Con este relato quiero dejar viva la memoria de mi abuelo, Adalberto Terceros Mendivil. Asimismo, quiero resaltar la personalidad de mi abuela, Josefina Bánzer Aliaga, una mujer de temple ante las dificultades de la vida.
Mi abuela Josefina, a quien vi personalmente como testigo de primera fila, merece mi reconocimiento por su trabajo y su lucha por llevar adelante sola una familia muy grande.
En cuanto a mis tíos y tías, todos están en mis más lindos recuerdos de los años que compartimos juntos en la casona. A su manera, cada uno viene a ser un ejemplo de personas trabajadoras, honestas y exitosas.
La historia de esta casona, ubicada en la calle Junín 271 en la ciudad de Santa Cruz, Bolivia, fue de gran importancia para mí y para toda la familia. Decidí dedicar un tiempo para contar cómo era la vivencia en Santa Cruz en los años de mi niñez y adolescencia, entre 1958 y 1968. También relataré algunos eventos que forman parte de la historia familiar antes de mi nacimiento, por tratarse de situaciones que condicionaron de alguna manera los acontecimientos posteriores.
Me he permitido algunas licencias literarias para hacer este relato un poco más alegre y simpático. Espero que lo disfruten.
Empezaré con la historia de mi abuelo Adalberto y sus hermanas, quienes compraron esta casa a principios del siglo pasado.
MI ABUELO, ADALBERTO TERCEROS MENDIVIL
Mi abuelo Adalberto nació en 1891. Era el menor de once hermanos, de los cuales solo sobrevivieron cuatro. Cuando tenía ocho años, su padre, Manuel Esteban Terceros, un próspero comerciante, murió ahogado en el río Mamoré. Fue así como las tres hermanas mayores de mi abuelo: Manuela, Marcelina e Isabel, tomaron las riendas del negocio.
La mayor de ellas, Manuela Terceros Mendivil, era un personaje en Santa Cruz. Destacó como una de las fundadoras de la Cámara de Comercio, junto con don Felipe Schweitzer, designado primer presidente de esa entidad. Ella también tenía acciones en el Lloyd Aéreo Boliviano y en una compañía de goma de Pando. Años después, compró el periódico La Ley para que su hermano menor lo maneje. Fue una mujer valiente, visionaria y emprendedora para los negocios.

La casa comercial de Manuela y sus hermanas, en una versión continuada de lo que había hecho su padre, era muy reconocida en la ciudad. El negocio se llamaba La Novedad de Manuela Terceros. Eran de las pocas personas que salían de Santa Cruz y viajaban hasta Europa para importar productos; fueron verdaderas pioneras en comercio exterior. Traían cristalería, cubiertos, pertrechos de caballería, bufandas de piel de zorro, abrigos, monedas, ítems de Navidad y una infinidad de alternativas para el hogar, la familia y la hacienda. Eran mujeres muy trabajadoras y católicas.
Mi abuelo llegó a ser un hombre ampliamente reconocido en la sociedad cruceña de ese entonces. Era de profesión abogado; fue catedrático de la universidad, rector, parlamentario por Santa Cruz en tres ocasiones, prefecto del Departamento en 1932 y también concejal municipal. Era político de la facción de Daniel Salamanca, dentro del Partido Republicano.

MI ABUELA JOSEFINA BANZER ALIAGA
Por otro lado, mi abuela Josefina nació en 1898. Era la menor de diez hermanos. Su padre, Georg Banzer, había emigrado de Alemania el año 1876 y llegó a Cochabamba por un contacto que tenía con alguien de la comunidad alemana en esta ciudad. Más adelante, debido a sus actividades comerciales, se estableció en la ciudad de Santa Cruz a fines del siglo XIX. Murió el 9 de febrero de 1919, sin haber casado todavía a su hija menor.

Entre las fotos que registran a los descendientes de mi bisabuelo Georg está la siguiente:

MATRIMONIO
Mis abuelos Adalberto y Josefina se casaron el 22 de octubre de 1922. El sacerdote a cargo de la ceremonia fue Monseñor Santistevan. Fruto de este matrimonio nacieron Adalberto (1923), Carlos (1924), Marcelo (mi padre) (1926), Mario (1930), Josefina (1932), David (1934) y Carmen (1936).



EL ACCIDENTE DEL JUAN DEL VALLE
En 1938 mi abuelo fue nombrado por el presidente German Busch como superintendente de la Comisión Mixta de la construcción del Ferrocarril Corumbá-Santa Cruz. Esta era una obra muy importante para el desarrollo de la región, ya que el proyecto del ferrocarril que debería haber llegado de Cochabamba nunca se concretó.
Las obras avanzaron muy bien y llegó el día en que se inauguraría el primer tramo, desde Corumbá hasta Puerto Suárez. Se organizó una comitiva de personalidades cruceñas que estarían presentes en la inauguración, para lo cual se contrató un avión Junker 52 del Lloyd Aéreo Boliviano, que tenía el nombre de Juan del Valle en el fuselaje. En él viajaban el prefecto del Departamento, Jenaro Blacut; el alcalde municipal, José Saavedra; el rector de la Universidad, Rómulo Herrera y su esposa, Blanca Catera de Herrera; el contralor departamental; el poeta cruceño Agustín Landívar y otras personalidades. Eran catorce en total, incluida la tripulación.

El 4 de noviembre de 1940, después del mediodía, el avión despegó del aeropuerto El Trompillo rumbo a Roboré, para reabastecerse de combustible. Una vez realizada la carga, salieron de Roboré a las cuatro de la tarde y, una hora después, vino un vendaval muy fuerte del sur, que sacó al avión de su ruta y lo desvió hacia el norte. En esa época no había radares y, a pesar de que el piloto estaba todo el tiempo conectado por radio con el aeropuerto de destino, no pudieron encontrar la pista de aterrizaje.
El avión voló y voló hasta que se le acabó la gasolina, y desapareció sin dejar rastros. Nadie supo dónde se encontraba. Los periódicos reportaron así el accidente y su desaparición:
Durante catorce meses buscaron el avión sin éxito, hasta que, por casualidad, en febrero de 1942, un cazador solitario encontró los restos del fuselaje. Estaba metido en el monte, en un lugar cercano a la misión de Santo Corazón, a unos 100 kilómetros al noroeste de Corumbá.
Cuando llegaron los rescatistas, vieron que había cadáveres alrededor del avión, y alguno recostado contra los árboles. Eso indicaba que hubo sobrevivientes a la caída, pero que murieron por falta de auxilio. Mi abuelo estaba sentado en un asiento de la cabina con su crucifijo de oro en la boca, que conserva hasta hoy uno de mis tíos. Su reloj estaba parado a las siete y cinco de la noche.
Años después, en 1990, fui en persona al lugar del accidente. Encontré el fuselaje ya carcomido por el tiempo.

ÉPOCAS DIFÍCILES
Mi abuela Josefina enviudó a los cuarenta y dos años, con siete hijos a su cargo. La edad de los chicos fluctuaba entre los cinco y los dieciocho años. Quiero destacar aquí la veneración que mi abuela le dedicó a la memoria de mi abuelo por el resto de sus días, y la abnegación total a su familia.

Por fortuna, había algunos bienes materiales dejados por mi abuelo y sus hermanas que podían ayudar en el mantenimiento de la familia. Como ninguna de las hermanas tuvo descendencia, todos los bienes pudieron ser manejados por mi abuela
Uno de los principales inmuebles que dejaron fue esta casona, donde nos criamos todos. La casa fue comprada por mi tía abuela Manuela el año 1914. En algún momento también adquirieron la casa contigua a la derecha. La subsiguiente casa, que ahora está contra el hotel Copacabana, la compró mi abuelo al ganar un premio de la lotería. Mi abuela alquilaba esas dos casas para ayudarse con los gastos de la familia.
Otro inmueble que también utilizaron fue la quinta que compraron mis tías abuelas y que actualmente queda al final de la avenida Piraí y quinto anillo. En esta quinta mis abuelos tuvieron su luna de miel. De allí traían productos para nuestra provisión de alimentos. La casa en ese terreno se mantiene, actualmente, en las mismas condiciones originales.

