Este tercer viaje empezó con muchas dudas. No había una necesidad de ir y, sin embargo, algo me llamaba. Al llegar a Santiago supe la razón: encontré la fe en mí mismo, en mis propias capacidades. Fue un regalo divino el que recibí.
PRÓLOGO
La primera vez que viajé a Santiago de Compostela fue el año 2016. Resultó una experiencia bonita y novedosa, pero más turística: comí jamón serrano hasta saciarme, tomé buen vino y saboreé riquísima comida gallega. El recorrido de 120 km lo hice con un amigo, lo tomé como un tiempo de relajación y para hacer un buen ejercicio físico.
Cuando volví a hacer el mismo recorrido el año 2017, con clientes de la empresa de turismo donde trabajaba, busqué un poco más de significado acerca de la peregrinación en sí. Y lo que descubrí fue un sentido de comunidad con toda la gente con la que me encontré, conocidos o desconocidos. Esa experiencia me hizo mucho más consciente de los vínculos que nos unen unos a otros. El relato de ese viaje se puede encontrar aquí.
Pero este año 2018 se presentaba diferente. A pesar de toda la promoción que hice para hacer la peregrinación a Santiago, solo Roger, un antiguo cliente de la oficina, se anotó en firme. Entonces, no se justificaba que la empresa pague por mis viáticos o pasajes. Pero yo no podía dejar de pensar que tenía que volver a hacer la peregrinación otra vez, sin saber realmente por qué; entonces, decidí hacer el viaje por mi propia cuenta, a mi costo y con cargo a mis vacaciones.
Entremedio de todas estas idas y vueltas sobre si ir o no de viaje, decidí renunciar a mi trabajo. Era ya un tema que se iba acumulando en el tiempo, porque sentía que después de doce años de estar en la empresa necesitaba un cambio laboral y nuevos retos en mi vida. El único pequeño detalle, pequeñísimo y casi sin importancia… era que no sabía lo que iba a hacer después.
Así que, con todo el rollo encima, partí. El avión salió de Santa Cruz rumbo a Madrid el 28 de abril del 2018. Creo que viajé con la esperanza de descubrir a algún santo que protegiera a los ligeramente chiflados e irresponsables, para que yo pueda encenderle algunas velitas y rogar para que me vuelva a mis cabales.
EN EL CAMINO
La ruta a Santiago de Compostela que elegí es el camino portugués, que tiene una duración de 6 días caminando y aproximadamente 120 km de distancia. El recorrido inicia desde un pueblito en la frontera entre España y Portugal que se llama Tui y va rumbo norte hasta llegar a Santiago de Compostela. Aquí les dejo un mapa del recorrido para que se ubiquen:
Muchas de las cosas que encontré en el tercer viaje se refieren a situaciones o personas que conocí en el segundo viaje, por lo que les sugiero que, si no lo han hecho ya, lean mi relato del segundo viaje en este mismo blog.
PRIMER DÍA: TUI – REDONDELA
Esta porción del recorrido, saliendo desde Tui, fue la única que hice con Roger en forma conjunta. Nos tocó un día frío y lluvioso, había partes en los senderos que estaban resbalosos y quería asegurarme de que Roger sepa manejarse con las flechas amarillas que indican el camino a seguir hasta llegar a Santiago.
Evidentemente, en uno de esos momentos durante la caminata, mientras íbamos charlando, yo me di cuenta de que las flechas nos indicaban que debíamos salirnos de la carretera e internarnos a la derecha por un sendero. Decidí quedarme callado para ver si él se daba cuenta. Pero no fue así, siguió charlando y se pasó la flecha. Le hice notar el peligro de no estar atento a las flechas porque te puedes perder y hay lugares donde no hay a quién preguntar. Tuvimos que regresar al punto donde estaban las flechas y desde ahí tomamos el camino correcto.
Entre la lluvia, el sol, otra vez la lluvia y otra vez el sol, nos dimos cuenta de la importancia de tener zapatos para senderismo y ponchos o implementos para la lluvia. Lo importante es que no se mojen las mochilas.
Aquí van un par de fotos del inicio de la etapa a la salida de Tui y del final de la etapa en el pueblo de O Porriño:


SEGUNDO DÍA: O PORRIÑO – REDONDELA
Cuando empecé a caminar desde O Porriño hacia Redondela, me di cuenta de algo: estaba buscando todas las iglesias, capillas o lugares especiales para poder rezar, lo sentía como una necesidad. ¿Por qué? Pues creo que no sabía el por qué, ni cómo ni para qué estaba volviendo a hacer el Camino. Tenía un conflicto con mis intereses y metas, había algo en la vida que no me satisfacía, como una búsqueda latente que no podía ni sabía descifrar.
Estoy escribiendo este relato dos meses después del viaje y hay algunos detalles que se me escapan. Lo que creo que rezaba, además del padre-nuestro-ave-maría-ángel-de-la-guarda-dulce-compañía, eran dos peticiones. Lo primero que pedía era tener la sabiduría en las decisiones que tome. Estoy plenamente consciente de que como humanos todos nos podemos equivocar, pero a veces necesitamos una ayuda del Jefe para que no nos equivoquemos en decisiones importantes.
Y la segunda petición era que me de fe y confianza en cualquier acción que ejecute en el futuro. Como no sabía qué iba a hacer en los próximos meses, ya que no tenía trabajo, pedía tener la confianza en mí mismo para cualquier proyecto que tome.
Como siempre, cada vez que rezaba, la iglesia me devolvía el silencio. Pero yo sabía que al final la respuesta estaba dentro de uno mismo, solo la debes saber escuchar.
En el Camino pasé por donde el año pasado tuve una linda charla con don Celso (a quien busqué y no encontré) y con Rodrigo, el tendero. Me di cuenta de que había una iglesia ahí, casi a la vista. Tenía las puertas cerradas, así que me paré frente a la entrada y recé en silencio. Después me senté apaciblemente en uno de los bancos que había afuera. Fue un lindo momento de paz.
Llegando a Redondela, tomé el mismo camino por la playa de Cesantes hasta el hotel. Esta vez la marea estaba un poco alta y casi no pude caminar por la arena. El día seguía frío y húmedo. Llegué al lugar donde el año pasado había unos perros con los cuales jugué y me divertí, pero ahora no había nadie allí. Estaba silencioso. Me di cuenta de que las oportunidades de divertirse y de compartir hay que tomarlas cuando llegan porque después te puedes encontrar con lugares vacíos y tristes.
TERCER DÍA: REDONDELA – PONTEVEDRA
Este tramo fue muy especial porque me reencontré con dos personas muy queridas. La primera fue Susy. Ella tiene un puesto donde sella pasaportes y tiene café y souvenirs para los peregrinos. Su puesto queda a una hora caminando desde Redondela, después de una bajada y al borde de la carretera.
Me reconoció apenas me vio llegar. Nos abrazamos con alegría por el reencuentro. Empezamos a charlar un poco, pero interrumpidos frecuentemente por los peregrinos que llegaban uno tras otro.
Le comenté que desde que hice el Camino el año pasado empecé a escribir un blog relatando todas las conversaciones que tengo. Le conté sobre las experiencias con cada persona entrevistada y cómo cada una de esas conversaciones ha hecho que mi mundo se enriquezca.
Le pregunté si me quería conceder una entrevista, porque me interesaba saber cuáles eran sus vivencias estando ahí, en medio del camino a Santiago. Hicimos una grabación de casi veinte minutos, esto es lo que me contó:
LA ENTREVISTA CON SUSY
“Para mí el Camino es como la vida, me transmite mucha paz el venir para aquí para estar con los peregrinos.
Siempre me pregunto una cosa: ¿por qué todos somos buenos? En el Camino todos los peregrinos que pasan por aquí son así, es que no encuentro ninguno malo. Nos transformamos tanto. ¿Por qué me pregunto siempre eso? Por aquí pasa mucha gente y no digo: ‘¡Uy!, este no me cae bien, o este no… algo’. Todos somos buenos, todos. No tengo detalles malos de ningún peregrino, todos me tratan bien. Bueno, puede ser porque yo también les trato bien.
Te puedo contar una historia que me acaba de pasar esta semana. Me llegaron dos peregrinos portugueses, era un matrimonio, calculo que tenían unos 40 años. Se sentaron en las sillas y yo estaba sellando. Esperaron a que me desocupe y después me dijeron: ‘Venimos mandados por una persona que hizo el Camino y que estuvo aquí contigo. Queremos saber qué precisa el peregrino para estar bien atendido, porque queremos abrir un albergue en Portugal’.
