las vacaciones de verano o de invierno, papá generalmente se quedaba en La Paz, trabajando. La época más temprana que recuerdo es de cuando tenía ocho o diez años, a principios de los cuarenta. Mi hermano menor, Fernando, no había nacido todavía.

Recuerdo a mi abuela y a mis tías Asunta y Pastora saludándonos desde la pequeña terminal del aeropuerto El Trompillo. Yo bajaba del avión y corría a saludarlas y abrazarlas. Mi mamá, por ser la menor, era muy adulada por sus hermanas y por mi abuela, así que nuestra llegada era todo un acontecimiento familiar.

Era hermoso entrar a esa casa tan grande, con olores tropicales, de puertas abiertas, sin timbres ni llaves. Se percibía un ambiente de libertad que no había en La Paz. Nos recibían con sandías recién cortadas, cuñapés y guineos.

Tan pronto como podía, me quitaba los zapatos y corría a treparme a los árboles del segundo patio. Para mí era como innato eso de andar descalza; en La Paz uno nunca se saca los zapatos. Entre los árboles que había en el segundo patio se encontraban un cupesí enorme, un tutumo, cerca de la cocina, y un árbol de bí.

Recuerdo que me subía al árbol de bí porque era alto y el tronco suave. Trepaba como mono hasta las ramas más altas. No sé de dónde me salió esa habilidad para subir, en La Paz no hay árboles así. Ya situada lo más arriba que podía, veía los techos de las casas y a los comerciantes del mercado La Recova detrás del muro posterior. También podía distinguir los árboles de la plaza principal, con la catedral al fondo.

En verano, cuando hacía calor, podía estar horas ahí arriba, disfrutando de la brisa fresca. Cantaba a voz en cuello los últimos boleros de moda. Me sentía libre.

 

SANTA CRUZ PRODUCE ALEGRÍA

Anita continúa:

Santa Cruz tiene un plus y es que la gente es feliz. La ciudad produce alegría, tiene alguna energía que proviene de la tierra que da felicidad. Yo he tenido la hermosa oportunidad de haberme criado en la formalidad de La Paz y sentir la alegría de vivir de Santa Cruz.

Una de las fuentes de gozo para mí, cuando llegaba a la casa de mi abuela, era ver ese montón de familia, todos tan queridos. Entre los primos que tenían mi edad estaban Chita, Tatín y Roger. Menores que nosotros eran Yoya y Negrito. Los mayores eran Abel, Jorge y Alberto Escalante. Con todos ellos me divertía.  

Mi madre era otra persona cuando iba a Santa Cruz. Nunca la sentí tan feliz y reírse tanto como cuando estaba rodeada de sus hermanas, sus amigas y sus sobrinos, charlando por horas sentada en su hamaca. 

El único momento triste que recuerdo era cuando teníamos que volver a La Paz y nuestra abuela se despedía de nosotros: “¿Cuándo los voy a volver a ver? ¡Están muy lejos!” nos decía, entre lágrimas. Y, sí, estábamos lejos. Pero siempre volvíamos, hasta que empezamos a hacer nuestras propias familias. 

 

1946: VELADAS ARTÍSTICAS

La convivencia de tantos muchachos jóvenes en la misma casa generaba un ambiente festivo y de juegos. Anita recuerda que, en las vacaciones de fin de año, organizaban veladas artísticas en el lado de los Escalante; los mismos primos cobraban entradas y hacían los actos de teatro o baile. Abelito, que era muy ocurrente y creativo, era el director de escenografía.

Repasemos la edad que tenían los nietos de Mamamía en 1946:  

Edades en 1946

 

1947: CLARA RETORNA A SANTA CRUZ

En este año, la familia de Clara y Abel Reyes Ortiz pasó por un momento económico difícil. Sucede que Abel, por su actividad política, resultó elegido vicepresidente de la Convención Nacional por la gestión 1944-1948 representando al Partido Socialista Independiente, el cual apoyaba la gestión de Villarroel. En julio de 1946 sucedieron los trágicos eventos que terminaron con el colgamiento del presidente de uno de los faroles de la Plaza Murillo. Estos acontecimientos precipitaron el llamamiento a elecciones y, en marzo de 1947, tomó posesión un nuevo parlamento y un nuevo presidente.

