Nací el 11 de junio de 1962 en la comunidad de Challa, que está justo al medio de la isla del Sol, en el lado boliviano del lago Titicaca, cerca de Copacabana. Soy la quinta de siete hermanos y la menor de las mujeres.
Hice solo dos años de colegio, desde mis nueve hasta mis once años, en la escuela de Challa. No pude continuar porque mi papá me hizo perder cuando me llevó a La Paz.
Un día, mi papá me pidió que lo acompañe a La Paz porque tenía cosas que hacer allá. Yo no había visitado la ciudad y tampoco sabía hablar español, sino aymara, entonces para mí era una oportunidad de conocer cosas nuevas.
Fue así que empezamos el viaje. El primer día lo usamos para ir en bote, remando, desde la isla hasta el otro lado del lago, a una comunidad que se llamaba Sisasani, donde había una hacienda. Dormimos en el lugar y al día siguiente continuamos el viaje a La Paz, por todo el día también. Dos días nos hemos tardado en llegar.
En La Paz dormimos en algún sitio, no recuerdo dónde.
Al día siguiente, nos fuimos temprano a la oficina del hacendado, que era por la Av. Camacho y el Obelisco. Llevamos los productos de la hacienda, que eran quesos, pescado, chuños y papas. Mi papá entró a un lugar que tenía muchas puertas y me dijo que lo esperara ahí, al lado de una puerta hasta que saliera.
Eso hice. Esperé y esperé, pero mi papá no salió nunca. Yo no sabía qué hacer, todo era grande y desconocido para mí. Han debido pasar varias horas.
Justo, por casualidad, estaba por ahí un primo mío, que era hijo de la hermana de mi papá. Este primo trabajaba como chofer para un cura que tenía su iglesia por Villa San Antonio y, ese día, caminaba por el mercado haciendo las compras. Y me vio.
Me preguntó qué estaba haciendo ahí y le contesté que esperaba a mi papá, que habíamos llegado temprano y que no salía todavía. “Qué raro”, dijo él y entró a buscarlo. Preguntó a la gente y le dijeron que mi papá se había ido hace tiempo. Y se había ido sin mí.
Entonces mi primo me llevó a su casa. Por suerte me vio en la calle, si no qué podría haberme pasado. Viví en su casa un mes. En ese tiempo me enseñaron a hablar español y a cocinar fideo y arroz. Él tenía su esposa y sus dos hijitos, me recibieron bien ahí.
Cuando mi papá volvió aquí a la isla, mi mamá le preguntó dónde estaba yo, dónde me había dejado. Se enojó mucho mi mamá de lo que yo no había vuelto, reclamando a mi papá. Este le dijo que, si tanto quería encontrarme, que vaya ella a buscarme, porque yo me había perdido. Pero mi mamá no podía ir, ella no conocía La Paz, era una ciudad grande, por dónde iba a empezar… y no hablaba bien español tampoco. Dicen que harto lloró mi mamá.
Mi primo, después, les avisó a mis papás que me había encontrado. Pero, para entonces, me había acostumbrado más a la ciudad, me gustaba y ya no quería volver a la isla. Y me quedé nomás.
MIS TRABAJOS EN LA PAZ
Así empecé a trabajar allá, tenía once años. He trabajado en algunas casas, haciendo cosas de limpieza y ayudando en lo que podía. En una casa en Sopocachi trabajé donde una señora que tenía su guagüita, la señora estaba separada de su marido y se estaba yendo a Cochabamba. Quería llevarme a mí también, pero no quise ir.
Esta señora era amiga de otra que vivía por la calle 21 de Calacoto. Se han debido charlar entre ellas, me recomendó y así fui a trabajar donde la otra señora. Yo tenía como trece años cuando cambié de casa, también para ayudar en la limpieza.
Y, cómo es el destino, ¿no? Bastante tiempo me he quedado con esa familia, unos quince años han debido ser, hasta que cumplí veintiocho años. Me querían mucho y yo a ellos, muy feliz he sido ahí, me trataban como a su hija.