Les dije que deben cuidar la limpieza, pero lo que más necesitan los peregrinos cuando entran es la sonrisa. Que tú los recibas con una sonrisa, les estás quitando mucho peso de encima. Porque los peregrinos vienen cargados con una mochila muy grande, de venir de caminar, de hacer muchos kilómetros. Y nosotros no podemos saber la sensación que trae esa persona. Entonces una sonrisa sincera por la alegría de verlos lo arregla todo.
Ellos se sorprendieron con mi respuesta. ‘El resto’ seguí, ‘tú ya te vas a dar cuenta con el paso de los meses y de los años qué es lo que necesitan. Pero en principio es tu sonrisa, tu amabilidad es lo que necesita el peregrino. No necesita otra cosa’.
Antes de empezar la grabación, te estaba contando por qué yo coloco las sillas así, las cuatro muy pegaditas unas de otras, lado a lado. Lo hago porque en el Camino vienes solo y te vas a sentar en una silla. Después puede venir otro peregrino, que pueden ser dos amigas, se sientan a tu lado y naturalmente empiezas una charla. ‘¿Y tú, de dónde eres? ¿Desde dónde vienes caminando?’ ‘Somos de tal país…’ y empiezan a conversar y muchas veces siguen el Camino juntos.
También están los que vienen en grupo. El otro día vinieron unos chicos de Rumania, que se acomodaron sobre las piedras que hay acá y llegaron otras chicas de Rumania en otro grupo y los escucharon hablar a ellos en su idioma. Empezaron una conversación entre todos, acercaron las sillas a la piedra, estuvieron un buen tiempo riendo y después se marcharon todos juntos. Eso a mí me gusta mucho y me enorgullece, porque eso en una cafetería no lo puedes hacer.
En una cafetería estás en una mesa con unas sillas, separados de todos. Yo si alguna vez tuviera que hacer una cafetería para peregrinos no pondría mesas, porque las mesas ponen distancias y te agrupan, mientras que solo con las sillas estás obligado a estar uno al lado de otro. Yo pondría sillas y cajas de cerveza para que apoyes el café o lo que sea, pero no una mesa grande.
Ahora acaba de pasar un grupo de italianos llevando a una persona en silla de ruedas que iba en estado vegetativo. He visto muchos de esos casos por aquí.
El año pasado, que incluso lo escribieron en mi libro que me emocionó muchísimo, vino un grupo de niños con necesidades especiales. Era un grupo de un centro educativo especial de la zona de Vigo, estaban haciendo el Camino por etapas. Venían con sus monitores, que eran las personas que los cuidaban y que trabajan en ese centro. Eran como quince personas en total. A algunos los traían en camillas con ruedas especiales.
Esos chicos hablaban conmigo como emocionados, venían acá para que les ponga el sello. Una de ellas me escribió en el libro: ‘Vamos a hacer el camino a Santiago por Susy’. Y yo le dije que iba a ir con el libro a visitarla, a ver si había cumplido con hacer el camino a Santiago. Les preguntaba: ‘¡A ver, quién tiene novia!’ y los chicos se ocultaban y después entre ellos se decían: ‘Esa es novia de aquel’ y se reían.
Me pasó de todo aquí en el Camino. Una vez vi a una chica italiana a la que le dieron la noticia que falleció su madre; justo se lo dijeron cuando estaba llegando con su grupo de amigos acá, donde yo estoy. Se derrumbó ahí, a llorar.
Según me contó uno de sus amigos después, ella era enfermera y los otros eran sus colegas, médicos. Ella venía a hacer el Camino rogando a Santiago que por favor su mamá, que estaba con cáncer durara un poquito más. Su mamá estaba con cáncer, estaba malita y esta chica quería que durara más. No tanto que se curara, porque sabía que no se iba a curar, pero que durara más.
Yo de alguna manera aporto al Camino, ¿sabes? Conocí a una chica de Vigo que está haciendo el Camino ahora, que de hecho me habla por WhatsApp. Llegó aquí hace unos días. Estuvo una hora y media conmigo y me dijo que yo había sido una persona muy importante en su vida, porque la escuché y le di unos consejos más o menos como madre. A esta chica le dieron la noticia que tenía un pequeño tumor ahí en el pecho y que tenía que operarse. Ella tiene 39 años y es enfermera.
Tengo mucha gente que se conoce conmigo acá y me busca cuando hacen el recorrido otra vez. Un señor de Portugal que venía por segunda vez me presentó emocionadísimo a unas amigas que venían con él. Cuando lo vi me pasó igual que contigo, que lo reconocí inmediatamente, porque parece que es Dios, es Santiago, es alguien, que te hace reconocer a la gente.
Al señor de Portugal le dije: ‘Yo le recuerdo’ y él me dijo que no es posible que me acuerde de él. Yo le dije que sí, que el año pasado él hizo el Camino con sus sobrinas y se sentó en esta piedra y se sentó ahí un rato conmigo. Estaba alucinado. También me pasó con una señora que me acordaba hasta de su nombre, se llama Fernanda.
Es que son detalles, que a lo mejor otros me dicen que vinieron al Camino y no los recuerdo. Pero hay detalles y personas que sí, que marcan unas más que otras, pero no es porque unos sean mejores que otros. Simplemente no lo sé.
Yo soy esteticista, así que siempre he estado con gente, atendiéndola. Me gusta. A mi hija le gusta, pero no es como yo, ese don lo tienes que tener, porque es el cuidado a las personas, el ser amable, el atender.
Me ha llegado gente que noto que a lo mejor en su vida normal son jefes y entonces te vienen en plan de: ‘tú me tienes que servir’ y de acá se van dándome las gracias por cómo los he hecho sentir. Algunos se vienen con aire apurado y me dicen: ‘¡Me sellas el pasaporte, me sellas el pasaporte!’ y yo les digo: ‘Espera un momentito, que ahora vamos a hablar usted y yo’. Y después les digo: ‘Usted en su vida real —porque esta no es la vida real— debe ser un sargento’ y su amigo le dice: ‘¡Hombre, que ha dado en el clavo!’ y ahí se pone el señor en la silla, pensando: ‘¡Qué es esto!’ y se pasa ahí un rato conmigo. Y esta es la magia del camino y es que todos somos iguales”.
Ya no pude hablar más con Susy, porque llegaron más peregrinos a su puesto y perdimos el hilo de la conversación. Retomamos la conversación brevemente un poco después.
Ella me contó que tiene 46 años y que tiene una hija de 22 y otro de 15 años. A su esposo le encanta conversar, a veces viene aquí a hacerle compañía y charlar con los peregrinos.
En las mañanas, ella sale en auto, deja a su hijo en la escuela y viene a este recodo del camino a atender a los peregrinos hasta mediodía. Generalmente los peregrinos que salen de Redondela llegan a su puesto temprano en la mañana y los que salen de Mos llegan más tarde, hacia el mediodía. En la tarde ya no pasa nadie por ahí, así que Susy toma sus cosas y va a recoger a su hijo a la salida de la escuela.
Esto lo hace solo desde marzo hasta octubre, cuando hace calor y hay peregrinos. En el invierno, sin embargo, a veces se escapa de sus quehaceres y viene un rato acá, solita, a este pedacito de camino que es suyo, siente la paz y recuerda a la buena gente que pasó por aquí.
Intercambiamos nuestros números de WhatsApp y le prometí que le iba a enviar su historia cuando la publique.
UN LUGAR MUY ESPECIAL
Desde la primera vez que vine al Camino, encontré este hermoso lugar, que está justo después del puente de Sampayo, a unos ocho km de Pontevedra. Es un lugar realmente bellísimo y de mucha paz, con sonidos del trinar de pájaros, olor a eucaliptos y muchos helechos alrededor.
Me senté en unas piedras a comer mi sándwich. Pasaron unos ingleses (o australianos, no sé) y les pedí que me saquen una foto. Esta foto es la que uso en mi perfil de WhatsApp, me recuerda este sitio, un lugar de mucha paz y conexión.
LA FUENTE
El año pasado me paré en esta fuente de agua y conocí a unos señores suizos, con los cuales tuve una amena conversación:
Esta vez cuando llegué no había nadie, así que me senté, me refresqué con el agua que salía de un grifo ahí y me comí tranquilamente una manzana, disfrutando el momento. A los pocos minutos llegó un grupo de jóvenes muy alegres, de unos treinta años aproximadamente. Se acercaron para descansar y refrescarse con el agua del grifo.
