Isaac Terceros: mi vida, mi música… y el infinito

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Tengo ahora treinta y un años. Cuando pienso en todas las cosas por las que he pasado, la gente que he conocido y las emociones que he vivido, a veces me es difícil creer que todo sea cierto.

Empezaré mi historia contando primero algo sobre mis padres. Cuando mi mamá se graduó como bachiller, quería estudiar música, pero vino el golpe militar del año 1971 y el gobierno cerró todas las facultades. Así fue como, en 1974, buscando continuar estudios en alguna disciplina relacionada con el arte, se inscribió a la Normal de Profesores para cursar la carrera de Artes Plásticas.

Cuando yo nací, el 13 de septiembre de 1986, en Santa Cruz, Bolivia, mi mamá ya trabajaba como profesora en el colegio Nacional Florida de esta ciudad. Cuenta que, en los recreos, mi niñera me llevaba al colegio para que me amamantase.

En cuanto a mi papá, cuando tenía veintinueve años y estaba terminando su carrera de Agronomía, lo invitaron a ser misionero de la Iglesia Adventista del Séptimo Día Movimiento de Reforma. El trabajo de misionero que le ofrecieron y su misión consistirían en velar por el bienestar espiritual de las comunidades, administrar proyectos educativos, de salud y cosas por el estilo. Mi papá, con su profesión de agrónomo, podría aportar. Además, él era una persona muy activa y enérgica, de mucha creatividad.

Así, aceptó tomar esas nuevas responsabilidades con la Iglesia. Cuando yo tenía dos años, recibió una invitación para ir a trabajar como misionero en unos proyectos en Uruguay. Y nos fuimos a vivir allá. Hasta eso mi hermano menor, Gabriel, ya había nacido.

EN URUGUAY

Ya en Uruguay, vivimos un año en Tacuarembó, una pequeña ciudad a cinco horas de Montevideo y, después, vivimos dos años en Montevideo. En Tacuarembó, por el año 1990, nació mi hermana Raquel, que resultó ser la representante uruguaya de la familia.

En Uruguay con mi hermano Gabriel. Año 1989
Jugando con mi hermano Gabriel, 1990.
Montevideo, Uruguay 1990
En Uruguay, de izquierda a derecha: Gabriel, mi papá, Raquel y yo.

Según cuentan mis padres, fue en esos dos lugares donde di mis primeros pasos en la música. Dicen que, cuando la congregación de la iglesia se ponía a cantar, yo pasaba adelante, movía mis bracitos y empezaba a dirigirlos, así, sin más. Nadie sabe de dónde saqué la idea de dirigir.

A mi padre se le ocurrió regalarme un atril de madera, que le encargó a un carpintero que era nuestro vecino. Entonces, cuando íbamos a la iglesia, agarraba mi atril, mi libro de himnos y, cada vez que los asistentes al servicio se disponían a cantar, iba adelante, imaginándome que dirigía a la gente.

Fue allí, en Uruguay, más específicamente en la ciudad de Montevideo, donde recibí las primeras lecciones de música. En la iglesia donde mi papá trabajaba, tuve la dicha de conocer a una profesora de piano que se llamaba Claribel Tejera, quien nos dio las primeras clases a mí y a mi hermano. Hasta ahora nuestra mamá conserva los cuadernos donde nos enseñaban las primeras notas musicales.

TRASLADO A ARGENTINA

Por el año 1992 mi papá, en su trabajo misionero, fue trasladado a Argentina. Primero estuvimos dos años en Santa Fe y, después, en Buenos Aires. En este país nació mi hermana Patricia. Así es que tengo una hermana uruguaya y otra argentina.

Cuando nos mudamos, mi mamá decidió que debíamos seguir estudiando música. En Santa Fe se contactó con una profesora alemana que no enseñaba precisamente piano, sino órgano, como los órganos de las iglesias, con diversos teclados y pedalera.

Me acuerdo que ella daba clases a varios alumnos al mismo tiempo. Mientras estaba sentada enseñando a uno de los chicos, también escuchaba lo que otro alumno hacía en otra sala, y a otro más. Y les corregía, gritando a voz en cuello. No me acuerdo tanto de las clases que daba como de lo que gritaba, con un carácter bastante histérico. No aguanté mucho tiempo con ella, me hacía llorar. Tenía apenas cinco años y ni siquiera había entrado al colegio.

EN BUENOS AIRES

Después de Santa Fe nos trasladamos a Buenos Aires, donde nos quedamos a vivir cuatro años. Yo ya estaba entrando a segundo básico.

Historias de vida - Isaac Terceros

A unas pocas cuadras de la casa que ocupábamos se encontraba el conservatorio de música D’Andrea. Eso fue excelente para mis padres, estaban felices de que haya una escuela de música tan cerca que podíamos llegar caminando a las clases.

En el conservatorio teníamos una profesora, Mabel Blanco, con la que estudiábamos piano, teoría, solfeo y rítmica. Nos exigía tener un cuaderno como borrador para hacer las notas y otro destinado a escribir, con pluma fuente y tinta, las notas en limpio. Tenías que hacer los trazos de una manera especial para que la tinta corriera, había una caligrafía estricta para apuntarlas.

Con mi familia vivíamos en Ciudadela, en la zona oeste del gran Buenos Aires. Una vez al año, todos los estudiantes del conservatorio íbamos a Capital Federal a dar exámenes. El lugar donde nos evaluaban era muy formal, quedaba por la Av. 9 de Julio. Te subías a un escenario y debías tocar tus piezas en un piano grande, con jueces y público incluido. Era importante tener muy buena técnica y seguridad en ti mismo para poder —con esa presión— tocar sin equivocarte.

El programa de música duró cuatro años. Y no solamente estábamos mi hermano y yo, sino también ¡mi mamá! Una de las razones que la motivaron a estudiar piano fue que mi hermano y yo entramos en una crisis con el aprendizaje de ese instrumento y nos encontrábamos a punto de abandonar. Para acompañarnos y darnos valor, ella también entró.

Estas crisis en relación a la disciplina del piano son muy comunes en los niños, especialmente en el segundo año. Lo que sucede es que avanzas y avanzas y, cuando te propones un desafío mayor, a veces no lo puedes lograr y te desmotivas. Si no tienes un buen apoyo puedes terminar dejándolo.

La otra razón para que mi mamá estudiara piano era más personal: se trataba de un sueño que estaba haciendo realidad. No pudo estudiar música en la universidad, pero en ese entonces, en Argentina, se le presentó la oportunidad de hacerlo. Después de los cuatro años de estudio dio el examen final y concluyó el curso de teoría musical. ¡Y tiene su diploma! Así avanzamos todos juntos.