Otra ayuda importantísima que recibió mi abuela Josefina fueron las tres empleadas (que antes se llamaban criadas) que trajo Manuela y que vivían en la casa antes de que mis abuelos se casaran, en 1922. Las tres eran mujeres ya mayores.
Primero estaba Polonia Castedo quien, junto con su hija Aleja, manejaba la cocina. También estaba Fabiana Talavera, la nana de la familia, que ayudó en la crianza de todos los hijos de mi abuela y después de sus primeros nietos. Fabiana llegó a ser mi nana también, la adoraba. Y por último estaba Julia, quien se trastornó para siempre al dar a luz a su hija, María.
EL TIEMPO PASA…
Con el pasar de los años, cada uno de mis tíos fue haciendo su propio camino, pero siempre viviendo o volviendo a esta casa. Tío Adalberto, el mayor de los hermanos, se fue a Chile a estudiar Economía y después se trasladó a Francia a vivir. En París se enamoró de una francesa, Marie Claude Briffault, con quien se casó en esa ciudad en 1950. Su hijo Adalberto nació en Bélgica el año 1951 y su hija Isabelita en Santa Cruz, en 1953.
La historia de tío Adalberto es importante para mí porque sus dos hijos eran casi de mi edad, jugaba mucho con ellos. Marie Claude (a quien de cariño le decíamos Maruja) vivió en la casa tres años y después retornó a Francia, dejando a los dos chicos al cuidado de mi tío.
No sé bien las razones de la separación, pero me imagino que ella no pudo superar el choque cultural entre su vida pasada en París y su nueva residencia en Santa Cruz. Esta ciudad, en ese entonces, era un desastre: sin alcantarillado, las calles de tierra, con muy baja potencia de energía eléctrica, los baños funcionando con pozos ciegos, pocos autos, y malas conexiones con el interior y exterior del país. Tal vez no aguantó y se fue.
Lamentablemente mis primos, de quienes tengo grandes y afectuosos recuerdos de la vivencia en la casona, fallecieron recientemente.
Tío Carlos y mi padre salieron bachilleres juntos el año 1941, a pesar de la diferencia de dos años entre uno y otro. Dicen que, mientras Carlos estudiaba para los exámenes de colegio en voz alta, Marcelo se sentaba a escucharlo y así aprendía las materias. En el colegio, mi padre pidió al director dar los mismos exámenes que mi tío y los pasó, así que lo promovieron a dos cursos superiores. Salió bachiller con solo quince años.
A los veinte años mi padre terminó sus estudios universitarios en la carrera de Derecho, graduándose el mismo año que tío Carlos. Ya con su título profesional, en 1947, se casó con mi madre, Anita Suárez Montero. Un año después nació la primera nieta de la familia, mi hermana Marcela. Aunque papá era el tercer hijo de mi abuela, fue el primero en casarse y en tener hijos.

MI NACIMIENTO
Catorce meses después del nacimiento de Marcela, el 16 de febrero de 1950, nací yo, en uno de los cuartos de la casona. Era un martes de Carnaval. Para el trabajo de parto vino mi tío, el Dr. Ángel Foianini Banzer, a asistir a mi madre. En el proceso también estuvo Juana Méndez, la matrona que siempre ayudaba en los partos en Santa Cruz. Fui el segundo hijo de mis padres y el primer nieto varón de mi abuela Josefina.
Todos nosotros —mi padre, mi madre, mi hermana y yo— vivíamos en un cuarto grande a la izquierda del primer patio de la casona. Al lado nuestro estaba el cuarto de tío Adalberto con sus dos hijos y, al lado de él, un espacio donde se lucía, en un fanal, la imagen de la Virgen del Carmen. Al frente nuestro, cruzando el patio, se ubicaba la habitación que mi abuela Josefina compartía con tía Carmen, su hija menor.
LÍOS POLÍTICOS
Los inicios de la década de los cincuenta era una época de mucha conflictividad política en el país. Mis tíos y mi padre eran afiliados a la Falange Socialista Boliviana, opositores entonces del partido de gobierno, el Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR). Eran tiempos peligrosos, porque el MNR tenía todo el poder político; la Falange reunía a gran parte de la oposición y la persecución en todo el país fue terrible. Era una época increíblemente idealista. “Hasta las últimas consecuencias”, como ellos decían.

En 1953 tomaron preso a mi padre en La Paz, cuando acompañaba al rector de la Universidad, Antonio Landívar Serrate. Tío Carlos fue arrestado simultáneamente en Santa Cruz. A mi padre lo llevaron a los campos de concentración del MNR en Uncía y después a los de Coro Coro, situados en el altiplano, en el occidente del país. Tío Carlos fue llevado a Curahuara de Carangas. Ambos estuvieron tres años en los campos y después un año en La Paz, bajo vigilancia.
En el momento en que arrestaron a mi padre, mi madre ya estaba embarazada de mi hermana Beatriz. Así que cuando ella nació, él no pudo estar presente. Es más, recién conoció a su hija menor cuando ella tenía cuatro años.
Mientras papá estaba arrestado, mamá le envío esta foto para que él pudiese ver cómo estaban sus hijos y para que conozca a Beatriz:

La fábrica de muchachos se reinició años después cuando mi padre volvió de los campos de concentración. En 1958 nació mi hermano Francisco, y después vinieron Fernando en 1959 y Cristina en 1960.
PERSECUCIONES
Resulta que esta casa era un espacio emblemático de la Falange. Papá era jefe de la célula O, que correspondía a Santa Cruz. La célula F era del Beni, o algo así. Aquí ha venido muchas veces Óscar Únzaga de la Vega, el jefe nacional de la Falange. Una vez salió de casa disfrazado de cura para que no lo descubran.
En ocasiones, veía venir a los comandos del MNR buscando a mi padre y a mis tíos. Se entraban así nomás, sin permiso de allanamiento. Una vez, cuando ya vivíamos en el segundo patio, los escuchamos llegar haciendo mucho ruido. Mientras revisaban los cuartos del primer patio, mi hermana Marcela y yo escondimos a papá detrás de nuestro ropero. Había una separación entre la hendidura de la pared y la espalda del mueble, así que entre los dos recorrimos el ropero hacia afuera, mi padre se deslizó allí pegándose a la pared y volvimos a poner el ropero en su sitio. Entró el comando al cuarto y no lo encontraron. Cuando salió de su escondite, estaba fatigado y mareado, porque sufría de asma.
Acompañé muchas veces a mi madre a Ñanderoga a visitar a mi padre. Ñanderoga era una famosa cárcel instalada por el control político donde se cometieron muchas atrocidades contra los falangistas. Algunas veces papá no tenía ni dónde acostarse, así que le llevábamos un colchón para que pueda dormir.
Las persecuciones del MNR marcaron nuestras vidas y afectaron nuestras emociones. A pesar de eso, mi padre nunca nos comentó de sus experiencias políticas, ni se quejó. Su resistencia fue muy notable y respetable la consecuencia que siempre mantuvo entre sus pensamientos y sus acciones. Le decía a mi madre: “Yo soy político y me someto a todas las cosas que la política traiga. Tú no tienes porqué pedir por mí en ningún lado”.
Una vez, una amiga íntima de mamá, Chela Mansilla, una cruceña que estaba muy vinculada socialmente en la ciudad de La Paz, le ofreció chofer y automóvil para que pueda visitar a mi padre en Uncía. Pero —como mi padre ya le había prohibido que vaya, porque implicaba muchos riesgos para ella— no fue.
Eso sí, intercambiaban cartas, pero todas eran revisadas y despachadas con el sello del MNR. Yo guardo conmigo algunas de ellas.
Mi abuela Josefina sufrió por eso, fueron muchos los años de angustia que pasó. Vio a sus tres hijos mayores perseguidos. Los dos menores, David y Mario, estudiaban en Argentina, pero también estaban fichados por el control político. El año 1957 tío Mario quería venir a presentar a su novia a mi abuela, porque tenía la intención de casarse con ella. Como no podía ingresar por Yacuiba ni por Villazón, porque existía el riesgo de ser arrestado, tuvo que darse una vuelta por Asunción del Paraguay, llegar a Brasil y entrar por Corumbá, porque esa vía era menos vigilada.
El cuarto de la Virgen, con sus reclinatorios, ha debido ser muy frecuentado en esos días.