Se trataba de cuatro chicos: un alemán alto de barba, un español, una americana de Boston y un chico más de Corea. Resulta que el alemán y el español ya se conocían de antes y eran muy amigos, mientras que la chica americana y el de Corea se unieron al grupo por el Camino. Intercambiamos algunas palabras y quedamos en que, si nos veíamos más tarde, podríamos charlar más.
Y, evidentemente, así fue. Como un par de horas después, ya casi al llegar a Pontevedra, los vi cómodamente sentados afuera de un local, riendo y tomando cervezas. El alemán estaba tocando una guitarra chica, que seguramente siempre llevaba en su mochila. Me acerqué a saludarles y me senté con ellos. Pasé como una hora ahí, con el sol golpeándonos directo en la cara. Les invité dos raciones de jamón serrano (no dejo pasar oportunidad para comerlo) y el chico coreano me invitó una cerveza. Fue muy divertido.
Ahí el español, que se llamaba Lolo y era de Valencia, me contó que trabajaba en la construcción y que también había renunciado a su trabajo antes de venir al Camino, que no sabía qué hacer. Bueno, había algo en común conmigo ahí. La chica americana estaba, creo, en su último año de universidad y quiso hacer algo diferente por lo que se vino sola al Camino, donde conoció a Lolo. El coreano no hablaba nada, solo sonreía. Y el alemán… era todo un personaje.
Con una voz profunda de barítono, el alemán cantaba la canción más estúpida del mundo (según él), que se titula Bakerman. Yo no conocía esa canción, la busqué por internet y tenía razón, la letra es bastante tonta, pero la melodía es algo pegajosa. Pueden ver el video de esa canción aquí, no me responsabilizo si no les gusta.
Nunca supe su nombre, así que lo llamaré Bakerman, como la canción. Y ahí sentada estaba también una chica nueva, de quien no supe su nombre en ese momento y que provenía de Eslovaquia. Hablaba algo de español.
Antes de separarnos, nos tomamos esta foto:

Nos despedimos y seguí el Camino. Ya estaba cerca de donde el año pasado conocí a la señora Aracelli, quien ayuda a su hija en una tienda en las afueras de Pontevedra. Al llegar, tomé foto de la casa donde está esa tienda:
LUPE, LA HIJA DE LA SEÑORA ARACELLI
Entré a la tienda y no encontré a la señora Aracelli, pero sí a su hija Lupe, quien en realidad es la dueña del local. Con la señora Aracelli, el año pasado, tuve una linda e inesperada conversación. Elle me dijo en esa oportunidad un par de conceptos que los repetí muchas veces desde entonces:
- En el Camino todos somos iguales. No importa el idioma que hables, tu clase social, el color de piel o tu creencia religiosa. Empiezas y terminas en el mismo lugar que el resto, la diferencia está en la compañía que eliges y el peso de tu carga.
- El Camino te enseña que no necesitas mucho para vivir, puedes seguir adelante con lo mínimo. Las mochilas chicas te hacen caminar más ligero.
Obviamente, para que estas palabras cobren un significado real, debes equiparar el Camino a Santiago con tu propio camino de vida.
Le comenté a Lupe que tengo un blog, que hago entrevistas a la gente y que todo empezó con mi viaje al Camino el año pasado. Ella me empezó a contar detalles muy interesantes de los peregrinos, especialmente de uno que hace el Camino solo, prácticamente como una forma de vida, hace 16 años. Esto es lo que me contó:
LA ENTREVISTA CON LUPE
“Nosotros tenemos esta tienda hace unos once años. Desde entonces que vemos a un señor que hace el Camino todos los años. Y no lo hace solo de ida, sino que va y vuelve y se pasa de un camino a otro, se va al otro lado del país y vuelve caminando.
Por lo que sabemos, este señor es de Aveiro, una pequeña ciudad a 60 km al sur de Oporto, en Portugal, que se la conoce como la Venecia portuguesa. Su nombre es Carlos Ríos y de hecho creo que tiene una página de Facebook que publica su hija o sus nietas.
(Nota del editor: busqué a este señor en Facebook y lo encontré, su perfil es éste)
Este señor hace el camino de Santiago hace 16 años, desde que se murió su esposa. Alguna vez nos contó que, cuando eso sucedió, entró en una profunda depresión y, para no estar solo en casa, se largó a caminar. Él tiene como setenta años y se lo ve muy atlético. Le pregunté alguna vez cuántas veces hizo el Camino y su respuesta fue que ya perdió la cuenta. Pues ése es él.
El señor camina y camina y camina, y para de albergue en albergue. Cuando un albergue está lleno, se va al siguiente pueblo que puede estar lejos para buscar otro. La gente de por acá ya lo conoce tanto que le dan para sobrevivir, le dan comida, le dan bebida. Y puede aparecerse tres veces por mes, como después está cuatro meses sin venir.
Es lo que te decía mi madre, no hace falta tener mucho para poder vivir. Él pues se toma un vinito, se come un pinchito cuando hay, continúa y le darán algo más. Justo hace media hora acaba de pasar por aquí y él me comentó que hace dos meses hizo la ruta de la plata, que va desde Andalucía hasta Zamora, subiendo por Badajoz. Dijo que llovió muchísimo.
Acá veo gente que dice que hizo el camino tres veces, otro que dice que lo hizo diez veces, mientras que para algunos es la primera vez. Hay quienes lo hacen por etapas de fin de semana. El que más escuché es uno que vino trece veces en no sé cuántos años, haciendo este mismo recorrido. Hay algunos incluso que van y después vuelven.
Sobre los tipos de personas que hacen el Camino, hay diversidad de pareceres. Te encuentras con el típico que lo hace de voluntad, otro que lo hace pues de vocación, el que lo hace por fe, o el que lo hace por distracción o por hobby. Hay de todo”.
Y así terminó mi conversación con Lupe.
Cuando finalmente llegué a mi hotel, ya era casi de noche. Pontevedra es una ciudad grande y busqué lo que a veces me salva en los viajes: una riquísima, engordante, grasosa y nada saludable comida chatarra americana. Me entré como desesperado a un Pizza Hut. Deli. Creo que necesitaba carbohidratos con urgencia.
CUARTO DÍA: PONTEVEDRA – CALDAS DE REIS
Antes de salir de Pontevedra, quise darme una vuelta por el local de Lupe, a ver si podía encontrar a su mamá. Mi hotel quedaba en el centro. Tardé media hora en caminar hasta su local que quedaba en las afueras de Pontevedra y después otra media hora en volver. Cuando llegué a la tienda, encontré a la Señora Aracelli, que estaba súper ajetreada con la preparación del almuerzo del mediodía. Me presenté pero no me reconoció, así que simplemente le deseé un buen día y me despedí.
Ya en el Camino, unas tres horas después de partir, vi una cosa que me impresionó. Era un grupo de personas, unas ocho, que estaban haciendo la peregrinación llevando a un señor postrado en una silla de ruedas. Cuando los vi estaba lloviendo un poco, así que todos estábamos cubiertos de ponchos de plástico contra la lluvia. Era el grupo de italianos del que me contó Susy el día anterior. Iban un poco lento, así que los pasé y un poco más allá me paré para sacarles una foto:
Con la lluvia y el frío solo daba para decir: “¡Buen Camino!”. Me paré a comer algo más allá en un lugar de descanso y dejé que este grupo me pasara por mucho, como una media hora de diferencia.
A medida que el Camino avanzaba y se metía por senderos fuera de la carretera, me preguntaba cómo había pasado ese grupo algunos lugares donde se acumulaba y corría el agua. Los encontré más tarde en un lugar particularmente difícil cruzando un pequeño riachuelo, donde tenían que levantar la silla de ruedas entre varias personas. Me ofrecí a ayudarlos, pero me dijeron: “Non, grazie”. Como buenos italianos, todos hablaban al mismo tiempo, tratando de resolver el problema. A continuación está la foto de ese trecho, que puede resultar un reto pasarlo cuando llevas a un tetrapléjico en silla de ruedas:
Todo estaba resbaloso y con lodo. El agua en su parte más profunda llegaba hasta casi la rodilla, pero podías saltar. No tengo idea cómo lo resolvieron, pero pasaron.
