Historia de la familia Gutiérrez Gil – quinta parte: 1973 – 1980

Tiempo de lectura: 17 minutos

Después de volver de Brasil, el Dr. Osvaldo y la señora Lydia ingresaron a una nueva etapa en sus vidas, compartiendo temporadas largas tanto en la ciudad como en Guacareta. Los hijos mayores estaban casados y solo Pico vivía con ellos.

Todos los hijos mayores estaban casados e independientes y la única que todavía vivía bajo el mismo techo familiar era Pico, quien estudiaba en el colegio Americano cursando sus últimos años de bachillerato.

LA UNIÓN DE LA FAMILIA GIRABA ALREDEDOR DE LYDIA

La distancia que otorga el paso del tiempo y las enseñanzas de las experiencias vividas permiten a los hijos evaluar ahora cómo eran sus padres. Luis Fernando, por ejemplo, nos narra cómo, a pesar de las diferencias de personalidad de sus padres, existía en ellos un mismo propósito de unidad y armonía familiar:

Papá no era una persona cariñosa, pero a pesar de su temperamento enérgico, siempre nos dio los mejores ejemplos de responsabilidad, dedicación y esfuerzo. Implacablemente correcto, no entendía de abrazos o caricias, pero con su recia conducta nos demostró que en cada uno de sus retos y trabajo tenaz estaban sus afectos.

Mi madre tenía el don de la pacificación y la concordia. Con su carácter risueño y alegre matizaba cualquier diferencia surgida al calor de un inconveniente o malentendido familiar. Abogaba siempre por mi padre y nos instaba constantemente a valorar cuanto nos daba.

Ella fue siempre la figura que aglutinaba a la familia e hizo que nosotros nos mantuviéramos unidos como un verdadero clan. Tenía iniciativas extraordinarias, sobre todo a la hora de cocinar, cuando desarrollaba su ingenio natural y creaba platos exquisitos con poquísimos ingredientes. Eso nos atraía siempre y ese don lo heredaron mis hermanas.

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EN ESA ÉPOCA LAS MUJERES AGUANTABAN TODO

Hay varios ejemplos de lo avasalladora que era la personalidad del Dr. Osvaldo y el efecto que tuvo en la familia, tal como lo relatan varios de los hijos:

  • Llegaba papá y todos nos poníamos en orden. La opinión de los hijos no contaba para nada, pero era algo general de la época. Se hacía lo que él decía y punto.
  • En la mesa, cuando nos sentábamos para comer, no podíamos hablar, teníamos que estar en silencio. 
  • En algunas oportunidades, papá se aparecía a cualquier hora con sus amigos y mamá siempre estaba atenta para prepararles algo de comer, salía comida como por arte de magia de donde no había.
  • La taza de café que se le llevaba al escritorio tenía que ser blanca y sacada de la olla con el agua hirviendo. No se podía enfriar; si se enfriaba un poquito, la devolvía.

Como esos ejemplos hay muchos. Los hijos relatan que en ningún momento se vio violencia física. El Dr. Osvaldo era inflexible, sin duda, y quería que todo se haga tal cual él quería. 

LA RELACIÓN DE PAREJA EN EL MATRIMONIO

Hay ciertos recuerdos que prevalecen en la memoria de los hijos sobre cómo era la relación de pareja entre los padres.

Las palabras de Pocha son las que mejor describen la situación: “Mamá era la mujer de la biblia, del Antiguo Testamento, donde el hombre era la cabeza, el ponedor, y la mujer su servidora. Ese ha sido su papel”. A eso añade Pico: “Ella era sumisa, tranquila y hasta callada con él, una antítesis de lo que salía a relucir cuando él no estaba”.

Por otro lado, la señora Lydia jamás dijo algo en contra de su esposo. Decía a sus hijos: “Piensen en todo lo que su padre les da. A él le deben respeto, respeto por encima de todo”. Nunca lo desautorizó, por más que estuviera en desacuerdo.

Además había un elemento importante: la admiración de la señora Lydia por su esposo. Según Pocha: “Mamá se sentía orgullosa de papá. Él era una persona muy distinguida, estaba metido en todo, aportando para que esta aldea que era Santa Cruz avance. Para nosotros su contribución y liderazgo era también motivo de orgullo”.

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Cada mañana, la señora Lydia planchaba en persona el terno de lino gris, celeste o blanco que el Dr. Osvaldo usaba. Ese acto y muchos otros eran una muestra del amor y admiración que ella sentía hacia él.

Pocha concluye: “El nuestro fue un hogar rígido, pero mamá supo hacer prevalecer tanto el amor como el cariño y la paciencia”.

