Él y ellas

Él y ellas
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Él salió de su casa a las cinco de la mañana para dirigirse a la estación de tren, como era su rutina habitual desde hace muchos años. Esta vez había una temperatura agradable. «Va a hacer calor hoy», pensó. Debía apurarse, porque la línea 54 llega exactamente a las 05:23 de la madrugada.

Ellas, hermosas mujeres aprendices de damas de compañía, terminaron su primera noche de trabajo en El Aguijón, uno de los clubs nocturnos de Madame Carla, su proxeneta y acreedora. Estaba ya casi amaneciendo y tenían que llegar a un departamentito que ella les prestó mientras encontraban algo propio. Para llegar allá, debían tomar el tren de la línea 54, que pasaba por una estación cerca de donde se encontraban.

Él llegó a la estación y se dirigió al andén de donde sale el tren. Se sentó a esperar en el mismo banco de siempre, que queda a la izquierda después de subir las gradas. Ese era el lugar ideal, porque la primera puerta del primer vagón se abría justo frente a él y le daba la oportunidad de sentarse en el primer asiento adentro. Tantos años de práctica hacía que todo lo tenga medido a la perfección. Miró su reloj y verificó que faltaba un par de minutos para que llegara el tren. Sonrió satisfecho, acariciándose el bigote. Sacó su celular para ver las noticias del día.

Ellas llegaron a la estación, un poco embobadas porque no estaban acostumbradas a ese ambiente ajetreado de la ciudad. Preguntaron a una vendedora de flores cómo podrían tomar el tren de la línea 54, ella les indicó por dónde ir y así llegaron a la plataforma. Como mucha gente las miraba fijamente, porque todavía estaban con su ropa de trabajo, tal vez con un saquito encima, se sintieron incómodas y se fueron a un extremo del andén, donde sólo había un señor de bigotes sentado en un banco.

Él se sorprendió con la bulla, una mezcla de tacos y voces femeninas. No era muy normal escuchar ese tipo de ruido a esa hora. Levantó la vista del celular y vio a este grupo de hermosas mujeres jóvenes, vestidas ligeramente, mostrando unas curvas prodigiosas arriba y abajo. Era todo tan inesperado que no podía despegar la mirada de ellas.

Llegó el tren. Él subió rápido al vagón para ocupar su asiento preferido, el primero a la izquierda detrás de la cabina de mando, al lado de la puerta. Le siguieron otros pasajeros habituales, acostumbrados a la muchedumbre y a los empujones.

Ellas no sabían si subir al tren o no, porque el vagón estaba demasiado lleno. A último momento decidieron entrar. Tuvieron que quedarse paradas, porque ya no había asientos disponibles. Se pusieron todas muy juntas, como para protegerse de los aprovechadores que nunca faltan. Se situaron justo al frente del mismo señor de bigotes que estaba sentado en el andén.

Él sintió que su sangre se calentaba, así como otras partes de su cuerpo. No solo que esas mujeres eran hermosas, sino que estaban a muy pocos centímetros de distancia, Y olían a perfume. A medida que el tren avanzaba y se bamboleaba sobre los rieles, era inevitable que él las toque, rozando su hombro contra sus piernas o caderas. Estaba un poco incómodo, porque en temas de mujeres era un absoluto inepto, además de ser muy tímido, aún a sus cuarenta y tres años.

Una de ellas, la más joven, a quien no le fue muy bien en la noche, se dio cuenta de que ese hombre de bigotes estaba un poco aturdido por lo cerca que se encontraban. Tenía la misma cara de bobo de los clientes del club, que solo pueden mirar y no tienen plata para pagar. Decidió divertirse un poco, sin que sus amigas se dieran cuenta. Logró colocarse, como haciendo que parezca casualidad, de espaldas a él, con su minifalda a la altura de su cara, pero de frente a sus amigas, sin perder el hilo de la conversación. Incluso se inclinó un poco hacia adelante, para que todos sus contornos tengan más efecto.