Al final, fue su persistencia la que nos mantuvo. Le agradezco mucho el haberse planteado un objetivo y haber luchado por él.

MI VIDA ESCOLAR EN ARGENTINA

En ese entonces me confundían con argentino, hasta tenía el acento. Éramos buenos alumnos en la escuela. Me encantaba leer. Llevábamos una ficha de control de lectura en la biblioteca que yo llenaba rapidísimo; lo que debía durar un año lo llenaba en un trimestre. Leía cuanto podía: Conocer y Saber, National Geographic, unas revistas científicas de los años 90 que me encantaban, Anteojitos, Mafalda, Billiken… Todo lo que caía en mis manos, lo leía.

La vida escolar fue para mí muy intensa. Como era el mejor alumno, en tercer y cuarto básico me tocó ser uno de los abanderados, es decir, portar la bandera. Una vez alguien hizo notar que yo no era argentino, sino boliviano, pero mis compañeros me animaron porque dijeron que no importaba, porque era el mejor alumno.

En la iglesia tenía un grupo con los que tocaba flauta dulce. También nos encantaba el fútbol, yo era hincha de River, me compraba las camisetas, toallas, todo de ese equipo. Mi hermano era de Independiente, otros amigos eran de Boca. Hacíamos nuestros campeonatos.

En Buenos Aires estuve desde los ocho hasta los doce años, o sea desde el año 1994 hasta 1998.

Argentina 1995
Argentina 1995. De izquierda a derecha:  Patricia, Gabriel, Raquel y yo.
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En unas vacaciones en las Cataratas del Iguazú, 1996. De izquierda a derecha: Raquel, Gabriel, yo, mi mamá, mi papá y Patricia.

TRASLADO A CHILE

El finales de 1998 trasladaron a mi papá a Chile. Nosotros no queríamos ese cambio de país, estábamos tan bien en Argentina, ya acostumbrados a la escuela, al conservatorio, a los amigos. Pero el trabajo de misionero era así, lo destinaban a diferentes lugares igual que a los militares o a los diplomáticos.

Recuerdo que el traslado de Buenos Aires a Santiago fue una pequeña odisea. Mi papá contrató a un amigo chileno que tenía una casa rodante, que en realidad era una camioneta Chevrolet del año 60 reacondicionada. El problema era que no iba a más de cuarenta o cincuenta kilómetros por hora y debíamos recorrer como 2400 kilómetros desde Buenos Aires hasta Santiago, atravesando la Cordillera de los Andes. Fue una locura, llegó a ser un viaje interminable, pero divertido.

Cuando llegamos a Chile, mi mamá nos inscribió en la escuela Inglaterra, donde nos confundían con argentinos por el acento que teníamos. Hasta nos ponían de apodo «Che». Mi mamá se dedicó después a buscarnos una escuela de música. Pero Santiago no era Buenos Aires. La única escuela de música más o menos buena pertenecía a la Universidad de Chile y era para gente que quería ser profesional. Pero nosotros no teníamos exactamente esa pretensión.

Además, vivíamos lejos del centro de la ciudad, donde se ubicaba esa academia. Por fin, encontraron a una profesora de música particular, el problema es que ella vivía en Las Condes, a gran distancia de nuestra casa. Al final, Gabriel y yo íbamos una vez a la semana a tomar clases con ella.

Lamentablemente, el ritmo del conservatorio que teníamos en Buenos Aires no se pudo mantener. Allá íbamos casi todos los días y hacíamos ritmo, teoría, solfeo, piano, muchas cosas al mismo tiempo. Pero en Chile era solo piano y una vez a la semana.

De los cuatro años que estuvimos en Santiago, cuando no podíamos pasar clases con la profesora, lo hacíamos con un amigo de mi papá que era pianista profesional. Se llamaba Jaime Alcántara, original de Arica, tenía un nivel altísimo y ya tocaba con grandes orquestas.

Jaime era también aficionado al tenis, así que algunas clases, en vez de tocar piano, nos íbamos al patio a jugar. Ahí empezó mi pasión por este deporte, era la época en que Marcelo Ríos, el año 1998, llegó a ser el número uno del mundo. En Chile había una fiebre por el tenis. Luego de la carrera de Marcelo vino la de Nicolás Massú y también la de Fernando González. En el mundo eran los tiempos de los grandes exponentes como Pete Sampras, Andre Agassi y Anna Kurnikova. El fútbol no me interesó en Chile, pero sí el tenis.

LA ESCUELA SECUNDARIA

En la escuela básica, donde estuve hasta mis catorce años, también fui el mejor alumno y gané algunas medallas. De ahí nos tocó buscar un colegio secundario para inscribirme. Entre las mejores opciones estaban el Instituto Nacional —considerado el top de Chile— y el Liceo de Aplicación, la segunda mejor opción.

En el Instituto Nacional nos dijeron inmediatamente que no había cupos disponibles. Por otro lado, en el Aplicación nos dieron la opción, por mis notas. Allí tuve que dar unos exámenes y después me citaron para una entrevista. Me acuerdo perfectamente de ese día.

Me tocó verme con el rector, quien me hizo una serie de preguntas. Una de ellas fue: “¿Usted conoce a alguien de la institución?”. Sabía que esa pregunta era para saber si yo tenía relación con alguien. Le respondí: “Exactamente no, a excepción de usted, a quien lo estoy conociendo en este momento”. Él me miró con una cara medio sorprendido, parece que le gustó mi respuesta y me aprobó el ingreso al colegio.

Era un orgullo pertenecer al Aplicación, con toda esa formalidad chilena, con blazer azul y corbata. Era una institución enfocada en los estudios, en un ambiente diríamos nerd: los chicos que estaban ahí se destacaban en los estudios, en educación física, en todas las áreas la exigencia era alta. No había nadie perdiendo el tiempo, la concentración era regla general y me encantaba ese medio.

En el Liceo me metí también a las ramas deportivas. Integré el equipo de vóley del colegio, jugué ping pong y seguía practicando tenis, además de las clases de piano que pasaba con el profesor Alcántara. Era una época donde se mezclaban en forma muy intensa los estudios y los deportes. La música era complementaria, no era mi principal actividad.

El enfoque humanista del Liceo despertó en mí una fuerte inclinación hacia las ciencias sociales como la educación, la pedagogía y la sociología. Leía, estudiaba y analizaba la historia de Chile: el golpe de Estado, la vuelta a la democracia…, encontraba toda la problemática política fascinante. Me gustaba descubrir los porqués.

Ahí también conocí a un amigo, Claudio Pérez, quien estudiaba teología. Era muy inteligente y me ayudó a forjar mi visión del mundo, por así decirlo. Me dio sustento para varias de las áreas que hoy constituyen mi fundamento de vida, mi principio filosófico-religioso. Fue positivo, como consolidar una personalidad.

