El juicio de mi vida

Tiempo de lectura: 59 minutos

Esta historia se basa en hechos de la vida real. Los nombres, tiempos, ciudades y algunas situaciones fueron cambiados para proteger la identidad de las/los protagonistas.

Si usted cree que la historia es parecida a una en su país, pues no lo es, no importa el lugar del mundo en el que se encuentre.

***

Escrito por Marcos Grisi

***

CAPÍTULO 1. EL TRIBUNAL

Estoy sentado en un banco frente a un tribunal.

En frente mío, en la primera fila de las graderías del público, se encuentran, mirándome fijamente, mis tres esposas y la mujer que amo. Las primeras, con caras neutras, casi sin expresar emoción, y la última, con esos ojos encendidos y apasionados que me cautivaron desde el primer día.

En la segunda, hay tres mujeres jóvenes y un muchacho. Las dos que están sentadas a la izquierda aparentan tener unos treinta años y conversan calmadamente entre ellas. Creo que son mis hijas del segundo matrimonio, a quienes no veo desde que eran niñas. A la derecha están mis dos hijos menores, Emily y Leo, a quienes sí vi crecer y también crié con mi tercera esposa. Están tristes.

En tercera fila están mis padres y mis tres hermanas mayores. Dos de ellas siguen vivas, se las ve algo acongojadas por asistir a las sesiones de mi juicio. Sé que opinan que debería haberles tocado a ellas primero. Mis padres y mi primera hermana, por otro lado, están felices de verme, me dicen hola con la mano, como dándome la bienvenida.

De ahí hacia atrás el público está mezclado. Puedo ver a mis sobrinos Anna y Michael; a mi mejor amigo Zayne; varias exnovias; colegas de trabajo y a personas con quienes había hecho negocios. Incluso está ese egipcio hijo de puta que me jugó una mala pasada en una negociación en el Cairo. También están mis compañeros de colegio y de universidad, así como todas las personas con las que alguna vez tuve contacto en mi vida.

En la sala, delante de mí, hay dos escritorios separados por un pasillo. En el de la izquierda se encuentra un tipo rojo con cuernos, que se dedicó a acusarme en el juicio de todo lo malo que había hecho en mi vida. En el escritorio de la derecha está Archibald, mi ángel de la guarda, quien trató de explicar (con bastante éxito, debo decir) el contexto emocional de mis actuaciones.

Un detalle más que añadir para describir este ambiente. En el pasillo entre los dos escritorios se encontraban Gruff, el perro labrador inglés de mi infancia que murió atropellado por un camión, y Hench, un cocker spaniel que fue mi compañero fiel en los últimos años. El pobre murió de viejo, casi ni podía caminar.

Los dos me miraban atentamente, sentados, batiendo la cola, con sus orejas levantadas. Hench hizo el intento de acercarse para que lo acaricie y echarse a mis pies como siempre hacía, pero no pudo porque yo estaba aislado.

Ah, y echado en una esquina del escritorio de Archibald se encontraba Blue, un gato que rescaté de una calle en Leeds cuando era estudiante. A diferencia de los perros, que no se perdían detalle de lo que pasaba, a Blue parecía no importarle nada. Me miraba de vez en cuando con sus ojos celestes entrecerrados, bostezaba cada tanto y volvía a dormirse, enroscado en su cola.

CAPÍTULO 2: EL PROCESO

A mi espalda, a una altura mayor que la mía, está el Juez (sí, con J mayúscula), a quien todos se dirigieron durante el juicio. Por alguna razón no puedo darme la vuelta para verlo. Él no emitió una sola palabra en todo el proceso, se dedicó simplemente a escuchar los argumentos a favor y en contra emitidos por el tipo rojo y por Archie.

Este juicio no se trata de demostrar hechos ni de llamar testigos porque el juez, el tipo rojo y el ángel de la guarda saben perfectamente lo que ha pasado en mi vida, hasta el último detalle. El punto, más bien, es ver cómo reacciono y qué es lo que siento ahora que me están evaluando.

Para ello, tienen una forma muy interesante de verificar mis sentimientos. Sobre mi pecho tengo pegado un aparato que emite una señal a una pantalla gigante situada a un lado de la sala, la cual despliega el tipo de reacción emocional que pasa por mi corazón.

En la parte inferior de la pantalla se pueden ver dos números: el del lado izquierdo es de color azul-cielo, que sube de valor cada vez que genero sentimientos positivos como amor o compasión. Por otro lado, el del lado derecho, de color rojo-infierno, sube de valor cuando el monitor percibe que genero sentimientos negativos como indiferencia o rencor.

Debo decir que cualquier intento de mi parte por ocultar o suprimir un sentimiento también se registra en el medidor, con penalidades de un punto por evento en el lado rojo. Mantener un poker-face, por ejemplo, está penalizado.

Durante el juicio, cada vez que había un salto significativo en cualquier número, se escuchaban aplausos de parte del público. Algunos aplaudían con entusiasmo cada vez que el número azul subía, mientras que otros aplaudían con rabia cuando el número rojo crecía. Me pareció percibir que había más aplausos a favor que en contra, pero tal vez estoy equivocado.

El juicio acaba de terminar. Archibald y el tipo rojo emitieron unos sendos discursos de cierre sobre las cosas buenas o malas que hice en mi vida. Los dos esperan que el Juez falle a favor de su posición argumentativa.

CAPÍTULO 3: LA SALA DE ESPERA

Estoy ahora de vuelta en una salita de espera al lado del tribunal, esperando el veredicto del Juez.

Esta salita es un lugar cómodo, con aire acondicionado y una hermosa vista al jardín del edificio. Tiene en el centro una mesa redonda, dos sillas, un par de cuadros originales de Salvador Dalí (mi pintor favorito) y un pequeño frigobar que tiene jugo de naranja natural, agua fría y algunas galletitas sin gluten.

Entiendo que es una pequeña atención del tribunal para que los procesados se sientan relajados. Como a mí siempre me gustaron los hoteles de buena calidad y la buena comida, se ajusta a mi gusto. Supongo que para los que les gusta la naturaleza, la sala de espera sería un lugar al aire libre.

Después de haber escuchado descripciones tan exhaustivas de cada etapa de mi vida, con sus valoraciones a favor o en contra, debería sentirme agotado o estresado. Pero no es así, me siento en paz, sé que lo único que puedo hacer ahora es esperar el resultado.

Pregunté a Archibald si podría conseguir papel y un bolígrafo, me siento con ganas de escribir. Ya que no me dieron la oportunidad de intervenir en el juicio, quisiera por lo menos poner por escrito lo que siento y pienso, antes de recibir el veredicto. Quiero dejar el testimonio de mi vida, con mis propias palabras.

No sé cómo lo logró, pero trajo lo que le pedí. Me comentó que no es muy común que alguien quiera dejar sus memorias de este sitio. Según me contó, hay casos clarísimos en los que la gente es despachada directamente al cielo o al infierno, sin mayor trámite. En otras ocasiones, los procesados se quedan tan traumados por todo lo que tuvieron que revivir que no tienen la menor gana de hablar con nadie, menos de escribir.

Mi caso parece que es algo diferente porque, a pesar de que mi vida fue agitada, con altas y bajas muy pronunciadas, tengo una cierta paz ahora que me da la tranquilidad para escribir. Así pues, relataré lo que recuerdo a grandes rasgos, sin ocultar ni suavizar las cosas, ya que no tengo nada que perder.

CAPÍTULO 4. LA ÚLTIMA ETAPA DE MI VIDA

Iniciaré este relato dando un pantallazo sobre cómo fueron los últimos meses antes de morir.

La verdad es que fueron muy difíciles. Hacía ya más de un año que prácticamente no salía de mi casa. El confinamiento por la pandemia fue muy estricto en Birmingham, Inglaterra, donde resido. No podía salir ni siquiera a caminar libremente por la ciudad. Además, mi salud iba empeorando cada vez más: tenía presión alta que se disparaba sin avisar, la diabetes no cedía y, además, estaba empezando a toser con más frecuencia, debido a mis hábitos de fumador empedernido.

En suma, era un candidato a morir si el virus me atacaba, ya que mis defensas estaban muy bajas. Por otro lado, tenía la sospecha de que podía tener algún tipo de cáncer porque adelgacé mucho y muy rápido en dos meses, pero daba más miedo ir a clínicas infestadas por el virus que aguantarse a ver qué pasaba.

En la casa me recluí en mi escritorio, que era como una especie de templo porque ahí estaban mis libros, mis cuadros, pequeñas esculturas, la computadora y tantísimos recuerdos de diferentes épocas que viví. Al lado estaba mi dormitorio con su pequeño baño.