Con el nuevo gobierno, Abel se quedó sin trabajo y con dificultades para conseguir contratos como abogado. Ante esta situación, se sintió obligado a enviar a Santa Cruz a su esposa Clara y a sus hijos Abelito (de 17 años) y Anita (de 13) hasta que la situación mejore. 

Fue en esas circunstancias que nació el último de los nietos, Fernando Reyes Ortiz Mansilla, el 26 de julio de 1949, en la casa de su abuela.  

La estadía de los Reyes Ortiz en Santa Cruz duró dos años. A finales de 1949, Abel obtuvo un trabajo como abogado general de la Bolivian Railway Co., con sede en La Paz. 

 

LOS ANIMALES EN LA CASA 

Anita recuerda algunas cosas curiosas que ocurrían en esa casa. Por ejemplo, había un mono que le llamaban Mónico (posiblemente un capuchino), que vivía en alguno de los árboles del segundo patio. Se paseaba libremente por los techos y a veces bajaba hasta el suelo. 

Este mono era muy travieso. Afuera de la sala se encontraba una hielera donde se guardaba la leche. Alguna vez pasaba que, cuando Clara abría la tapa de la hielera para sacar algo, sin ninguna advertencia, Mónico se acercaba y metía su mano para sacar la nata de uno de los jarrones. Obviamente esa leche después había que botarla. 

También había una perra feísima que se llamaba Ridícula y una enorme telaraña que no la retiraban porque servía para deshacerse de todos los mosquitos que se acercaban a ella.

 

LA VECINDAD

En los recuerdos de María Elba:

Casi al frente nuestro vivía un señor de apellido Catera, de origen italiano, que vendía sombreros. Era el abuelo de Tita Herrera, amiga nuestra de barrio. Al lado nuestro hasta la esquina vivía la familia Vasquez, donde también había un montón de hijas mujeres; éramos amiguísimas. A la vuelta. sobre la 21 de mayo, vivían los Gutiérrez Gil atendiendo su farmacia. Más allá estaba la familia Ortiz.

Pasando la calle 21 de Mayo, sobre la calle Junín, estaban los Terceros Banzer y los Gómez Landívar, cuya mamá era de apellido Antelo. Al frente de ellas vivían, casi sobre la esquina de la calle España, las dos hermanas Saavedra. En su casa criaban a un montón de pensionistas de los colegios de mujeres, que se hicieron nuestras amigas. También por ahí vivía la señora Lijerón. Toda era gente conocida.

En las noches nos reuníamos con los amigos y las amigas en la puerta de mi casa, a veces encima del camión de mi papá y a veces sobre la acera. Era hermosa esa época, estábamos los Escalante, nosotros los Landívar y muchos vecinos de nuestra edad. Las calles eran de tierra y arena. Vivíamos tranquilos, sin los apuros que hay en estos tiempos.

 

LAS CRIADAS

Mamamía tenía varias criadas, algunas que vinieron de la época de sus padres y otras que ella misma acogió. Entre ellas se encuentran Rosa (Chochita), Pancha, Mercedes, Berta, María, Teresa, Ana y Clemente. 

Chochita y Berta (foto de 1978).

María Elba recuerda que la más antigua de ellas era una viejita que había ayudado a criar a su abuela Manuela cuando ésta era niña. Esta criada contaba que, en las épocas doradas de la familia, solía sacar la platería al sol para sacarle brillo. Otra, Pancha, fue la niñera del viejo Pastor; incluso siendo él mayor, lo regañaba igual, como si fuera un niño todavía.

Quien atendía a los chicos Escalante era Chochita, a quien recuerdan con mucho cariño. A ella le daban el dinero para las compras. Su cuarto era el primero a la izquierda del segundo patio. Chochita tenía una hija (que falleció) y una nieta. Berta, por otro lado, fue ayudante de Clara y niñera de Abel y Anita. Berta tenía siete hijos viviendo con ella (Poly, Tita, Gringa, Rolo, Rosa María, Guillermo y Fernando; Carina nació después). María tenía cuatro hijos. También había nietos.

Todos ellos vivían en el segundo patio, a pesar que solo tres o cuatro trabajan en la casa. Circulaban a la calle por el lado de los Escalante ya que, gracias a la barda que levantó Luis Landívar, no podían pasar al lado derecho de la casa.  

 

LA ENERGÍA ELÉCTRICA Y EL HOMBRE DEL MOTOR

Hay una historia muy particular con la luz eléctrica de la casa. Resulta que en la década de los cincuenta, Santa Cruz no contaba todavía con una red de distribución eléctrica estable, como tenían otras ciudades de Bolivia. La luz que llegaba a los domicilios era muy debil.