DESTINO: BOLIVIA

En el año 2002 mi papá recibió la noticia de que debíamos volver a Bolivia. La verdad es que nadie quería otra vez trasladarse de país. Todos ya estábamos muy acostumbrados al ambiente chileno. Incluso llegamos a considerar la hipótesis de que yo me quede, porque estaba en un buen colegio con una perspectiva enorme de entrar rápido a la universidad. Pero pesó más el no separarnos como familia, así que al final emprendimos viaje juntos.

Por otro lado, ya habían transcurrido trece años desde que nos habíamos ido y, en ese tiempo, mis dos abuelitas fallecieron. Solo quedaban mis dos abuelos que estaban ya muy ancianos. Esa fue una razón adicional para volver, para que mis padres estén con los suyos en sus últimos años de vida.

Cuando llegamos aquí, a la ciudad de Santa Cruz, nos dimos cuenta de que no sabíamos nada de la ciudad ni de Bolivia. Es más, no conocíamos ni a nuestra familia. Habíamos venido de vez en cuando por vacación, pero solo por temporadas breves.

Retornar a Bolivia nos permitió reconocernos como bolivianos. Habíamos pasado por Chile, por Uruguay, por Argentina y de repente te dicen que eres boliviano, que eres de aquí. Fue un período de ajuste un poco complicado. Cuando llegamos a Santa Cruz yo tenía 16 años, Gabriel 14, Raquel 12 y Patricia 10.

Mi papá se acordó que tenía un familiar lejano llamado Franz Terceros (igual que él), que era profesor o director en el colegio de Bellas Artes. Era febrero de 2002. Nos presentamos allí, buscándolo. Lo encontramos en un pasillo del colegio, en medio de la nada, tocando muy concentrado en un tecladito instalado ahí.

Nos acercamos y él volteó la vista hacia nosotros, mirándonos con un aire algo ausente. Estaba con una pinta de ermitaño, despeinado, algo así como esas pinturas de Beethoven. Nos preguntó qué queríamos. Mi papá le dijo que él también se llamaba Franz Terceros, que eran parientes, que sus hijos hacían música y que deseaba que entren al colegio.

Entonces él nos dijo que nos preparemos para dar los exámenes de ingreso. El examen de música era de piano y teoría. Mi hermano y yo ya tocábamos relativamente bien, no recuerdo qué tocamos para el examen, pero ha debido ser una pieza o ejercicio no muy sofisticado. Pudo haber sido algo de Schumann, Schubert, Mozart, o alguna sonatina de Clementi. Teníamos un nivel aceptable.

Pasamos la prueba de música y después aprobamos también matemáticas y otras materias más. A Gabriel y a mí nos aceptaron en el colegio, mientras que las dos chicas, Raquel y Patricia, tuvieron que ingresar después. Al final los cuatro salimos del colegio de Bellas Artes.

Tuvimos que empezar a ambientarnos otra vez, no solo en la ciudad y en el país, sino otra vez en un entorno musical nuevo. En ese entonces hablaba con un acento chileno muy marcado y mis compañeros me pusieron Santiago de apodo. Y así crecí esos últimos tres años, con esa generación de músicos, aprendiendo a reconocerme boliviano.

LA ORQUESTA SINFÓNICA JUVENIL

En mi último año de bachillerato fue que nació la Orquesta Sinfónica Juvenil (OSJ). Tenía muchas ganas de integrarme, pero no tocaba un instrumento sinfónico específico realmente bien, solo tenía algunos estudios de flauta traversa que, en realidad, aprendí en forma autodidacta.

Cuando estaban ensayando para el segundo concierto, le pedí a una amiga —ella tocaba flauta en la orquesta— que hable con el director y fundador, Roland Schlieder, para que yo pueda entrar. Me comentó que tenía probabilidades de ser aceptado porque en la orquesta necesitaban apoyo en los vientos.

En realidad, se necesitaban flautas para que toquen las partes de los oboes, porque no había oboes. Me comprometí ante el director a estudiar, a poner mi mejor empeño para poder formar parte de la orquesta. Al final Roland aprobó mi ingreso.

Y así fue como empecé a tocar en una orquesta. Tocamos la sinfonía 35 de Mozart y alguna otra pieza, posiblemente una obertura. Había unos trechos que no me salían como debían, pero todo lo demás lo resolvía regularmente bien porque no era tan difícil. Leía a primera vista sin problemas, lo que me costaba un poco era la técnica. Cuando había pasajes rápidos, los otros instrumentos ayudaban a que tal vez mi falta de técnica pasara de cierta manera desapercibida. Toqué en la OSJ varios años hasta que me fui a Brasil.

MIS PRIMEROS PASOS EN LA DIRECCIÓN

Esa fue la época en que le dije a Roland que quería aprender algo de dirección, a lo que me respondió que con mucho gusto me podía dar algunas lecciones. Efectivamente, él se dio un tiempo para darme clases en las oficinas de la Asociación Pro Arte y Cultura (APAC); me entregaba un texto y me enseñaba cómo dar las entradas. Roland fue siempre gentil conmigo y le estoy muy agradecido.

Me dijo que iban a tener un programa con una orquesta infantil y me motivó para que la dirigiera. Yo tenía entonces diecisiete años, no había terminado colegio todavía. Así fue como dirigí un concierto por primera vez con la orquesta infantil y después seguí con otras pequeñas agrupaciones como la banda de vientos, con piecitas pequeñas. Era genial: ¡ya dirigía!

Cuando tocaba flauta en la orquesta juvenil, percibía las entradas de los otros instrumentos, prestaba atención a todo lo que pasaba a mi alrededor. Me gustaba ver cómo el director tenía la capacidad de escuchar muchas cosas al mismo tiempo y la autoridad para determinar la interpretación y el espíritu de la obra.

Me di cuenta de que dirigir es como hacer una obra de arte en vivo. Es darle vida a un texto de acuerdo a cómo el director entiende que se debe hacer. Él es quien determina el color, la velocidad, el timbre, la articulación; esas cosas me encantaban. Me admiraba cómo la posición del director era tan significativa ahí sobre el podio, y cuánto puede hacer en relación a la creación de una obra.

En varias ocasiones me conseguía la partitura de toda la orquesta, incluidas las cuerdas, la percusión y los vientos. Al momento de tocar, solo tenía las partituras de flauta al frente mío, pero estudiaba las de la orquesta en casa y me las sabía de memoria. Apreciaba la manera en que mi parte interactuaba con el resto.

Me llamaba la atención cómo yo sentía la música en forma distinta al director. Ya empezaba a tener opiniones personales sobre cómo deberían tocarse diferentes pasajes de la obra. Pensaba que, para que la música tenga un efecto diferente, él podría hacer un movimiento o un gesto de una o de otra manera.