Estaba casado, pero hacía más de quince años que Lily —mi tercera esposa— y yo dormíamos en cuartos separados y sin ningún tipo de relaciones íntimas. Se puede decir que cohabitábamos cordialmente en la misma casa, comunicándonos solo para lo absolutamente esencial.

Mis dos hijos tenían cada uno su propia habitación. La mayor, además, usaba un cuarto como su escritorio para estudiar, estaba en los últimos cursos en la universidad. En la suite principal, con un buen baño, se encontraba mi esposa.

Lily trabaja en el mismo bufete de abogados hace dieciocho años, por lo tanto  tiene un ingreso fijo mensual. Mi caso era diferente, no tenía un ingreso fijo ya que las consultorías financieras dismininuyeron. Ese desplome de mi actividad no solo fue por efectos de la pandemia; mi socio y yo ya teníamos dificultades para conseguir nuevos trabajos de consultoría debido a la competencia de gente más joven.

Debo aclarar que la casa donde vivíamos no es nuestra. Era de mis padres, pero cuando fallecieron mi hermana Esther reunió un dinero y compró a todos los herederos su parte, y así se convirtió en la única propietaria del inmueble. Esther no vive allí por un problema que tuvimos hace unos años, que también describiré con más detalle en las siguientes páginas.

Mi rutina diaria era muy poco movida. Me levantaba tarde y me acostaba tarde. Sentía que mis dolencias físicas aumentaban gracias al encierro obligatorio. Además, mi hijo menor estaba enojado conmigo por un problema que tuvimos, que también contaré más adelante. Los almuerzos y las cenas eran un poco tensas.

En el encierro sí había un punto de luz: mis conversaciones, largas y amenas, con Aileen, mi amor y mejor amiga de los últimos veinte años. Vivíamos en ciudades diferentes: yo en Birmingham y ella, en Sevilla. A pesar de la distancia, nos unía una hermandad de alma que nos hacía sentir cerca uno del otro. La última conversación que tuve, antes de que me diera el ataque al corazón, fue con ella.

CAPÍTULO 5: EL DÍA QUE MORÍ

Recuerdo que la mañana de ese domingo fatal me desperté con una sensación extraña, una mezcla entre ansiedad y debilidad física. Me sentía muy inquieto, algo rondaba en mi cabeza y no sabía qué era.

Llamé a Aileen ese día nueve veces, ¡nueve! Nunca antes me había pasado algo así. Me invadió un sentimiento de amor profundo y ternura hacia ella que debía comunicarle. Quería que lo entienda claramente. Le dije: «Quiero que sepas que te amo como si fueras una parte de mí, como si estuvieses dentro de mí. Nunca lo olvides, prométeme que nunca lo harás». El mismo mensaje lo repetí en todas las llamadas, una tras otra. Ella me respondió con el mismo cariño y con mucha paciencia.

Entremedio de esas llamadas se me ocurrió algo, un flash que tuve presente durante todo el día, pero no me atrevía a decirlo en voz alta porque podía cumplirse. Tenía la intuición de que en algún momento moriría y que solo Aileen podría llevar a cabo la tarea de unir nuevamente a mis familias. Ella sabía el dolor que esa separación me causaba porque yo me sentía de alguna manera responsable de que ello sucediera.

Ese pensamiento no solo era irreal, sino hasta atrevido. Era imposible siquiera pensar que ella pudiera acercarse a Lily o a mis hijos para hablar de cualquier cosa. Con mi hermana o sobrinos tal vez sería más fácil, pero igual tendría sus complicaciones. En realidad, hasta podrían culparle de todos mis males, lo cual sería muy injusto. Por eso deseché la idea de contárselo.

La última vez que hablé con Aileen fue a las 11:30 de la noche, hora de Birmingham. Aunque era más de medianoche en Sevilla y ya estaba durmiendo, no me importó, necesitaba oír su voz una vez más antes de dormir. Recuerdo que apenas pudo contestarme, por el sueño que tenía. Me preguntó si me sentía bien, si tenía el oxígeno a mano, si había tomado mis medicamentos. Le dije que sí, que no se preocupara. Le dije también que quería contarle algo sobre una noticia que vi, pero que la podíamos comentar al día siguiente.

Esa fue la última conversación que tuve en vida. A los minutos de colgar empecé a sentir unos mareos muy fuertes y un dolor en el pecho. Salí del escritorio, llamé a mi hija (que todavía estaba despierta porque tenía un examen de la universidad al día siguiente) y le dije que me sentía mal. De ahí casi no recuerdo nada más, excepto algunas imágenes borrosas de una ambulancia y la entrada a la clínica.

El lunes en la madrugada dejó de latir mi corazón. Acababa de cumplir setenta y tres años.

CAPÍTULO 6. NIÑEZ Y JUVENTUD

Repasaré rápidamente varios aspectos de mi vida, para llegar a los puntos álgidos que se trataron en el juicio.

Sobre mi niñez y juventud en Birmingham, en los años cincuenta, no hay mucho que decir. Mi padre era militar, fue parte del 8vo batallón del Royal Warkwickshire Regiment en la Segunda Guerra Mundial, pasaba largas temporadas fuera del país. Mamá se dedicaba a las labores de casa, ayudada por mis tres hermanas mayores. Yo era el menor de todos y el único varón.

En esa época las mujeres no tenían profesión, así que cuando mi madre decidió buscar trabajo, porque el dinero que enviaba papá no era suficiente, solo encontró uno básico en una tienda del barrio. Recuerdo haber ayudado en esa tienda como delivery boy con mi bicicleta, repartiendo botellas de leche llenas y recogiendo las vacías. No había refrigeradores entonces, así que el trabajo era muy agotador porque el producto se echaba a perder muy rápido.

Como único varón, era atendido por las mujeres de la casa de acuerdo a la mentalidad de la época. Podía dejar mi ropa sucia de los partidos de rugby en mi cuarto y siempre los encontraba después lavados y el cuarto limpio. Tal vez me malacostumbré a siempre estar atendido por mujeres, creo que eso tuvo un efecto en mis relaciones posteriores.

De todos nosotros, solo yo fui a la universidad. Mis hermanas se casaron temprano y se fueron de casa, excepto la mayor que se quedó solterona, acompañando a mi madre. Me inscribí en el Business School de la Universidad de Leeds, al norte de Birmingham. Fueron años maravillosos, en los cuales conocí a Zayne, un estudiante de Newcastle que terminó siendo mi mejor amigo.

England map

En la época universitaria aprendí a ajustar mis habilidades de conquistador, aprovechando que la naturaleza me dotó de un físico atractivo para las mujeres. Además de ello, tenía un estilo elegante, era muy respetuoso y educado, de conversación fácil y con la capacidad de divertir a las personas.

Lo más importante es que me daba cuenta de que tenía esas destrezas y las usaba. Nunca me faltaron mujeres. Tenía la habilidad de conquistar a cualquiera, sin importar clases sociales (tan marcadas en Inglaterra) o diferencias en educación.

Adicionalmente, me esmeraba en conocer cada vez más cosas, tenía una muy buena base cultural y siempre me gustaron las conversaciones filosóficas o analíticas. Esto fue vital para después abrirme campo en el mundo de los negocios.

CAPÍTULO 7: LAS MUJERES

Las aventuras que tuve con mujeres fueron incontables. Las buscaba y también me buscaban. Incluso en las épocas cuando estuve casado, no cesaba de tener ese éxito. Hasta me enganché con quienes nunca debería haber ni mirado. Era como una adrenalina que corría por mis venas: la emoción estaba en el proceso de conquista, no en tener la mujer ya conquistada.

En el juicio, uno de los argumentos esgrimidos por el tipo rojo es que ni siquiera con dos matrimonios fallidos y haber dejado mucho dolor en el camino, aprendí que no se puede jugar con los sentimientos ajenos, que había hecho mal. En esa parte, Archibald no tenía mucho que decir, la evidencia estaba clarísima.

Algo que me pareció divertido es que cuando el tipo rojo repasaba una de mis tantas infidelidades, las personas nombradas se paraban y eran iluminadas por reflectores. Por ejemplo, la mujer X, con la que yo estaba comprometido, era la primera en pararse porque había sido nombrada. Después aparecían a su lado, también paradas, las mujeres A, B y C, con quienes yo tenía aventuras amorosas al mismo tiempo. ¡Todas juntas! Era muy extraño.

En un momento de esos me imaginé poner emojis sobre sus rostros: tres emojis sonrientes y uno enojado. Ese pensamiento sarcástico aumentó el valor de los números rojos, así que tuve parar de pensar estupideces y concentrarme en que si realmente había hecho daño a alguien.