LA VERDADERA PERSONALIDAD DE LYDIA

Cuentan las hijas que, cuando su papá estaba en casa, la señora Lydia mostraba una personalidad sumisa y de atención a lo que su esposo quería. Las decisiones de educación de los hijos, por ejemplo, las tomaba él, no ella. Lo que se comía en la casa, los horarios y hasta los trabajos de los hijos eran todos impuestos por la fuerte personalidad del Dr. Gutiérrez.

Sin embargo, cuando él no estaba, la señora Lydia se transformaba en otra persona. Ahí resaltaba su verdadera personalidad de mujer alegre, llena de vida y de amistades. Gracias a esas cualidades es que ella supo sobrellevar el matrimonio y la unidad familiar: sufría en el momento que ocurrían las cosas, pero después las olvidaba y dejaba brillar su forma de ser.

Sra. Lydia, hijas y Pimpi
De izquierda a derecha, arriba: Pimpi, Cuca y Charito. Abajo: Rosemarie, la señora Lydia y Pocha (foto de 1969).

Cuenta Pico:

Me acuerdo que, cuando papá se iba al campo, toda la casa se convertía en una jarana. Mi mamá hacía coronaciones de reina de Carnaval y fiesta de disfraces con sus amigas. A todo esto, mi papá no sabía absolutamente nada.

Hay una anécdota muy divertida de cómo eran las cosas entre los dos. Resulta que una vez mamá y sus amigas de loba se quedaron hasta tarde en la noche jugando en el patio de la casa, confiadas en que papá estuviera de viaje en el campo.

De repente, él llegó sin previo aviso, tal vez por algo que se le presentó. Por temor a que las descubran, las cinco “viejingas” se metieron al cuarto de escobas, que se encontraba debajo de las gradas. Casi no cabían ahí.

Ese cuarto quedaba justo al frente del comedor y a papá se le ocurrió cenar su plato de pollo y después leer el periódico. Mamá lo atendió como siempre, pero vigilando que sus amigas no hagan ruido. Las señoras se quedaron horas, mudas hasta que él termine de comer y se vaya a dormir. Todas eran sus cómplices y él jamás se enteró de estos seres saliendo a escondidas y a tropezones de su casa.

Mamá era una bellísima persona. No tenía límites en cuanto a tratar con personas de edades diferentes, todas la amaban. Se hizo amiga de mis propias amigas y de las de mis hermanas. La hemos aprovechado a mil por mil.

Fiestas de disfraces
Fiesta de disfraces.
Gradas al segundo piso
Escalera en caracol al primer piso. Debajo de esa escalera se ocultaron las amigas de la señora Lydia.

Cuca:

Era una persona tan brindada, tan particular que con su sonrisa te hacía sentir bien. La verdad es que ha sido una mujer espectacular. Tal vez con mi papá no se ha encontrado, pero fueron la pareja ideal para los hijos y la pareja ideal para los nietos.

TRASLADO DE CASA, SALIENDO DEL CENTRO

Con el pasar de los años, el centro de la ciudad se hacía cada vez más complicado para vivir. Ante la insistencia de Pico de trasladarse, Osvaldo y Lidia decidieron, por el año 1974, instalarse en la zona sur de la ciudad, donde se estaban haciendo las residencias modernas. En esa época Cuca estaba recién divorciada y regresó a la casa de sus padres junto con sus hijos.

Se fueron a un chalecito muy lindo en alquiler sobre la calle Andrés Manso, a media cuadra de la plaza Blacutt. Mientras tanto, el Dr. Gutiérrez seguía manteniendo su lugar de trabajo en la calle 21 de Mayo y todos los días se iba caminando de su casa a la oficina por unas doce cuadras. Para ese entonces tenía aproximadamente setenta años.

PICO

La menor de los hijos del matrimonio, María Cecilia (o Pico) se graduó del colegio Americano en 1976, con las mejores notas de su curso.

Graduación Pico

Su mamá, muy orgullosa de sus logros, le dijo: “Mi hijita, usted va a ser la mejor secretaria bilingüe que existe”. Era una clara muestra del techo al que podían aspirar las mujeres de la época (y de la familia). Haciendo caso a su madre, estudió Secretariado Ejecutivo en la academia ILVEM y después postuló al Bank of Boston, donde entró al puesto de cajera.

Al poco tiempo, fue promovida como secretaria de la gerencia financiera. Estando ahí, se encontró con un amigo de colegio que la animó a que estudie una carrera universitaria, ya que tenía todas las capacidades. Ella lo pensó y una noche se animó a hablar el tema con su padre. No era fácil.

Después de muchas idas y vueltas y con preguntas de su padre tal como “¿Y para qué quieres estudiar, si ya trabajas?”, Pico logró el visto bueno para ingresar a una universidad, pero con una condición: su carrera debería ser arquitectura. “¿Por qué arquitectura, papá?” le preguntó. “Porque tenés imaginación”, fue su respuesta.