Eran los primeros pasos, no tanto en cuestionar, sino más bien en meterme dentro del lenguaje de la dirección.

DECISIONES DE UNIVERSIDAD

Cuando salí bachiller veía claramente varias posibilidades para mi futuro. Tenía buenas habilidades en comunicación, escribía bien, podía hacer discursos. Mi papá quería que estudie periodismo, mi mamá se inclinaba más por la sociología, pero yo tenía la idea de estudiar música. Más específicamente, dirección de orquesta.

Pensé en esa carrera, en el hecho de que hay muy pocos directores; tenía la impresión de que yo podía tener un lugar, hacer algo por mi país, por mi ciudad. Sentía que también había un potencial en la iglesia, tanto a nivel local como nacional o, incluso, internacional.

Hice un trato con mis papás. Les dije que haríamos una especie de prueba: si no me iba bien, después estudiaría otra cosa. Entonces empezamos a revisar alternativas de destinos para mi formación musical. Nuestros puntos de referencia eran Chile, Argentina y Uruguay, que eran los países donde habíamos vivido.

Pero, ocurrió que, en la vacación de fin de año del 2004, vino desde Brasil un tío mío, quien le dijo a mi papá: “Mira, yo me llevo a Isaac a Brasil, hay una universidad cerca de mi casa y buscamos la manera de que entre en contacto con los profesores, que lo conozcan y que estudie música en Brasil”. No teníamos muchas más referencias, así que decidimos probar suerte y me fui a Río de Janeiro con él. Tenía dieciocho años.

Ya en Río mi tío empezó a llamar por teléfono a las universidades. Encontró un curso de extensión en la Universidad Federal del Estado de Río de Janeiro (UNIRIO), que estaba bastante lejos de su casa. Esos cursos no eran parte de la carrera de música, pero lo daban los profesores de la universidad para estudiantes libres. Era como para gente que buscaba prepararse para el examen de ingreso.

En ese curso estudié armonía (que no sabía), contrapunto (que tampoco sabía) y flauta traversa. Eran tres cosas en las que necesitaba refuerzo. Viví en Río de Janeiro seis meses hasta que se acabó mi visa.

De vuelta en Bolivia, el 2006, postulé a un programa de estudiantes de convenio en Brasil, que se llama PEC-G. Mi mamá averiguó más sobre el programa y se convenció de que era lo mejor para mí. Recibí ayuda de la señora Carmiña Menacho de la embajada de Brasil aquí en Santa Cruz, a quien la recuerdo con gratitud. Su hijo también estaba solicitando una beca.

Mientras hacía ese proceso, no quería quedarme parado, así que entré a la Universidad Evangélica Boliviana, que era la única universidad que daba música en Santa Cruz. Ahí conocí a Israel Alarcón y a varios otros. Éramos de la misma edad. Yo tocaba el piano y él cantaba canciones como Granada y otras de estilo clásico lírico. Estuve un semestre y un invierno en esa universidad, pero de ahí me fui porque el nivel no era el que esperaba.

En marzo del 2006 tomé examen de portugués, saqué la máxima nota a nivel nacional, sobre trescientos participantes. Seguí después el proceso de ingreso a las universidades brasileras: convalidación de títulos, notas, cartas; era un trámite súper largo y moroso.

El 23 de diciembre de ese año nos llegó la noticia que había sido aprobado en la universidad en Brasil. Pero resulta que, averiguadas las cosas, era la universidad de São Paulo y no la de Río de Janeiro, donde estaba mi tío. No nos gustó mucho la idea porque no conocíamos a nadie en São Paulo. Fue así que empezamos a hacer los trámites para cambiar de universidad.

La señora Carmiña de la embajada nos preguntó si sabíamos lo que estábamos pidiendo porque —explicó— yo había sido aceptado en la mejor universidad de América Latina y  me habían escogido por mis notas. Nos dijo que muchos jóvenes pelearían por mi lugar, darían cualquier cosa por estar en esa universidad.

Me recomendó que vaya allá, que busque un amigo, alguien de nuestra iglesia, lo que sea para resolver el tema de alojamiento, pero que no deje pasar esa oportunidad. Entonces empezamos a movernos y nos contactamos con el pastor que había casado a mis papás, que era peruano, pero se había casado con una brasilera y que casualmente vivía en São Paulo.

FACULTAD DE MÚSICA EN LA UNIVERSIDAD DE SÃO PAULO

Y así me fui a estudiar, en la carrera de Dirección Orquestal y Coral, a la Universidad de São Paulo. Pasaba algo curioso: a todas partes donde iba en Brasil y me preguntaban dónde estudiaba, yo les decía que en la Universidad de São Paulo, entonces me miraban de pies a cabeza y decían: “¿Usted estudia en la Universidad de São Paulo?”. Y me preguntaban cómo hice para entrar, porque había mucha demanda.

Cuando ingresé a la facultad de música, había como seiscientos o setecientos candidatos para solo treinta y cinco cupos. Era un enorme privilegio haber sido seleccionado. La universidad en sí tiene 80 000 alumnos, es enorme. Y la facultad de Música reúne unos 200 a 300 estudiantes.

Ya desde el primer día me di cuenta de que había un montón de cosas que no sabía. Todos los brasileros que estaban ahí eran de muy buen nivel, mucho más alto que el mío. Decidí ponerme al día y empecé a estudiar y a leer, incesantemente. Fue un año muy intenso, no vine a Bolivia ni una vez, solo estudié y estudié. Hasta que al fin me nivelé con mis compañeros y quizás, incluso, los superé.

Historias de vida - Isaac Terceros
Con mis compañeros de universidad en Brasil.

Tomaba hasta doce materias, que era lo máximo que el horario permitía encajar. Era una oportunidad única para aprender lo que se ofrecía allí. Opté por todas las materias audio perceptivas como entrenamiento del oído, todos los solfeos, toda la historia de la música, todas las armonías, todos los contrapuntos, todas las clases de piano que pude, música electroacústica, composición, orquestación, instrumentación…

Me inscribí a cuanto curso había disponible, incluidos la historia de la música brasileña y estética musical. Trabajé en el laboratorio de análisis musical, escribía artículos, fui a congresos en varias partes de Brasil.

Fui becario de una fundación que patrocina investigación en música. Escribí un proyecto, que me aprobaron, para estudiar la música de Anton Webern, que es un compositor austríaco fallecido en un incidente justo después de la Segunda Guerra Mundial. Una de las obras que analicé se llama “Cinco piezas orquestales, Op. 10”. Me llamó la atención porque uno de los movimientos, el tercero, dura apenas diecinueve segundos. Era una música completamente atonal y muy provocadora para investigar.

