Entré a La Papelera el año 2013 para asumir un nuevo reto profesional: cambiar de una empresa de servicios en el centro de la ciudad a una empresa industrial. Recuerdo con claridad cómo fueron los primeros días en la empresa.
El día en que empecé a trabajar, me presenté vestida con traje sastre. En mi anterior empleo, donde estuve trece años, todos se vestían formalmente, así que asumí que así también debería ser acá. Cuando bajé del auto, me di cuenta de que debería adecuarme a un nuevo ambiente. Pude sentir el frío de El Alto que atravesaba mi traje de seda.
Una de las primeras anécdotas que recuerdo fue cuando mi colega Patricia me dijo: “Por si acaso, a partir de las seis de la tarde aparece el corrugadito”. “¿¿Quién es el corrugadito??” le pregunté, un poco alarmada. “Es un fantasma que nos visita en la noche y entra a esta oficina (la que me habían asignado)”. “¡Ayy, Dios mío! –respondí– ¿Y ahora qué voy a hacer?”.
Lo que hice inmediatamente fue cambiar mi oficina privada a una compartida, donde trabajaba Alejandra, una colega de mi equipo. Ofrecí a Jaime, su compañero de trabajo, que se vaya a la privada. Él no se hizo mayor inconveniente en ir a trabajar ahí.
PRESENTACIÓN AL DIRECTORIO
Entré a trabajar un 13 de noviembre, y el 30 de ese mismo mes había una reunión de directorio, en el cual tenía que presentar un plan de acciones del departamento. En la empresa no había una gerencia de Recursos Humanos sino una jefatura. La idea era contratar a una persona que potencie el área y genere, como valor agregado, acciones dirigidas al talento humano.
Veía que todos estaban a la expectativa de lo que iba a hacer. Soy bastante exigente conmigo misma y también perfeccionista. Por la ansiedad, me dio gastritis, y después una úlcera que comenzó a sangrar. No pedí baja, no podía, acababa de ingresar. Me bajaron las defensas, me resfrié, y me mantuve a punta de clínex, contagiando a medio mundo.
Finalmente llegó la fecha de presentación al directorio, que era en Santa Cruz. La noche anterior no pude más y fui a la clínica, donde el médico me indicó que repose ahí para que me pongan suero. Le dije que al día siguiente tenía que viajar, así que me puso Omeprazol vía intravenosa. También me dio unas pastillas, en caso de necesitarlas.
Esta presentación era mi primer contacto con la familia von Bergen y con los directores, así que no podía fallar.
Tomé el vuelo a las 7:00 de la mañana del mismo 30 de noviembre. Normalmente, cuando hay reuniones de directorio, el equipo gerencial viaja un día antes para poder estar listos con su presentación desde primera hora. Por las circunstancias que se me presentaron, no pude viajar con ellos.
Cuando llegué, ya era media mañana y algunos colegas habían entrado a sus exposiciones. Mi hora de presentación era las 12:30. Comencé a sentir la molestia en el estómago y tomé una cápsula del calmante que me dieron en la clínica, pero aun así seguía sintiendo el dolorcito. Estaba pálida.
Cuando ya estaba lista a la puerta de la sala, veo como todos salían de la reunión diciendo que tomarían una pausa para almorzar. Luego de eso sería la primera en exponer. ¡Media hora más! No dije nada, solo “perfecto, muchas gracias”.
Me dijeron que podía usar la oficina de don Jorge von Bergen hasta que sea mi turno. Los minutos pasaban. Parecía que todo estaba tomando siglos por el dolorcito de fuego que sentía en la boca del estómago.
Don Jorge bajó y me vio en su oficina. Me preguntó si había almorzado. Le dije que no, que estaba algo delicada. “¡¿Estás mal, no?!”, me preguntó. “Sí, un poco, es que tengo úlcera”. “¿Tienes gastritis? ¡¡¡Pero cómo es posible que siendo tan joven tengas úlcera!!!” Así que inmediatamente me pidió una sopita de pollo, que la recuerdo perfectamente hasta hoy. Fue como tomar el elixir de los dioses, considerando que no había comido nada desde la noche anterior.
Don Jorge entró a la reunión y le comentó a don Emilio sobre cómo me sentía. Así que don Emilio salió y me dio una tableta. Me dijo: “Esto a mí me sienta bien, haga la prueba”. Inmediatamente la tomé. No sé si me hizo efecto la sopa, la tableta o ambos, pero cuando entré a dar mi presentación, me sentía mucho mejor.
Al salir, don Jorge me preguntó: “¿Cómo te sientes, estás mejor ya?” Me llamó la atención que los dueños de la empresa se preocuparan por mí. Eso no es algo común. Yo conozco otras empresas donde nunca conoces al dueño, y si te encuentras con el presidente o el gerente general, no sabes con certeza si te va a saludar.
Sentí que en La Papelera el espíritu humano de empatía y respeto estaba presente en el mismo actuar de los dueños.
LA CULTURA DE LA PAPELERA
Esos primeros días me dieron una idea de cómo es la cultura corporativa en La Papelera. El trato amable y personalizado de los dueños a los trabajadores es una costumbre. Te hacen sentir parte de la empresa, te abren las puertas y te dan la confianza para que puedas desarrollar tu trabajo. El límite es el que uno mismo se impone, pues tenemos las puertas abiertas para proponer acciones de mejora en la organización.
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La siguiente historia corresponde al señor Miguel Novillo, gerente de Finanzas y Administración, con 24 años de antigüedad. Por favor siga este enlace.
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“Historias de vida”, escritas por Marcos Grisi, están disponibles en Facebook, Twitter, Instagram, Pinterest y LinkedIn.
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