La casa de Mamamía, sin embargo, tenía una enorme ventaja: en el segundo patio se encontraba el motor de luz que servía al cine Gran Grigota (ex Cine América), que se encontraba al otro lado de la calle. Parte de los beneficios de tener ese motor era que la energía eléctrica que este generaba no solo llegaba al cine, sino que también se distribuía dentro de la casa. Los domingos, cuando había funciones de matinée, tanda y noche, por ejemplo, había electricidad casi todo el día. Ahí aprovechaban esas horas para planchar ropa con plancha eléctrica y no a carbón. 

¿Quién encendía y apagaba el motor de luz? El encargado de esa actividad era un empleado del cine, quien entraba por el portón con frecuencia a hacer su trabajo. Todos lo conocían. Pues resulta que algunas veces el hombre entraba al segundo patio tarde de noche para apagar el motor después de la última función… y no salía sino hasta la mañana del día siguiente. Alguien lo acogía. Decían que algunos niños que nacieron allí eran suyos.  

 

LA COCINA

Anita recuerda que la cocina de la casa que servía a la familia Escalante quedaba al fondo del segundo patio, al aire libre pero con techo. Los Reyes Ortiz comían regularmente en ese lado de la casa. La comida que preparaba Chochita era rica; igual recuerdo tiene Fernando.

Por ser de La Paz, había algunas palabras que Anita no entendía:

Me acuerdo que Osvaldo decía “¡Chochi, te olvidaste el jacuú!”. En Santa Cruz no acompañaban el almuerzo con pan sino con jacuú, que es una mezcla de yuca y plátano.  Yo no sabía a qué se refería, pero tampoco iba a preguntar porque iban a decir: “¡Qué es esta colla que no sabe lo que es el jacuú!”.

Uno de los recuerdos curiosos que tiene Anita es cómo se utilizaba un utensilio llamado tacho. Éste era una especie de recipiente en forma de botella con un agarrador de alambre, que se colgaba encima de la cocina a leña. Lo utilizaban para hervir agua. 

 

LA PARENTELA, SEGÚN FERNANDO

Estos son los recuerdos de Fernando, de la época de cuando era un niño de diez años, proveniente de La Paz:

Todos mis primos eran mayores, tanto que podía ser el hijo de alguno de ellos. Por eso que me llevaba bien con mis sobrinos Osvaldito (hijo de Osvaldo), el Negro Vasquez (hijo de Adela) y Mayito (hijo de Mario), quienes eran casi de mi edad.

Fueron precisamente ellos quienes me salvaron de que me pegaran en la plaza principal. Sucede que en una de mis vacaciones de invierno, en 1958, me encontré con un clima hostil en la ciudad. Era la época justo después de los acontecimientos de Terebinto y la invasión de los campesinos ucureños, que había ocurrido unos meses antes.

Resulta que un grupo de muchachos se enteró de que yo era de La Paz y empezaron a perseguirme, en plena plaza, lanzándome piedras y diciendo: “¡Colla! ¡Ucureño!”. Llegué a la casa de mi abuela corriendo y conté a mamá lo que estaba sucediendo. Ella llamó a Osvaldito y compañía para que salgan a ver qué pasaba. Así pude volver a la plaza, con mis parientes como guardaespaldas. Desde ese momento ya no me molestaron más.

De esa época recuerdo a Mamamía como una anciana, siempre echada en su hamaca frente a su cuarto, controlando a los que entraban a la casa. Ella sabía quiénes de los Escalante entraban o salían, al igual que la gente del segundo patio. De los Landivar no podía saber mucho porque estaban al otro lado de la barda.

Mamamía vestía siempre de negro y llevaba el pelo blanco, a veces suelto. Era muy amable con nosotros, pero me daba un poco de miedo porque tenía una sonrisa desdentada. Para mí era una figura muy extraña. Entre ella y yo había ochenta años de diferencia. 

 

LOS BAÑOS 

Los Reyes Ortiz venían de La Paz, una ciudad que en esa época estaba mucho más equipada y avanzada que Santa Cruz. Fernando recuerda, por ejemplo, que en La Paz ya usaban refrigeradores, mientras que en Santa Cruz todavía no había el flujo eléctrico constante para hacerlos funcionar. 