Trabajé también en el laboratorio de dirección coral. Dirigía dos coros, uno de estudiantes de la universidad —sus integrantes no eran músicos— y un coro de la tercera edad. Además, ingresé al laboratorio de acústica musical para explorar el uso de la computadora en la síntesis y análisis del sonido para, así, aprender a grabar y hacer música electroacústica.

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Con el maestro Isaac Karabtchevsky en Brasil.
Con el Maestro Aylton Escobar en Rio de Janeiro. 2012
Con el maestro Aylton Escobar en Río de Janeiro.

Estudié piano dos años y después ingresé a estudiar órgano de tubos, que es muy diferente a tocar piano. Hay órganos que tienen hasta triple o cuádruple teclado y el más grande del mundo tiene ocho teclados más los pedales. El que me tocó para practicar tenía tres teclados. La articulación del órgano es diferente: mientras el piano funciona por percusión, el órgano es a viento y hay un efecto mecánico que requiere de un tiempo hasta que el tubo suene.

Al final de mis estudios, cuando ya tenía pocas materias obligatorias, empecé a buscar cosas fuera de mi facultad, tales como iluminación, fotografía, me metí a un laboratorio de composición de ópera, presenté artículos a medios de Estados Unidos. En fin, hice cuanto pude.

Autorretrato cuando estudiaba fotografía 2012
Autorretrato de cuando estudiaba fotografía, el año 2012.

Terminé la carrera con la máxima nota, no solamente de la facultad de Música sino de todas las facultades de la universidad. Me premiaron como el mejor alumno. Según el profesor tutor, mi tesis ya tenía un nivel de maestría.

Historias de vida - Isaac Terceros
Defensa de mi tesis, Brasil 2012.

Historias de vida - Isaac Terceros

Profesores, Dr. Marco Antonio Da Silva Ramos (Dirección coral), Dr. José Luis de Aquino (órgano) y Ronaldo Miranda (Composición)
Profesores, Dr. Marco Antonio Da Silva Ramos (Dirección coral), Dr. José Luis de Aquino (Órgano) y Ronaldo Miranda (Composición).

DE VUELTA A BOLIVIA

Cuando estaba haciendo el último año de la carrera, venía más seguido a Bolivia. Tenía a mi novia acá —la había conocido desde épocas de colegio— y comenzaba a tener actividades en esta ciudad. Incluso dirigí la Sinfónica Juvenil como invitado en un festival de música barroca.

Historias de vida - Isaac Terceros
Mi primera experiencia como director invitado de la Orquesta Sinfónica Juvenil, el año 2010.

Se presentó una oportunidad de trabajo en la Universidad Evangélica, donde la jefa de carrera me ofreció un puesto como profesor. Acepté y el primer semestre di clases por Skype, porque todavía tenía actividades en Brasil, como la defensa de tesis, entre otras. Eso era el 2012, entonces yo tenía veintiséis años.

A mi regreso definitivo a Bolivia, me ofrecieron que dé clases en doce materias. Ahí me di cuenta de que ser profesor es más exigente que estudiar, la presión es más intensa. Soporté ese ritmo de trabajo por dos años, pero sentía que no hacía nada de arte, que —aunque me encanta enseñar— no estaba ejerciendo mi profesión de dirección musical.

Un día cambiaron de jefe de carrera y la nueva persona me hizo la vida imposible. No estaba de acuerdo con mi método de enseñanza, no le gustó lo que yo hacía y para peor me empezó a recortar materias. Estaba claro que no me quería allí, así que tomé la decisión de renunciar.

Fue así que empecé a abrir las alas para otros proyectos. Inventé un coro de cámara, junto con Verónica Cardozo, que se llamaba Grandes Voces, integrado por adultos (o gente “grande”). Ese proyecto duró unos cuantos meses, porque después formé el grupo Entrecantos, que es también un coro de cámara pero con más alcance. Con Entrecantos ganamos los dos concursos municipales a los que nos presentamos en la categoría coros avanzados (2014 y 2017).

Historias de vida - Isaac Terceros
Entrecantos 2014.
Con Entrecantos en la Plaza 24. Año 2014
Concierto de Entrecantos en la plaza principal de Santa Cruz, año 2014.

NATALÍ

Cuando estudiaba en el colegio de Bellas Artes aquí en Santa Cruz, conocí a Natalí. Ella estaba en mi curso, asistía también a la misma iglesia y nuestros caminos se cruzaban de muchas maneras. Así que nos enamoramos y, apenas terminé mi carrera en Brasil en el año 2012, nos casamos, el 30 de diciembre de ese año.

El año 2013, cuando yo estaba trabajando como profesor en la UEB, transcurrió normalmente. Ella se graduó de la carrera de Filología Hispánica en la UAGRM, luego trabajó en algunas editoriales, hizo pasantías en El Deber, además de enseñar música en el Conservatorio Uboldi. No teníamos hijos todavía y nuestras vidas se desenvolvían entre el trabajo, la casa y la comunidad de la iglesia. Éramos muy felices.

Entonces llegó el año 2014. Natalí fue a hacerse unos exámenes y le detectaron algo en el pecho. Al inicio eran solo unos quistes, le dijeron que no era nada para preocuparse y le hicieron un tratamiento. Hacia final de año, por el segundo semestre, habían desaparecido la mayoría de los quistes, excepto uno que se mantenía igual.

En un examen posterior, los médicos detectaron que ese quiste podría ser un tumor. Dijeron que la única forma de confirmar era haciéndole una biopsia. Cuando salieron los resultados, dio positivo: era cáncer. Ella tenía la misma edad que yo, veintisiete años.

Empezamos a hacer los tratamientos médicos, con un poco de medicina alternativa, pero no se notaba mejoría. Vimos opciones en el exterior. El papá de Natalí vivía en São Paulo y también contaba con una muy querida tía que nos podía recibir en Río de Janeiro. Parecía que estábamos dirigidos a irnos a Brasil para seguir con su tratamiento.

ESOS MESES EN BRASIL

Las dificultades de trabajo que tuve con la jefa de carrera de la universidad fueron anteriores a este período de crisis generado por la enfermedad de mi esposa. Pero la combinación de ambas cosas motivó a que decida partir, con Natalí, a Brasil, para su curación.

Y dejé todo aquí, absolutamente todo. Lo último que hice fue dirigir el primer concierto de la Banda Sinfónica de la Sierra, que la dirige ahora Alejandro Ortiz. Dimos ese concierto en el Museo de Arte, en la calle Sucre esquina Potosí. Ese día llovió a cántaros, me acuerdo bien porque ahí estábamos tocando, estoicamente, bajo la lluvia. Al final terminamos el concierto en los corredores. Fue un evento muy emotivo para mí, por lo que viví y por lo que sabía que iba a venir.