Eran seis personas: los dos señores, tres hijos hombres mayores y una hija menor que era casi de mi edad; así, jovencitas éramos. A mí me decían que acompañe a la señorita. En la televisión daba El Chavo del Ocho, eso nomás mirábamos. Todo su piso era de alfombra, aspirábamos un ratito, desempolvábamos y ahí nos sentábamos a mirar tele.
Muchísimo me he acostumbrado ahí, hasta me olvidaba de mi familia y de mi casa.
A veces volvía a la isla también, especialmente a bailar. Cuando era joven he bailado caporales, morenada, kullawada, llamerada, todo bailé menos tinkus. Íbamos a bailar a Challapampa, donde estaba la iglesia. Yo nací en Challa y Challapampa quedaba ahí cerca, era parte de la comunidad. Cuando venía a bailar también iba a ver a mi mamá.
Me acuerdo que tenía un pretendiente, un chico que me gustaba, que era de Copacabana. Pero al final no pasó nada con él. Años después me enteré de que se había juntado con otra persona y que tuvo tres hijos. Él trabajaba como albañil y cuentan que tuvo un accidente en un trabajo que tenía y que se murió. Esa fue la única persona que tuve en mi juventud.
Cuando los hijos de los señores crecieron y se fueron a estudiar al exterior, los padres decidieron irse a vivir a Santa Cruz. Yo tenía como diecinueve o veinte años. Me preguntaron si quería ir también y, como yo estaba bien acostumbrada a vivir con ellos, les dije que sí. Así, vendieron su casa y todos nos hemos ido a Santa Cruz.
EN SANTA CRUZ
En Santa Cruz he trabajado muchos años con esa familia. Me acuerdo de momentos muy alegres. En carnaval, por ejemplo. Yo no sabía mucho jugar con agua como es en Santa Cruz. Recuerdo que una vez estaba con mi bandeja sirviendo las kaukitas y empanaditas que había hecho y los jóvenes, jugando, me echaron agua con un balde, mucho nos hemos reído. Bien alegre era con ellos. Sus padres eran como padres para mí.
No me gustaba mucho salir, ni enamorarme. Me acuerdo que los domingos siempre hacían parrilladas y ahí el señor me preparaba comida para que salga a pasear y envolvía los chorizos, la carne y las papas en papel aluminio para que me lleve. Me daba también plata para mis gastos. Salía, pero rápido regresaba a la casa, a las dos o tres de la tarde ya estaba de vuelta. No me gustaba salir y estaba más a gusto adentro, con la familia, en mi trabajo. Por eso es que en Santa Cruz casi no he hecho amigos.
En la casa de los señores trabajaba un albañil que se llamaba Gregorio. Y yo me llamo Gregoria, buena combinación. Nos hemos empezado a ver, de a ocultas primero y después ya a la vista. Como yo ya tenía veintiocho años, pensamos en casarnos nomás.
A los señores no les gustaba el hombre, pero a mí me entró el capricho y me quería casar igual. Ya estaba en edad también. Así que nos casamos, una linda fiesta nos hemos hecho.
De todos los años que trabajé con esa familia, me ahorré una platita y con eso me compré unos lotes por la Villa 1º de Mayo, en el barrio San Juan. El terreno estaba a mi nombre. Así que después que me casé, renuncié y me fui a vivir a mi casa.
Como el Gregorio era albañil, construyó dos cuartitos ahí en mi terreno y todo andaba bien. Hemos vivido con mi marido muy felices por unos tres años. Allí nació mi hijita.
Pero después de un tiempo el hombre cambió, se fue de la casa, se ha perdido, así nomás. No sabía bien qué pasaba. Yo ya no estaba trabajando y me quedaba mucho tiempo sola en mi casa sin saber qué hacer, cuidando a mi hija y esperándolo.