CAPÍTULO 8: VALERIE

Conocí a mi primera esposa en la universidad. Valerie era una mujer guapa, de una educación católica muy rigurosa, formada en un hogar estable, buena estudiante y, como demostró después, responsable en su trabajo. Antes de mí había tenido a un solo novio y creía firmemente en que el matrimonio era uno para toda la vida.

Su mamá también creía lo mismo.

Me casé con ella a los veintiséis años, esperando enderezar ciertas inclinaciones que tenía hacia la bohemia y la irresponsabilidad financiera. Ya para entonces gastaba cualquier dinero que me llegaba, no tenía ninguna capacidad para el ahorro y para la planificación.

Tuvimos una linda ceremonia, con toda su familia y la mía invitada. Mis hermanas estaban felices porque finalmente iba a sentar cabeza, casándome con una mujer responsable y trabajadora, de una familia conservadora y con valores.

Pues la verdad… nunca me aburrí tanto. A Valerie no le gustaba la vida social, prefería quedarse en casa viendo alguna película en la televisión, haciendo manualidades o leyendo algún libro. Esa era su zona de confort. Por otro lado, yo necesitaba salir. Extrañaba reunirme con mis amigos, tomar café en mis locales favoritos, fumar lo que me diera la gana, tener todo tipo de conversaciones, conectarme con la gente, en fin, socializar más.

Lo que sí compartíamos, y debo reconocer que la pasamos muy bien, fueron los viajes que hicimos a diferentes países. A los dos nos gustaba caminar, recorrimos grandes extensiones en diferentes partes del Reino Unido, en Francia y en España. La campiña inglesa es realmente hermosa para pasear a pie, así como los viñedos en Francia o los bosques de Galicia.

Los primeros dos años fueron muy buenos. Pensándolo bien, fue el tiempo en el que sexualmente éramos muy activos. Cuando la parte sexual empezó a bajar de intensidad, comencé a salir más de casa, sin ella. Llegó un momento en que prácticamente no llegaba sino hasta las tres o cuatro de la mañana, sin siquiera llamar para decir que iba a llegar tarde.

Además, trataba de evitar la presencia de su madre que, cada vez que me veía, recriminaba mis salidas. No la soportaba, especialmente porque Valerie se quedaba callada cuando ella hablaba.

Estoy seguro de que Valerie intentó por todos los medios sostener un matrimonio en el que ella daba todo  de su parte y yo, nada. Llegó un punto en que ya no dio más. Una noche llegué tarde, después de una parranda, y encontré el departamento vacío. Se había llevado todo, excepto un colchón y una frazada para que pase la noche. Eso sí, tuvo el detalle de dejarme la pasta de dientes y el enjuague bucal a la vista, una clara alusión a que detestaba mi aliento trasnochador a tabaco.

A los pocos días recibí la notificación de divorcio. No teníamos hijos y el departamento era alquilado, así que el proceso fue rápido. De todas maneras, me dolió que Valerie me deje. Yo era el que tomaba la decisión de dejar a las mujeres, no al revés. Además, me di cuenta de que sí la quería, pero no supe valorarla a tiempo.

Estuvimos casados cuatro años. Desde entonces empecé a pensar que los matrimonios tienen una fecha de caducidad.

CAPÍTULO 9: MEGAN

Aproximadamente dos años después de mi primer divorcio, conocí a Megan en una recepción social, de esas con gente muy elegante y respingada. Ella tenía una hermosa estampa, cuello largo, hombros y espalda perfectos, de rasgos finos y modo de hablar educado. La atracción fue mutua. En la conversación, me enteré de que su padre era un alto ejecutivo de una organización religiosa de Utah, Estados Unidos.

Salimos unos seis meses, tiempo en el que confirmamos que éramos uno para el otro. Debo reconocer que estaba enamorado de ella, me parecía la mujer perfecta: de buen carácter, inteligente y sociable. Para entonces, yo tenía alrededor de treinta y tres años.

Nos casamos en una pequeña capilla en Salt Lake City, donde ellos vivían. Me sorprendió, y en cierta manera me pareció hasta algo divertido, la profundidad de sus creencias religiosas. Nos establecimos después en una bonita casa en Sugar House, un barrio cerca de la Universidad de Utah. Estaba en verdad agradecido por la segunda oportunidad que me daba la vida para construir una nueva familia.

Salt Lake City map

Fruto de ese matrimonio nacieron dos hermosas niñas, Leah y Emma. Gozábamos de un ambiente familiar muy agradable, siempre visitados por los padres y hermanas de Megan. Abrí mi propio negocio, un servicio de mantenimiento de jardines, al cual le puse mucho empeño. Tenía varios contratos con gente de la comunidad de la familia de Megan.

Todo iba viento en popa… hasta que se cruzó una falda. O dos. Fueron pequeñas aventuras que no significaron nada para mí. Como mencioné antes, yo me sabía guapo y eso hacía que las mujeres me busquen. Por otro lado, no podía dejar de tener activas mis antenas de conquistador.

La verdad es que no supe medir los riesgos de una acción como esta. Lo que para mí resultó un juego divertido, esto de conquistar mujeres, para Megan y sus padres, todos tan religiosos, fue un acto de traición y de pecado. Las noticias corrieron como pólvora. El honor de la familia había sido manchado por mi infidelidad, especialmente cuando se enteraron de que la beneficiada con mis favores era Beth, prima hermana de Megan.

Si sirve como descargo, debo indicar que fue Beth quien me acosó desde el primer día que me vio. Me miraba un poco más largo de lo normal, se acercaba para saludarme un poco más de lo normal y, al sentarse y cruzar las piernas, se subía la falda un poco más de lo normal. No necesité que me lo diga dos veces, su lenguaje corporal pegaba unos gritos que se oían hasta California. Y sordo, no soy.

El escándalo fue mayúsculo. Los padres de Megan se metieron de lleno al conflicto, arrinconándome con toda la familia por detrás. Me encontré solo, sin poder entrar ni a mi propio cuarto, donde se encontraba Megan llorando mientras la nena menor, de un año de edad, no podía dormir por tanto ruido. La mayor, Leah, de seis años, era muy apegada a mí, no entendía lo que pasaba. Me buscaba para que la alce y se quedaba abrazada a mi cuello, como protegiéndome o no dejándome ir.

La situación era muy incómoda. No me di cuenta de lo mucho que esas pequeñas aventuras significaron para ella. Según las enseñanzas de su fe religiosa, el matrimonio es uno solo para toda la vida y la fidelidad una condición absoluta para la felicidad mutua. Yo había quebrantado esa confianza.

Me sentí atrapado. Lo que me correspondía hacer, si quería mantener a mi familia, era asumir mi culpa, pedir perdón por el daño que hice e incluso, si era necesario, convertirme en un miembro más activo de su comunidad religiosa. Estoy seguro de que, si hubiera actuado de esa manera, habría acabado mis días allá, viendo a mis dos hijas crecer, rodeado de una buena familia, con un negocio próspero, un pasado perdonado y una barriga inflada y satisfecha.

Pero no, escogí todo lo contrario. Después de ocho años de matrimonio, decidí irme de allí. Sí, abandonar a Megan y las niñas. Fue muy doloroso porque reconocí que ese futuro no era para mí. Pienso que prevaleció una cierta debilidad mía, la de no enfrentar situaciones difíciles y escaparme de los conflictos.

Alquilé un auto, aproveché que Megan no estaba en casa para recoger mi maleta, la llené de ropa, fui al aeropuerto, dejé el coche en el parqueo y de ahí tomé un vuelo directo de vuelta a Londres vía Nueva York.

No es necesario describir lo mal que cayó en la familia política y en la comunidad de Salt Lake mi huida del país. Megan esperó mi retorno por seis meses. En vista de que no iba a volver y que la había llamado una sola vez para preguntar por las niñas (apenas podía hablarle, para ser franco) inició un proceso de divorcio por abandono de hogar. Perdí el patrimonio que había acumulado en los años de matrimonio y el negocio se quedó en manos de Megan.

Lo que más me dio pena perder, sin embargo, fue el tiempo que podía haber pasado con mis dos hijas pequeñas. Nunca más las vi ni retorné a esa ciudad.

CAPÍTULO 10: ZAYNE

Como corresponde a todo hijo divorciado, volví a la casa de mis padres. Sin embargo, no aguanté mucho vivir ahí debido a la insistencia tanto de ellos como de mis hermanas para volver a Utah y arreglar las cosas. Era tan molesto el ambiente que salí de casa y alquilé un departamento chico cerca de Saint Paul’s Square, uno de mis barrios preferidos.

Fue justamente en uno de los bares de la zona que me encontré casualmente con Zayne, mi viejo amigo de la universidad. Él estaba de paso por Birmingham por una consultoría para la empresa en que trabajaba. Una noche se le ocurrió ir a uno de los bares que frecuentábamos cuando éramos jóvenes. Fue una gran sorpresa encontrarnos. Esa casualidad tuvo repercusiones por muchos años.