LA CASONA
Describiré ahora cómo era la casona por los años 1958 a 1968, tal como la recuerdo de mis épocas de niñez y adolescencia.
Vale la pena mencionar que la casa conserva actualmente sus colores originales. Incluso el portón principal sigue luciendo un color azul brillante, que lo diferenciaba de los clásicos portones de color madera de las casas de la ciudad. Los balaústres de las ventanas también llevan el mismo color, solo que con una mano de pintura reciente encima.
Para empezar, esta calle no tenía asfalto ni alcantarilla, a pesar de que estábamos solo a cuadra y media de la plaza. Las aguas servidas de la lavandería se tiraban a la calzada.
Había muy pocos autos circulando, eran más jeeps y caballos.
A la derecha de la puerta de entrada se ubicaba la que era la oficina de mi abuelo, con un cartel que decía: “Adalberto Terceros Mendivil, Abogado”.
Recuerdo que en su oficina había unos teléfonos que funcionaban a magneto. El número de la casa para llamar era el 268. Esta oficina fue ocupada posteriormente por tío Carlos, con el mobiliario original de mi abuelo.
Del lado izquierdo de la puerta de entrada funcionaba la Notaría # 1, que era de don Emilio Porras Méndez, quien se murió de viejo siendo Notario de Fe Pública. Y, más a la izquierda, se encontraba la oficina que mi padre y tío Carlos compartían, la misma que ocupara la tienda La Novedad de Manuela Terceros. La entrada a esta oficina no era por la calle, ya que nunca atendían público; se accedía desde el patio de la casa.
El sonido de una campanilla en el cerrojo de entrada anunciaba el ingreso de alguna persona a ese patio.
EL PRIMER PATIO
Entrando por la reja, al lado derecho debajo de la galería y en la misma esquina, mi abuela tenía un sillón de madera desde el cual recibía a las visitas. Al lado del sillón había dos sillas, una a cada lado. Desde ese lugar podía ver, a través del pasillo, la cocina que estaba en el segundo patio. Gritaba a la vieja Polonia para que traiga café o refresco para las visitas.


