Cristina Palenque: contabilidad en La Papelera (jubilada)

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Entré a trabajar a la empresa el 1° de abril de 1987, en el departamento de Contabilidad. Mi jefe era don Germán Lino, gerente administrativo financiero, contador y jefe de Recursos Humanos.

Don Germán fue un gran líder, una persona muy correcta. Reconocía y valoraba el trabajo de todo su personal, nos motivaba constantemente. Aprendí mucho de su forma de ser. En la empresa era muy temido por su seriedad. Cualquier trabajador que quería solicitar vacación, temblaba antes de entrar a su oficina.

Recuerdo que el equipo contable se componía de cuatro asistentes y don Germán. Cada asistente tenía la responsabilidad del registro y control de un libro auxiliar, ya sea de clientes, proveedores, ventas, obligaciones con el personal u otras cuentas. En las mañanas, llegaba la cajera de ese entonces, la Sra. María Teresa Chávez, maravillosa señora llena de alegría, con su libro de caja que contenía los movimientos del día anterior.

Estos datos eran copiados por cada una de las asistentes en su respectivo registro auxiliar, para finalmente pasarlo a don Germán. Él registraba los movimientos en el “libro analítico”, que medía metro y medio por lo menos, en el que cada columna estaba asignada a una cuenta. Al finalizar el mes, conciliábamos el analítico con los auxiliares.

En aquella época llevábamos los libros manualmente, escribiendo las entradas con pluma fuente y fijando la tinta con un secante. No podíamos cometer errores.

Una vez entendí mal una instrucción que me dio don Germán. Él tenía que presentar unos datos en una reunión, y me pidió que cierre el libro auxiliar de proveedores del exterior. Eso fue lo que hice, tal como nos enseñan en la universidad: poner una rayita y un total en todas las páginas. Lo pasé con tinta, para que esté cerrado definitivamente.

Cuando volvió de la reunión, me dijo: “¡Qué ha hecho, Cristinita!”. “Cerrar las cuentas, como usted me ha pedido”, le respondí. “No, no le he dicho que cierre con la pluma fuente, tenía que cerrar con lápiz nada más, yo necesitaba los totales”. “¡Ay, Don Germán!, otra vez lo vuelvo a abrir”. Tuve que volver a copiar todos los registros en un nuevo libro. Me tomó unas buenas horas.

LA PAPELERA, TAL COMO LA VEÍAN MIS HIJOS

Antes de trabajar en La Papelera, recuerdo que pasaba por la tienda de la calle Loayza y veía las vitrinas llenas de material de escritorio, todo importado de Alemania. La gama de colores que tenían ahí era hermosa. Soñaba con ser parte de la empresa. Cuando finalmente entré, sentí una satisfacción inmensa, misma que mantengo hasta el día de hoy.

En ese entonces yo tenía dos hijitos que estaban en el colegio, el tercero nació cuando ya estaba en la empresa. Había una ventaja en ser parte de La Papelera, porque teníamos la facilidad de comprar material escolar con el 25% de descuento. Pero ellos pensaban que no costaba nada, y regalaban a sus amigos. Yo les preguntaba: “¿Y tus colores, y tus lápices”? “Pero, mami, –me respondían– si te regalan, pídeles otra vez”.

MIGUEL ÁNGEL, EL GERENTE DEL TÉ

El edificio de la calle Loayza tenía cinco pisos y, como se acostumbra, había servicio de té, que se servía en cada nivel. El encargado era Miguel Ángel, que nos alegraba con su sentido del humor. Cuando lo llamábamos por el teléfono interno, él contestaba, con voz formal: “Buenas tardes, habla el gerente del té. ¿Qué necesita?”.

Un día lo llamó don Emilio a su interno. Miguel alzó el teléfono y dijo: “Buenos días, aquí habla Miguel von Bergen. ¿Qué desea servirse?” El jefe se rió: “Señor Miguel von Bergen, me puede subir un cafecito por favor?” “¡¡¡Ay… Don Emilio!!!”.

De pronto se le ocurría llamarme: “Aló, le habla Pablo Lara, por favor suba a mi oficina”. ¡Don Pablo Lara! ¿Para qué me estará llamando? A medio subir, aparecía en las gradas y decía: “Era yo, señora”. Así era Miguel, muy divertido.

LAS FIESTAS DE NAVIDAD

Las fiestas de Navidad eran impresionantes, se hacían en la planta de Pura Pura. Se armaba un árbol de cinco metros de altura. En un lado estaban los regalos que se iban a entregar a los trabajadores, empezando del gerente y terminando en el último obrero. Para todos era el mismo regalo, que podía ser un juego de cubiertos, vajillas, edredones, o algún otro artículo para el hogar.

En el otro lado del árbol estaba doña Raquel sentada en una mesa, para entregar los sobres que tenían, en efectivo, el aguinaldo, la prima y la gratificación. En esa época se pagaba todo así, no en depósito en cuenta bancaria como es ahora. La gratificación dependía de la calificación que te daban, que podía ser hasta de tres veces el sueldo mensual.

Después de la entrega del aguinaldo, la señora Esperanza von Bergen nos invitaba a un restaurante gourmet en Aranjuez, que estaba reservado solo para la empresa. Ella invitaba el almuerzo a todos los trabajadores de La Papelera. Era algo realmente muy bonito.

ACTUALMENTE

Ya estoy jubilada de la empresa, trabajé 32 años. Sigo prestando servicios, pero a medio tiempo.

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La siguiente historia corresponde a la señora Mirtha Araníbar, ejecutiva de Cobranzas, con 32 años de antigüedad, actualmente jubilada. Por favor siga este enlace.

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“Historias de vida”, escritas por Marcos Grisi, están disponibles en Facebook, Twitter, Instagram, Pinterest y LinkedIn.  

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Escrito por

Cada historia que escucho es como si fuera mi propia historia. Y en cierta forma, es la tuya también. Al leerlas, espero que lo sientas así.

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