Zay fue mi paño de lágrimas. Yo estaba en un pésimo estado anímico. Acababa de abandonar a mi familia, a pesar de que amaba todavía a Megan y las niñas eran un sol para mí. Sencillamente no podía volver a ese clima tan opresivo de Salt Lake, con gente de convicciones religiosas tan profundas que a veces rayaban en el fanatismo.

Para entonces tenía en mi haber dos divorcios, ambos atribuibles a mi actitud con mis parejas. Daba la casualidad de que mis dos esposas eran personas muy religiosas, educadas bajo el concepto de que matrimonio hay uno solo para toda la vida. Estaba claro que no eran ellas las responsables del rompimiento, sino yo.

Zay y yo conversamos largo y tendido sobre las tantísimas cosas que nos ocurrieron en los diez años que no nos veíamos. Le comenté que no tenía trabajo, ya que todo el esfuerzo laboral que había hecho durante el tiempo en el que estuve casado se esfumó con los divorcios. Es decir, debía empezar de cero otra vez, a mis casi cuarenta y cuatro años.

Me ofreció trabajar para él en las consultorías que hacía, donde podía hacer uso de mi experiencia y estudios en administración de empresas. La verdad es que estaba un poco fuera de forma sobre trabajos corporativos, pero era cuestión de tiempo hasta que me adaptara y conociera cuál era la movida. Le agradecí la oportunidad y acepté.

CAPÍTULO 11: ¿QUIÉN ES ELLA?

Esa noche sucedió algo curioso, casi anecdótico. Estábamos tomando una cerveza en la barra cuando se acercó una mujer a saludarnos. Yo estaba demasiado concentrado contando mis últimas desventuras amorosas, así que no le presté mucha atención. Zay la saludó con cariño, sin mencionar su nombre, y ella me miró para intercambiar saludos. Casi ni la saludé, no tenía la menor gana de entablar conversación con extrañas. Pareció algo contrariada, pero no le hice caso y se fue.

Zay me preguntó después por qué no la había saludado bien. Le contesté que no tenía ganas de hablar con nadie, especialmente con desconocidas que seguro quieren algo. Su respuesta me dejó fulminado: “Carajo, ¿no la reconoces? ¡Es Valerie, tu primera esposa!”

Tardé un poco en reaccionar. ¿Valerie? Mierda, cómo había cambiado. Estaba con varios kilos demás, peinado descuidado, un vestido suelto y zapatos planos sin taco. Se notaba de lejos que ya no tenía esa frescura juvenil con la que le conocí. Parecía que le habían pasado veinte años encima, tenía hasta sus ojos algo apagados y los hombros más caídos.

Me acerqué a la mesa donde estaba sentada con unas amigas y la saludé como se debe. Charlamos un poco. Ahí comprobé que no quedaba nada del cariño que alguna vez le tuve.

Después me enteré de que su vida no había sido fácil. No se había vuelto a casar, su madre enfermó y estaba postrada en cama, ella era la única que podía cuidarla porque sus hermanos estaban fuera del país. Me dio pena porque Valerie es una buena persona, muy correcta en sus cosas. Años después pudo rehacer su vida, tuvo hijos y tiene ahora una linda familia. Me alegro de que así sea.

CAPÍTULO 12: ESTHER Y MIS SOBRINOS

En la época cuando vivía en Birmingham, después de mi retorno de Salt Lake, pude estar mucho más en contacto con mi hermana Esther y sus dos hijos. Resulta que ella y su esposo, un australiano algo loco, de alma libre y amante del surf, se divorciaron, lo que resultó en el retorno de Esther y mis sobrinos a la casa de nuestros padres. Es como una costumbre, que los hijos divorciados vuelvan a la casa vieja.

Fue bueno estar otra vez cerca de mis sobrinos. Estuve con ellos en diferentes etapas de sus vidas desde que eran niños, pasamos épocas muy lindas. Recuerdo que jugábamos juntos, les daba de comer, los llevaba al colegio e incluso les ayudaba a hacer sus tareas. Varias veces Esther me pedía mi opinión sobre ciertas decisiones relacionadas con su crianza, las cuales daba con mucho gusto.

Ahora ya eran dos jóvenes universitarios, cada uno empezando a dibujar su propio camino de vida. Me volví su consejero, el que les guiaba sobre sus relaciones sentimentales y sus dudas existenciales. Fui para ellos una especie de padre y también de hermano mayor. Creamos vínculos muy fuertes que nos unieron.

Estos vínculos eran tan sólidos que, cuando Anna se casó, entró a la iglesia de mi brazo, ante la ausencia de su padre. Y después la acompañé en su proceso de divorcio y de nuevas relaciones. Tuvo un camino un tanto complicado, ha sido bueno que yo haya tenido la oportunidad de ser su sostén en momentos cuando no tenía a quien acudir.

En la última etapa de mi vida, esos vínculos se pusieron a prueba.

CAPÍTULO 13: EL MUNDO A MIS PIES

En el ámbito laboral empezó a irme muy bien. La química de trabajo fue tan buena entre Zay y yo que, con el tiempo, decidimos abrir una consultora financiera propia en Londres, en un nicho muy específico relacionado a la industria petrolera, que era su especialidad.

Los contratos que obtuvimos fueron realmente buenos, gracias al renombre que tenía Zay en la industria y también a un buen trabajo de prospección de clientes que hice por mi lado. Obtuvimos varios trabajos en el este europeo, en Rusia, en África y algunos en Latinoamérica. El mercado de Estados Unidos y Canadá preferí dejarlo completamente a Zay, ya que no quería ni acercarme a Utah.

Ganaba miles y miles de euros y dólares que podía gastar como me diera la gana. ¡Y cómo lo hice! Me alojaba en los mejores hoteles de cada ciudad, invitaba a amigas a cenar en lugares exclusivos, viajaba a veces por uno o dos días a lugares distantes nada más que porque se me ocurría. A veces venía algún amigo ocasional cuando necesitaba apoyo porque había un grupo de mujeres que atender.

Era un tren de vida algo loco. Esa mezcla de mucho dinero, libertad de acción (no tenía esposa a quien reportarme) y saberme atractivo, hacía parecer que no tenía vacaciones, sino que era mi forma de vida. Debo decir, sin embargo, que, a pesar de las continuas distracciones, siempre cumplí con mis deberes como socio de Zay y como contratista de mis clientes. En temas de trabajo fui muy responsable, de eso nadie se puede quejar.

CAPÍTULO 14: CÓMO ME MANEJABA EN LOS NEGOCIOS

Quienes sí podrían testimoniar algo en mi contra son ciertas personas con quienes me tocó hacer negocios. He tratado siempre de hacer las cosas correctas, aunque algunas veces, debo reconocer, he tenido que ser una persona muy dura e intransigente para lograr mis objetivos.

El egipcio que nombré al principio de este relato es uno de ellos. Otros fueron unos latinoamericanos (prefiero no nombrar de qué países) que querían cobrar “comisiones” por darnos consultorías en sus petroleras estatales. Los mandé al carajo, preferí quedarme sin trabajo que formar parte de una red de corrupción.

En cuanto a mis habilidades, tuve que aprender a hablar francés, ya que tenía que hacer muchos negocios, especialmente en países africanos que fueron colonias francesas. En otros lugares de Asia también me servía más el francés que el inglés.

Mi español, sin embargo, no era muy bueno. Confundía mucho la construcción gramatical con el francés. Lo terrible de Latinoamérica es que los acentos y el uso de palabras cambian tanto de un país a otro que tardaba en hacerme entender. Podía leer los documentos técnicos sin problema, pero para exponer prefería hacerlo en inglés.

Incluso con mi idioma nativo tuve que hacer un pequeño esfuerzo para que las palabras y el acento que usaba fueran lo más internacionales posibles. En la universidad salía una época con una estudiante de comunicación de medios, quien me enseñó unos trucos para articular bien las palabras. Aun así, tuve que expandir mi vocabulario para hacerme entender en varias partes del mundo con las palabras correctas.

CAPÍTULO 15: LILY

Fue en esas circunstancias, cuando viajaba mucho y ganaba enormes cantidades de dinero, que conocí a Lily. Para entonces yo tenía alrededor de cuarenta y ocho años y Lily, treinta y tres. Había entre nosotros no solamente quince años de diferencia, sino también una desigualdad enorme de conocimientos y de experiencias. Ella me admiraba por la cantidad y calidad de vivencias que tuve en mi vida, muy lejos de su alcance. Además, yo contaba las cosas con tanta gracia que le ha debido resultar muy divertido estar conmigo. Así, se enamoró de mí.