Detrás del sillón había una puerta que daba a una sala chica, que se usaba cuando venía más gente. Esta sala tenía un hermoso espejo grande, un living y una pequeña biblioteca. Era una linda salita.
Contiguo a la sala de visitas, se encontraba el cuarto de mi abuela, que tenía dos camas. Una era para ella y la otra para su hija menor, Carmen, todavía soltera. A su lado, se encontraba la habitación de Fabiana, la nana de la familia, quien tenía un espacio solo para ella. Fabiana fue importantísima en la vida de la casa porque cuidó a todos los hijos de mi abuela, a algunos de sus nietos y era, además, su asistente personal.
Cruzando el patio, a la izquierda, una puerta marcaba la entrada a la oficina que mi padre y tío Carlos usaban. La puerta de calle no la abrían porque casi nunca atendían al público. No eran abogados de oficio, sino abogados de cátedra, o más intelectuales.
Al lado de esa oficina se ubicaba la despensa. Aquí había un montón de muebles y objetos que sobraron de la tienda antigua de mis tías abuelas. Estos muebles eran altos y todos llenos de cristalería, vajillas, cubiertos de plata en sus cajas y muchísimas cosas más. Cuando yo era muchacho conseguí la llave de este depósito (y de todas las otras puertas y cajones, por supuesto), y pasaba horas investigando lo que había. Claro que ni mi abuela ni mi madre sabían que yo tenía la llave.
Pasando la despensa se encontraba el llamado Cuarto de la Virgen. Parece que, cuando mis tías abuelas vivían, este lugar era parte de la tienda y, cuando murieron, todo lo que había acá lo fueron arrinconando en la despensa. Todo, menos la imagen de la Virgen del Carmen en su fanal, rodeada de reclinatorios dispuestos para que las devotas de la casa vengan a rezar, en tantos momentos de sufrimiento y angustia que se vivieron.
La imagen de la Virgen se encuentra, actualmente, en la Sala de las Maderas del Museo de Arte Sacro en la Catedral Metropolitana de Santa Cruz. Mi madre, Anita Suárez, es directora del museo desde su apertura al público en 1983.
Contigua al Cuarto de la Virgen se encontraba la habitación que ocupaba tío Adalberto con sus dos hijos. Al lado estábamos nosotros: papá, mamá, mis hermanas Marcela y Beatriz, y yo. Este cuarto, que era bien grande, después fue ocupado por tío Carlos cuando se casó.
LA SALA DE LA FAMILIA
Al frente de la puerta de entrada, pasando el patio y haciendo las veces de separación entre el primer y el segundo patio, se encontraba la gran sala de la familia. Era bellísima, todas las ventanas tenían sus doseles interiores forrados en pan de oro, con un terciopelo bordeaux. Las cortinas eran blancas también con unos filetes bordados en oro. Había objetos de cristal, cuadros de pintura al óleo, una alfombra roja de gran tamaño, un piano y unas diez lámparas grandes.
La alfombra se colocaba unas pocas veces al año para los grandes momentos, tales como Semana Santa, Navidad, Año Nuevo o algún hecho particular; el resto del año quedaba enrollada, envuelta y colgada, para preservarla de la humedad. En cuanto a las lámparas, se destacaba la lámpara central de color rojo. A todas ellas había que echar kerosene para prenderlas.
El mobiliario de la sala provenía del comercio de mis tías abuelas. Eran cosas de muy buen gusto y de buena calidad. Además, se podía apreciar todos los retratos de la familia. En este salón se hacían las fiestas y los acontecimientos importantes. Mi abuela la mantenía cerrada prácticamente todo el año. Claro que… yo también tenía la llave para entrar.
Las siguientes fotos son actuales, en ocasión de conmemorar los noventa años de mi madre.
EL PASILLO QUE SEPARABA LOS PATIOS
En el pasillo que separaba los dos patios, al lado derecho de la sala grande, se ubicaba un gran baño, el único que usaba toda la familia. Este baño lo hizo rehacer mi abuela para recibir a Maruja, porque antes no teníamos nada más que un cuarto para la ducha y el excusado, al estilo Versalles. Mi abuela le puso azulejos, bidé, retrete, lavamanos y otros implementos que ahora son normales, pero antes eran un lujo.
Al lado del baño se encontraba un depósito donde se guardaba el café y otros productos que traían de La Quinta. Años después, este ambiente fue habilitado como mi dormitorio personal y, con el tiempo, lo ocuparon mis hermanos Francisco y Fernando.
EL SEGUNDO PATIO
Detrás de la sala grande, en el alero izquierdo del segundo patio, se encuentra una parte de la galería que fue cerrada por mamparas. Esta parte de la casa se hizo por el año 1925 con la finalidad de habilitar una sala de quirófano para la operación de mi tía abuela Marcelina, ya que los hospitales en Santa Cruz eran precarios. Años después, este espacio lo ocupó mi madre como un taller para costura con sus máquinas de coser Singer y la tejedora de lana Turmix.
Pasando esa área hay tres habitaciones. Inicialmente tío Carlos vivía allí, pero cuando se casó se hizo un cambio de cuartos. Mis padres y cuatro de los hijos que vivíamos en el cuarto grande del primer patio nos trasladamos al segundo patio, de modo que mi tío y su esposa se fueron al primero.
En una de las habitaciones dormían mi padre y mi madre. Como mobiliario tenían una cama matrimonial, lavatorio de tocador con sus implementos de fierro enlozado decorado y sendas argollas para colgar una hamaca en ángulo. En la ventana que daba al patio, mi padre ponía la radio en la que escuchábamos los noticiarios de la BBC de Londres y la Voice of America. En la siguiente habitación estaban los tres hijos menores, y yo, en la última. Estos espacios se conectaban por puertas interiores.
Al final de ese lado se encontraba el cuarto de Julia, la loca. Cada noche la escuchaba reír a carcajadas, hablando sola o protestando por algo. Más adelante contaré sobre ella. Dando la vuelta a la esquina, en lo que sería la hilera posterior de cuartos del segundo patio estaba María, la hija de Julia, con sus cinco hijos.
En la esquina posterior izquierda se encontraba el excusado. Este no era más que un tablón largo de madera de unos cuatro metros, con dos huecos de deposición distantes a metro y medio uno del otro. El sitio estaba colmado de chulupis (cucarachas), a los que había que espantar con una hoja de periódico prendida con fuego. Yo he hecho mis necesidades con la loca Julia ahí al lado, conversando. ¡Verdad! Es hermosa e increíble la vivencia de esta casa.
En la hilera posterior, a la derecha del cuarto de María, se ubicaba la habitación de Polonia y de su hija Aleja. Luego venía el área de lavandería. Bajo el alero de la galería había un tablón donde se ponían macetas chicas con plantas de especies.
El planchado de ropa y manteles se hacía en el cuarto de Polonia. Para esta tarea se utilizaban planchas de fierro fundido que se calentaban posándolas sobre las brasas o planchas huecas cargadas de brasas candentes.
En la esquina derecha posterior estaba lo que antes —en tiempos de mi abuelo— era una caballeriza. Recuerdo haber visto allí un horno, una cocina a leña donde tostaban el café y un lugar para poner los trastes. Alguna vez metían a los caballos que traían productos de La Quinta; cada semana venía un carretón con leña para usar en la cocina.
Dando la vuelta a la esquina, y sobre la hilera derecha, al fondo, se encontraba la cocina. Al principio se cocinaba todo a leña, después vino la cocina a kerosene —que a mi abuela no le gustaba porque decía que el olor que desprendía impregnaba los ambientes— y, más tarde, llegaría el primer refrigerador, por el año 1965.
La energía eléctrica era pésima, resultaba mejor alumbrar con velas. Eso sí, recuerdo que siempre había luz. Los interruptores eran esos redondos que sonaban ¡Tac! cuando daban la vuelta. La energía eléctrica era tan baja que no podías poner, por ejemplo, plancha y ducha eléctrica al mismo tiempo, porque se consumía toda la energía disponible para la casa.
Al lado de la cocina había un espacio reducido para guardar los víveres de uso diario y, hacia la derecha, estaba el comedor donde —con su mesa larga y todas sus sillas— nos sentábamos los doce miembros de la familia, TODOS los días. Más abajo describo cómo eran esos almuerzos y el lugar que ocupaba cada uno en la mesa. Uno de los grandes y exquisitos platos que hacía Polonia (a la que llamábamos “mama Polo”), era el de ravioles al ragú, rellenos con seso.
Cerrando el círculo, al lado del comedor, estaba el depósito de fardos que describí arriba, casi en el pasillo que iba al primer patio.
Encima de los cuartos del servicio, en la hilera posterior, había una segunda planta, conocida familiarmente como “el tumbadillo”, a la que se accedía por unas escaleras muy empinadas que quedaban al lado del excusado. Este espacio guardaba más artículos de la tienda de mis tías abuelas, aparte de los que ya se encontraban en el depósito. A esta planta solía subir a jugar con algunos amigos.
RECOLECCIÓN DEL AGUA DE LLUVIA
Toda el agua que consumía la casa provenía del agua de lluvia almacenada en el aljibe principal, que es una bóveda subterránea de ladrillo construida debajo del centro del segundo patio. Esta bóveda tenía una superficie de 5×3 metros y unos dos metros de alto, lo cual daba una capacidad de 30 000 litros de agua.
El agua se recolectaba mediante canaletas instaladas debajo de las tejas del techo del primer patio, que dirigían el agua de lluvia hacia un ingenioso sistema de limpieza, consistente en una plancha deslizante que se abría una vez el agua salía limpia y clara, para dirigirla al aljibe.
Para extraer el agua del depósito, metíamos baldes enganchados a una polea, que los jalábamos hacia arriba. No recuerdo que haya faltado agua alguna vez, a pesar de que éramos tantas personas en esta casa.
LOS ALMUERZOS DE LA FAMILIA
Cada almuerzo que teníamos en esta casa era un evento en sí. Me acuerdo dónde se sentaba cada uno de nosotros, esto a principios de los años sesenta o por ahí.
Mi abuela Josefina se sentaba en un extremo de la mesa compartiendo la cabecera con tía Carmen, su hija menor, situada a su derecha. En ese entonces, Carmen tenía unos veintitantos años.
A la derecha de Carmen, en el lado largo de la mesa, estaba tío Adalberto, de unos treinta y cinco años. A su lado, tío Carlos, todavía soltero, y, después, tía Josefina con su marido José Ortiz Bello. Luego, tío David. Al final de la fila, la mayor de las nietas, mi hermana Marcela.
En la otra cabecera, diagonal a Marcela, mis primos Adalberto e Isabel, hijos de tío Adalberto. A esas alturas de la vida en la casona, todos ellos y tía Josefina se habían trasladado a las casas contiguas de la calle Junín.
Ocupando el otro lado largo de la mesa, frente a tío Adalberto y al lado izquierdo de mi abuela, se sentaban mi padre y mi madre. Cuando venía tío Mario ocasionalmente desde Pailas, donde trabajaba, se ubicaba al lado de mi madre junto con su esposa, Marta Herrera, que era argentina. Y, al lado de ellos, yo.
La mesa era bien acomodada en todo, con cubiertos, manteles y platos, heredados muchos de ellos de las tías abuelas. Teníamos una vida bastante confortable, con cosas finas, pero en la austeridad. Había respeto, buen trato y una vida educada.
MIS TÍOS
Tengo muy lindos recuerdos de mis tíos. Tío Adalberto —hombre responsable, serio, con una visión de futuro bastante clara—, fue pionero del cooperativismo boliviano aquí en Santa Cruz: fundó la Cooperativa La Merced, que representó un aporte social fundamental con la inclusión de planes de vivienda para la gente necesitada. A partir de la anterior, formó Cruceña Cooperativa de Seguros.
Tío Carlos era bonachón, generoso y cariñoso. Se casó recién a los cuarenta años, era como el tío soltero de la familia. Nos compraba picoleses (helados) y llegaba del mercado siempre cargado de frutas, verduras y hortalizas. Era elocuente y medio socarrón, nos tomaba el pelo.
Tío Mario, gran empresario, fue uno de los ingenieros del área de la construcción civil que participó en la construcción del puente del ferrocarril de Pailas, sobre el Río Grande, por el año 1958. Alguna vez lo acompañaba en sus viajes, de los cuales conservo el recuerdo de muchas vivencias, como cuando subí a la cabina de una locomotora a leña y pedí al maquinista tocar el silbato del tren. Al igual que sus hermanos, tenía un gran compromiso social y profesional. Fue presidente de la Sociedad de Ingenieros, de la Federación de Profesionales y de COTAS –Cooperativa de Teléfonos Automáticos Santa Cruz–.
Tía Josefina, familiarmente la Nena, es la más alegre de mis tías. Pude compartir con ella y con su esposo, José “Pepe” Ortiz, cuando los acompañaba en sus viajes a La Quinta. Como tía Nena no tenía permiso de mi abuela para fumar, aprovechaba esas escapadas para dar unas pitadas. A veces cantaba el tango “Fumando espero, al hombre que yo quiero…”. Cuando mi abuela la escuchaba, le decía: “¡Te has vuelto loca!”. Actualmente la visito con frecuencia en su casa de la calle Junín.