Logró obtener una beca del Centro Boliviano Americano para estudiar en Kansas, pero después el Dr. Osvaldo decidió que era mejor que estudie en Río de Janeiro, con una vaga (beca) que él le consiguió. Esto fue en los inicios de 1978. Fue así que Pico es la única de las hijas mujeres que tiene una profesión. La señora Lydia la acompañó en los primeros meses en Brasil, para cuidarla y adularla hasta que se sintiera cómoda en su nueva ciudad.

INICIOS DE LA ENFERMEDAD DE LYDIA

Cuenta Rose Marie:

Por el mes de septiembre de 1979, mamá tuvo dolores muy fuertes de estómago mientras estaba en la estancia, así que fue una avioneta y la trajo hasta Santa Cruz. La vieron varios médicos, pero sin acertar con un diagnóstico claro. Hicieron varios exámenes, ecografías y radiografías, y no salía nada, solo que tenía úlceras.

Pocha:

Ella sentía que algo no estaba bien con su sistema digestivo. A veces insistía que tenía cáncer. Le decíamos que era algo que comió, era siempre la misma historia. En diciembre, cuando los dolores se hicieron demasiado intensos, papá decidió que fuera a la clínica Mayo en Rochester, Minnesota, que era una de las mejores que había en esa época.

LA CLINICA MAYO EN ROCHESTER

Sigue Pocha:

Llegamos mamá y yo a Rochester en plena época de Navidad. En la operación vieron que tenía un cáncer de estómago en estado muy avanzado. El médico me dijo: “No la hemos querido tocar, nuestro consejo es que se la lleve de vuelta a Bolivia, y que ella pase los últimos seis meses que le quedan de vida con ustedes. No hay nada que hacer”.

Mamá tenía sesenta y cuatro años y yo, veintisiete. Llamé a papá desde un teléfono del hospital. Después de recibir la noticia me instruyó esto: “Vos deciles a los del hospital, bajo mi responsabilidad, que no le digan nada a tu madre”. Me dijo que mi hermano Osvaldo vendría para acompañarnos, porque íbamos a pasar días bastante feos.

Pasé la Nochebuena durmiendo en un colchón al lado de su cama. El personal del hospital fue muy comprensivo, porque eso no estaba permitido.

La llegada de Osvaldito no hizo mucha diferencia. Dormía toda la noche a pierna suelta, mientras que yo me levantaba a las 4 de la mañana, cruzaba el pasillo que comunicaba el hotel con el hospital y me quedaba ahí hasta que ella despierte. Él después llegaba tarde en la mañana. Así era su personalidad, no la critiqué nunca, pero en esos momentos no fue mucha compañía para mí.

Mamá era tan increíble que, después de lo que pasamos en Rochester, nunca más preguntó nada ni siguió con el tema que tenía cáncer. No dijo ni una palabra. Tal vez fue una especie de negación o temor a la palabra “cáncer”, no lo sé, pero nunca más lo mencionó.

LA CASA GRANDE

Pocha continúa:

En enero de 1980 papá fue a encontrarnos a Miami, acompañado de Chichote y Norma. Nos alojamos en un hotelito de Key Biscane por dos semanas. La razón por la que nos quedamos tantos días allá era que esperábamos que Luis Fernando termine de construir la nueva casa que mamá tanto quería.

La señora Lydia siempre soñó con tener una casa con un jardín amplio, con flores, árboles frondosos y mucho campo para caminar. Desde que su salud empezó a decaer, el Dr. Osvaldo mandó construir una hermosa casa de 1000 m2 en un terreno de 7000 m2, parte de la quinta familiar en el sur de la ciudad, entre el segundo y tercer anillo.

Rose Marie se acuerda haber leído una carta que su papá envió a su hermano Óscar en Buenos Aires, en que le decía que la construcción de la casa para Lydia estaba agotando todos sus recursos. Puso a la venta mucho de su ganado para terminar la construcción.

Casa nueva

Habla Rose Marie:

Era una casa fantástica, los planos los sacaron de una revista de construcciones. Terminó siendo casi igual a las casas que habían en Coral Gables, Florida. Las puertas las trajeron de Taiwán, eran impresionantes. Cuando entrabas a la casa pisabas una alfombra verde que subía por las gradas al segundo piso.

LOS ÚLTIMOS SEIS MESES

En esa época Pico se encontraba cursando el tercer año de su carrera en Brasil y la única de las hijas que se encontraba ahí para ayudar era Cuca, aunque con el tiempo muy limitado porque salía a trabajar todos los días. Por otro lado, aparentemente el Dr. Osvaldo no soportaba la idea de que la señora Lydia estuviera enferma, así que trataba de no estar presente en la casa.

