Separaciones

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Separaciones,
tan crueles unas veces,
tan necesarias otras.

Separaciones de los padres,
separaciones de la tierra que nos vio nacer,
separaciones del ser amado y de los hijos.

Desde el momento
en que nos separamos
de nuestra madre al nacer,
arrebatados a la fuerza
con el corte del cordón umbilical,
andaremos irremediablemente por el mundo
tratando de encontrar
nuevamente
la protección, bienestar y paz del vientre materno.

Intentaremos reencontrar
esos sentimientos perdidos,
buscaremos palpar
con nuestras manitas de infante
la tibieza de los senos de nuestra madre
y la tranquilidad de su arrullo.

Buscaremos después
en un abracito fuerte en el cuello de nuestro padre
la salvación a las tempestades de nuestra temprana niñez

y en los abrazos de nuestros amigotes
la complicidad a los juegos
de la niñez adulta.

La solución
a nuestra inherente soledad
la buscaremos después en la adolescencia,
perdiéndonos en los recovecos del amor.

Y más tarde,
ya de adultos y hasta el fin de nuestros días
protegeremos y no dejaremos de pensar
en aquello que nos fue dado por la naturaleza,
que es la bendición de nuestros hijos.

Y es que el efecto más aterrador
de la separación
es volver a encontrarnos solos en los sueños,
solos caminando en la fría niebla
escuchando voces de nuestros seres queridos,
sin poderlos ver ni encontrar.

Solos en nuestra angustia
y solos sin protección.

Así, cuando hacemos distancia por la fuerza
y nos marchamos lejos de nuestra casa,
de las calles y barrios tan familiares a nosotros,
de nuestros amigos de infancia
y de todo aquello que es muy querido
por ser nuestro,

y nos perdemos allá en la lejanía,
en otros países,
cubiertos de nostalgias,
nos damos verdadera cuenta de la crueldad
de la separación.

Las separaciones vienen por cualquier motivo.

Cuando el amor se acaba
y el sufrimiento es demasiado,
entonces hay que partir.

Cuando el futuro se presenta
más promisorio allá que aquí,
entonces hay que partir.

Cuando la subsistencia diaria
y el día a día se presenta difícil de vivir,
entonces hay que partir.

Las separaciones
y las soledades que las acompañan
son un hecho de vida,
inexcusable,
inevitable.
Cada cual verá como asumirla
y como sobrevivirla en su propia existencia.

Y será solamente
en el momento de la agonía final,
cuando veamos a nuestros padres
ya fallecidos
esperándonos al otro lado,
que sentiremos aproximarnos nuevamente
a nuestro cordón umbilical primario,
a nuestra única esencia divina,
y así,
con la última exhalación,
volveremos a fundirnos en ella.

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Escrito por

Cada historia que escucho es como si fuera mi propia historia. Y en cierta forma, es la tuya también. Al leerlas, espero que lo sientas así.

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