Entonces, me vine aquí a la isla a ver a mi mamá, que estaba delicada. Uno de mis familiares —que acababa de llegar de Santa Cruz— me dijo que el hombre, aprovechando mi ausencia, estaba viviendo con otra mujer en mi propia casa. Yo quería saber si era verdad o era mentira, porque mi marido era bien humilde.
Así que me fui a ver. Llegué a mi casa y vi que era cierto, había otra mujer que estaba ahí viviendo. Era con la que el Gregorio estaba saliendo. Y estaba usando todas mis cosas, hasta los regalos de matrimonio que me dieron. Quise encararlo por qué hace esas cosas, pero se escapó, no lo pude ver más. Y la mujer también se fue.
Después supe que con esa mujer tenía que tener cuidado. Era mayor que yo y, además, yatiri, hacía brujería. Las que hacen esas cosas ganan bien, cobran doscientos o ciento cincuenta bolivianos a sus clientes, harta plata tienen. Una vez hice llevar a la policía donde ella, pero en un ratito les pagó a los policías cien pesos y con eso la dejaron escapar.
TUVE QUE DEJAR SANTA CRUZ Y VENIRME A LA PAZ
No era fácil deshacerse de esa mujer. Ella me amenazaba, me hacía seguir en los micros con otras personas, me hizo entrar miedo, porque también cualquier cosa podía hacerle a mi hija. Y, como hacía brujería, era peor. Mientras tanto el hombre estaba desaparecido.
En esa época, la señorita que se crio conmigo en Santa Cruz se fue a vivir a Tarija. Cuando me separé y solo tenía a mi hija, me propuso que me vaya con ella a vivir. Era una forma de alejarme y empezar de nuevo. Yo no sabía qué hacer. Por un lado, quería ir a Tarija pero, por otro lado, no quería ir.
Decidí hacer un intento más para juntarme con el Gregorio de nuevo. Lo encontré y le rogué para volver, porque éramos casados y teníamos una hija. Él me buscó también y en uno de esos encuentros es que me quedé embarazada de mi segundo hijo. Pero de ahí se perdió otra vez. Ya no quería vivir conmigo, qué le habrá hecho la otra mujer, qué será, pero no quería volver.
Ya las cosas estaban muy difíciles. Tenía a mi hija chiquita todavía, estaba embarazada de mi segundo hijo, mi marido que se desapareció, esa mujer que me amenazaba y quería entrar a mi casa, yo sin trabajo… Tuve que tomar la decisión de irme de Santa Cruz y volver a La Paz, a la isla, con mis papás y mis hermanos, para que me ayuden.
Creo que nunca habría salido de Santa Cruz si me hubiera separado de mi marido de buena manera. Pero me tuve que ir por miedo de que nos pase algo. Tampoco me habría ido si la mamá del hombre hubiera seguido viva, tal vez yo podía seguir trabajando mientras ella cuidaba a sus nietos. Pero se murió y ya no tenía más opción que irme.
PERDÍ MI CASA Y MI TERRENO EN SANTA CRUZ
Cuando decidí irme a La Paz, hablé con la madrina de mi matrimonio de civil, para que cuide mi casita. Le pedí que, en el tiempo que esté ausente, pague la luz, el agua y los impuestos. Yo pensaba que iba a volver rápido a Santa Cruz.
Entonces yo, sonsa, que no sabía nada, le dejé a esa señora los papeles de mi casa, para que, en caso de que me tarde, pueda alquilar los cuartitos que había ahí y con eso pagar los gastos. Pero no volví rápido y con el tiempo esa señora vendió mi casa a otra señora y después la otra señora la vendió a otra más. No sé cómo habrán hecho, si falsificando mi firma, no sé.
Ya nunca más regresé a Santa Cruz. Mi exjefa me ha dicho hace unos años que vayamos a recuperar mi tierra, a ver los papeles y pelearla. Pero no, no puedo volver, a mí me da miedo esa gente, por ahí me matan, no sé, por eso no he ido.