A pesar de la distancia, Pico sentía que algo no estaba bien. Ella cuenta:

Un día, en esos primeros meses de su enfermedad, me desperté alarmada a las cuatro de la mañana y le dije a Rosita, mi compañera de cuarto: “Algo le pasa a mi madre”. No me habían contado nada mis hermanas, así que no sabía cómo estaban las cosas. Tuvimos que esperar a las seis de la mañana para llamar desde el edificio de la Telefónica. Cuando finalmente me pude comunicar, mamá me dijo que esté tranquila, que no le pasaba nada. Me enteré de su enfermedad cuando me llamaron a inaugurar la casa en medio del semestre, algo que hallé muy raro. 

MAHMUT AHMER, EL ENFERMERO

Pico:

Papá contrató a un enfermero profesional, Mahmut Ahmer, quien había estudiado en Inglaterra. Fue una persona muy querida por todos nosotros, la cuidó hasta el último día. 

Rose Marie:

Un mes antes de que mamá muera, la internaron en el hospital de la Caja Petrolera por recomendación de los médicos. La abrieron y le hicieron otra cirugía, pero sin resultado. Mahmut estaba permanentemente a su lado, porque las enfermeras se robaban los medicamentos o los cambiaban. Este hombre controlaba que todo lo que se ponía a mi madre fuera lo indicado.

LOS ÚLTIMOS DÍAS DE LYDIA

Cuenta Rose Marie:

Recuerdo que nos turnábamos para acompañarla en el hospital. Un día me dijo “Sentame, me ahogo”. La senté y la apoyé en mi hombro. Me pidió que le rece algo, pero yo no sabía qué rezarle. Salí de la habitación y pregunté a las enfermeras si tenían alguna oración para los moribundos. No tenían nada. Me volví con ella y me dijo El Deber, El Deber (el periódico), leé la oración al Espíritu Santo. Se la leí. Ella me dijo: “otra vez”. Eso hice. Finalmente me susurró: “Ya, está bien”.

Yo estuve presente con Pocha en el momento de su muerte, a las 4 de la mañana del 3 de julio de 1980. Fue algo increíble. Todos nos situamos alrededor de ella, que ya estaba en coma profundo. Yo me decía: “¡Qué horror! ¿Qué esperamos?, ¿Que se muera?”. Ya no había nada que hacer. En ese estado todos escuchamos su grito angustioso: “¡Misericordia!”.

Cuando exhaló su último suspiro, papá se le echó en el pecho. Fue un sollozo profundo. Después se levantó y recobró la compostura de siempre.

Bajé a la planta baja del hospital para usar el teléfono, porque teníamos que avisar a mis hermanas que había fallecido. Justo cuando íbamos a alzar el teléfono, este sonó. Eran las cuatro y veinte de la mañana.

Levanté el auricular, ya que no había nadie que atendiera. Alguien preguntó cómo estaba la señora Lydia. Reconocí la voz de mi prima Raquel, hija de tío Ramón. “¿Raquel?”, pregunté. “Sí”, respondió ella. “Acaba de morir”, anuncié. “Sí, lo sentí”, aseguró.

La señora Lydia fue enterrada en el mausoleo Gutiérrez Jiménez del Cementerio General, para años después ser trasladada al mausoleo Gutiérrez Gil. 

EN PALABRAS DE PICO

Cuando era chica pensaba que no iba a ser igual a mamá sino igual a papá. No porque no haya amado a mi madre, la amé muchísimo y tuve una relación espectacular con ella. Me dolió muchísimo cuando ella falleció, pero veía que era demasiado dócil con su marido, era una persona que yo no quería ser. 

El aporte de papá fue inculcarnos el empuje, la fuerza en el trabajo, el ser duros y emprendedores. Mi mamá, por otro lado, nos inculcó toda la parte amorosa, la parte bella de la alegría de la vida. Como dice mi sobrina Tania, hija de Osvaldito: “Abuelita le puso color a la vida”. En su forma de ser nos daba tanto cariño y amor, que esa forma de vivir y de expresarse se nos quedó. Ese fue su legado. 

 

UN RECUERDO

Gafas señora Lydia
Los lentes de la señora Lydia fueron heredados por Pico, quien los usa con mucho cariño.

 

PROXIMO CAPÍTULO

En la próxima y última entrega relataremos los acontecimientos entre 1980 a 1990.

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Notas del editor:

Esta historia se basa en entrevistas y posteriores revisiones con la familia Gutiérrez Gil, realizadas entre agosto y octubre de 2020.

Las fotos fueron proporcionadas por la familia. Otras imágenes tienen la acreditación correspondiente.

La redacción y edición son de Marcos Grisi Reyes Ortiz.

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Escrito por

Cada historia que escucho es como si fuera mi propia historia. Y en cierta forma, es la tuya también. Al leerlas, espero que lo sientas así.

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