Empezamos a salir con más frecuencia. La parte íntima funcionaba muy bien y las condiciones se daban para aterrizar en una tercera oportunidad para establecerme y dejar la vida frenética que llevaba y que estaba empezando a cansarme.

Un año después de conocernos, nos casamos. Al poco tiempo nació Emily y, después, Leo. Eran tiempos felices. Yo me prometí a mí mismo que, si alguna vez nuestro matrimonio no funcionaba, nunca abandonaría a los niños. Mis recuerdos sobre la forma cómo me fui de Salt Lake eran muy dolorosos, no quería que eso volviera a pasar.

Cuando Leo cumplió un año, Lily se inscribió nuevamente a la universidad para terminar sus estudios de Derecho, que había dejado cuando nos casamos. Eso fue bueno para ella, a mí me gustó que tome el impulso para seguir avanzando en su carrera y crecer como persona. De mi parte hice siempre lo posible para que no solamente Lily y mis hijos, sino cualquier persona a mi alrededor, se desarrolle y explote su potencial.

CAPÍTULO 16: GÉRMENES DE UNA SEPARACIÓN

Hubo un par de eventos que coincidieron para que empecemos un lento proceso de separación. Por un lado, como sucede en muchas parejas, la mujer que tiene hijos naturalmente presta más atención a los niños que al esposo, ya que los bebés son más vulnerables y dependen completamente de la madre.

Al prestar menos atención al esposo y encontrarse más cansadas, también naturalmente ya no tienen la energía ni las ganas de tener sexo. Un esposo de carácter tranquilo, paciente y que ama a su esposa lo entiende perfectamente y no busca otras alternativas. Pero ese no era mi caso. Desde niño siempre he necesitado tener la atención completa de las mujeres que me rodean. Así he sido criado.

Empecé, entonces, a buscar compañía femenina, pero con mucho más cuidado que cuando estaba casado con Megan. Para empezar, no me metí con ninguna prima ni amiga de Lily. También me cuidé de seguir prestándole atención como si nada pasara, algo debería haber aprendido de la experiencia de los otros matrimonios.

Después surgió algo más, pero esta vez fuera de mi control. Zay y yo empezamos a tener problemas para obtener nuevas consultorías. Se abrieron por esa época una cantidad enorme de consultoras financieras alrededor del mundo manejadas por gente joven y agresiva, a quienes no les cansaba ir de país en país para hacer prospección de clientes.

Fue así que el dinero empezó a escasear. A eso se añade que, debido a mis gustos caros e impulsivos, el poco dinero que llegaba me lo gastaba, otra vez, en mujeres y en alguna que otra escapada nocturna. Lily nunca supo cuánto realmente ganaba en mis consultorías.

Zay estaba preocupado por mí, me lo dijo en varias ocasiones. Él sabía que yo no tenía ningún ahorro para mi jubilación, lo cual iba a traerme problemas en algún momento. Varias veces intentó hacerme entrar en razón respecto a mis finanzas. No podía creer, por ejemplo, cómo los miles de dólares que había recibido por una consultoría bien realizada los hubiera gastado en tres días sin pestañear, saliendo con mujeres o en viajes innecesarios.

También se daba cuenta de que entre Lily y yo había cada vez menos comunicación. Cuando nos reuníamos con mis amigos, por ejemplo, Lily no participaba activamente en las conversaciones porque no le interesaban los temas que tocábamos. Es posible que la diferencia de edad entre los dos haya jugado un rol aquí. Sus preocupaciones se centraban en lo que sucedía en su trabajo o en sus estudios, además del día a día con los chicos, mientras que a mí me interesaba todo lo que sucedía en el mundo.

Algo que también tenía preocupado a Zay era la diferencia de edad con mis hijos. Eran cincuenta años, podía fácilmente ser su abuelo. Por lógica, yo moriría con ellos todavía muy jóvenes.

Mientras sucedían estos eventos, Lily y yo recibimos la enorme ayuda de mi sobrina Anna en la crianza y cuidado de mis hijos. A la larga, esto fue también el origen de otro tipo de problemas.

CAPÍTULO 17: ANNA Y MIS HIJOS

En la época cuando Lily tomaba clases en la universidad para obtener su título de Derecho, mi sobrina Anna, quien tenía aproximadamente treinta años de edad y no tenía hijos, nos ayudó mucho con cuidar a Emily y Leo. Pasaba muchísimo tiempo con ellos, incluso algunos fines de semana, lo cual generó una linda relación entre los tres, como si fueran hermanos. Su natural instinto maternal lo proyectaba con los niños. Yo era feliz compartiéndolos con ella, porque sabía el amor que les tenía.

La relación que tuvo Anna con mis hijos fue muy cercana, tanto así, que pienso que a Lily la puso algo incómoda y tal vez celosa, porque Anna estaba, de alguna manera, supliéndola como madre. Tal vez mientras Lily estaba estudiando y no tenía tiempo no importaba mucho, pero cuando terminó la universidad y encontró un trabajo estable, vio que tenía que tomar más control sobre sus hijos. Eso de alguna manera creó roces con mi sobrina.

En esa época yo viajaba mucho y no le presté suficiente atención al tema. Además, como no me gustan los chismes ni las peleas, evitaba meterme en el lío. Viéndolo hacia atrás, tal vez podía haber hecho algo más, porque esas pequeñas rencillas se volvieron después peleas grandes imposibles de parar.

CAPÍTULO 18: CAMINO ABIERTO

Lily consiguió un trabajo como abogada junior en un bufete que no era de los más prestigiosos de la ciudad, pero tenía su nicho de mercado asegurado. Esa fuente de ingresos regular fue la que salvó la economía de la casa.

A medida que pasaba el tiempo, Lily se dio cuenta de que la mayor parte de los gastos, el día a día, corrían a su cargo. Así, su admiración por mí fue disminuyendo cada vez más. Adicionalmente, debió percibir algunas resquebrajaduras en mi fidelidad hacia ella, por el tipo o la longitud de mis viajes. La intuición femenina, en general, no falla.

Algo que nunca me ha gustado es discutir con mis parejas, especialmente cuando se trata de escenas de celos. Si esto sucedía, simplemente me retiraba de la conversación y las dejaba pataleando solas. Así he obtenido mejores resultados evitando discusiones que teniéndolas, especialmente en lo que a mujeres se refiere. Además, ya estaba viejo para discutir, no me daban las ganas ni la energía.

El camino para que inicie una nueva relación estable fuera del matrimonio estaba abierto.

CAPÍTULO 19: AILEEN

Ese era el contexto de mi vida, con seis años en mi tercer matrimonio, cuando conocí a Aileen.

Era un día de abril. Acababa de entregar un proyecto a un cliente en Madrid cuando se me ocurrió ir a ver las famosas actividades de Semana Santa en Sevilla. Siempre me interesaron las manifestaciones culturales de los diferentes países y esta era una oportunidad única para presenciar la devoción religiosa de los andaluces.

Fui solo, ya que a ninguno de mis compañeros de trabajo le interesó. El Jueves Santo en la mañana compré un ticket en el AVE (tren rápido), con el que llegué en tres horas a Sevilla. Pude encontrar una habitación en un hotelito del centro, lo cual fue un golpe de suerte porque toda la ciudad estaba abarrotada de turistas.

Seville map

En Sevilla cada iglesia tiene su propia procesión, es así que hay un cronograma por orden de salida con un recorrido específico preestablecido. Cuando llegué, pude ver tres de éstas, que me impresionaron por la cantidad de gente participando y la organización dentro de cada fraternidad.

Lo más importante para ver se encuentra en La Madrugá, que se refiere especialmente a las procesiones de la Virgen de la Macarena y de la Virgen de la Triana, que salen de sus respectivas basílicas a medianoche del jueves, dan una vuelta por la ciudad y vuelven a su lugar de inicio a mediodía del viernes. Es todo un espectáculo.

La gente espera La Madrugá en la misma ciudad, dando vueltas por las calles o en algunos locales de comida o bares. Fue así que entré a un bonito establecimiento sobre la calle Eslava, que tenía mesas adentro y también a la calle. Escogí un lugar en el interior, ya que tenía algo de sueño y no quería estar al aire libre.

Alrededor de las tres de la mañana divisé a una pelirroja que se sentó en una mesa exterior del mismo local y pidió un vino tinto. Se sumergió en la lectura de un libro que llevaba, que al parecer estaba muy interesante porque no despegaba la vista de sus páginas.

Me fijé en su apariencia física. Era de contextura delgada, vestida con un chaleco blanco tejido (como los que abundan en Andalucía) y con una falda ancha de tela ligera multicolor. Tenía el pelo recogido en moño, el cual permitía ver un cuello largo del que colgaba un collar de piedras rojas. En las muñecas llevaba pulseras del mismo material. A pesar de que ella era una suma de colores, sus uñas no estaban pintadas ni tampoco tenía maquillaje en la cara.