En las palabras de Fernando: 

Me acuerdo de que, cuando mamá quería ducharse, me hacía trabajar. Yo debía llenar con agua un turril grande que se encontraba encima del techo del baño de los Landívar. Este tenía unos hoyos en la base, tapados con una pieza plana de madera y un cordón para jalar desde el borde. Cuando terminaba de llenarlo, balde por balde, llamaba a mamá. Ella entraba al baño y, cuando estaba lista, me decía que jale el cordón. La tabla se levantaba y así ella podía ducharse.

Los escusados para hacer las necesidades se situaban al fondo del segundo patio. En esa época no había alcantarillado en Santa Cruz, así que utilizaban pozos ciegos. El olor era fuertísimo, sin iluminación en la noche y con alimañas circulando por ahí. Como niño, me parecía aterrorizante. Varias casas en la ciudad han debido tener las mismas condiciones.

 

COSTUMBRES DE LA ÉPOCA

Varios miembros de la familia recuerdan las costumbres profundamente católicas que tenía Mamamía. Ella iba todos los días a las seis de la mañana a la misa de gallo en la Catedral a rezar el rosario. Una de las chicas de la casa llevaba su reclinatorio y lo traía de vuelta después. Seguramente se encontraba con las señoritas Saavedra, quienes vivían sobre la calle Junín y también se hacían llevar sus reclinatorios a la iglesia. 

Moña recuerda que su abuela Asunta le contó que, cuando ella y Pastora era niñas, Mamamía las obligaba a vestir de negro por el luto de alguien que había fallecido. Como siempre había alguien que se moría (sea un familiar o no), terminaban vistiendo de negro casi todo el año. Eso significaba que tampoco las dejaban salir a la calle a jugar.

En ese entonces los hombres tenían más prioridad que las mujeres en la educación escolar. Tanto es así que ninguna de las tres hijas de Mamamía cursó más allá de tercero de primaria; era suficiente que sepan leer y escribir. Asunta alguna vez comentó que una profesora venía a la casa a darles lecciones, pero no más de eso.  

 

EL CUARTO DE MIGUEL

Como fue relatado antes, Miguel Mansilla (hijo) murió en 1946, a los 46 años. Su cuarto quedaba al lado del de Mamamía, quien ha debido sufrir mucho con el fallecimiento de su único hijo hombre. 

Pues bien, mientras Mamamía estaba viva, no permitió que nadie más ocupara esa habitación. Lo llenó de imágenes religiosas: cuadros de santos, crucifijos, estatuas de yeso y elementos de esa naturaleza. Moña recuerda que su bisabuela se ocupaba siempre de dar misa para su hijo el 19 de cada mes, día en el que él falleció.

En sus últimos años, también según Moña, Mamamía se encerraba en el cuarto de Miguel y hablaba a alguien. Aparentemente, conversaba con él. 

 

POR LOS NOVENTA AÑOS 

Mamamía, al igual que su hermano Pastor, quedó casi completamente sorda. A sus noventa años estaba lúcida, pero ausente de lo que sucedía alrededor. Para tener una conversación con ella había que hablar muy fuerte, lo cual hacía que todos en la casa se enteren de lo que se decía. 

Curiosamente, solo había una persona que podía hablarle en un tono normal. Se trataba de doña Angelita, una solterona de escasos recursos que era mantenida por Mamamía. El timbre de voz de doña Angelita era audible para ella, así que no tenía que levantar la voz para hacerse escuchar. Otra de las visitas que frecuentaba la casa era el de la somira (la que vendía somó, una bebida típica de Santa Cruz). Esta señora entraba libremente para saludarla y vender algo de su producto. 

Anita recuerda cómo su abuela poco a poco empezó a perder la atención de las cosas:

Una vez le dejaron a uno de sus nietos, que era bebé, para que lo cuide. Cuando regresaron los padres le preguntaron cómo le había ido cuidándolo. Ella respondió, un poco sorprendida por la pregunta: “Decite voj que no sé dónde puse al muchacho”.

Cuenta María Elba:

A medida que se hacía más viejita, mamá y tía Asunta la atendían. Quienes más cuidaban de ella eran las criadas. Empezó a sufrir de demencia senil, a perder cosas sin acordarse dónde las ponía. A veces acusaba a alguien de la misma familia de haber robado sus joyas, creando situaciones bastante incómodas. Después encontraba en su cuarto lo que supuestamente había sido robado, pero ella nunca pedía disculpas por la acusación.