Por otro lado, con tío David he jugado mucho, aprendí a escuchar música clásica con él, además de que tocaba muy bien el piano. A pesar de los diecisiete años de diferencia de edad, era como un hermano mayor para mí. Con frecuencia íbamos a La Quinta a pie, una distancia de unos cinco kilómetros. Cruzábamos bosques prácticamente cerrados, llenos de animales salvajes como monos, tatúes y peni (saurio más grande que el jaúsi). Era cortejudísimo, exitoso con las chicas. Yo andaba babeando por sus enamoradas, que, además, cambiaba con frecuencia. Fue líder universitario, llegó a ser secretario ejecutivo de la Confederación Universitaria Boliviana (CUB) y rector de la Universidad Autónoma Gabriel René Moreno, así como presidente de otras instituciones cruceñas.
Tía Carmen era una muchacha muy bonita y solicitada por los jóvenes, a los que mi abuela no aceptaba con mucho agrado por tratarse de la chiquitita de la casa. En alguna ocasión tía Carmen salía de paseo con mi abuela y sus hermanos a las propiedades de las amistades, tales como Benasal de los Roda Daza —mi abuela era madrina de bautizo del mayor de ellos, Cristóbal—, o a Itaguazurenda, de Miguel Gutiérrez Velasco. Después de unos años, Carmen se fue a Bélgica donde se casó con Álvaro Flores Paz Campero.
LAS VISITAS A LA CASA
Mi abuela Josefina era el centro alrededor del cual se unía la familia Banzer, seguramente por su talante de afectividad y de buena anfitriona.
A la casona llegaban varios de sus sobrinos Cuéllar Banzer, hijos de su hermana mayor María Luisa Banzer Aliaga. Venía, por ejemplo, María Luisa Cuéllar Banzer, quien estaba casada con José Chávez Suárez, el famoso historiador del libro La Historia de Moxos. Este hombre era bastante impactante, de una voz ronca y fuerte, porque, además, era un poco sordo.
De la misma familia Cuéllar Banzer procedía Yolanda, casada con un argentino llamado Roberto Henestrosa, y Beatriz, casada con Oswaldo Barriga. Además, nos visitaba casi diariamente el hermano de mi abuela, Carlos Banzer Aliaga, quien fue coronel en la Guerra del Chaco.
También frecuentaba la casa Wilma Banzer, hija del hermano mayor de mi abuela, Jorge Banzer. Wilma estaba casada con Hugo Chávez. Cuando ellos llegaban, venían siempre con un auto diferente y nuevo desde La Paz. Eran autazos de lujo. Hugo era cruceño, pero con propiedades en el Beni, un hombre de recursos.
También venía, desde Córdoba, Olga Henicke de Forno, junto a sus hijos Enrique, Carlos y Liliana, quienes eran más o menos de mi edad. Olga era hija de tía María Foianini Banzer.
Por el año 1920 nos visitó una personalidad de la época: monseñor Rodolfo Caroli, primer Nuncio Apostólico. Monseñor dio una vuelta por toda Bolivia visitando las Misiones Jesuíticas y, cuando llegó a Santa Cruz, almorzó en esta casa. Entronizó al Sagrado Corazón de Jesús en el comedor, que desde entonces permanece ahí.
Otro personaje que compartió la mesa con toda la familia fue el presidente Enrique Hertzog, en ocasión de una visita oficial que hizo a Santa Cruz por el año 1948. Poco después, el año 1965, y por el mismo motivo, llegó a la ciudad como ministro de Educación del gobierno de Barrientos, Hugo Banzer Suárez, sobrino de mi abuela, hijo de César Banzer. Recuerdo que tío David le cedió su cuarto para que duerma. Varios años después, cuando Hugo era presidente, también se hizo una recepción en su honor, aquí en la casona.
A tío Ángel Foianini Bánzer se lo podía ver a diario en la casona. Él trabajaba en el Hospital San Juan de Dios, donde era uno de los principales médicos. Al finalizar el turno, de camino a su casa, que quedaba en la calle Sucre, pasaba todos los días a la misma hora a tomar un café y charlar con mi abuela, que era su prima hermana.
LA GENTE DEL SERVICIO
Como adelanté, cuando mi abuela se casó con mi abuelo por los años veinte, ya había tres personas viviendo en la casa como parte del servicio: Polonia, la cocinera; Fabiana, que hacía todo tipo de trabajos, pero principalmente era la nana de la familia; y Julia, quien había perdido el juicio y no supe cómo vino a parar aquí. Todas ellas eran mayores que mi abuela.
Polonia tenía una hija que se llamaba Aleja, que ayudaba a su madre en la cocina. Fabiana, como dije, se encargaba de todos los niños de la casa, era soltera y no tenía hijos. Yo le tenía pasión porque era mi nana también, me aguantaba y me cuidaba. Hacía todo con mucho cariño, una santa mujer. Las tres trabajaban al mismo tiempo, cada una en lo suyo.
JULIA, LA LOCA
Un capítulo separado se merece Julia, quien no tenía un oficio real que la ocupara. Parece que, cuando estaba por tener a su hija, María, le vino una descompensación tipo preeclampsia y eso hizo que su salud mental quedara para siempre trastornada. María, a su vez, tuvo cinco hijos, todos nacidos también en esta misma casa.
De Julia puedo contar una novela, son tantas las historias a su alrededor. Me pasaba noches enteras escuchándola porque mi cuarto quedaba al lado del suyo. Ella salía de su habitación y, apoyada en el aljibe, pasaba toda la noche riendo a carcajadas, hablando cosas, protestando.
A veces le daba un periódico para que me lea las noticias. Yo sabía que no podía hacerlo, pero igual se lo pedía. “A ver, ¡cuáles son las noticias, Julia!”, le decía. Ella agarraba el periódico de cualquier lado y reclamaba en voz alta: “Que aquí en esta casa ya no me compran botines; que aquí en esta casa todo lo hago yo; que aquí en esta casa es Julia aquí, Julia allá: Julia a lavar los platos, Julia a botar el agua…”. Era su forma de protestar.
UNO DE LOS VECINOS: DON ADÁN GUTIÉRREZ
En esta vecindad había personajes muy interesantes. Estaba por ejemplo don Adán Gutiérrez, que era un hombre de baja estatura, bastante mayor, de cabeza blanca y lentes, un tipo impactante. Era un ícono, muy respetado por su sabiduría. Y, además, era el único que tenía auto en el barrio, un jeep Land Rover.
Era radioaficionado. Se las ingenió para construir una antena de treinta metros sobre su casa, aislada con botellas de cerveza (el vidrio es un buen aislante). Don Adán tenía un mecanismo con poleas que manejaba desde su casa para orientar la antena hacia donde quería captar la señal.
Cuando mis tíos Mario y David estudiaban en Córdoba, mi abuela iba donde don Adán para comunicarse con ellos. Yo la acompañaba. En esos casos, don Adán orientaba las antenas hacia el sur.
OTRO VECINO: DON NAPOLEÓN GÓMEZ
Al lado oeste de la casa vivía el Dr. Napoleón Gómez. Era cónsul honorario de Venezuela, ministro de la Corte Suprema de Justicia y político del Partido Liberal.
Me acuerdo muy bien de su entierro. Su familia contrató el único carro funerario elegante que había en la ciudad, que pertenecía a una familia italiana. Era un carro negro lleno de adornos y con faroles. Estaba jalado por dos caballos también negros que lucían, sobre sus cabezas, crespones de pluma. El carro era hermoso, especial para llevar con solemnidad el ataúd hasta el camposanto.
Después de velarlo en su casa, el cortejo fúnebre salió por la calle Junín rumbo al Este, cruzando la plaza por la calle Bolívar hasta el cementerio general. Eran unas doce cuadras y, como no había muchos autos, no era problema ir en contra ruta.
La esposa de don Napoleón Gómez era la señora Leticia Antelo. Frecuenté su casa porque su nieto, Napo Gómez Suárez, era gran amigo mío y jugábamos ahí. La señora Leticia era de lo más ocurrente y simpática. Acobardada de nuestros chiveríos (travesuras), la mujer se alteraba y nos decía: “¡Los voy a correr con agua caliente de la casa!”.
Esta señora era muy amiga de mi abuela Josefina y gozaba con ella, era elocuente y mordaz en sus comentarios. Como nuestra familia era muy católica, y ella más bien liberal, decía riendo: “Prefiero irme con la banda y los Monasterios al infierno que a rezar con los Terceros al cielo”.
OTRA VECINA: TÍA CAROLINA BÁNZER
Otra persona que vivía en el barrio era tía Carolina Banzer Aliaga, hermana de mi abuela. Era una mujer muy simpática y cariñosa. Luego de quedar viuda de su marido, Ángel da Silva, en el Beni, se trasladó a Santa Cruz, a la casa de al lado sobre la calle Junín.
Era tan amorosa que puse su nombre a mi única hija. Me mostraba, por ejemplo, cómo bailaban los macheteros de Moxos, con los pasos que utilizaban. Frecuentaba mucho su casa cuando era muchacho.
Tía Carolina tenía un hijo que se llamaba Jorge, un tipo elocuente y algo alocado. Cuando llegaba una tormenta de lluvia, se desnudaba y se bañaba en el patio. Nunca se casó y su madre era su veneración absoluta. La acompañó cuando se trasladaron a la calle Cochabamba y estuvo con ella hasta su muerte.
OTROS VECINOS: LA FAMILIA RIVERA CANDIA
La familia Rivera Candia vivía en esta misma calle. Sufrieron un episodio muy triste: uno de sus hijos fue asesinado por las hordas de ucureños que invadieron la ciudad el año 1958. Este evento me marcó cuando yo era niño todavía, solo tenía ocho años.
Vi a estos campesinos en formación en la calle 21 de Mayo, a media cuadra de mi casa. Eran como unas mil personas, prácticamente un cuerpo de ejército, armados con ametralladoras livianas y pesadas. Hicieron una matanza atroz en Terebinto, llegaron a descuartizar a los falangistas. Me imagino el sufrimiento de mi abuela, de mi mamá y de mis tías, porque todos los hombres de esta casa eran identificados como falangistas y también corrían peligro.
En ese suceso hubo varios muertos, entre ellos mucha gente conocida en la ciudad. Fueron victimados con saña. Me acuerdo del luto de esa familia.
OTRAS VECINAS: LAS SEÑORITAS SAAVEDRA
Más allá de los Rivera Candia vivían las señoritas Saavedra. Eran unas viejitas beatas que nunca se casaron. Vivían con su sobrino, el Dr. Mario Sandoval Saavedra. Me acuerdo de que solían ir a misa casi todos los días. Tenían una empleada que les llevaba los reclinatorios para hincarse, porque en las antiguas iglesias los bancos eran de madera muy dura y los reclinatorios eran individuales y personalizados. Cuando había novenas, los dejaban en la iglesia, pero nadie más que ellas los podían utilizar. Mi abuela también tenía su reclinatorio identificado con anagramas en la madera.
Estas señoras se iban de rosario en mano a la iglesia. Había una que me llamaba mucho la atención porque tenía un tic que le hacía mover la cabeza como si tuviera Parkinson. Supe después que no era Parkinson, simplemente meneaba la cabeza de esa manera.
OTRO VECINO: MARCELO FLORES, EL FALANGISTA ASUSTAGUAGUAS
Por aquí vivía un famoso falangista que le decían el Asustaguaguas: se llamaba Marcelo Flores. Vivía con su hermana y al lado de las dos señoritas Saavedra, que eran sus tías.
Este barrio se consideraba a sí mismo como un barrio noble, de gente de clase. Sucede que al frente de ellos vivía un señor llamado Ívar Limpias, que se le ocurrió una vez poner un puesto de expendio de carne en su casa. Entonces, Marcelo Flores, herido en su dignidad de barrio ilustrado, dijo a gritos: “¡Ya nos mañasearon el barrio!” Mañazo es el que mata a las reses y las carnea.
Ante el reclamo, don Ívar, un hombre muy trabajador, buena persona y buscador de vida, convirtió el frial en una bonita y concurrida cafetería, el Café España. A este lugar iba gente amiga que, con el tiempo, hizo de esta una cafetería muy exitosa. Asistían personas como Cristóbal Roda, Hipo Limpias, el coronel Ángel Costas y su hermano Rubén (padre del actual gobernador), el señor Sauto (de la panadería Victoria) y muchos más.
MIS COMPAÑEROS DE JUEGO
Recuerdo a tantos amigos con los que crecí jugando en las calles del barrio, tales como Napo Gómez, Rubén Costas, los Alba, los Sandoval Saavedra, Roquecito y Quico Aguilera, Osvaldo Escalante, los Barón Lijerón y tantos otros. Nos reuníamos en la esquina de la calle Junín y España para jugar a policías y bandidos y, después, cambiarnos de ropa y pasar a ser monaguillos en las procesiones y liturgias de la Iglesia La Merced, que era nuestra parroquia.
Un amigo muy querido que no era del barrio, Mario Vásquez Escalante, el “Negro” Vásquez, venía frecuentemente por mi calle para visitar a su abuela, Manuela Ibáñez de Mansilla, a quien le decían con mucho cariño Mamamía. Por mi lado, yo frecuentaba mucho su casa, donde conocí a su mamá, la señora Adela Escalante, que era muy amiga de mi madre.
OTROS VECINOS: LOS ESCALANTE MANSILLA
Justamente en ese caserón de Mamamía, a media cuadra de la plaza, vivía la familia Escalante Mansilla. Recuerdo mucho a Osvaldo Escalante Mansilla y su esposa Ofelia Saldaña, padres de mi gran amigo Osvaldo Escalante Saldaña. La señora Ofelia fue una gran costurera de la sociedad cruceña, muy requerida por sus habilidades.
Tengo presente también las conversaciones divertidas con Mario Escalante Mansilla, a quien a veces veíamos a mediodía tomando una cerveza en la Pascana. En mis recuerdos también está la linda amistad que tuve con Roger Escalante, su hermano, con quien muchos años después compartí como vecino rural en San Javier.
OTRO PERSONAJE: ABEL REYES ORTIZ MANSILLA
Hay otro personaje inolvidable para mí que, aunque vi escasamente en Santa Cruz, luego llegué a conocer mejor en Madrid: Abel Reyes Ortiz Mansilla. Era muy amigo de mi padre, también pertenecía a la Falange Socialista Boliviana y recuerdo que varias veces vino a la casa de mi familia. Vivía en La Paz pero, cuando venía a Santa Cruz, se alojaba en la casona de Mamamía, quien era su abuela por el lado Mansilla.
Cuando mi padre fue embajador de Bolivia en España, en 1971, Abel ya era cónsul de Bolivia en Madrid desde 1968.