Me da mucha tristeza. Yo vivía muy bien, pero estas personas se han metido en mi vida. El hombre no se ha dado cuenta y se ha ido, se ha perdido.
Así, me tuve que ir de Santa Cruz y empezar de nuevo en otro lado.
DE VUELTA A LA PAZ Y A LA ISLA
Cuando llegué a La Paz, estaba con mi hija chiquita y con la barriga grande de mi hijo. Mi hermano mayor, que vivía en la ciudad, me ayudó. A las semanas nació mi hijo en la ciudad y, al mes que nació, mi hermano me trajo aquí a la isla del Sol donde mis papás.
Me ha costado acostumbrarme de vuelta. Tanto tiempo que he estado en Santa Cruz, como dieciocho años, con un clima caliente y venirme aquí a la isla, al frío y al clima seco, ha sido bien difícil. Cuando vine ni ropa tenía para vestirme.
En la casa de mis papás vivía una de mis hermanas mayores, que todavía no se había casado. Ella me ayudó mucho a ver por mis hijos mientras yo hacía trabajos para ganar algo de plata.
En los trabajos andaba de aquí a allá, siempre pensando en mis hijos y que les tenía que mantener. Mucho he sufrido así. El problema es que no podía trabajar estable en un lugar, porque mis hijos eran chiquitos y después entraron a la escuela a estudiar. Tenía que cuidarlos también.
Hace unos diez años se presentó la oportunidad de trabajar en un hotel de la isla para los turistas: una amiga de Challa conocía a la administradora de un hotel que queda por Yumani, donde estaban buscando una cocinera. Así que me presenté, sin estar segura de si era lo que quería. El dueño me preguntó si sabía cocinar, si sabía hacer sajta. Le dije que sí, pero que no sabía cocinar para turistas. “Vas a tener que aprender”, me dijo.
Al principio no sabía si iba a poder, porque el trabajo de cocina es bien exigente y los horarios son muy largos. Mis hijos estaban en la escuela todavía y no los podía dejar. Mi hija tenía dieciséis años y mi hijo diez. Pero después, hablando con mi hermana y mi mamá, me dijeron que entre ellas se las podían arreglar con los chicos. Así que los pude dejar a su cuidado, porque sabía que ese trabajo iba a tomarme mucho tiempo.
El trabajo era bien duro. Yo salía temprano para preparar el desayuno y volvía tarde después de terminar de limpiar lo de la cena. Mis hijos casi no me veían. A mí me llamaban por mi nombre y a mi mamá (su abuela) le decían mamita. Yo los dejaba durmiendo en la mañana y en la noche, cuando llegaba, estaban durmiendo también. Así han crecido ellos, casi sin mí.
CÓMO ES LA VIDA AHORA EN LA ISLA
Ya estoy acá en la isla veintidós años. Mis dos hijos ahora son bachilleres. Mi hija mayor está trabajando conmigo en el hotel, me acompaña, todas las cosas hablo con ella. Mi hijo menor ya tiene veintidós años y ha terminado tres años de estudio en Administración de Empresas en La Paz.
Él quiere terminar hasta su licenciatura, pero está con algunas dificultades allá. Dice que no quiere que le dé plata, que se las va a arreglar trabajando mientras sigue con sus estudios. Pero yo igual le doy algo de plata, me da pena que pase privaciones en la ciudad.
A veces voy a visitar a mi hermana en mis días libres, ella cuida un pastizal en Challapampa, que es de su marido. Pero no me puedo quedar mucho ahí porque está su familia, su marido y su hijo y a veces se va a su chaco bien temprano en la madrugada y no la encuentro.
Casi todos mis hermanos viven en la isla y cada uno tiene su casita. Mi hermano mayor, el que me ayudó cuando llegué la primera vez, es el único que está cerca de La Paz, ya es jubilado de la policía y vive en El Alto. A veces nos reunimos entre todos.