A finales de sus ochenta años, Mamamía sufrió una caída, que quebró uno de los huesos de su pierna. En esa época no había prótesis, así que solo se curaban huesos rotos con yeso. Ella no pudo aguantar el suplicio de tener un yeso duro en el calor de Santa Cruz, así que hizo que se lo sacaran. No tuvo la recuperación debida, gracias a lo cual una pierna quedó más corta que la otra. Caminó coja por el resto de sus días. 

 

LA LEYENDA DE LA LLORONA

Cuenta Osvaldito:

La casa de la calle Junín era famosa en el barrio porque ahí se podía escuchar a la Llorona. Era el llanto de pena de una mujer, como cuando se muere un hijo. No es cuento ni leyenda, es real, yo mismo la escuché. 

Lo que contaré ha debido suceder a principios de los años sesenta. Toda mi familia, los Escalante Saldaña, vivimos en la casa de Mamamía hasta que la casa se vendió. Ese día yo estaba en uno de los cuartos recuperándome de un resfriado. De repente, oímos un griterío: mi hermana Beatriz saltó, mi madre también. Había algo que sucedía en el patio de atrás.

Fuimos todos allá y oímos, muy nítidamente, el llanto amargo de una mujer, no podíamos decir de dónde. 

Osvaldito continúa:

Cuando Mamamía era una anciana, ya no tenía dientes y hacía a propósito una cara fruncida que parecía la de un demonio. Yo, sabiendo que era Mamamía, mi bisabuela amada, quien me estaba haciendo esos gestos, me asustaba igual.  

Una vez, en la época del MNR, entró un miliciano a la casa, revólver en mano, gritando que estaba buscando comida para que le den. Entonces ella salió de su dormitorio, con esa cara descompuesta y sus cabellos blancos largos y sueltos. Le gritó, con una voz ronca: “¿¡Qué es lo que querés, ladrón de mierda!?” El tipo se espantó, se dio la vuelta y corrió hacia la calle, con tan mala suerte que se golpeó fuerte contra el portón. Se recuperó y salió afuera trastabillando, gritando: “¡Adentro hay una bruja! ¡Adentro hay una bruja!”

 

FANTASMAS EN LA CASONA

Chunty Escalante recuerda que su abuela Asunta le advertía que nunca llore en la casa, porque sino iba a llamar a «la enzapatada». Asunta se refería al sonido de pasos de zapato de mujer que se escuchaban en algún lugar de la casona, como los pasos de un fantasma. También hay la versión que eran los pasos de un hombre mayor con un bastón, al que llamaban «el enzapatau». 

Entre los duendes que rondaban la casa también se encontraba «el silbaco». Era alguien o algo que silbaba en medio de la noche, cuando no había nadie caminando en la casa y el portón estaba cerrado. Se oía el silbido en algún lugar entre el primer y el segundo patio.  

 

EL CANTO DEL PÁJARO

Relata Osvaldito:

En sus últimos días, ya casi moribunda y sin moverse de su cama, Mamamía era atendida por dos médicos: un doctor Molina Ibáñez, que era su pariente, y otro más, cuyo nombre no recuerdo. Una tarde, Berta contó que había oído el silbato de un pájaro; era un sonido extraño que no lo había escuchado antes, tenía como un cierto eco. Chochita se alarmó y le preguntó cuándo había oído ese silbato. “En la mañana”, le contestó.

Chochita tenía una hija que había muerto no hacía mucho. Ella nos contó que el día en que su hija falleció también escuchó el canto de un pájaro, tal como el que Berta acábaba de describir. “La señora morirá hoy”, sentenció.

Y así fue. Mamamía murió en su habitación a las seis de la tarde de ese día. Tenía novente y siete años. En el momento que falleció, estaban presentes el Dr. Molina y el obispo de la ciudad.

 

HERENCIA

A la muerte de Mamamía, solo quedó el inmueble de la calle Junín como el único bien repartible entre sus herederos. Las tres hermanas y Chela Mansilla, representando a Miguel, dividieron la casa en dos terrenos iguales. Uno de los terrenos se registró a nombre de Asunta y Pastora, mientras que el otro terreno fue anotado a nombre de Clara y Chela. Hicieron esa división para que cada parte vendiera cuando quisiera.

