La Papelera fue mi primer trabajo, en él me formé y crecí profesionalmente. Hoy, después de casi 25 años, me nace un sentimiento de orgullo y agradecimiento a esta gran empresa, y en especial a la familia von Bergen.
Quiero contar en esta oportunidad las anécdotas de cómo conocí a cada uno de los socios.
Al primero que vi, a los pocos días de ingresar a la fábrica de Cochabamba, en febrero de 1995, fue al señor Emilio. Un día llegó una vagoneta, de la cual bajó un señor alto, delgado, vestido con traje azul y gafas oscuras. Estaba acompañado de dos personas. Yo me encontraba en el pasillo de las oficinas administrativas y, a la distancia, su presencia me impactó. Veía a un ejecutivo elegante y serio. Nosotros nos preguntábamos “¿Quién es? ¿Quién es?”. “Es el dueño”, nos respondieron.
Entró a la oficina de Jaime Cabrera, el gerente de la planta, y conversaron una media hora a puerta cerrada. Después salió, saludando a las personas que estaban a su paso. Su visita fue el tema del día. Comentaron que el Sr. Emilio era muy serio, de pocas palabras, y ello porque fue educado en Alemania.
Al poco tiempo, me tocó visitar las oficinas de la corporación en la ciudad de La Paz. Subí al quinto piso del edificio y me presenté con la Sra. Alicia Morales, a quien pregunté la ubicación de las oficinas de contabilidad. Al instante me di cuenta de que, casualmente, había llegado al piso donde se encontraban las oficinas de la gerencia.
Escuché que se abría una puerta detrás de mí; al tiempo, la señora Alicia decía: “¡Señor von Bergen, buen día!”. Escuché su voz, e inmediatamente pensé que era el Sr. Emilio. Me di la vuelta, y lo vi venir hacia nosotros. Me puse nervioso. La señora Alicia me presentó: “Sr. von Bergen, él es Miguel Novillo, quien trabaja en La Papelera Cochabamba”.
Me extendió la mano, y con voz cálida dijo: “Un gusto conocerlo, Miguel, bienvenido. Esta es mi oficina, cuando guste puede visitarme”. Y se fue. Yo no podía creer que detrás de esa apariencia de hombre tan serio haya en realidad una persona amable y sencilla.
Un par de meses después, nos visitó en la fábrica de Cochabamba el señor Conrad. Entró a las oficinas y nos saludó uno por uno, presentándose con una sonrisa: “¡Buenos días, mi nombre es Conrad von Bergen!”. Me quedé observando con qué paciencia y sencillez saludaba a todas las personas. No es habitual que un accionista se tome la molestia de presentarse de esa manera.
Un año después, vino la señora Mathilde. Conocerla fue un momento anecdótico. En nuestra oficina teníamos una puerta ancha de doble hoja, y un día, mientras estábamos trabajando, de reojo vi asomarse una cabecita sonriente. “¡Hola!”, nos dijo, saludando con una mano. “Soy Mathilde, la hermana de los señores von Bergen”. Así la conocí, como una persona radiante de alegría y sencilla, en todo sentido.
Posteriormente conocí al señor Jorge, en una cena-parrillada en su casa. Era la primera vez que asistía a ese tipo de evento social de la empresa, por lo que al principio me sentí algo tímido. Ese sentimiento disminuyó cuando me invitó a sentarme, y en persona me sirvió el plato de comida. En todo momento estaba atento a que me sintiera bien atendido.
Al observarlo con detenimiento, me di cuenta de que el comportamiento que tuvo conmigo era el mismo que con todos. Pensé: “¡No puedo creer que el dueño te atienda personalmente, siendo que hay gente contratada para ello!”. Cuando te dice que te sientas como en tu casa, eso es lo que sientes realmente.
Conocer a la señora Esperanza fue, y es, una experiencia muy grata. Cuando te toca estar a su lado, ya sea en algún almuerzo o acontecimiento, tienes la sensación de que estás con tu propia madre. Te trata con mucho cariño, ríes y está pendiente de que te sientas bien.
Así, conociendo a los cuatro hijos, te das cuenta por qué ellos son como son. La disciplina y el respeto seguramente los adoptaron del papá, pero estoy convencido de que tienen el toque de humildad del corazón de la mamá.
TRASLADO A LA PAZ
Otra de las experiencias que me tocó vivir fue en el año 2000, cuando tuvimos que cerrar La Papelera Cochabamba. Recibí una llamada del Sr. Conrad, invitándome a seguir en la compañía, pero en la ciudad de La Paz. La noticia me sorprendió y emocionó al mismo tiempo. Lo acepté de inmediato.
Pareció sorprenderle que mi respuesta haya sido tan rápida y espontánea. Me preguntó si estaba seguro, tal vez tenía que consultar el tema con alguien. Me pidió que le confirmara al día siguiente. Como yo era soltero y no tenía dependientes, la decisión fue fácil. Al día siguiente, conversé con el Sr. Conrad y reconfirmé mi decisión.
Pasaron unos meses y, finalmente, me dieron la orden para que me presente en la planta de Corrugado en El Alto, a las ocho de la mañana del día siguiente. Esa jornada me quedé a trabajar hasta tarde, dejando listos todos los temas pendientes de la planta.
Al llegar a mi casa, y ya con más tranquilidad, me puse a pensar en lo que estaba dejando atrás: mi familia, mis amigos, los fines de semana de deporte, y un clima agradable. En La Paz tendría que vivir solo, en una ciudad que no conocía bien. Por otro lado, tenía la oportunidad de crecer profesionalmente. Me repetía: “Es una buena decisión y valdrá la pena”.
El tiempo pasó y me fui acostumbrando a vivir en La Paz. Ahora ya estoy completamente establecido. Crecí profesionalmente dentro de la empresa, y comprobé que trasladarme de ciudad resultó una buena decisión. Aquí conocí a mi esposa, con quien tengo una niña y formamos una linda familia. Las quiero con todo mi corazón.
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Esta es la última historia de los trabajadores de La Papelera.
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“Historias de vida”, escritas por Marcos Grisi, están disponibles en Facebook, Twitter, Instagram, Pinterest y LinkedIn.
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