EL VECINDARIO
Mi hermano Francisco recuerda algunos aspectos más de nuestro barrio:
El vecindario fue siempre unido y todos se conocían.
En la esquina de la calle Junín y 21 de Mayo se encontraba la propiedad de la señora Lijerón de Barón, cuyos nietos Norma, Ernesto y Óscar eran compinches de andanzas con Óscar, mi hermano y Vito, mi primo. En los años sesenta pasó a manos de Fenelón Suárez y Elsita Suárez Da Silva, quienes construyeron un edificio y arrendaron las oficinas para ser la sede inicial del Banco Santa Cruz, creado en 1966.
En la vereda del frente de la casona estaban las familias Pacheco-Castedo y Vélez Ocampo-Castedo. El Dr. Vélez Ocampo era un dentista de reconocida solidaridad con los más necesitados.
En esa misma acera la familia Greiner alquilaba sus dependencias a la Flota Galgo. Todos los días, a las seis de la mañana y cinco de la tarde, se producía un intenso flujo de personas, taxis, bultos, y maletas, previo a la salida de las flotas a Cochabamba y La Paz.
En la esquina de las calles Junín y 21 de Mayo se encontraba el Café Los Manzanos, donde se servían sabrosos licuados de fruta con leche o con agua, variedades de cafés, gaseosas y todo tipo de masitas y empanadas.
Hacia el sur, por la calle 21 de Mayo, estaba la casa de Don Panchito, hábil practicante, mano santa para la colocación de vacunas e inyecciones. Al frente vivía la familia del dentista Jorge Valdés Loma, casado con mi tía, Arminda Gutiérrez Banzer. Sus hijos eran Hortensia —gran amiga de mi hermana Marcela—, Jorge, Patricia y Armindita.
En la misma cuadra se encontraba el Dr. Oswaldo Gutiérrez Jiménez y la señora Lidia Gil, gestores de la Farmacia Gutiérrez, hoy FarmaCorp.
Entre ambas casas se encontraba la Librería Cruz del Sur, de propiedad de los esposos Félix Moreno y Betty Gil, que contaba con la mayor variedad de libros, revistas y otras lecturas para todas las edades e intereses: Life, Vanidades, Tony, D’Artagnan, Burda, Billiken, comics y otras. Esa cuadra terminaba con la Casa Estrella Americana de don Conrado Valet.
Hacia el norte, a pocos pasos sobre la 21 de Mayo, se encontraban la Casa Otazo, con una gran variedad de productos naturales para la cura de todos los males y la casa de doña Alicia Gutiérrez de Casal, de donde nos proveíamos de riquísimos quesos, mantequilla y huevos criollos.
Por el lado de la calle España se encontraba la casa de los Saucedo Justiniano. Luis, apodado Chuqui, era uno de los mejores amigos de mi padre Marcelo, con quien compartió su formación doctoral en la Universidad Complutense de Madrid. Chuqui estaba casado con Maida Vaca y son padres de Luchito, Mandy, Guille y Anita, amigos de infancia.
En la esquina de la Junín y España vivía el Dr. Roque Aguilera y su esposa doña María Peralta. El Dr. Aguilera fue el médico de nuestra familia. Sus hijos Cuca, Roque y Francisco eran compañeros de picardías de Óscar en el barrio.
Bajando hacia el sur por la calle España, hasta la esquina de la calle Ayacucho, se encontraban varios lugares de servicios sociales: la Madres Adoratrices con su escuela y taller de corte y confección, el Dispensario de Nuestra Señora de la Merced a cargo de la señora Elsa Rivero, la librería La Verdad y la Residencia de los Padres Jesuitas.
La cuadra terminaba con la Iglesia de La Merced, a la que la familia Terceros Banzer ha estado íntimamente ligada a lo largo del tiempo. Tía Nena fue la secretaria de la parroquia durante muchísimos años. Vienen a la memoria los nombres de los padres jesuitas José Vidal, José Fuster, Manuel y José Luis Fernández, Alejandro Mestre, Tomás García, Manuel Pons y Jesús D’ocampo, entre otros.
Diagonal a la iglesia se encontraba la Clínica Pasteur, de propiedad de los esposos Dr. Jorge Orías y Tita Herrera. Este era un centro médico de referencia para los vecinos del barrio y también la casa de esa familia. Los hijos, Carlos y Jorge, eran vecinos directos nuestros porque compartíamos la barda trasera de nuestras casas. Para visitarse con Óscar, en vez de dar vuelta a la manzana y entrar por las puertas, se subían al techo de sus casas y saltaban a los de la otra familia.
El barrio no estaba libre de los líos políticos. La Federación de Fabriles tenía su sede sobre la calle Junín, a una cuadra y media de nuestra casa, hacia la izquierda. En el lado opuesto, a cuadra y media hacia la derecha, se encontraba la Universidad Gabriel René Moreno. En los años sesenta los universitarios y fabriles estaban en bandos políticos opuestos. Cuando se producían marchas, ambos bandos partían de sus sedes y se encontraban justo a medio camino, es decir, frente al portón de nuestra casa. Allí se producían los enfrentamientos, con el consecuente lanzamiento de gases lacrimógenos por la policía. Los verdaderos damnificados éramos quienes vivíamos allí.
SANTA CRUZ, UN PUEBLO CON HABITANTES ILUSTRADOS
En esa época vivían en Santa Cruz unas 60 000 personas. Desde el punto de vista de un extranjero, como la parisina que se casó con mi tío, era nada más que un pueblo, sin asfalto, con luz precaria, abasteciéndose de agua de lluvia y sin alcantarillado. Esas eran las condiciones de la ciudad.
Sin embargo, había una clase intelectual muy notable. En el caso de mi familia, destacaban las inquietudes culturales de mi abuelo Adalberto y de mi padre Marcelo. En sus círculos de amistades, por ejemplo, había varios personajes muy interesantes, como el Dr. Pablo Roca, el Dr. Felipe Leonor Rivera, el Dr. Julio Salmón, el Dr. Hernando Sanabria, el Dr. Germán Coimbra, el Dr. Raúl Otero Reiche, el Dr. Gustavo Diescher y otros, que se reunían en la Casona.
Varios años después, mi padre también formó parte de la Academia Cruceña de Letras, destacado grupo de hombres de amplio conocimiento y actividad cultural.