En ese largo sendero, con lluvia fina pero persistente, me reencontré con la chica de Eslovaquia. Ella caminaba más rápido que yo y me estaba pasando. Al momento de decirnos: “Buen Camino”, ella dijo: “¡Hola! Tú eres el de Bolivia, ¿no?”. Casi no la reconocí, porque estaba encapuchada y apenas se le veía la cara. Era la chica de Eslovaquia con quien compartí una cervezas el día anterior, en ese grupo del alemán al que llamé Bakerman.
Le dije que sí, que yo era el de Bolivia. Seguimos caminando un poco más, charlando de no sé qué. Como no tenía la menor gana de caminar rápido ni de hacer ejercicio, le dije que si ella quería acelerar el paso que lo hiciera, yo iba a continuar a mi ritmo. Así que nos despedimos.
Una media hora después, en un descanso donde hay dos cabañas para tomar café y algo para comer, donde el año pasado me había encontrado con Carlos y sus amigos, me la volví a encontrar. Estaba tomando una sopa caliente, que me antojé. Pedí otra y nos sentamos juntos. Eso es lo que pasa en el Camino, te sientas y charlas con todo tipo de gente, sin ningún problema.
En la conversación que surgió después, ella me dijo que su trabajo actual es hacer producciones audiovisuales como freelance para diferentes distribuidoras y canales de televisión que quieran comprarle su material. Su trabajo consiste en filmar a la persona entrevistada, acompañarla en algunas de sus actividades y después armar la historia.
Me dijo que muchas veces le pasa que ella gasta muchísimo más tiempo en armar la historia de la entrevista, que la entrevista en sí. Yo le respondí que le entendía perfectamente, que eso me pasa con algunas historias que me cuentan para mi blog y que después yo escribo. No es fácil relatar una historia en forma fluida, cuando el material original se presenta en pedazos.
Me empezó a contar algunas cosas de Eslovaquia y le pregunté si quería darme una entrevista, que me gustaría ponerla para mi blog. Y ella me dijo que sí. Entonces… encendí mi teléfono celular para grabar y aquí les pongo lo que charlamos.
Hicimos la conversación original en inglés, porque Tereza (así se escribe su nombre, con zeta) no hablaba bien español. He traducido toda la entrevista al español para que se entienda.
LA ENTREVISTA CON TEREZA MATKULIAKOVA
“Es extraño para mí dar entrevistas, porque lo que yo hago generalmente es lo contrario, yo soy quien entrevisto a otras personas y yo hago las preguntas. Pero vamos, puede resultar divertido.
Te contaré sobre mi primera experiencia espiritual cuando era niña. Fue el primer milagro en mi vida.
EL MUSEO-PUEBLO DE ORAVA
En ese tiempo mis padres, mis dos hermanas mayores y yo empezamos a vivir en un museo llamado: “Pueblo de Orava” (Orava Village), que queda en medio del campo en Eslovaquia. Este es un museo al aire libre y está hecho de varias casas y chozas que fueron reconstruidas para recordar la arquitectura original de la zona. Mi padre fue contratado como director de este lugar y por ello nosotros habitábamos una de las cabañas típicas reconstruidas ahí.
(N. del E.: para ver fotos del lugar, haga click aquí. Para ver la ubicación del museo en Google maps, haga click aquí).
La idea de hacer este museo fue de algunos intelectuales de la época comunista del país, que quisieron preservar las costumbres de la zona y ponerlas en algún lugar seguro y alejado. El objetivo era cuidar y preservar la arquitectura, música, muebles y estilo de vida de la región de Orava. Así, la gente de la zona traía sus muebles antiguos y reconstruía las viejas chozas que había en el bosque, con el típico estilo de la región.
La época a la que me refiero era por los inicios de los años 90, cuando era niña todavía. El socialismo acababa de parar, había una revolución, las relaciones entre el este y el oeste de Europa y del mundo cambiaron. Fue por esa época cuando, en 1993, Checoslovaquia se separó entre la república Checa y Eslovaquia.
Después de la separación del país, empezó un desorden político mayúsculo, las drogas empezaron a ser comunes en la sociedad, todos los sistemas empezaron a cambiar, era un tiempo bastante loco. Pero nosotros, en nuestra familia, estábamos aislados de todo eso porque vivíamos en el bosque, en ese museo de Orava. Yo vestía los trajes tradicionales, cantaba canciones tradicionales y era como un lugar romántico lejos de toda la locura que sucedía en mi país.
Entre nuestras tareas no solo estaba la de cuidar el museo, también cuidábamos animales, especialmente las ovejas, que no eran solo nuestras sino también de otras personas que las dejaban a nuestro cuidado. Me levantaba todas las mañanas antes de las 6 de la mañana, recogía los baldes e iba con mi papá a un pequeño río en las montañas, para poder traer agua para las ovejas. Yo amaba mucho a mis ovejas, teníamos en ese entonces 23 de ellas.
Una cosa que hacíamos también era recoger hongos del bosque y hacíamos sopa con ellos. También recogíamos moras. Teníamos un pequeño campo donde crecían vegetales orgánicos y bebíamos agua pura de las montañas. En los alrededores había lobos y osos, por lo que teníamos que tener cuidado de no ser atacados por ellos. Era un lugar medio extremo para crecer como niña.
Cuando tenía 5 años, mis hermanas mayores tenían 14 y 15 años. Era como si yo fuera hija única, estaba sola casi todo el tiempo. Bueno, no estaba sola todo el tiempo, tenía mis pequeños amigos en el bosque, percibía los olores y hablaba con los animales. Ese era el entorno en el cual crecí y lo tomé como algo natural.
Es en ese ambiente donde empieza la historia que te voy a contar.
LA HISTORIA DE LA OVEJA PERDIDA
He contado esta historia solo a un par de amigos, pero he estado pensando en ella más seguido aquí en el Camino. De alguna manera, creo que es importante para mí. Esto que sucedió fue por el año 1991 y debió ocurrir en primavera o en otoño, porque recuerdo que no hacía ni frío ni calor. Yo tenía unos cinco años de edad.
Un día desperté, como siempre temprano en la mañana, y salí de casa con mi papá al río para traer agua para las ovejas. Pero nos dimos cuenta de que había pasado algo malo. En la cabaña donde se guardaban las ovejas no estaban las 23, estaban solamente 5 y faltaban 18.
La puerta de entrada a la choza estaba dañada y las ovejas que se quedaron estaban temblando, se notaba el miedo en sus ojos. Entonces supimos que algo horrible había pasado. La casa donde nosotros vivíamos estaba a unos quinientos metros de donde estaban los animales, eso explica por qué no escuchamos nada durante la noche.
Mi papá se quedó con las ovejas para ver qué había pasado, mientras tanto yo tuve que ir al río a traer agua para las ovejas que quedaban, no podían quedar sin agua si no iban a pasar sed. Yo era muy chiquita y obviamente no podía traer mucha agua porque era muy pesado, pero en algo podía ayudar.
Cuando llegué al río, vi a una de las ovejas muertas ahí. Su cuerpo estaba en la orilla, en la parte seca y su cabeza estaba metida en el agua. Llamé a mi papá y él vino corriendo. Me acuerdo que palpamos a la oveja para ver si tenía algo, porque no había ningún daño visible. Era extraño, porque no había sido ni mordida ni comida. Solo vimos una marca profunda de colmillos en la parte de atrás de su cuello. No había la marca de un animal grande que podía haberse comido parte de la oveja, solo la marca de los colmillos en su cuello. No sabíamos qué era.
Miré al otro lado del río y vi el cuerpo de otra oveja. Cruzamos el río y vimos lo mismo, el cuerpo ya muerto con la marca de colmillos atrás en el cuello. Entonces llamamos a otra gente de la comarca y entre todos se inició una investigación en el área alrededor del museo. Al final se encontraron casi todas las ovejas que fueron asesinadas ese día. Las ovejas hembras estaban sin tocar excepto por los colmillos y la única oveja macho estaba un poco comida.
Encontramos al final 17 cuerpos de ovejas, pero debería haber 18. La oveja que no había sido encontrada era también macho y era una de mis preferidas. Era una pequeña oveja de color más gris.
No sabemos qué pudo haber pasado. Una de las personas del pueblo dio una posible explicación, que quien hizo esa matanza era una loba hembra que estaba enseñando a sus crías cómo sobrevivir, cómo matar animales. Entonces, las mordidas eran de lobos pequeños y matar ovejas indefensas era una buena manera de aprender. Era como decir: ‘¡Chicos, vamos al colegio, mataremos algunas ovejas para que ustedes puedan aprender cómo cazar a sus presas!’.