Aunque estaba un poco flaca para mi gusto (ya que me gustan más las mujeres voluptuosas), mi instinto de galán me dijo que ahí tenía una oportunidad. Justo la mesa que quedaba frente suyo se desocupó, así que me trasladé ahí, esperando que algún momento levante la vista. Pedí una copa de vino también, para dar la impresión de que estábamos en la misma onda. Más que vino necesitaba un buen café para mantenerme despierto, pero cuando un cazador busca a su presa, tiene que hacer ciertas concesiones.

Evidentemente, ella levantó la vista, miró hacia donde yo estaba y le sonreí para darle una señal, pero ella no me vio, simplemente estaba pensando en algo que leyó y volvió a bajar la mirada a su libro. Poco después sí levanto la mirada y esta vez sí se fijó en mí. Le volví a sonreír, levanté mi copa de vino para darle una señal.

Me miró por unos segundos, como evaluando la situación. Ella sabía que podía tomarse todo el tiempo del mundo para decirme si podía acercarme o no. Estaba siendo acechada, pero tenía el control.

Levanté nuevamente la copa como diciendo salud, para ver si podía acercarme para conversar. Me señaló con un cierto cansancio una silla vacía en su mesa, así que fui a sentarme allí. En mi torpe español, me presenté, diciéndole que era la primera vez que venía a ver Semana Santa en Sevilla, que me encantaba. Ella me miró, sonrió y dijo: “British, right?”

Yo sonreí también, aliviado al saber que podía hablar en mi idioma natal. Esta vez en inglés le dije que sí, que estaba de paso en España por trabajo y que me interesó venir a Sevilla a ver la Semana Santa. Se rio: “My god, your brummie accent kills you, ha.” El brummie es un acento muy característico de la zona de Birmingham.

Nos reímos juntos. Esa fue la primera fuerte conexión que tuve con ella. Resulta que su nombre era Aileen, provenía de Blackburn, un pequeño pueblo rural cerca de Aberdeen, en Escocia. En su infancia y juventud había viajado mucho con su familia de vacaciones por los West Midlands ingleses a la granja de un tío, por eso estaba tan familiarizada con el brummie y también con el black country accent, que se habla más en el campo.

El nombre Aileen, según me explicó, es de origen irlandés, no escocés. Dio la casualidad de que justo nueve meses antes de que ella naciera, sus padres viajaron a la casa de campo de unos amigos cerca de Londonderry y ahí se enamoraron del nombre. Significa “luz brillante” o algo así.

Estudió antropología en la universidad de Aberdeen, donde conoció a su esposo, un estudiante de literatura. A los tres años de matrimonio se dio cuenta de que no quería una relación estable. Por el trabajo que tenía como investigadora, viajaba mucho y no quería tener a nadie a quien rendir cuentas. Cuando la conocí, estaba empezando su proceso de divorcio.

Había llegado a Sevilla el año anterior para hacer un estudio sobre la identidad cultural andaluz. Le gustó tanto el sitio que decidió establecerse allá. Ya no aguantaba el frío de Escocia.

CAPÍTULO 20: MENTES HERMANAS, ALMAS GEMELAS

La noche que nos conocimos fue inolvidable. No nos movimos de esa mesa, hablando absolutamente de todo. Hasta me acuerdo de los temas, uno de ellos fue precisamente la supuesta identidad de Andalucía, que algunas corrientes afirman que existe y otras la niegan. También tocamos el tema tan fascinante del origen de los vascos y de su lengua, tan diferente a los idiomas hablados en esa parte de Europa.

De ahí nos fuimos a otro tema y a otro… no se acababa nunca. Cuando nos dimos cuenta, ya eran las ocho de la mañana y se nos estaba pasando el tiempo para ver la procesión de la Virgen de la Macarena, cuya basílica quedaba cerca de donde estábamos. Aileen ya la había visto y estudiado el año pasado, así que me dijo que me apure para no perder detalle. Me aseguró que era un espectáculo, especialmente por las expresiones religiosas y los cantos de la gente en la calle.

Intercambiamos datos para vernos más tarde y me despedí. Esa mañana, caminando por el bellísimo casco viejo de Sevilla, tuve la impresión de que acababa de descubrir un tesoro.

Estuvimos tres días juntos, descubriéndonos, sin jamás ir más allá de un roce de manos. Sentí que estaba naciendo algo puro que no quise ensuciar con una noche en cama y después tal vez nada. Quise ir con mesura, sin apurar las cosas. Había algo ahí, una magia que venía de algún lado.

Con Aileen sentí algo que nunca me había pasado con ninguna de mis esposas. Todas ellas, de alguna manera, no estaban muy interesadas en lo que a mí me apasionaba. Esto era completamente diferente, porque a ella no solo le interesaba lo mismo que a mí, sino que era su carrera profesional, de eso vivía.

CAPÍTULO 21: CONEXIONES Y DESCONEXIONES

Increíblemente, la diferencia de edad no tuvo ningún efecto en nuestra relación. En esa época yo tenía cincuenta y tres años y ella, veintiocho. Eran veinticinco años de diferencia, que se redujeron a nada. Incluso, Aileen era diez años menor que Lily. Eso me demostró que, cuando se trata de almas, la edad de las personas no tiene importancia.

Cuando volví a mi casa en Birmingham y a la rutina de vivir con Lily y los dos niños pequeños, me sentí desconectado. Aileen todavía estaba en mi cabeza, no podía dejar de pensar en ella. Ahí fue cuando de verdad me separé emocionalmente de mi esposa. Ya no la veía atractiva ni interesante. Sin querer (o queriendo, tal vez) empecé a ignorarla. El deseo de tener cualquier tipo de acercamiento físico se redujo prácticamente a cero.

Con el transcurrir de los meses, Lily se dio cuenta de que yo tenía una relación con alguien que vivía en el exterior. Los viajes y las llamadas por teléfono eran más que evidentes. Con el tiempo dejé de ocultar esa relación, lo hacía casi en forma abierta porque era demasiado fuerte como para fingir que no había nada. Nuestro matrimonio ya estaba dañado, de todas maneras.

No quise divorciarme de Lily porque no quería que pase con mis hijos menores lo que había sucedido con mis hijas mayores. Me prometí que sería el padre que estaría siempre presente, que no los abandonaría.

Por otro lado, Lily podía haberse divorciado de mí y con toda la razón, pero no lo hizo. Nunca llegamos a hablar de eso, era como un tabú entre nosotros porque sabíamos que el momento que tocásemos el tema, podríamos terminar separándonos. ¿Por qué no lo hizo? Me parece que fue una combinación entre la inseguridad de lo que el destino depara a una mujer divorciada y también el compromiso de dar a los chicos un hogar estable, a costa de su propia felicidad.

CAPÍTULO 22: INTENSIDAD Y DURACIÓN

Mi contacto con Aileen se hacía cada vez más intenso. En esa época no había buen servicio de Internet, así que hacíamos llamadas de larga distancia por la noche, cuando la tarifa era más barata. Eso significaba que teníamos que aguantarnos durante el día las ganas de hablar. Con el tiempo, expresábamos cada vez más y mejor nuestros deseos, miedos, esperanzas y frustraciones. No había tema que no abordáramos. Nos hicimos muy amigos, hablando muy del alma, muy profundo, nos hicimos cómplices en todo.

Muchas veces me inventaba reuniones en otros países nada más que para verla. Las únicas veces que no me porté responsablemente con los clientes era cuando faltaba a citas o llegaba tarde por ir a Sevilla, que quedaba bastante a trasmano de los países a donde tenía que ir. Necesitaba hacer escapes así, porque en mi casa el ambiente con Lily no era de los mejores.

En los casi veinte años que estuvimos juntos, Aileen y yo hicimos viajes fantásticos a varias partes del mundo. El costo no era problema ya que yo podía quemar como fósforo cualquier dinero que recibía en honorarios y, por su lado, ella tenía fondos propios provenientes del negocio de su familia.

Según me explicó, su familia es propietaria de una empresa que provee servicios portuarios y de logística en Aberdeen a las grandes empresas petroleras que explotan campos en el mar del norte (oil fields off shore). Ese negocio lo manejan sus hermanos mayores. Los dividendos que percibía por sus acciones le daban más que suficiente para vivir.

Visitamos las islas griegas, la costa azul francesa, las ruinas arqueológicas en Siria y Jordania, alquilamos un auto para recorrer toda Italia de norte a sur, nos perdimos en los castillos de Croacia y Eslovenia … En viajes más largos, aprovechando algunos trabajos míos, visitamos Chichen Itzá en México, los fiordos noruegos, Angola, San Petersburgo e Israel. Fueron tantos lugares y experiencias que no acabaría nunca de listarlos.