Nunca me he vuelto a juntar con otro hombre y tampoco lo he buscado. Por ahí me pasa igual que con el Gregorio. Tanto he sufrido entonces, no quisiera pasar por eso otra vez.
Gracias al trabajo estable que tengo he podido hacerme mi casita. Pero no me gusta estar mucho allá, muy sola estoy. Mis papás han fallecido ya, mis hermanos tienen sus vidas y no tengo amigos tampoco. No tengo mucha gente a quien visitar.
Así como en Santa Cruz, aquí tampoco he hecho amigos o amigas. Tengo conocidos de la época de colegio, nos saludamos, pero nada más. Creo que es mi personalidad nomás. Otra gente tiene amigas o amigos, bailan, toman, ríen, juegan, pero yo nunca he tenido esa clase de amigos. Me hace falta, pero como no salgo mucho, entonces es difícil hacer amistades.
También pasa que —como nosotros somos de Challa y el hotel queda en Yumani, que es otra comunidad—, a veces la gente acá nos saluda y a veces no nos saluda. Por eso no salgo mucho. Eso es lo que más me preocupa a mí, no me gusta.
SOBRE MIS PAPÁS
Mis papás ya se han muerto. Mi mamá se fue primero, hace cuatro años, y mi papá hace unos siete meses. Los dos tenían la misma edad, él era de septiembre y ella de diciembre. Han vivido hasta bien viejitos, mi mamá tenía noventa y seis años cuando se murió, mi papá se ha debido morir a los noventa y nueve años.
En mi familia la gente vive mucho tiempo. El hermano de mi mamá vivió hasta los ciento quince años. Primero se volvió cieguito, muchos años estuvo así, su hijo mayor lo cuidaba: el día en que le tocaba hacer la chacra, antes de salir, dejaba encerrado a su padre con candado y llave, para que no salga y se lastime, porque las personas mayores se desvían, se pierden y se pueden caer.
Por ejemplo, mi papá hartas veces se ha perdido. Se salía de la casa y se caía por los caminos y las terrazas que tiene la isla. Llegaba con su cabeza y su cara cortada por las caídas y así fue hasta el final. También ya había perdido la vista.
Mi mamá sufrió un mes cuando se murió. Murió de bilis, vomitaba amarillo, porque seguramente nosotros sus hijos la hacíamos renegar. Ella se preocupaba de mí y de todos mis hermanos, que todos estemos bien. Hace años, cuando mis hermanos volvieron del cuartel se ha debido preocupar mucho también, o cuando yo volví de Santa Cruz. Así son las mamás.
EL CONFLICTO AHORA EN LA ISLA
Ahora hay un conflicto bien grave en la isla del Sol. Y todo es por plata. En Challa, que queda en la mitad de la isla, no hay turistas, solo hay sembradíos y casas. Pero en Challapampa, que queda más al norte y que pertenece a la comunidad de Challa, hay más movimiento de turistas. Allá hay un puerto con muchos barcos, una playa con arena, algunos restaurantes y hoteles y, además, está cerca de las ruinas incas de Chinkana.
El conflicto empezó porque la gente de Challa quería hacer más cosas para atraer a turistas y tener más plata. Construyeron una casita de restaurante por donde están las ruinas y un atraque de muelle, pero la gente de Challapampa no ha querido que se construya y han deshecho las dos cosas. Así han empezado a pelearse.
Para presionar, la gente de Challa decidió bloquear todos los accesos a Challapampa, por tierra y por el lago. Como Challapampa está al norte de la isla y los turistas desembarcan por el sur viniendo de Copacabana, necesariamente tienen que pasar por Challa o por las aguas alrededor de Challa. Dicen que es mejor que no llegue ningún turista a Challapampa, porque así ya no reciben nada de ingresos.
Este conflicto, que ya tiene muchos meses, ha hecho que los de la comunidad de Yumani se preocupen también porque están perjudicando a todos en la isla. Han pedido a las personas mayores que vayan a Challa a ayudarles, para ver cómo pueden arreglar, para que no se peleen.