Con el dinero de la venta de este inmueble, Asunta se compró una casa sobre la calle Junín entre las calles España y Santa Bárbara; Pastora se compró otra por la plazuela Colón en la Suarez de Figueroa (donde María Elba después hizo su tienda “El Espino Blanco”); Clara y Chela se llevaron el dinero a La Paz, ya que residían allá.

Quienes fueron las más afectadas con la muerte de Mamamía fueron todas las personas que vivían en el segundo patio, ya que dependían completamente de ella. Para entonces, sin embargo, Mamamía había regalado una casa a Chochita en la calle Charcas cerca al primer anillo, para que vaya a vivir con su nieta y con Berta y sus hijos. Esta casa fue registrada legalmente a nombre de Chochita. 

 

ALGUNOS COMENTARIOS ADICIONALES

En palabras de Anita:

Si esta historia se hubiera escrito hace diez años, habría habido más fuentes de información. Varios de mis primos estaban vivos entonces, entre ellos, Chuy, Jorge, Chita, Mary, Roger y Chela. Ahora, en 2021, solo estamos María Elba y yo, que nos acordamos mucho de la casa, y mi hermano Fernando, quien era un niño todavía cuando Mamamía estaba viva. 

En este relato se ve cuán importantes son las abuelas. Gracias a ellas, las familias de sus hijos se unen bajo un mismo manto: hermanos, primos, yernos, nueras, cuñados, bisnietos… todos comparten no solo un espacio común, sino un cariño que envuelve a todos por igual.

 

LOS NIETOS

A continuación están las fotos de las familias que hicieron Pastora, Asunta, Miguel y Clara. Los veinte nietos de Mamamía se encuentran aquí:

Luis Pastora y los nueve hijos
La familia Landívar. De izquierda a derecha, primera fila: Chuy, Osman, Pastora, Jorge (atrás), Luis, Nini e Ito. Segunda fila: Chita, Yoya, Negrito, María Elba y Tatín (foto de 1963). El padre, Luis Landívar, fallecería un año después, en 1964.

 

Familia Escalante
La familia Escalante. De izquierda a derecha, parados: Roger, Mario, Juan de la Cruz, Osvaldo y Alberto. Sentadas: Mary, Asunta y Adela (foto de 1943). El padre, Juan de la Cruz, fallecería en 1960.

 

 

Matrimonio de Anita
La familia Reyes Ortiz, en ocasión del matrimonio de Anita. De izquierda a derecha: Pilar Rodríguez de Robles Maradona (esposa de Abelito), Abel Reyes Ortiz, Anita, Mario Grisi, Clara Mansilla y Abelito Reyes Ortiz. A sus pies está Fernando Reyes Ortiz, entonces de seis años (foto del 23 de abril de 1955).

 

POR LOS SIGUIENTES TREINTA AÑOS…

Contar la vida de cada una de las hijas de Mamamía se hace muy largo y excede el alcance de esta historia. Nos limitaremos a adjuntar algunas fotos que ilustran de alguna forma el rumbo que tomaron las familias de los Mansilla Ibáñez.  

Pastora con hijos - mejor foto
Pastora con sus nueve hijos. De izquierda a derecha, parados: Nini, Chuy, María Elba, Yoya, Pastora y Osman. Hincados: Jorge, Chita, Tatín e Ito (foto de 1973).
Pastora con sus hijos y nietos (foto de 1973).

Pastora, Maria Elba y Asunta

Pastora, María Elba Landívar y Asunta (foto de 1987).

Abel y Clara en el bar de su casa de La Paz, en 1972. Clara falleció tres años después, en 1975, y Abel, en 1978.

Asunta y Pastora
Asunta y Pastora permanecieron muy unidas hasta sus últimos días. Asunta murió en 1988 a los noventa años y Pastora en 1991 a los noventa y cuatro.

 

MAUSOLEO

Mamamía adquirió en vida el derecho de uso en el Cementerio General de Santa Cruz de un mausoleo para su familia. 

Mausoleo

 

La distribución de las lápidas y placas actualmente es la siguiente: 

Mausoleo con nombres

 

DESCENDENCIAS

Los descendientes de Miguel Mansilla y Manuela Ibáñez Velasco son 474, distribuidos de la siguiente manera: 

 

 

 

 

Descendencia Mansilla Saucedo

 

Descendencia Reyes Ortiz

 

EPÍLOGO

En las palabras de Marcos Grisi Reyes Ortiz, editor y redactor de este relato: 

Escribir la historia de la familia materna de mi madre fue una experiencia muy grata y enriquecedora. Siempre me llamó la atención la figura de Mamamía, así que tomé esta oportunidad para investigar y conocer más sobre ella. Lamentablemente no pude hablar con varios tíos y tías que ya fallecieron, quienes pudieron haberme dado algunos datos sobre el ambiente hogareño que se vivió en esa casa de la calle Junín.