De todas maneras, yo estaba triste. Yo entendía esto de los lobos, que son depredadores y que las ovejas eran sus presas, pero no me resignaba a que las hayan matado así, nada más por gusto y no por hambre.
Mi mamá, para darme ánimos, me dijo que todavía había una oveja perdida y, quién sabe, si rezaba todas las noches para que esa oveja reaparezca, tal vez el deseo se hacía realidad. A esa oveja perdida yo la quería mucho, jugaba con ella y era como mi compañera.
Yo rezaba todas las noches pidiendo a Dios que esta oveja regresara a casa. De repente, después de dos semanas, esta oveja perdida apareció de vuelta. ¡Era increíble! Me levanté un día en la mañana, vi el campo desde mi ventana y ahí estaba, comiendo pasto en la pradera como si nada. Me miró, miró alrededor y siguió comiendo, como si nada hubiera sucedido.
La llevamos donde estaban las otras 5 ovejas que sobrevivieron al ataque. Y simplemente entró. No encontramos ninguna explicación. Estaba con buena salud, sin ninguna marca de nada. Después de dos semanas. Extraño.
LA OTRA HISTORIA
Hay otra historia en mi vida que ha sido muy fuerte en mi familia, pero esta vez prefiero no contártela. En el Camino he estado pensando mucho en lo que sucedió esa vez, pero no desde el punto de vista personal, sino más como una guionista. He estudiado cómo hacer guiones y tengo planeado hacer un texto sobre lo que nos pasó.
Esa historia no se trata tanto de lo que me pasó a mí, sino sobre la situación que yo y la gente a mi alrededor experimentó y vivió. Así puedo poner todas las piezas juntas para el relato. Todo lo que te puedo decir sobre este evento que nos pasó es que involucra a mi mamá, a mis dos hermanas, a mi cuñado, a mi pareja e incluso a mi papá. Nos involucró a todos. Algún día la contaré.
SOBRE MI VIDA ACTUAL
Cuando terminé colegio, me di cuenta que quería estudiar algún tipo de arte o viajar. Así que toqué guitarra, hice teatro, pinté un montón, conocí amigos y empecé a viajar mucho. Actualmente cada verano voy a diferentes lugares en Europa y estoy muy abierta a vivir nuevas experiencias.
En mi profesión, como productora audiovisual, hago entrevistas a varias personas por diferentes motivos. Yo creo que todas las historias que escuchas están conectadas contigo de alguna manera y siempre tienen algún efecto en uno.
Hay tantas y tantas historias, de todo tipo, pero eso es normal, eso es la vida. Aun así, las historias que más me afectan son de aquellas personas que son cercanas a mí y que tienen conexiones conmigo. Te enteras de cosas que no sabías. Porque, aunque pueden ser las mismas historias que les pudieron haber pasado a otras personas, el hecho de que le haya pasado a alguien cercano a ti te afecta más.
Hay cosas que son muy fuertes, como cuando hay una guerra, o si alguien sufre mucho. Son fuertes, pero al final son como un rayo que viene y se va. Sientes el efecto, pero después se va. A no ser que le haya pasado a alguien con quien tienes algún vínculo afectivo. Inevitablemente, lo vas a percibir más si tú eres sensible a esas cosas.
Debes pensar que cada persona tiene su historia, cada una de ellas. No quisiera comparar qué historia es más o menos interesante o importante. Son simplemente diferentes, cada una del camino que la persona escogió en su vida.
De las anécdotas de mi trabajo, te contaré una historia que he visto. Conocí a un tipo muy interesante de mi país, él tenía tal vez unos veintiocho años. A él le importan mucho los árboles: coloca las semillas en el suelo y cuida su crecimiento. Los ve crecer con mucho amor, especialmente a los árboles que tienen frutas. Lo entrevisté hace algunas semanas, justo antes de venir al Camino.
Era sorprendente cómo hablaba de los árboles, con mucho cariño, con mucha pasión. Describía cómo los tienes que cuidar y qué tan alto serán de aquí a cincuenta años, cuántas toneladas de fruta iban a producir. Me acuerdo de él ahí, mirando a un árbol pequeñito y después hablando sobre el árbol que será en el futuro. Me decía que debemos pensar en cómo hacer a los árboles felices por los siguientes cien años.
Este tipo de personas me recuerdan mi niñez en los bosques de Orava. Cuando era una adolescente, sentía que yo era un poco extraña, rara, alguien de los bosques, y sentía que la sociedad no me aceptaba como yo era. En los últimos años empecé a conocer gente que quería ir al campo en Eslovaquia para su año sabático; siento que tengo algo en común con ese tipo de personas.
Ellos sienten la naturaleza como yo la siento. Algunos me dijeron que quieren dar a sus hijos este tipo de educación, creciendo en el campo y rodeados de bosques. Estoy feliz, porque si quieres sobrevivir en este planeta, tenemos que entender más a la naturaleza, porque somos completamente parte de ella. Debemos darnos cuenta de cuánto somos parte de ella”.
Y así terminó mi entrevista con Tereza. Intercambiamos emails y le prometí que cuando publique su historia se la enviaría.
Llegué a Caldas súper tarde, como a las ocho de la noche. Todavía había luz, pero estaba lloviznando. En total, entre caminatas suaves, charlas y descansos, tardé como once horas en llegar a destino. Lo normal es hacerlo en unas 5 o 6 horas. Los últimos kilómetros antes de llegar lucían así:
QUINTO DÍA – CALDAS DE REIS, DESCANSO
Ese día no hice nada de nada. En el itinerario que diseñé, puse esa quinta jornada como un descanso en el Camino, alojándonos en una posada que queda en las afueras de Caldas. Leí algún libro, hice algunas llamadas, pero nada más.
SEXTO DÍA: CALDAS DE REIS – PADRÓN
En el camino de Caldas a Padrón me encontré con un canadiense, de nombre Russell, de 60 años, que vino caminando desde Lisboa rumbo a Santiago, queriendo hacer una distancia de 544 km. Él me contó de una ampolla en el pie por la que tuvo que parar 6 días en un lugar hasta que ésta sane. Ahora estaba de vuelta caminando desde el día anterior, desde Pontevedra.
Él me dijo que no estaba casado ni tenía un trabajo que lo atase (trabajaba en bienes raíces). Había cosas pasando en su vida y simplemente se dio la oportunidad de recorrer el Camino, porque le picó la curiosidad después de ver la película “The Way”.
Justo mientras estábamos charlando, vimos a una persona caminando en sentido contrario, muy rápido y ligero. Le paramos para preguntarle de dónde venía, así tan apurado: era alemán y comenzamos a hablar entre los tres. Eso es lo bueno de saber hablar inglés, porque te encuentras con gente de otros países que no saben español y puedes charlar de todo.
Este alemán, que era de Stuttgart, dijo que estaba caminando desde principios de abril haciendo el camino francés que parte desde los Pirineos. Es una distancia de 770 km aproximadamente. Llegó a Santiago de Compostela y ahora estaba caminando hacia Oporto para tomar el vuelo de regreso a casa.
Lo que conversamos los tres fue bien interesante. Pregunté al alemán cómo fue su primera parte del viaje. Me dijo que se hizo un grupo muy lindo de gente que conoció en el Camino, todos llegaron a caminar juntos, pero esta última parte desde Santiago hasta Oporto la estaba haciendo solo. Dijo que se sentía mucho más libre porque no estaba en un grupo y que podía parar cuando quisiera, mientras que estando en el grupo, aunque sea de gente desconocida, tienes que ir con todos a la vez y te sientes un poco más limitado en tus movimientos.
También nos dijo que una de las razones por las que vino a recorrer el Camino era porque no sabía si seguir estudiando o empezar a trabajar. Mucha gente viene a hacer este camino para tomar decisiones o para pensar sobre algunas cosas. También aquí encuentras gente que está en las mismas que tú y conversando con ellos te das cuenta que no estás solo.
Una cosa que me decía Russell es que a la hora de cenar, en los alojamientos donde hay peregrinos, todo se desenvuelve en un ambiente de camaradería y de felicidad. La gente no tiene temas de discusión y el tiempo de la comida pasa muy agradablemente. Ahí la gente simplemente va caminando y resuelve sus propias cosas en un ambiente despreocupado, lista para compartir con los otros seres humanos que están alrededor suyo.