VIVIMOS TODOS JUNTOS
Challa y Challapampa son de una misma comunidad, siempre fue así. Para hacerse cargo de la secretaría general, por ejemplo, la gente de todas las zonas de la comunidad nos alternábamos, según una lista rotativa. Todo hacíamos juntos, éramos como hermanos. Por eso los de Challa íbamos a bailar a Challapampa, no había borracheras ni peleas, era bien lindo y alegre.
La gente de la isla tiene relaciones familiares en todo lado. Por ejemplo, yo soy de Challa, que está al medio de la isla, pero trabajo en Yumani que está al sur de la isla. Por este lado tengo familiares y en Challapampa, que está al norte, también tengo familiares.
De Yumani, por ejemplo, viene mi abuela que, cuando se casó, se fue a vivir a Challa donde mi abuelo. Entonces en Yumani tengo primos hermanos. En Challa tengo tías, que son hermanas de mi papá. Y en Challapampa también tengo primos hermanos.
Así como nosotros, también hay otras familias que tienen las mismas relaciones por toda la isla. Y en este conflicto nos estamos peleando entre todos, entre hermanos y entre familiares.
REZO PARA QUE TODO ACABE BIEN
Yo soy católica, voy a la iglesia, pero no muy seguido. Voy solo cuando hay misa en la isla, y cuando voy a Copacabana también entro a la iglesia. Pero más que ir a la misa, a mí me gusta hablar con Dios.
El otro día, cuando se estaban peleando entre la gente de Challa y Challapampa lanzándose dinamitazos de un barco a otro barco por el bloqueo, nosotros nos hemos arrodillado aquí en el restaurante del hotel rezando para que no haya heridos. Desde las ventanas veíamos todo lo que estaba pasando. Mucho se sufre viendo lo que la gente se pelea.
Yo solo quiero que vivamos en paz otra vez, como era antes.
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Nota del editor: Esta historia se basa en una entrevista y posteriores revisiones con Gregoria Ramos realizadas entre febrero y marzo de 2018. La redacción y la edición son de Marcos Grisi Reyes Ortiz.
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Me encantó como al leer sentía como escuchaba hablar a Gregoria. Ella la leyó? Leer es ver su vida en retrospectiva y poder ver las decisiones que tomo que marcaron el rumbo de su vida…. Que profundo
Una historia que mucha gente paso como nuestros padres y abuelos .
Que linda historia
Linda historia me gustó
La vida tiene muchas sorpresas agradables y desagradables que a partir de ella podemos tomar desiciones que puedan marcar el futuro y destino de cada uno de nosotros y justamente es el caso de doña Gregoria.
una mujer digna luchadora que supo salir adelante un ejemplo de vivir.
Me hizo llorar
buena señora
Una historia muy hermosa de una mujer luchadora. 🙂
Que interesante está historia.
Doña Gregoria una mujer luchadora…que Dios la bendiga
Una historia, llena de una luz de esperanza, que pese a las condiciones de la vida supo. Sobrellevar una vida con mucho esfuerzo.
Verdaderamente, es bueno conocer historias que a otros nos hacen, recapacitar en muchas formas.
Mujer valiente, leí todito .
Que grata sorpresa, encontrar algo diferente en las redes. Felicitaciones Marco.
Muy buena historia, les haré leer a la hijas, de seguro les encanta y querrán ir a conocer el lugar
Muchas gracias Julio, recibe un fuerte abrazo.
Querido Marcos, te escribo para congratular esta actividad tuya, tan humana, tan espiritual; no común, inédita para quienes te conocemos y. profunda cuando recuerdas a Mario, tu padre, mi amigo, un ángel en el cielo.
Linda historia.
Gregoria que como muchas mujeres hace frente a la vida sola y con mucho sacrificio
Además es triste reconocer que como una mayoria de las mujeres del campo vuelve a su tierra sin lograr las metas deseadas
Admiro a dña.Gregoria una gran mujer luchadora y cariñosa…..