LAS NAVIDADES EN CASA
La Navidad en esta casa era un evento muy lindo. Empezaba en los meses de octubre y noviembre, cuando esperábamos con mis primos Adalberto e Isabel los regalos que su mamá les enviaba por correo desde Francia. Adalberto jugaba sobre todo conmigo, porque teníamos la misma edad.
Una particularidad de nuestra Navidad era que se comía pavo. El pavo lo enviaban vivo en noviembre unos parientes desde una propiedad cerca de Vallegrande. El ave caminaba libremente por el segundo patio y se le daba la mejor comida para que engorde.
Para que el pavo tenga un gusto más acentuado, lo mataban con alcohol. Las empleadas lo agarraban por el cuello y lo rellenaban de alcohol en vida. Después lo soltaban y el pavo caía, estirando la pata tras un coma etílico. Esa era parte de la receta. ¡Cómo no te vas a impresionar con eso!
La sala para celebrar la Navidad quedaba espectacular. Desde La Quinta tenían ya vistos unos pinos que habían plantado mis tías abuelas y cortaban los gajos para ambientar las fiestas. Cuando entrabas a la sala, olías la fragancia que desprendían los pinos, era una delicia.

El Niño Jesús que estaba en el pesebre era una pieza de porcelana hermosa, de rizos y de ojos claros, y tenía una posición como de niño alegre. La pieza era tan grande que sus padres, María y José, y los reyes magos, eran de su mismo tamaño. Posiblemente este niño fue traído por mis tías abuelas de Europa, y es probable también que se hayan vendido algunas piezas idénticas a otras familias en Santa Cruz. Ese Niño lo conserva actualmente tía Josefina.
LA ENFERMEDAD DE MI ABUELA
La salud de mi abuela se fue deteriorando desde el momento en que quedó viuda, a sus cuarenta años. Las preocupaciones y las responsabilidades poco a poco minaron su salud. Seis años después de la muerte de mi abuelo le detectaron un tumor en el cerebro.
Cuando mi padre tenía diecinueve años, tuvo que acompañarla a Río de Janeiro donde le practicaron una operación de alto riesgo. Afortunadamente el procedimiento resultó un éxito, pero le dejó secuelas. Perdió parte de la visión lateral izquierda y, a veces, sufría desmayos repentinos.
Después llegó todo el período de represión política del MNR, con sus hijos perseguidos y encarcelados. Ocurrió la matanza de Terebinto el año 1958, la masacre del cuartel Sucre en La Paz y la muerte de Únzaga de la Vega, el año 1959. Fueron tiempos muy difíciles para toda la familia.
Esos acontecimientos le minaron mucho la salud. Empezó a perder la motricidad y, poco a poco, fueron disminuyendo sus facultades, entre ellas, la memoria.
Mi abuela murió el 18 de septiembre de 1968, a la edad de setenta años. No recuerdo que haya estado mucho tiempo en cama. Cuando murió, todavía vivían en la casa tío Carlos con sus dos hijos, así como mi padre, mi madre y nosotros seis, y tío David, todavía soltero. Carmen ya no estaba porque se había ido un par de años antes a Lovaina, donde conoció a su esposo.
Toda la gente de servicio también estaba viviendo en la casa: Polonia con Aleja, Nana que era como su asistente personal y María con sus cinco hijos. Julia ya había muerto un tiempo atrás.
Yo tenía dieciocho años cuando mi abuela murió, estaba en el último año de bachillerato. Había vivido con ella todos los días de mi vida; había nacido en esta casa y había estado en todos los almuerzos y Navidades. Era como el fin de una época.
LA CASONA DESPUÉS DE LA MUERTE DE MI ABUELA
Poco a poco la gente se fue yendo de la casa. Nana, que era tan querida en la familia, murió en 1969, un año después de mi abuela. Nunca le conocí novios, no tenía hijos, su vida era la casa. Fue un personaje de bondad que cuidaba a todos. Murió con más de ochenta años o pisando los noventa.
Viajé a España a estudiar en diciembre de 1968, unos tres meses después de la muerte de mi abuela. Volví después de cinco años y me quedé por un tiempo más a vivir en la misma casa. Me casé el año 1975 con Beatriz Pereyra y, el año 1976, nos fuimos a vivir a Brasil. No volví a vivir en la casona nunca más.
Mi padre, que estuvo en esta casa toda la vida, también se fue con su familia a una casa propia en Equipetrol. Este traslado fue en 1971, con un dinero que le llegó fruto de su indemnización después de veinticinco años de trabajo en la universidad, donde también ocupó el cargo de rector.
Tío David se casó en La Paz en 1969 con Patricia Bedoya y, cuando volvió a Santa Cruz, se independizó. Entonces, solamente tío Carlos y su familia quedaron a vivir en la casona. Él falleció en esta misma casa en 1987, a la edad de sesenta y tres años.
LA CASONA ACTUALMENTE
Mi padre siempre quiso que la casa se preserve para la familia, que no pase a otras manos. Cumpliendo con ese anhelo, mi madre compró a los herederos de la familia lo que a ellos les correspondía. Actualmente, la casa le pertenece en su totalidad.
Este es un inmueble que tiene más valor sentimental que material, porque da muchos afanes el mantenerla. Está con las mismas puertas, ventanas y techos, en general está bien conservada. Fue una pena no haber podido preservar sus muebles originales, solo se mantiene intacta la biblioteca de mi abuelo, con sus muebles de época y libros.
En los años ochenta la Casona Terceros fue incluida en el Catálogo de Inmuebles de Valor Histórico, Arquitectónico y Urbanístico de Santa Cruz de la Sierra con Categoría Estructural.
EL FALLECIMIENTO DE MI PADRE
No puedo terminar este relato sin contar acerca del fallecimiento de mi padre, quien representa para todos nosotros una figura venerada, porque era una persona muy cariñosa, inteligente, y protectora. Aún ahora, cuando ya pasaron tantos años desde su partida, hay algunas personas que, sin conocerme, y al enterarse de quién fue mi padre, se emocionan, recordándole.
Como conté antes, viajé a Brasil el año 1976, a la ciudad de Santos. Estuve allá trece años. Mis padres me reclamaban para que vuelva, me decían que estaba perdiendo mis vínculos en Santa Cruz.
Los últimos cuatro años me dediqué a estudiar Derecho en la Universidad Católica de Santos. Como mi padre era una persona de mucho prestigio en Bolivia en Derecho Internacional, propuse al Rector de la Universidad en Santos hacer una conferencia sobre la misma materia con su participación. Además, sugerí invitar a otras personalidades para que la conferencia tenga más convocatoria. La idea fue aceptada y se organizó el evento para el 9 de julio del año 1988.
Hablé con mi padre y preparé su viaje, comprando los pasajes y arreglando su estadía. Logramos que un exgobernador de São Paulo, Franco Montoro, asista a la conferencia también. Los carteles del anuncio decían: “Franco Montoro y Marcelo Terceros Banzer, conferencia de Derecho Internacional”.
Sorpresivamente, a mi padre le dio un ataque de asma y murió el 1° de junio. Estaba por cenar en el restaurante Michelangelo con un amigo, esperando a otra gente. Ese día volcó viento del sur y, al cambiarse de ropa, dejó olvidado su espray broncodilatador en su chamarra. Es posible que el cuadro médico haya tenido que ver también con un enfisema pulmonar.
Su fallecimiento tan repentino nos dejó a todos un vacío enorme. Tal vez algún día me dedique a recabar más información sobre su vida y a hacer una biografía.
Termino este relato con unas palabras que nos dejó, que dicen así:
“No hay triunfo más grande, ni laurel más fresco, que el de aquel que pasó por las tinieblas de la opresión y de ella salió, digno, incorrupto y sin odios”.