Cuando llegamos a una parada, nos sentamos y le invité una ración de jamón serrano, que él nunca había probado en su vida. ¿Y creerán que no le gustó? ¡Hay cada cosa en este mundo, cómo es posible que exista gente que no le guste el jamón serrano!
Seguimos conversando. A él le parecía tonto hacer esta caminata, porque se podía pensar lo mismo y tener el mismo resultado, pero trotando. Cuando él era más joven, hacía maratones de 42 km. A él no le parecía tener que hacer todo ese recorrido de los 800 km caminando nada más para pensar sobre la vida. Según él, se puede hacer lo mismo pero sin tardarse tanto, solo debes trotar un poco más.
Entre idas y venidas en la conversación, llegamos a la conclusión que lo diferente de hacer las caminatas hacia Santiago está en la gente con la que te encuentras y el tiempo que compartes con ellas, no es el ejercicio en sí.
A una hora de haberme despedido de Russell, en una vuelta del camino donde me encontraba grabando mis pensamientos en mi celular, pasaron dos peregrinas a mi lado y me preguntaron con señas qué hacía. Les dije que estaba grabando para un blog que tengo. No fue más. Lo extraño fue que a ellas las volví a encontrar en Santiago, pero eso ya es otra historia.
EL ALMACÉN
Ya casi llegando a Padrón hay una tienda en medio del camino que es un almacén tipo mini supermercado y una barra con sus mesas para que los clientes consuman. Pedí una ración de jamón, no estaba tan rica porque los cortes estaban un poco gruesos y secos para mi gusto.
Hablé un rato con la señora, preguntándole cómo iba el negocio. Lo primero que se le ocurrió fue quejarse de que hay algunos peregrinos que entran, toman sus cafés y sus cervezas y se van, sin pagar. O que recogen cosas del almacén y también se van sin pagar. Me dijo que hay todo tipo de peregrinos, hay quienes hacen esto por fe, hay quienes lo hacen por diversión y hay también los que quieren viajar gratis.
Ella no concebía, por ejemplo, que usen los sanitarios y después no consuman nada, porque si entras al baño deberías consumir algo, ya que al final se trata de un negocio. Pagan por el agua, por el papel higiénico, por la luz, por todo, entonces algo deberían consumir. Pero hay gente que viene, usa todo, no consume nada y se va.
Me comentó también de esos italianos, los que vi en la carretera, que a ella también le llamó la atención. Me contó que eran 8 personas, más el señor que estaba en la silla, haciendo un total de 9 personas. El señor en silla de ruedas tenía solo 56 años y hace 6 años le dio una parálisis cerebral y se quedó sin habla y sin movimiento.
Entre los 8 que viajaban estaba un doctor y la esposa del lisiado. La esposa parecía tener cuarenta años o por ahí. Lo que me dijo la tendera, es que uno de los que estaba en ese grupo le contó que ese señor inmovilizado no habla ni se mueve, pero parece que sí se da cuenta de lo que sucede y llora un poco. Todo el grupo estaba yendo a Santiago para ver si es que el apóstol podía hacer algo por él. Era un viaje de fe.
SIGO VIAJE…
Me despedí de la señora para seguir el viaje. La caminata a Padrón tiene trechos largos y casi inacabables, lo notas especialmente si vas solo. Me tocó caminar bajo un cielo despejado de nubes y con el sol de mediodía quemando la piel. Aquí van algunas fotos:
SEXTO DÍA: PADRÓN – SANTIAGO DE COMPOSTELA
En el hotel de Padrón, que es un bellísimo monasterio antiguo convertido en hotel, me reencontré con Teresa, una señora española de unos cincuenta y pico años que estaba viajando con David, su hijo adolescente de 14 años. Ya nos habíamos conocido en el hotel de Caldas. Nos vimos en el desayuno y, a la hora de salir, coincidimos los tres en la puerta. Así que partimos juntos. Me contó algo de su historia mientras recorríamos las calles de salida de Padrón.
Teresa era de las Islas Canarias, más específicamente de la isla de La Palma, que es la más alejada (ver la ubicación aquí).
Ella me contó que es una isla muy chiquita y muy empinada, su pico más alto tiene 2400 metros sobre el nivel del mar. Tiene cero contaminación lumínica porque incluso las luces de las calles están diseñadas para que no haya ningún resplandor hacia arriba.
Allí, en esa isla, están instalados unos telescopios que son los más potentes del mundo, tanto como los que hay en el desierto de Atacama en Chile. Me dijo que hay diferentes equipos de trabajo allá. Por ejemplo, hay un grupo de científicos españoles que trabajan para un telescopio inglés. Los telescopios son de diferentes nacionalidades y la isla tiene una comunidad de astrónomos.
Me contó también sobre su vida en ese lugar. Ella es la menor de cuatro hermanos. Cuenta que después de la guerra civil española, allá por los años treinta, España estaba en un estado bastante malo y hubo mucha emigración de españoles a otros lados del mundo. Así fue como sus padres se fueron a Venezuela y ella, que es la menor, nació allá.
Su familia se quedó en Venezuela durante muchos años, pero al final decidieron volver. Su padre murió hace poco, a la edad de 95 años, su madre sigue viva. Su madre, que tiene ahora 81 años, le pide que le diga a su nieto que vaya siempre a almorzar con ella, porque entonces tiene algo que hacer.
EL LABRIEGO GALLEGO
Después de hablar con Teresa como una hora mientras caminábamos, nos despedimos y cada quién siguió su camino por separado.
En uno de los recodos del camino, donde había varias casitas con sus sembradíos, vi a un señor mayor que estaba solo, esparciendo semillas en un sembradío. Me paré y lo saludé, comentando que el tiempo mejoró y que ya no estaba lloviendo. Hablamos un poco sobre cómo era la tierra en Galicia.
Realmente los gallegos están bendecidos con esa tierra porque es plana, hay mucha agua, llueve mucho y no tienen inundaciones porque el agua corre. Es una maravilla, especialmente cuando la comparas con otras regiones en España, donde la tierra es más difícil de sembrar.
Este señor me contó que está casado hace más de cuarenta años. Tiene un solo hijo que estudió ingeniería informática, o sea que no le interesa lo que hace su padre. Por esos lares no hay gente que trabaje los campos como antes había. Mucha de la gente que él conoce se fue a vivir a otro lado, o simplemente se fue muriendo.
Al despedirnos, y no me acuerdo de donde vino el tema, me dijo lo siguiente: “Las alegrías hay que buscarlas, porque las penas llegan solas”. No sé si es un dicho español antiguo o algo que salió de él, pero es muy cierto. Me encantó.
LLEGADA A SANTIAGO
Por fin, como a eso de las tres de la tarde, y después de perderme durante una hora por no estar atento a las flechas, llegué a la plaza del Obradoiro, que es donde está ubicada la catedral de Santiago de Compostela.
Era la tercera vez que llegaba allá, así que no sentí la emoción de la primera vez. Fui a la oficina del peregrino, a ver si podía obtener mi certificado de peregrinación, y cuando estaba bajando las gradas de la plaza me encontré con las dos viajeras con quienes me crucé el día anterior después de hablar con Russell. Ellas me reconocieron primero, yo tardé en darme cuenta de quienes eran. Me dijeron que había unas colas larguísimas allí en la oficina del peregrino y que iban a volver al día siguiente.
Estaba ya con hambre y les pregunté si habían almorzado. Me dijeron que no y que iban a buscar un lugar. No me sentí muy cómodo en juntarme con ellas para el almuerzo, porque aquí en la ciudad algunas reglas sociales cambian, comparadas con las del Camino. Así que les dije que vayan ellas por su cuenta y por ahí nos encontrábamos más tarde. En una ciudad tan grande como Santiago y con tantos turistas, eso es un poco improbable.
En fin, nos separamos y yo me quedé un rato más en la plaza. Me eché en el suelo (como hacen muchos) y tomé fotos espectaculares de la iglesia, con un cielo súper azul de fondo:
Como todavía había obras en refacción en la iglesia y un montón de maderas estaban apiladas ahí a la entrada, aproveché para depositar mi palo, que me acompañó desde el primer día hasta ese momento. Ese palo era una rama caída que encontré cerca de Tui y estaba bastante chueca. Algunos peregrinos que iban con sus palos de esquí comprados y nuevitos se reían de mi palo, pero yo le agarré cariño.
Crucé el palo entre las rejas de la entrada de la iglesia y quedó así:
Si alguien lee este relato, va a Santiago y encuentra mi palo todavía ahí ensartado entre las rejas de la catedral, ¡me avisa por favor!