El resto del 2014 y del 2015 nos instalamos en Río de Janeiro, y llevamos adelante el tratamiento en el Instituto Nacional de Cáncer en Brasil. El sistema público cubrió la mayor parte de los costos y, además, viví dando clases de música.

Hicimos de todo con Natalí: quimioterapias, radioterapias… estaba con ella todo ese tiempo, viví la enfermedad en primera persona. Probamos todos los tipos de medicina que podían existir. No hubo nada, de lo que me hayan sugerido, que no hayamos intentado.

Estuvimos así hasta octubre del 2015, cuando nos dijeron que no había más que hacer. Entonces decidimos volver a Bolivia, porque no la quería tener ahí, postrada en cama y lejos de su familia. Nunca me resigné a creer que podía morir, hasta el último instante pensé que se iba a curar. Así que nos vinimos.

LOS ÚLTIMOS DÍAS

Llegamos aquí el día de su cumpleaños, el 20 de octubre del 2015. Fue como darle una cierta calidad de vida en sus últimos días, en sus últimos meses. Mientras tanto, en mi profesión, hacía alguna presentación con Entrecantos, porque teníamos que vivir de algo, o programas con APAC, o clases particulares. Pero, la realidad, es que casi no tenía ingresos.

Pasó el fin de año y ella se ponía cada vez peor. Su mamá era enfermera en el hospital de la Caja Petrolera y la llevamos allá los primeros días de enero del 2016. El día 5 falleció.

Su muerte fue para mí como un remezón enorme, porque no sabía qué iba a pasar. Me dejaba con veintinueve años, viudo y sin haber hecho mucho en la vida. Fue como si, de repente, me hubieran sacado el piso y dejado colgado en el aire. Y ahí estuve aproximadamente dos meses, en estado de reflexión, sin saber qué hacer, prácticamente inmovilizado.

La relación con Dios pesa mucho en mi vida. Le pregunté qué quería para mi futuro, qué había a continuación. Porque todo lo que yo había construido como proyecto y como sueño, se deshizo, desapareció de un momento a otro.

NACE LA ORQUESTA FILARMÓNICA

En marzo/abril del 2016 me llamaron los músicos de la Banda Sinfónica de la Sierra, entre ellos mis amigos Alejandro Ortiz, Adriana Manzano, Juan Portal y Lucía Dalence, para decirme que querían añadir una sección de cuerdas a la banda. Eso era casi el equivalente a formar una orquesta. Y me pidieron, además, que lidere el proyecto, que yo era la persona indicada para ejecutarlo. Les estoy muy agradecido a ellos por la confianza depositada en mí desde entonces.

Lo pensé y mucho. Tenía una invitación para ir a Europa en julio y, si tomaba este proyecto, esta o cualquier otra actividad en el exterior se cancelaba automáticamente. Estaba plenamente consciente de que hacer una orquesta requeriría el total de mi atención y esfuerzo.

Un día nos reunimos en la casa de Cristina Zankis, la actual concertina de la orquesta y gran amiga mía, a quien admiro muchísimo. Ahí nos entusiasmamos y decidimos hacer la orquesta. Y, ¿con qué obra empezar? ¡Se nos ocurrió hacer Carmina Burana! Era un enorme reto, porque la obra es compleja de por sí. La parte coral es muy importante, la percusión es crucial, los solistas debían ser muy buenos y necesitábamos refuerzo en varios instrumentos. La participación de Israel Alarcón y Verónica Cardozo en la organización del área coral del proyecto fue vital. A ambos les estoy muy agradecido también.

Y así empezamos, de la nada absoluta. No teníamos ni partituras ni fondos. Ya habíamos tocado puertas antes en las instituciones públicas para obtener apoyo, pero sin mucho éxito. Así y todo, dijimos: “¡Hagámoslo!”. A partir de una iniciativa muy ingenua de parte de los artistas es que nace la orquesta.

El primer problema fue el nombre. Yo inventé un nombre artístico, pero no pegó porque era muy rebuscado. Los chicos dijeron que era mejor ponerle uno genérico y así se acordó que el grupo se llamaría Orquesta Filarmónica de Santa Cruz de la Sierra.

Carmina Burana se presentó en julio del 2016. Ese concierto fue grandioso. Era la primera vez que dirigía una orquesta así de grande aquí en Bolivia. Nos inventamos hasta la coreografía. Resultó un éxito, hubo muy buena acogida del público y todas las presentaciones se vendieron al cien por ciento. Incluso hubo gente que se quedó sin entradas.

Historias de vida - Isaac Terceros
Carmina Burana en el auditorio del Teatro Eagle’s. La coreografía salió muy bien.
Historias de vida - Isaac Terceros
Una escena de Carmina Burana.

Después del evento nos pusimos a pensar: “Y ahora, ¿qué hacemos con esto?”. No teníamos experiencia de nada, éramos unos muchachos. Empezamos de a poco a darle forma, sumando voluntarios a cada paso. Javier Gonzales y Claudia Salek, que ya habían participado en Carmina Burana en la parte artística y de ventas, se incorporaron a puestos más ejecutivos. Por otro lado, Ana Salek nos ayudó en la parte comercial y mi hermana Raquel colaboró en la coordinación artística. Estoy muy complacido con este equipo porque sin ellos no habríamos llegado hasta donde estamos.

Por el resto del 2016 no hicimos nada más, excepto por un concierto de Navidad que presentamos en el hotel Radisson.

Para el año 2017 nos pusimos el reto de hacer la novena sinfonía de Beethoven, que también es una obra muy compleja. Mucha gente no creía en nosotros, pero al final lo hicimos. En general, desde el punto de vista técnico, fue bien. Los solistas alemanes estaban contentos, felices de hacer una novena sinfonía aquí. Recibimos muchos elogios de parte de ellos.

LA CONSOLIDACIÓN DEL PROYECTO

La orquesta actualmente tiene un desafío grande, que lo podríamos llamar de gestión. No tenemos hasta ahora ni un lugar de ensayo, ni un patrocinador —alguna instancia pública o privada— que soporte esto económicamente. Si bien contamos con algunos patrocinadores, sus aportes no son suficientes para lo que se necesita. Ninguna institución pública nos da un solo centavo.

No sé si es mejor depender de una estructura pública, como la gobernación o el Ministerio de Culturas, o tener más bien un gerente que sepa administrar financieramente el espectáculo. Muchas orquestas del mundo funcionan así, de manera privada. Saben acercar el proyecto a las fuentes de financiamiento y lo administran como una entidad que requiere recursos y también los multiplica. Se trata de ver el potencial comercial que tiene la orquesta, generando ingresos que sirvan, además de cubrir los costos, para crecer.