Él vio con espanto cómo esas hermosas curvas se situaron tan cerca de su cara. Estaban tan al alcance que, si se inclinaba un poco, hasta las podía tocar y tal vez ella no se daría cuenta. Se fijó a los costados para ver si algún otro pasajero se daba cuenta de lo que estaba pasando, pero no, todos estaban como siempre, un poco dormidos, con los ojos cerrados.

Con el rabo del ojo, ella vio que él estaba inmovilizado con la mirada fija en su trasero. Entonces, empezó a jugar un poco más. Haciendo un movimiento que parecía involuntario, logró subir ligeramente la tela de su minifalda, dándole a él una mejor vista. Y después la subió aún un poco más. Llegó un momento en que él pudo ver, sentado donde estaba, su ropa interior, que valga la pena decir, es la misma que la que ella usó para hacer su show. Es decir, casi no se notaba que tenía algo puesto, por lo tan delgada que era la prenda.

Él no podía creer su buena suerte. ¡Qué vista, qué lujo! Nunca en su vida le había pasado algo así. Las mujeres que tuvo en su vida no eran ni remotamente tan agraciadas como esta señorita. Y nunca tuvo el valor ni el dinero para ir a ver un espectáculo de striptease. Su imaginación empezó a volar. ¿Y si se animaba y la tocaba un poco? ¿Y si a ella le gustaba? Se imaginó enterrarse entre esas hermosas y redondas nalgas. Sería un sueño hecho realidad. Realmente lo deseaba, aunque sea lo último que haga en la vida, tenía que hacerlo…

¡¡¡¡ KISHHHH KRASHHHHH BUUMMMMM SWIIIIIIKKKK …. !!!

[ruido apagado distante, linternas que se mueven en una bruma, muchos gritos lejanos…]

— Dios mío, que horror… ¡Equipo verde, equipo verde! Encontré aquí a otro grupo de pasajeros, ¿me copian?, ¡¿me copian?! Estamos en la parte delantera del tren.
— Sí, copiado equipo azul, vamos en camino.
— Por Dios, no veo a nadie vivo por aquí, imposible que hayan sobrevivido a semejante choque.
— Sí, y en el otro tren deben estar igual…

— Vayan sacando con cuidado por favor, puede que alguien esté vivo todavía.

[En la calle, una periodista de televisión mira a una cámara para dar su nota en vivo]

Gracias, Beatriz. Estamos acá en las afueras de la estación de la calle 48, donde en horas de la madrugada sucedió un terrible accidente. El tren que venía rumbo a la ciudad, de la línea 58, chocó de frente contra otro que estaba parado en la vía por una aparente falla mecánica. Nos reportan que hay más de treinta fallecidos y muchísimos heridos más. En unos minutos tendremos más detalles. Volvemos a estudio por favor.

— ¿Estás seguro de que ya no hay más?
— Sí, saqué al último, un hombre de bigotes, completamente aplastado, estaba debajo de una pila de otros pasajeros, algunas parecían unas prostitutas, pobres chicas…

….

[En la morgue]

Señora, por favor pase, por protocolo debemos asegurarnos de que un familiar reconozca el cuerpo.
— Sí, sí, entiendo. ¿Este sería?
— Sí, este es. Abriré la bolsa.
— Ay, sí, este es Jorge, no lo puedo creer, si está mañana salió tan tranquilito como siempre… increíble… qué barbaridad….

Oiga, disculpe, le puedo hacer una pregunta…
— Sí, señora, dígame.
— Es que hay algo que me llama la atención. Jorgito tiene una expresión rara, él no era así, siempre estaba serio, con lo responsable que era… pero… ahora… está sonriendo, como si hubiera muerto feliz…

FIN

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Este es un cuento de ficción. Cualquier parecido a una persona o situación que conozcas es pura coincidencia.

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Escrito por

Cada historia que escucho es como si fuera mi propia historia. Y en cierta forma, es la tuya también. Al leerlas, espero que lo sientas así.

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