LAS PEREGRINAS BELGAS
Después de sacarme fotos y dejar mi palo, fui a almorzar algo y… me encontré con las peregrinas de las que me acababa de separar. Les pregunté si podía sentarme con ellas y me dijeron que sí. Después surgió una conversación muy amena y chistosa. Ellas eran de Bélgica y se conocieron en una de esas reuniones de padres de familia del colegio, sus hijos compartían el mismo curso. Se hicieron muy amigas. Sus nombres son Petra y Leentje.
Como yo tengo hijos de la misma edad y también me conecté mucho con los padres de familia del curso de mis hijos, les pregunté cómo era allá en Bélgica ese tema. La respuesta me sorprendió, aunque no debería. Suceden las mismas cosas allá: hay los mismos padres buenas gentes, los chinchosos, los sobreprotectores, los muy amables, los conciliadores y los que acaparan todas las reuniones y quieren imponer como sea su opinión.
Ellas, como madres de familia, también se cansan de esas reuniones. Alguna vez intentaron reunir a sus esposos también, pero resulta que ellos son dos personas muy diferentes y no llegaron a tener la misma conexión que ellas. Y sus otros hijos tampoco se entienden bien entre ellos, excepto los que son compañeros de curso.
No me acuerdo mucho más de lo que hablamos, pero fue muy divertido. Justo cuando ellas se iban llegó Roger, que no veía hace dos días y se sentó en la mesa de al lado. Nos pusimos a charlar sobre cómo fue la experiencia del viaje y la actividad que le esperaba al día siguiente, visitar Finisterre.
EL GRUPO DE ITALIANOS
Me despedí de Roger para ir a mi hotel y en la calle vi a dos personas del grupo de italianos que llevaba al señor en silla de ruedas. Eran inconfundibles, todos ellos llevaban unas poleras naranjas llamativas impresas con el nombre del enfermo. No pude evitar la tentación y me acerqué a ellos para preguntarles sobre quiénes eran y cómo era la historia de la persona que estaba en la silla de ruedas.
A quienes me acerqué eran un hombre y una mujer. Los dos tenían un semblante muy de paz, de tranquilidad, como de algo ya hecho. El que me respondió, de nombre Paolo, me dijo que eran trabajadores de un asilo para niños huérfanos, de una pequeña ciudad cerca de Turín, en el norte de Italia.
La mujer al lado de Paolo era la esposa del señor en silla de ruedas. Estaba tranquila, como en paz. Le pregunté a ella si había alguna esperanza de que su esposo se recupere y, un poco mirando al piso y con tristeza, me dijo que no, que su esposo estaba simplemente ausente e ido. Ella solo quería que deje de sufrir y quería paz para él. Y con esas sus palabras nos despedimos, yo abrazándola a ella muy fuerte y dándole ánimos, y a Paolo también, por la solidaridad que tiene con su amigo. Fue un momento emotivo.
EL PERRO DE LA VIDRIERA
Después de despedirlos, caminé un poco más y me llamó la atención un perro enorme, de raza golden retriever, que estaba ladrando desesperadamente y gimiendo, mirando adentro de una tienda. El perro estaba agarrado con una correa sujetada por un chico joven, de unos treinta años, de barba, que trataba de calmarlo. Me acerqué por curiosidad y le pregunté por qué el perro estaba así.
Él me contó que su novia acababa de entrar a la tienda a comprar algo y el perro sencillamente no podía separarse de ninguno de los dos. Lo mismo hacía cuando su novia estaba con el perro y él se iba, el perro se desesperaba. Es como si los cuidara a los dos. Evidentemente, cuando salió la novia, el perro casi la hizo caer porque se le abalanzó encima moviéndole la cola. Era un lindo cuadro de alegría entre los tres.
LA MISA DE LOS PEREGRINOS
Recordé haber visto en algún lado que se realizaría una misa para los peregrinos a las 6 de la tarde en la catedral. Así que di media vuelta y fui otra vez a la catedral. Me senté en la primera fila de una de las naves de la iglesia. Ahí, por los parlantes, anunciaron que la misa para los peregrinos iba a empezar y pidieron a los interesados que se junten justo en el ala donde yo estaba sentado. Y así, sin querer, me vi en el centro de este grupo de gente extraña, de varias nacionalidades e idiomas, que querían estar en la misa para peregrinos.
El sacerdote nos saludó y después de un par de rezos nos pidió que salgamos al patio central afuera de la iglesia. Nos dio una pequeña hoja de cartulina blanca a cada uno, encendió una pequeña hoguera al centro del círculo que se formó y nos dijo que imaginemos que la cartulina eran nuestros pecados y que, al momento de depositarlas en la hoguera del centro, pensemos que es el fuego del amor el que consume a los pecados. Hicimos lo que nos pidió, aunque yo tenía algunas dudas sobre si los pecados estaban bien representados por una cartulina blanca y si el fuego que quema todo es equivalente al amor. En fin, supuse que así eran las cosas allá.
Después entramos a la iglesia. Nos pidió que nos sentemos alrededor de la zona del altar y nos preguntó qué había significado el Camino para nosotros, que hable el que quiera hablar. Fue un bonito momento.
Entre todos los testimonios que oí, me gustó especialmente el de una chica argentina, que estaba muy emocionada por hacer el Camino y expresaba que le había ayudado muchísimo. Decía todo esto entre lágrimas por la emoción, por lo que yo apenas le entendía. Yo también hablé un poquito, especialmente para transmitir lo que aprendí el año pasado: que en el Camino todos somos iguales, que no necesitamos mucho para vivir y que podemos ir más lejos y ligero si tenemos menos cosas en nuestras mochilas. Mi mensaje fue bien recibido.
Tomé una foto de ese momento. La chica argentina es la que viste de negro a la derecha.
Al salir de la iglesia, se formó un pequeño grupo con los últimos que salían, entre los cuales estaba yo. Y detrás nuestro salió el sacerdote junto con unas señoras que, supongo, eran las que le ayudaban en los quehaceres de la iglesia. Estuvimos hablando unos diez minutos y en ese momento el sacerdote nos dijo que era la primera vez que se hacía una misa de estas características en la iglesia. Tuve suerte de haber estado ahí.
En correspondencia que intercambié después con él, me aclaró lo siguiente:
“La iglesia en la que celebro, perteneciente a las Monjas Benedictinas, está dedicada al mártir San Pelayo. La Vigilia en la que has participado después de la Misa, era la primera vez que se hacía este año, aunque en años pasados la hemos tenido también en primavera y verano. Sin embargo, no es una Misa, sino una Vigilia de Oración”.
Volviendo a ese momento fuera de la iglesia, le comenté que tenía unas preguntas para él, un poco de orden teológico, ya que la teología me encanta y no podía dejar escapar esa oportunidad para hablar con el sacerdote de la catedral de Santiago de Compostela. Él me dijo que, al día siguiente, que era domingo, iba a celebrar misa a las 10 de la mañana en una iglesia ahí cerca, que podíamos hablar después de ello. Y así nos separamos.
LAS BELGAS Y BAKERMAN
Después de ducharme en el hotel, salí otra vez rumbo al centro de la ciudad para cenar algo. En estas ciudades tan turísticas y tan abarrotadas de visitantes alemanes mayores o franceses que hablan solo entre ellos, puedes terminar fácilmente comiendo solo y después ir al hotel temprano. Pero me esperaban un par de sorpresas.
Al pasar por la calle Rua do Franco, a eso de las ocho de la noche, casi me choco con las dos chicas belgas. Ellas salían de un bar y yo justo pasaba por la puerta. Si hubiese pasado cinco segundos antes, nos cruzábamos. Nos alegramos de encontrarnos y nos fuimos a un lugar por ahí a tomar un par de copas de vino. No me acuerdo de qué hablamos, pero estuvo simpático. Yo quería comer-comer, pero ellas no tenían hambre, así que nos despedimos y ya no nos volvimos a ver.
Después de separarme de ellas, caminé un par de cuadras y entré en uno de los muchos restaurantes que hay en la ciudad, para ver si podía comer algo por allí. Y adivinen con quiénes me encontré, entre todo ese gentío: ¡Lolo, Bakerman y la chica de Boston! Fue rarísimo, porque era también muy improbable encontrarme con ellos entre toda la muchedumbre.