VIDEO DE ENTREVISTA
Si desea, puede ver parte de la entrevista a Óscar en el siguiente video de 27 minutos:
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Notas del editor:
Esta historia se basa en entrevistas y posteriores revisiones con Óscar Terceros Suárez realizadas entre junio y agosto de 2018.
Las fotos de la familia fueron proporcionadas por Óscar Terceros Suárez. Otras imágenes tienen la acreditación correspondiente.
La redacción y edición son de Marcos Grisi Reyes Ortiz.
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Tuve el grato honor de conocer a Don Óscar y me contó parte de esta rica historia familiar.
Hermoso relato, me hizo viajar a un tiempo que no conoci ni vivi, pero gracias a sus palabras ahora lo conozco. Las historias de mi padre, en San Ignacio de Velasco, eran parecidas… gracias por haberme permitido viajar gratis.
Me encanto su historia familiar, te transporta al pasado de nuestra Santa Cruz de antaño.
Perfecta. Gracias.
Muy apasionante la historia familiar, a uno lo lleva a recordar esos tiempos.
Hermoso relato familiar y muy interesante las historias que cuenta, me hizo volver al pasado, a pesar de que tengo 30 años y no he conocido la Santa Cruz de antaño, leo bastante sobre historia cruceña y no sabía muchas cosas de las que habla. Saludos estimado Oscar..
Disfruté mucho la lectura de este relato donde encontré la dosis justa de detalle de la vida costumbrista de Santa Cruz de los 50’s y 60’s, de la que pude reconocer en mis ocasionales visitas esa ciudad cuando niño, y la historia de una familia de amplia participación en la vida de Santa Cruz y Bolivia. Buena la complementación de la narración y edición. Felicitaciones.
Gracias Diego! abrazo.
Gracias por leerlo, un saludo !
Saludos mi querida Laura , te extrañamos!
Venga por las tardes y conozca de cerca el ambiente del relato
gracias anonima ! cuando desee venir a la casona por las tardes estoy siempre!
Gracias Anita , cuando quieran tomamos un cafe aca en la casona o armamos un turno de la promo. saludos
Gracias anonimo, cuando quiera puede visitar la casona !
Teresita , gracias mi querida , hoy estubimos con mama y Cristina acordadndonos de vos , donde te puedo llamar ? yo tengo el 72129762 ,Hablamos , saludos a la familia. Oscar.
Carolina que gusto saber de vos, ya habia tenido algun contacto con vos por internet , veni un dia con tu familia y tomamos un cafe aca en la casona de la junin, avisame a los telefonos 3231830 o , 72129762, espero me llames. Oscar
Paco , muchas gracias por tus conceptos de mi padre, se muy bien de tu relacion con el y cuanto lo conocistes; podriamos un dia de estos charlar sobre la biografia pues tengo digitalizado todo su archivo personal y profesional y quien mas ideal que alguien que conocio a mi padre como vos para interpretar a cabalidad su pensamiento y plasmarlo en una biografia; te invito a que lo hagamos .Ademas contamos con espacios y medios ideales aca en la casona para realizar con comodidad este trabajo.
Mis numeros de telefono , 72129762 , 3231830, 3417277
Norma , querida vecina , cuando quieras venir avisame , yo estoy casi a diario en la junin , llamame al 3231830 para que te espere, un abrazo y recuerdos de nuestra vecindad.
Gracias Ingrid , tambien recuerdo tu casa de la Arenales llena de vivencias unicas como las peliculas en (mm que nos pasaba tu gentil padre al lado de tus hermanos en muchos cumpleaños de uds, entrañables recuerdos , un abrazo, Oscar
Me complace Roberto hayas leido y conocido algo mas de mi familia; pronto estaremos contigo presentando el libro de tu prologo, saludos. Oscar
…maravillosa postal de sentimientos y huellas que burlan los límites burocráticos del tiempo….
Hermosa querida Familia ! Querido Oscar gracias por compartir tan bellas vivencias que son tesoros guardados en tu corazón. Hé podido recorrer tu casa acudiendo a mis recuerdos desde niña jugando con Beatriz e Isabelita viendolos a tus amados Padres, a tu Abuela y Tios tan queridos todos. Que bellos recuerdos Oscar ! Que hermosa familia tan querida por todos, tan respetados, han hecho historia, han escrito la historia de este pueblo Cruceño. Seria lindo que escribieras la biografia de tu Papá. Muchas Gracias querido amigo por darnos el gusto de adentrarnos en la intimidad de tus nobles y hermosos recuerdos familiares .
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Realmente un relato impecable me remontó a los tiempos de mi niñez, pues tuve la dicha de conocer a tan ilustre familia. Así también de participar en algunas reuniones.pues viví mi niñez en frente de esta Casona a la que me gustaría volver a entrar una vez más . Felicidades Oscar por tan hermoso relato
Invaluable aporte al conocimiento de la historia de Santa Cruz a través del imaginario de un casta de abolengo como la de los Terceros Bánzer. Marcelo Terceros representa para mí el paradigma señorial de los tiempos de cambio estructural de la región que, gracias a su donaire, inteligencia y caballerosidad, inculcó no solo en su familia, sino también entre sus allegados y amigos, la virtud del compromiso con el futuro y con la decencia por bandera. Tuve el honor de tenerlo como mi director en la etapa fundacional del periódico El Mundo, coincidente con mi llegada de España para ejercer el periodismo bajo su égida. Tienes que escribir, querido Oscar, su biografía porque la historia de este campanario con su paisanaje tan preclaro así lo demanda. Si en algo puedo contribuir al efecto… ¡cuenta con mi aporte!
Hermoso relato Oscar. Soy Carolina Banzer y tambien tuve la suerte de conocer a tia Josefina y siempre recuerdo el sillon de la entrada donde me sentaba cuando era nina a disfrutar de los dulces que me invitaba cuando me llevaban a visitarla. Tambien el grato recuerdo de tio Marcelo que tambien fue mi maestro en el Colegio Aleman. Gracias por estos recuerdos tan hermosos.
Muy bella la vivencia en la casona de la familia Terceros-Banzer-Suárez, gracias por compartirla, siempre admirè a tu familia, amigo Oscar.
Lindo resumen estimado Oscar! Me encanto.
Hermosa e imperdible historia querido sobrino! Qué bella es la familia!
Gracias tío Oscar por compartir este ameno relato lleno de sentimientos y vivencias que lograron trasladar mi imaginación a esas epocas, las cuales son importantes para conocer un poco más sobre la historia de esta hermosa familia.
Que hermoso relato, querido Don Óscar!
Gracias por compartir querido Oscar, yo tambien tengo recuerdos de nuestras visitas en la Junin con mi abuela y mi madre, tia Josefina sentada en su sillon de madera enla galeria entrando a la derecha….nuestra familia tan unida y querida…hermosos recuerdos!
Laura Limpias
Me gusto mucho lo leimos con mi esposo David Tufiño Banzer yo soy Ana Maria Vincenti conoci a todos los personajes y esta historia nos transporta a nuestra niñez nuestros barrios a Oscar que fuimos compañeros a su papa un gran profesor en esa epoca.Las luchas civicas las valientes mujeres cruceñas.Las reuniones de esos valientes hombres .Grandes personajes que tuvieron que ver con el progreso de Santa Cruz y de Bolivia.Gracias a todos por esta historia.
Lindo resumen de más de cien años de historia de la Casona Terceros Banzer…con su dormida larga, aljibe, timbadillo y otros rincones que saben la historia de la Santa Cruz de arenales, ríos callejeros y otras tantas transformaciones de la ciudad amable, tranquila y apacible en la urbe motor del desarrollo cruceño y boliviano!
Gracias a Oscar y Marcos!
FJTerceros
Es muy gratificante leer este relato para conocer un poco mas de la historia familiar y comprender mejor algunas cosas. Muchas gracias por darlo al mundo!
Leido desde España con admiración por el afecto y respeto con que Oscar Terceros nos traslada a la «intrahistoria» de Santa Cruz y de Bolivia. Un relato ameno y emocionante que nos hace recordar y apreciar laslmuchas costumbres y usos familiares compartidoscon los lpueblos hermanos de America. Felicitaciones
gracias por compartir este hermoso relato de mi familia!