El problema es que no es conveniente que el director artístico sea también el gerente o dueño del proyecto. Son roles muy diferentes que deben ser ejecutados por personas diferentes. Por eso contamos con un equipo artístico y administrativo que vela por todos los intereses de la orquesta, desde los auspicios y convenios, hasta la gente que toca y el repertorio. Yo me encargo de la gestión musical y artística. Tenemos temas como conseguir los lugares de ensayo, los cronogramas, hacer las entrevistas de radio y de prensa, la coordinación con el coro…

La Filarmónica aún depende bastante de mi persona. Mi compromiso es vitalicio, pero ahora hay responsabilidades que otras personas deben asumir. Aquí nos topamos con la dificultad de la falta de recursos. Si los tuviésemos, podríamos contratar profesionales, darles un sueldo para que se encarguen de tareas específicas, sería ideal.

La realidad es que ni siquiera damos buena retribución a los músicos. Nos cuesta retenerlos, porque el caché que les pagamos es nada, es simbólico. No tenemos cómo pagar más.

Por eso estamos luchando y luchando, necesitamos de instituciones o empresas que sepan cómo manejar esto de manera de hacerlo sostenible en el tiempo.

PROYECTOS FUTUROS

Tengo ya confirmado mi traslado a Arkansas para cursar una maestría, en el mes de agosto, para después pasar el programa de doctorado. Además de eso está el proyecto de vida con mi novia, Roxanne. La conocí el 2017, cuando me invitaron a dirigir un proyecto en California y estamos ya comprometidos para casarnos en julio de este año. Ella volvió a encender la luz de mi vida, la luz de mi corazón.

Historias de vida - Isaac Terceros

A la vez, deseo seguir aportando para la consolidación de la Orquesta Filarmónica de Santa Cruz. La idea es que, mientras prosigo con mis proyectos de estudio y de trabajo en el exterior, me desempeñe como director artístico para el grupo acá.

Ese esquema de trabajo lo tienen muchos directores en el mundo, quienes son directores artísticos de orquestas en diferentes países. La preparación del repertorio se lo deja a una persona capacitada y, cuando el conjunto ya está listo, viene el director artístico a poner los últimos toques técnicos y de interpretación para la presentación.

Esta forma de trabajar depende, por supuesto, de si a la gente de Santa Cruz y a los músicos les interesa seguir con la Orquesta. Porque si ya no quieren o no hay el apoyo, ya no puedo hacer más. No puedo estar como hoy, todos los días detrás de la gente, de la plata, de los ensayos, motivando e insistiendo a todos para que la cosa marche. Es muy desgastante y no es sostenible.

Quisiera, es mi sueño, que se arme una estructura de trabajo, y me encantaría que la orquesta me conceda el privilegio de ser el director artístico por el tiempo que se pueda, por el tiempo que tenga vida. En este caso, aceptaría y asumiría el reto de liderar este proyecto que vimos nacer y crecer y que podamos seguir llevando adelante, con una perspectiva de futuro.

Yo sé que sin el concurso del medio local (insisto, autoridades públicas, instituciones, empresarios privados, incluso los propios artistas), no se va a poder. Es un reto que tenemos todos en esta ciudad para tener una orquesta filarmónica profesional de primer nivel, con su local propio y autosostenible en el tiempo.

PARA CONCLUIR

Ahora veo un camino por delante, siento que vuelve a aclararse el panorama de mi futuro. Lo asumo con humildad y con optimismo. Agradezco mucho tener nuevamente perspectivas, tener nuevamente horizontes. Y horizontes que se plantean desafiantes, nuevos, desconocidos, pero a la vez muy emocionantes.

Y así voy, conquistando nuevos retos, haciendo lo que Dios me permita hacer.

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(Nota del editor: el siguiente texto fue escrito por Isaac el 8 de julio, cuando me envió las correcciones a la entrevista):

DESPEDIDA DESDE ALEMANIA

En este momento estoy sentado en el escritorio de mi habitación, acabamos de llegar del último concierto de nuestra gira por Alemania. El corazón me palpita intensamente porque tengo una emoción enorme. Trajimos a Europa a casi cincuenta músicos cruceños y cantamos con tres grandes coros y una orquesta en las ciudades de Aachen y Freiburg.

Con la delegación en el viaje a Alemania 2018
Con la delegación en el viaje a Alemania 2018.

El concierto de esta noche fue mágico. En algunos momentos sentí como si la tierra se uniera con el cielo a través de la música. El público se emocionó hasta las lágrimas con la Misa Criolla y nos aplaudieron por tanto tiempo que aún no sé si fue sueño o realidad. Así es la música, nos conecta con el infinito. Bravo al elenco que nos acompañó: coreutas, solistas e instrumentistas. Los quiero un montón y los admiro a todos.

Dirigiendo en Alemania

Ahora seguimos volando, mañana tomaré el avión hacia Estados Unidos.

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ACTUALIZACIÓN DE ISAAC EN FEBRERO 2024

Es increíble que ya hayan pasado cinco años desde la última actualización a esta reseña biográfica. Aún recuerdo con mucho cariño los conciertos en Alemania en 2018 y el viaje a Estados Unidos que cambiaría mi vida ese mismo año. ¡Dios ha sido demasiado bueno conmigo!

Roxanne, mi querida esposa, es la principal responsable de toda la felicidad y las alegrías de este nuevo capítulo de mi vida, por ello, quiero dedicarle esta sección final del relato. Con ella nos casamos en una hermosa ceremonia religiosa que se celebró en California el día 22 de julio de 2018. Nuestra luna de miel fue en Alaska, un lugar maravilloso que nunca olvidaré. El siguiente mes nos mudamos a Arkansas donde vivimos los próximos dos años mientras completaba mi programa de maestría en dirección de orquesta en la Universidad Central de Arkansas.

Aquí deseo mencionar también a mi gran amigo y mentor, el Maestro Israel Getzov. Él me abrió las puertas al mundo de las orquestas y la vida profesional como director en Estados Unidos. Le debo muchísimo. Gracias a él he podido ver el mundo de la música desde una perspectiva completamente nueva. Con él trabajamos mucho en mejorar mi técnica como director, conocer nuevas obras que jamás hubiera imaginado estudiar y dirigir mientras estaba en Bolivia. El Maestro Getzov me preparó para nuevos retos en la carrera. A veces estudiábamos juntos incluso los fines de semana. Gracias a esa dedicación y ese empeño que él me inculcó, pude acceder a uno de los programas doctorales en una de las escuelas de música más prestigiosas del mundo.