Me habría gustado escuchar, por ejemplo, a tío Nini Landivar, quien tantas veces nos recibió en su casa de la plazuela Blacutt con tía Nena Bruno, Julio Cesar, Susana y David. Guardo gratos recuerdos de las vacaciones allí, cuando jugaba con Tremendo, su perro pastor alemán.  

También habría sido muy lindo escuchar a tío Osvaldo Escalante, quien me conocíó cuando yo era adolescente; me decía con cariño “el filósofo”. Visité a tía Ofelia hasta después que él había partido. La amistad que tengo con César quedará por siempre. 

Me queda la curiosidad de saber lo que tenían para contar tío Mario y Adela Escalante (mamá de Chichita) y tías Chuy y Chita Landívar, al igual que tío Jorge Landivar y Chela Mansilla. Conocí a cada uno de ellos. Tengo presente la última vez que vi a tío Jorge y a tío Nini, en el cumpleaños de mi padre, hace veintitrés años. 

Van mis saludos especiales a tía María Elba, quién me recibió en su casa para contarme sus recuerdos; sin ellos, no habría podido siquiera inciar la construcción del relato. También mis saludos a tío Fernando, al que corretearon por colla (me reí mucho con esa anécdota); y por supuesto a mi mamá, a quien me la puedo imaginar de niña, meciéndose en las ramas del árbol del segundo patio, cantando a voz en cuello los últimos boleros de moda, derrochando esa alegría innata que la caracteriza.

También agradezco a mis primos Escalante, Landívar y Schenstrom, sin cuyos aportes no habría podido completar la tarea. 

Espero que este relato nos sirva a todos para que sepamos sobre nuestros ancestros y, de alguna forma, nos acerque un poco más unos a otros.   

Marcos

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Notas del editor:

Esta historia se basa en entrevistas y posteriores revisiones con varios miembros de las familias Landívar, Escalante, Schenstrom y Reyes Ortiz, realizadas entre noviembre de 2020 y mayo de 2021.

Las fotos fueron proporcionadas por la familia.

La redacción y edición son de Marcos Grisi Reyes Ortiz.

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Escrito por

Cada historia que escucho es como si fuera mi propia historia. Y en cierta forma, es la tuya también. Al leerlas, espero que lo sientas así.

11 comentarios en “Familia Mansilla Ibáñez : doscientos años de historia en Santa Cruz

  1. Felicidades Marco por todas estas historias de familias de antaño. Muy lindo conocer sobre tu familia. Un abrazo!

  2. Muy linda historia, en realidad siempre quise saber sobre la familia de mi padre, quien era hijo del señor Miguel Mansilla Rojas, pero de la otra familia que tuvo en el Beni.

  3. Felicidades me encanto su historia, conocer la gente linda de esa época sus costumbres y cultura!

  4. Impresionante cómo pudiste describir con tanto detalle tanta historia de tu familia Marcos. Excelente trabajo y dedicación! Sinceramente, te felicito!

  5. interesante relatos familiares y cotidianos del santa cruz de antaño, era linda la vida, claro santa cruz era una pequeña ciudad, pero se nota que corria nomas dinero

  6. Que hermosa historia de la casa grande como le decía yo, porque me siento partícipe de la misma por ser nieto de la Sra. Rosa Ibañez(chochita) e hijo de Bertha Rojas Ibáñez, yo soy Guillermo más conocido como »OYE», conocí a muchos de los descendientes desde el momento que yo nací, hasta la fecha, siempre los recuerdo a los que están y a los que ya se fueron. Un abrazo y cuídense, que Dios los bendiga.

  7. Excelente trabajo de investigacion. Digno de compartirlo con las nuevas generaciones para enseñarles a honrar a sus ancestros. Felicitaciones.
    Moña Aponte Escalante

  8. Excelente trabajo! Agradezco mucho este esfuerzo conjunto, repleto de cariño, impulsado por Marcos.
    Tiene un valor enorme. Muchas personas queridas
    cobran vida y traen a la memoria una época muy
    especial. Muchas gracias!

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