Ellos habían estado ahí ya un buen tiempo, tomando unas cañas y comiendo algo. Bakerman estaba con su guitarrita cantando algo ininteligible, la chica de Boston estaba media ausente por los vinos y Lolo estaba con todas las pilas puestas. Comí algo y después los cuatro nos fuimos a un bar cerca de la zona.
En ese bar, Bakerman (hasta ahora no sé su nombre real, por ahí es Helmut, qué sé yo), me contó que conoció a Lolo el año pasado cuando coincidieron en el Camino. Se dieron cuenta de que eran como dos almas gemelas y hasta se hicieron los mismos tatuajes en el brazo y en las pantorrillas. La relación se hizo muy fuerte, como si fueran hermanos de sangre.
Entremedio de toda la bulla, le comenté a Lolo los rollos existenciales por los que estaba pasando, entre los cuales había esta indefinición de qué iba a hacer con mi vida laboral futura. Él me recomendó que simplemente deje las cosas fluir, que crea en mí mismo, que me tenga fe y confianza, que ahí estará mi fuente de fortaleza. Y me dijo una cosa más: “Acuérdate cómo eras tú cuando tenías 10 años, cómo te sentías y cómo vivías las cosas. Ése niño eres tú y ésa es tu naturaleza. No dejes que las cosas te cambien”. Creo que dijo justo las palabras que necesitaba oír.
A eso de las dos de la mañana nos despedimos. Al día siguiente tenía una cita con el sacerdote que no quería perder.
SÉPTIMO DÍA: DOMINGO
En este último día, que caía el domingo 6 de mayo, fui a las 10 de la mañana a la iglesia de Santa María, donde ese sacerdote con el que hablé el día anterior estaba oficiando misa. Lo tuve que esperar un largo rato después que la misa terminara, porque había un bautizo con toda una familia española súper extendida ahí presente.
Nos vimos afuera de la iglesia. Él se acordaba de que yo tenía que verlo y me estaba esperando. Así que nos despedimos de toda la gente que todavía estaba charlando con él y yo le pregunté si le podía invitar un café para poder charlar. Él me contestó que bueno y nos fuimos a una cafetería que estaba por ahí cerca. Al final, no nos tomamos un café, sino un par de cañas (cervezas).
Yo tenía dos preguntas para hacerle. La primera era fácil. Hace un tiempo había leído un artículo en Der Spiegel que reportaba una queja del Papa Francisco sobre la forma cómo se reza el padre nuestro. La queja del Papa era que la traducción del Padre Nuestro al alemán no estaba bien.
Según el Papa, y por lo que entiendo, en la parte donde en español rezamos: “no nos dejes caer en la tentación”, en alemán se dice: “führe uns nicht in versuchung” que quiere decir “no nos lleves a la tentación”. Lo mismo pasa con el inglés que dice: “lead us not into temptation”. El problema sigue siendo el mismo, porque no es Dios quien lleva a la tentación, sino el otro sujeto.
El sacerdote repasó de memoria la forma como está en latín, que es: “ne nos inducas in tentationem” y, evidentemente, no es un problema de traducción, sino que así está en latín también. No tengo idea si en arameo (el idioma original) ya estaba así. Nos quedamos con la duda o no recuerdo que me la haya aclarado completamente.
La segunda cosa que le dije es que tenía curiosidad en investigar cómo son las religiones del mundo, no solamente la cristiana, sino todas. Me dijo que tenga cuidado en seleccionar lo que quisiera investigar, porque solamente en el cristianismo hay miles de sectas, algunas muy raras y que me tomaría una vida investigar. No tendría tiempo para ver otras religiones del mundo.
Me contó una historia que pasó hace varios años en Santiago de Compostela, donde había un sacerdote que decía que era de una ciudad menor del interior de España y que dentro de la comunidad en Santiago era muy respetado. Pues resulta que el hombre ni había sido sacerdote, ni tampoco era de esa ciudad: era un fraude, pero cogió por sorpresa la buena fe de todos.
Me dijo que podría encontrarme con tipos así, que hablan muy bonito pero que no tienen nada por detrás. Que sería bueno hacer algunas averiguaciones antes de entrar en diálogo con alguien. Le pregunté si me podía ayudar con alguna guía y me dijo que sí, con muchísimo gusto. Y así intercambiamos emails.
El sacerdote con quien conversé se llama José Fernández Lago y es una eminencia en estudios bíblicos. José tiene un doctorado de teología con estudios en Roma y una larga carrera dentro de la iglesia católica, especialmente en Galicia. Pueden ver sus antecedentes aquí.
UN REGALO
Después de terminar nuestras cervezas, José me pidió que le acompañe de nuevo a la iglesia donde acababa de dar misa. Entramos a la parte de atrás, donde hay un depósito, y buscó algo entre los cajones. Sacó un libro y me lo entregó como regalo. Era uno que él había escrito hace unos años. El libro se llama: “El espíritu santo en el mundo de la biblia”, aquí está la foto de la tapa:
Antes de entregármelo, cogió un bolígrafo y escribió algo en la primera página. Era una dedicatoria, que dice así:
Muchas gracias querido José, que el Señor te acompañe a ti también. Espero vernos pronto otra vez y te contaré el estado en el que están mis búsquedas.
Y así, con esta última conversación y con la persona más indicada, finalizó mi tercera peregrinación a Santiago de Compostela.
PARA TERMINAR…
Al volver de este viaje sentí evidentemente algo diferente, algo nuevo que no había sentido antes. Sentí fe en mí mismo. Parece que esto fue construyéndose poco a poco con los días, con cada conversación que tuve, con cada silencio en el Camino y con cada oración en las iglesias.
Yo relacionaba antes la fe con temas más religiosos, pero no es así. Uno también puede tener fe en algo propio, o en las capacidades que pueda tener alguien a quien tú quieres. Si la fe es muy fuerte y sólida, no importa que te muestren pruebas o te insistan en que no es así. La fe en estos casos es ciega y es sorda. Y tú sigues adelante.
La fe en mí mismo es el mejor regalo que me pudo haber dado el Camino. Y por eso estoy eternamente agradecido.
VIDEO SOBRE EL VIAJE A SANTIAGO DE COMPOSTELA
Compuse un pequeño video con fotos y filmaciones que tomé en los tres viajes a Santiago. Espero les guste.
*****
Esta crónica fue escrita por Marcos Grisi Reyes Ortiz.
¿Te gustó la historia? ¡Deja un comentario a continuación!
Suscríbete aquí para recibir nuestro boletín de noticias.
El contenido también está disponible en Facebook, Twitter, Instagram, Pinterest y LinkedIn.
*****
Me ha encantado completamente… Renovador en todo sentido. Creo que justo ahora me encuentro en el mismo punto de partida en el que estuviste al empezar el viaje. Y si algo he sacado de leer este escrito es que debo hacer el camino… Como podría contactarte (si se puede por WhatsApp)
Gracias Lolo! Me alegro que hayas leido esta historia, de la cual eres protagonista! Un abrazo a la distancia… y saludos a bakerman, si lo ves…
Qué ilusión leer una historia tan bonita. La verdad la vida es maravillosa y tiene la buena costumbre de no avisar. Un abrazo gigantesco!
Don Marcos :
La Fé mueve montañas …versa el refrán.La fé es lo que nos hace ser.Como dicen : «el camino más largo está,entre tu mente y tu corazón» tarde o temprano tenemos que hacerlo.Gracias y Saludos.
Suena muy sabroso, como dicen los ecuatorianos, para saborearlo sin apuro. Voy leyendo poco a poco y haciendo la idea de que un día voy a tomar el mismo camino, meditando sobre la fe en uno mismo.
Hermoso! Me emocioné mucho! Gracias hermano querido!
Excelente aporte al mundo y para aquellas personas que hemos podido leer el relato nos deja la invitacion abierta para replicar tu experiencia alguna vez si tenenos la oportunidad de hacerlo
Qué lindo relato, muy bien escrito y muy entretenido! Felicidades Marcos.
Lo que más me gustó, es la reflexión respecto de la fe en uno mismo, estoy segura que es la más importante!
Bellísimo! Gracias!
Hermoso relato, me contagió las sensaciones del camino, quiero hacer el camino de Compostela…
Marco escuche tu relato ese día en tu casa y leí dos veces tu experiencia. Gracias por compartirla
Lectura muy agradable, que antojo de hacer el camino. Algún día….
Muy buen relato me gusto mucho enhorabuena
Muy bonito relato. Felicidades Marco.