El programa de maestría en dirección de orquesta en Estados Unidos es muy exigente, pero está concentrado en la práctica de la dirección. Eso fue justamente lo que más me interesaba. Como parte de mis asignaturas, debía asistir al Maestro Getzov en todos los ensayos de orquesta y algunas veces también ocupar el podio en ensayos y conciertos. Gracias a ello, tuve la oportunidad de dirigir por primera vez una orquesta profesional, la Orquesta Sinfónica de Conway. El programa también incluía disciplinas teóricas como análisis musical, historia de la música, literatura sinfónica, reducción de partituras al piano, investigación y bibliografía musica, entre otras.

Durante el último semestre, mi atención se concentró en la preparación del repertorio de audición para el doctorado. Apliqué solamente a dos universidades, porque el aplicar representaba un costo alto para mí en ese momento, además de la necesidad de visitar personalmente la universidad en ocasión de los exámenes de ingreso. Las dos universidades elegidas fueron Indiana University Jacobs School of Music y el College-Conservatory of Music CCM de University of Cincinnati. El proceso fue más o menos similar: primero envías tu currículo y videos de ensayos de conciertos donde estés dirigiendo (la cámara debe estar enfocando todo el tiempo al director). Luego, si los profesores están interesados, te invitan a la audición en persona. Allí debes pasar por exámenes teóricos, a veces tocar piano y cantar, pero lo más importante es dirigir una orquesta. El repertorio fue muy exigente.

En Cincinnati el programa incluyó la Sinfonía No, 9 de Gustav Mahler, la Sinfonía Fantástica de Héctor Berlioz, el Preludio de la siesta de un fauno de Claude Debussy y algunas arias de ópera de Mozart. En Indiana tuve que dirigir la Sinfonía No. 2 de Ludwig Van Beethoven, la Obertura Fantasía Romeo y Julieta de Peter Ilyich Tchaikovsky, extractos de Appalachian Spring de Aaron Copland y dos arias (una de Las bodas de Figaro y otra de La Boheme). El proceso fue muy intenso y demandante emocional y artísticamente, pero gracias a Dios me aprobaron en ambas. Finalmente, escogí seguir mi carrera en Indiana University, por que era una aspiración que tenía desde hacía muchísimos años.

Estudiar en Indiana University fue un sueño. No puedo describirlo de otra manera. La escuela tiene más de 2000 estudiantes, 7 orquestas sinfónicas, 6 producciones de ópera al año, ballet y muchísimo más. Ingresé el año 2020, de todos los postulantes solamente aprobaron a dos: mi compañera Linhan Cui de China y yo. Teníamos una orquesta sinfónica solo para nosotros todos los días de la semana. El estudio era tan intenso que teníamos que dirigir una obra nueva cada semana además de dirigir opera y cumplir con las demás asignaturas como teoría, historia de la música, análisis musical, entre otras. Si Arkansas me abrió las puertas a Estados Unidos, puedo decir que Indiana University me abrió las puertas al mundo.

Recibimos y estudiamos con los más renombrados maestros del planeta y conocimos músicos de los cinco continentes. Mis profesores principales fueron Arthur Fagen y Thomas Wilkins, ambos con una enorme carrera a nivel internacional. Pero también tuve el privilegio de trabajar y estudiar con grandes directores como Nicolas Pasquet, Patrick Summers, Carl St. Clair, David Neely, Juanjo Mena, Sir Roger Norrington, Angel Gil-Ordoñez, Giancarlo Guerrero, Michael Palmer, Marzio Conti, Teddy Abrams, William LaRue Jones, Constantine Kitsopoulos, Kevin Murphy, David Dzubay, David Hayes, solo por nombrar algunos. También trabajé en producciones de ópera como director asistente. Recuerdo dos de ellas que fueron muy especiales para mí: Highway 1 USA del compositor estadounidense William Grant Still y Ainadamar, ópera del compositor argentino Osvaldo Golijov. Será un honor para el resto de mi vida representar el nombre de esta universidad.

Sin embargo, mis estudios y experiencias en Estados Unidos también han tenido impacto en Bolivia y por eso me siento muy feliz. Aquí aprendí como funcionan, como se financian, como se organizan las orquestas en Estados Unidos y he podido llevar parte de ese conocimiento a Bolivia. También hemos generado diversos programas que permiten que cada año visiten Bolivia una serie de maestros y artistas internacionales y, al mismo tiempo, jóvenes músicos Bolivianos puedan venir a estudiar en Estados Unidos. Este es nuestro octavo año de trabajo ininterrumpido junto a la Orquesta Filarmónica y puedo decir que ahora la institución está mucho más firme y consolidada que cuando dejé el país. Ahora tenemos un equipo de gestión, tenemos profesionales que han desarrollado una gran experiencia en la administración de la orquesta y hacen su trabajo con un alto nivel. Tenemos un elenco estable de artistas, tenemos un lugar permanente donde podemos trabajar y ensayar. Esos son logros por los cuales estoy muy agradecido a Santa Cruz y al equipo que nos acompaña.

Finalmente, mi felicidad la completan nuestras dos pequeñas niñas. Annelise nació el 31 de diciembre de 2020 y Juliet el 18 de junio de 2022. Vivimos juntos en la ciudad de Indianápolis en el Estado de Indiana. Agradezco a mi esposa por haberme acompañado y por ser mi fortaleza y fuente de inspiración durante todo este tiempo. Sin ella a mi lado, todo este último capítulo no habría sido posible.

Ahora dirijo una orquesta aquí en Indiana, es la Orquesta Sinfónica de Bloomington, que representa a la ciudad donde está ubicada mi universidad. Desde aquí, miro con optimismo y gratitud hacia el futuro. Con los pies en Estados Unidos, pero el corazón en Bolivia. Me prometí a mi mismo nunca dejar de trabajar por mi ciudad y por mi país. Seguiré dirigiendo la Orquesta Filarmónica hasta cuando la institución y los músicos sientan que es momento de hacer un cambio. ¿Qué habrá en el futuro? Solo Dios lo sabe, pero sin duda, será algo maravillo y estará acompañado por buena música.

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Nota del editor: Esta historia se basa en una entrevista y posteriores revisiones con Isaac Terceros realizadas entre marzo y julio de 2018. La redacción y edición son de Marcos Grisi Reyes Ortiz.

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Escrito por

Cada historia que escucho es como si fuera mi propia historia. Y en cierta forma, es la tuya también. Al leerlas, espero que lo sientas así.

3 comentarios en “Isaac Terceros: mi vida, mi música… y el infinito

  1. Me ha emocionado muchísimo conocer la reseña histórica de Isaac Terceros, el Director de Orquesta boliviano que nos deleita con su obra. ¡Gracias, Marcos Grisi, por hacernos llegar historias de vida que reconfortan el espíritu!

  2. Qué emoción al leer esta historia, conocí a Nataly y a su familia. Isacc desearte que continúes tu vida con lo que más te gusta. Adelante.sigue tus sueños

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