La belleza de viajar con Aileen era que nos interesaban las mismas cosas, caminábamos mucho por todos lados, charlando despreocupadamente, agarrados de la mano. En los últimos años, eso sí, yo tenía ya algunas dificultades para seguirle el ritmo, así que ella cuidaba de no exigirme mucho físicamente.

De todas las mujeres que he tenido, ella ha sido una de las pocas por la que me he sentido realmente celoso. Cualquier indicio de que estaba con otro hombre, por más mínimo que fuera, era motivo para que me ponga nervioso. Ese comportamiento mío, más que ahogarla, le divertía, porque ella se sentía muy segura de sus sentimientos. Además, como la mujer fuerte que es, sabía que el momento que ella quisiera podía terminar conmigo, sin pestañear.

CAPÍTULO 23: VENTAJAS

Aileen se portó de una manera excepcional en nuestra relación. Ella tenía la certeza de que éramos fieles uno con el otro. No era un amorío a distancia, era una conexión mucho más fuerte, una complementación como nunca tuve con nadie más. A pesar de que podía incomodarle estar “comprometida” con un hombre casado, sabía que entre mi esposa y yo no pasaba nada sentimental ni físico.

Sabía perfectamente que el interés de Lily y mío era el bienestar de los chicos. Aileen nunca me puso en la situación incómoda de tener que escoger entre ella y mis hijos. Sabía que, si hacía eso, perdería.

Por otro lado, Lily tenía pleno conocimiento de mi relación con Aileen. La aguantó, aunque no tenía porqué hacerlo. El hecho es que no inició ningún trámite de divorcio. De la misma manera, Aileen tampoco me presionó para que me separe, porque entendía las complicaciones que esa situación traería para mí.

Facilitó mucho que no hubiéramos convivido juntos, ya que eso mata cualquier pasión. Ambos sabíamos que en algún momento teníamos que volver a separarnos, lo cual generaba que nos diéramos más cariño.

Y sobre la parte económica, también había una ventaja, ya que mis ingresos y los suyos eran completamente independientes. Es más, ella tenía incluso más dinero que yo. Muchas veces me sacó de apuros enviándome fondos para cubrir deudas, aunque a veces no era fácil porque tenía su mes muy planificado.

En algún momento pensamos en que ella venga a vivir a Birmingham cuando mis hijos hubiesen crecido y fueran independientes. La idea no prosperó por diferentes motivos, así que decidimos seguir como estábamos.

CAPÍTULO 24: ROMPIMIENTO

Algo que me causó mucho dolor fue el distanciamiento entre mis dos familias, la de mi hermana y sobrinos, por un lado, y la de mi esposa e hijos, por otro lado.

El problema de fondo en parte fue culpa mía. En un momento cuando no teníamos dinero en casa y teníamos que buscar un lugar para vivir, pedí a mi hermana Esther usar la casa de los papás para alojarnos mientras buscábamos otra vivienda, aprovechando que ella vivía en Francia.

Como expliqué antes, la casa era de mis padres, pero Esther la compró después a cada uno de los herederos, así que ella llegó a ser la única propietaria del inmueble.

El problema vino cuando nosotros ya vivíamos allá y Esther volvió de Francia a vivir a Birmingham. No había ninguna habitación libre, así que pensé que el escritorio que Emily usaba lo podíamos convertir en un dormitorio. Recibí una negativa rotunda tanto de ella como de su madre. Llegamos a una solución intermedia, que Esther comparta el mismo dormitorio con mi hija, lo cual fue sumamente incómodo para ambas.

Llegó un momento en que la tensión fue tan alta que mi sobrina Anna vino a reclamarme por el trato que estaba recibiendo su madre, en su propia casa. Reconozco que tenía razón, pero no podía darle una respuesta porque también yo recibía presiones de mi hija y Lily para que mi hermana desaloje la habitación.

La discusión subió tanto de tono que Emily salió a defenderme y empujó a Anna contra la pared. Fue realmente muy desagradable. Yo me puse al medio de las dos para que no se peleen, pero el daño ya estaba hecho.

Mis dos sobrinos (hijos de Esther) se quedaron resentidos conmigo, porque consideraban que yo debía haber intervenido a favor de mi hermana dándole un lugar en su casa. En parte tenían razón. Eso no justificaba, por supuesto, los gritos y falta de respeto entre las dos partes.

Las peleas por dinero dentro de una familia son especialmente feas. De ahí nacieron rencillas y actitudes posteriores que, lamentablemente, ensuciaron el ambiente familiar que teníamos. Me vi en medio de toda esa historia.

Tuve que alejarme de mi sobrina principalmente por mi hija, a quien adoro. Emily estaba dolida por cómo mi sobrina me encaró ese día y la entiendo. Lo que pasa es que ella no sabe de las veces que efectivamente mi sobrina me ayudó cuando más lo necesitaba (entre otras cosas, justamente, para pagar las pensiones de su colegio).

Esther tuvo que salirse de su propia casa y alojarse en un departamento alquilado, mientras mi familia siguió viviendo ahí mismo.

CAPÍTULO 25: EL AMOR NO ES EXCLUYENTE

Lo triste de todo esto es que mis dos hijos se alejaron de Anna. Tal vez no se acuerdan de la cantidad de veces que ella se esmeraba por alimentarlos, cuidarlos y quererlos. Esas cosas no se deberían pasar por alto. La pena es que ahora no hay quién les haga recuerdo de eso.

Ellos no se dan cuenta del cariño que tenía y todavía tiene Anna por ellos. Y también su madre, por supuesto. No es un tema de competencia ni de control. Los dos chicos pueden querer a ambas. El amor nunca es excluyente, el amor complementa y enriquece, solo hay que dejarlo fluir y reconocer su presencia en nuestra naturaleza.

Y ser agradecidos, sobre todo, por haber tenido personas que nos amaron y cuidaron.

CAPÍTULO 26: LOCKDOWN

El confinamiento (lockdown) por la pandemia fue muy difícil para todos en la casa, pero especialmente para mí.

Llevaba años sin ninguna relación sentimental con Lily, nuestra comunicación se limitaba a lo estrictamente necesario para convivir en la casa, no teníamos ni temas de conversación. Por suerte ella siguió trabajando en su bufete de abogados. Pandemia o no, la gente seguía peleándose, lo cual fue bueno para nosotros.

Mi hija mayor se quedó sin trabajo al principio y después consiguió un puesto en una empresa de delivery. Era algo temporal, pero le salvó en algo su flujo de caja. Leo, por otro lado, seguía en la universidad y, a pesar de que las clases continuaron por vía virtual, la tensión que sufría por exámenes y trabajos era evidente. En la casa se sentía su malhumor.

Hubo algo que todavía empeoró las cosas. Mis hijos se enteraron de mi relación de tantos años con Aileen. Pienso que Emily ya sabía algo, pero no hizo escándalo o, por lo menos, tuvo el cuidado de no recriminarme mucho.

El caso de Leo fue diferente. Realmente se enojó conmigo, me recriminó fuertemente por lo que había hecho sufrir a su madre. Su reacción fue una mezcla entre su carácter discutidor y la educación extremadamente religiosa de su colegio.

Obviamente, algo de razón tenía. Por otro lado, a mis setenta y tres años no tenía mucha energía para discutir nada ni dar explicaciones. Opté por encerrarme lo más que pude en mi escritorio. En los almuerzos se podía sentir la tensión entre nosotros, no era muy agradable.

Me dio pena que Leo haya tomado la decisión de tomar partido en un problema que es netamente asunto de sus padres y de nadie más. Él nunca va a poder saber qué es lo que realmente ocurrió entre su madre y yo. Lo mejor para los hijos es mantener distancia y seguir queriendo a ambos sin importar cómo se portan como pareja. No es bueno para nadie dejar que la rabia le gane al amor.

A todo esto, sentí que mi presión alta y mi diabetes se hacían más agudos. Cada día que pasaba me sentía más débil, no sabía si iba a aguantar el encierro. Mientras tanto, las olas de contagios en los West Midlands venían como en un tsunami, una encima de otra. La economía del Reino Unido se venía abajo, no solo por efectos de la pandemia sino también por el brexit.

Pasaron los días, las semanas, los meses… y seguíamos encerrados en ese ambiente de casa tan agobiante. Básicamente, con la única con quien mantenía contacto regular era con mi hija Emily, quien fue mi conexión con el mundo externo y mi sostén cuando lo necesitaba. Le debo mucho.

Hice algo que nunca se me había ocurrido siquiera considerar: mirar películas románticas. Siempre me parecieron cursis y una pérdida de tiempo. Debo reconocer que me sirvieron por lo menos para tener un tema de qué charlar, tanto con Aileen como con Emily.

CAPÍTULO 27: ENFERMEDAD

Estoy absolutamente convencido de que el confinamiento fue el causante para que los males que me perseguían hace tiempo se hayan agudizado. Además, nunca dejé de fumar e ignoré a todos los agoreros que decían que el tabaco producía cáncer de pulmón. Mi adicción a la nicotina era más fuerte que cualquier elucubración filosófica sobre la muerte. Mi escritorio olía a cigarrillo hasta en las cortinas. Como solo yo estaba ahí, no me molestaba en lo más mínimo.

El hecho de estar encerrado en casa, sin posibilidades de viajar, sin dinero, sin seguro y viviendo con una mujer que ya no amaba seguramente bajaron mis defensas. Además, Lily aprovechó que me tenía al alcance para hacerme la vida un poco más difícil, recriminándome por los desplantes y la falta de cariño de los últimos años. Me hizo recuerdo de la cantidad de veces que me negué a acompañarla a reuniones familiares o sociales y que tuvo que ir sola. «No te costaba nada venir, por pura cortesía, por lo menos», dijo.

Mi salud desmejoró a una notable velocidad. Enflaquecí mucho. Conseguir médico en plena pandemia era algo difícil. Todos tenían miedo de ir a los hospitales por temor a los contagios y los médicos también, de venir a las casas. En esa época no había vacunas todavía. Simplemente dejé que las cosas siguieran su curso, esperando a que el confinamiento terminara y pudiera ir nuevamente a Sevilla.

Era como si estuviera en una jaula, encerrado en mi escritorio. Sentía como un cierto frío en el alma que no podía sacudir.

La discusión que tuve con mi hijo, aunque al principio lo negaba, tuvo un efecto muy fuerte en mí. Lo que pasa es que me puso como condición: o Aileen o nosotros. No podían concebir que, estando yo casado con su madre, tenga una relación extramatrimonial de tantos años.

Eso significaba, naturalmente, que iba a escogerlos a ellos, no iba a abandonarlos, era una promesa que me hice a mí mismo. Pero eso quería decir que tenía que acabar la relación con Aileen. ¿Y, qué iba a hacer sin ella?

La amaba como si fuera parte de mí. Sus conversaciones me llenaban y me traían luz. Hablábamos todos los días, de todos los temas imaginables. Era mi compañera, mi sostén, mi amor, mi todo. No verla más… ¿por decisión mía? El solo pensamiento me parecía intolerable. Seguramente podría vivir sin ella, pero sería una existencia vacía, no sabría cómo hacerlo.

No, eso ya no era vida. Y no lo fue. Al poco tiempo, evidentemente, morí.

CAPÍTULO 28: DESPUÉS DE MI MUERTE

Tres meses después de mi fallecimiento, vi como Lily entró a mi estudio, donde están mis libros, apuntes y computadora. Ella ya había superado ese miedo o respeto hacia mis cosas y sentí que quería saber más sobre mí. Yo solo podía observar lo que hacía.

Lily pudo abrir mi computadora de alguna manera que no puedo entender. Parece que ya sabía las claves de acceso, no solo de la máquina, sino también de algunos archivos. Tal vez simplemente las dedujo. Alguna vez creo que le mencioné que mis claves están siempre relacionadas con fechas, así son más fáciles de recordar.

Pudo ver los emails y chats que tuve con Aileen, las fotos de nuestros viajes, mis registros de banco (con muchos más ingresos que lo que ella pensaba), los mensajes con mi hermana y sobrina, en fin, todo. Tal vez cumplió con su objetivo de saber más. Necesitaba llenar algunos vacíos de información. Espero que esté satisfecha con lo que averiguó, porque no es sano estar en ese rol de investigador del cónyuge, dejas de tener una vida propia.

Tengo la esperanza de que Lily recupere la alegría que tenía cuando la conocí, que se libere de las cosas que la aprisionan y que aligere su espíritu, para seguir avanzando por la vida con menos peso. Tiene muchos años todavía por delante y quiero que sea feliz.

A Leo lo vi apesadumbrado porque yo me fui cuando todavía estaba enojado conmigo. No nos habíamos hablado por cuatro meses. Si pudiera hablar con él le diría: “Hijo querido, antes que nada, quiero que sepas que te amo. Por favor no sufras por no haberte despedido de mí. Entiendo el dolor por el que pasaste cuando te enteraste de mi relación con Aileen. Tal vez, al leer esta historia, puedas entenderme algo más. Deja las cosas ir, recuérdame por tantos lindos momentos que pasamos juntos, por las risas y los juegos. Tú y Emily son mis hijos queridos, cuídense y sean felices, es todo lo que deseo para ustedes”.

Y también a Emily, decirle: “Gracias, mi amada Emily, por tu amor hacia tu padre, por acompañarme en esos meses tan duros de la pandemia. Gracias por ser mi conexión con el mundo externo. Acuérdate de todas las personas que te cuidaron y te protegieron cuando eras niña. Sé feliz. Tu padre”.

CAPÍTULO 29: SEÑALES 

En los días y meses después de mi muerte, descubrí que podía enviar señales al mundo de los vivos.

Con Aileen me divertí un poco, estaba seguro de que iba a entenderme. Uno de sus hobbies es la jardinería. La pequeña casa que ella alquila en Sevilla tiene un patio interior precioso, de estilo andaluz, con muchas macetas de flores de diferentes colores. Lo que hice fue hacer que florezcan los geranios blancos temprano en primavera, cuando todavía no era época. También hice que ella note la cantidad de geranios blancos que había en toda la ciudad, hasta pintados en las paredes. Lo entendió. La oí decir, para sus adentros: “Me haces reír hasta cuando ya no estás acá”.

CAPÍTULO 30: EL VEREDICTO

Justo acababa de terminar de escribir esta historia cuando Archibald entró a la salita de espera. Tenía noticias, debíamos volver a la sala porque el Juez había llegado a una conclusión.

Alcancé a entregarle las hojas manuscritas y el bolígrafo. Ya él verá a quién se las deja.

Volví a mi banco frente al tribunal. El público seguía con la misma distribución, pero se veían más relajados, conversando entre ellos. Hasta mis examigas estaban en charla animada. Sin embargo, Aileen y Lily seguían lado a lado sin hablarse. Espero que algún día lo hagan.

Archibald y el tipo rojo estaban de pie en el pasillo entre sus escritorios, intercambiando algunas palabras. Se notaba que eran colegas de trabajo hace mucho tiempo. El caso mío debe haber sido uno de tantos por los que se han enfrentado.

De repente, el Juez se hizo presente. Lo noté porque… es imposible no notarlo, aunque no lo podía verlo ya que se encontraba detrás mío. Un silencio invadió toda la sala. No oí ninguna palabra.

De repente el público estalló en júbilo, con aplausos, vítores y lágrimas, abrazándose entre ellos.

Archibald me hizo una señal de dedo pulgar arriba; el tipo rojo me miró con una cara como diciendo: “Bueno, hice lo que pude, tan malo no habías sido”. Todas las luces del tribunal se encendieron, en forma tan fuerte que me encandilaron, casi no podía ver. Y se hicieron todavía más y más brillantes.

Casi sin pensar, lo último que vi de la sala antes de que me envuelva la luz total fue a Hench, mi perro cocker spaniel, haciéndose pis en el escritorio del tipo rojo. No se pudo aguantar. Me reí.

FIN

*****

¿Te gustó el relato? ¡Deja un comentario a continuación!

Suscríbete aquí para recibir nuestro boletín de noticias.

El contenido también está disponible en Facebook, Twitter, Instagram, Pinterest y LinkedIn.

*****

Escrito por

Cada historia que escucho es como si fuera mi propia historia. Y en cierta forma, es la tuya también. Al leerlas, espero que lo sientas así.

8 comentarios en “El juicio de mi vida

  1. Buenísimo Marco. Sin complicaciones ni elucubraciones, dejas que la historia fluya de manera muy amena y sin dejar de generar cierto suspenso. Felicidades! Disfrute la lectura.

  2. Marco tiene un estilo muy propio, parecería que tiene algo más que sólo dos novelas escritas. La historia fluye con facilidad, conoce su tema, describe con suficiencia sus caracteres y la situación en la que se encuentran dejado que el lector llene los detalle sin notarlo.
    Espero la próxima.
    Muy bien Marco.

  3. Gracias Marcos por tu bella historia, me recuerda mucho a mi vida, con la diferencia que yo me casé tarde y no tuve esos desencuentros, sino una suma de experiencias, viajes y relaciones que la llenaron.
    Cuando vengas a La Paz, favor llámame.

Deja un comentario