Mi nombre es Cleto. Trabajo aquí en El Prado como lustrabotas desde la mañana hasta las siete de la noche. El trabajo para nosotros es muy sufrido, porque la gente no quiere aceptar que estemos con nuestras capuchas, tapándonos la cara.
Dicen que somos maleantes y nos piden que nos descubramos la cara, pero no comprenden. Estamos con la capucha porque hay mucha discriminación. Ser lustrabotas en La Paz es lo más bajo que puedes hacer. Si tus familiares se enteran, o tus vecinos, o algunos amigos, automáticamente te discriminan y te dejan a un lado. Puedes ser la vergüenza de tus hijos también.
En mi caso, tengo cuarenta y siete años y ya no debería seguir preocupándome por lo que diga la gente. Pero, por el bien de mi familia y de mis hijos, me sigo tapando la cara. Para que no me vean mis tíos o mis primos que son profesionales, o nuestros vecinos. Para que no vean que soy lustrabotas, me tengo que tapar la cara.
En las reuniones familiares, cuando ellos me preguntan qué hago y dónde trabajo, les digo que soy ayudante de albañil, y que tengo obras en los barrios residenciales de La Paz, que están bien lejos de mi casa. Con eso quedan satisfechos y ya no me preguntan.
¿Cómo he llegado hasta aquí? La historia es un poco larga. Empezó cuando mi mamá se murió, yo era un niño aún.
MI FAMILIA
Nací el 26 de abril de 1971, era el segundo hijo de mi mamá. Mi hermana mayor tenía dos años más y mi hermana menor, dos menos. El problema empezó cuando mi mamá se embarazó de mi tercera hermanita, tres años después, y algo salió mal en el parto.
Vivíamos en El Alto. Ese día mi papá se descuidó y no estaba en la casa. Mi mamá pudo sacarse a la bebé, pero la placenta se quedó dentro y por eso murió. No me acuerdo nada de ese día, solo tenía cinco años. Mi hermana mayor tenía siete y mi hermana menor tres, éramos bien chiquitos. De esa edad nos ha dejado mi mamá.
Mi tía, la hermana de mi mamá, adoptó a la bebé, y mi papá se quedó a cargo de nosotros tres. No sé muy bien qué pasó con la bebé después, pero sé que ella se murió al año de nacer, parece que fue por un medicamento que no le deberían haber dado.
NOS QUEDAMOS A CARGO DE MI PAPÁ
Después de que murió mi mamá, mi papá no se consiguió otra mujer, así que no tuvimos madrastra. Ha debido ser bien difícil, porque él no tenía muchos ingresos ni a quién dejarnos cuando salía a trabajar.
Él tenía como ocupación ser sombrerero, de los que hacen sombreros para las cholitas. Por salir a trabajar se descuidaba mucho de nosotros tres, no nos atendía, y cuando llegaba a casa estaba siempre de mal humor. Era muy malo, renegaba y nos pegaba de cualquier cosa, a mí me agarraba la cabecita entre sus rodillas y me sacaba los pelitos de la nuca con alicate.
A mi hermana mayor y a mí nos obligaba a bañarnos en una batea con agua fría y se iba a dormir. Cuando ya sentíamos que estaba dormido, nos salíamos despacito para que no nos oyera, nos dormíamos tapaditos y, cuando él estaba por despertarse, otra vez nos entrábamos a la batea para que vea que seguíamos ahí. Así nos hacía sufrir.
Mis hermanas y yo de miedo nos salíamos a la calle para que no nos pegue. Ellas se escapaban al pueblo donde vivía mi tío, el hermano de mi mamá. Yo me iba donde mi abuela, la mamá de mi mamá, ella me cuidaba.
Cuando cumplí doce años, mi abuelita se murió, y ya no me recibían bien en esa casa, así que tuve que buscarme la vida en la calle. No tenía dónde ir. No podía estar en mi casa con mi papá porque él llegaba siempre enojado y nos pegaba.
MIS EXPERIENCIAS EN LA CALLE COMO NIÑO
Me tuve que ir al centro de la ciudad para ver qué hacer. Me fui primero a la estación de trenes y ahí conocí a un amigo, el Cali Paya, que era menor que yo pero estaba por esos lugares hace tiempo y sabía cómo moverse. El Cali paraba más en la terminal de buses y me enseñó a dormir en unos árboles que hay en la vereda.


A veces también dormíamos dentro de las flotas (buses). Nos hacíamos amigos de los ayudantes de los choferes, que tenían el trabajo de tener toda la movilidad limpia para la mañana siguiente. Entonces ellos nos metían a la flota por la ventana, dormíamos adentro bien calientitos y en la madrugada, antes de que llegaran los dueños, lavábamos las llantas y lo que nos pedían.
También nos ofrecíamos a llevar las maletas de los pasajeros de los taxis que llegaban, nos daban propina y de eso vivíamos. Aunque yo tenía doce o trece años, parecía más joven porque era más chiquito y por eso nos daban más propina. Había una asociación de maleteros mayores que nos maltrataban y nos correteaban con sus cinturones, pero la gente daba preferencia a los más chiquitos. “Para que se ganen su pancito”, nos decían, y nos daban 50 centavos, que era mucha plata entonces.
Pasábamos la noche también en el puente de la cervecería, ese que pasa por la autopista, cerca de la terminal. ¡Ese puente tiene mucha historia! Ahí nos metíamos todos los chicos en situación de calle que vivíamos en la zona. Nos tapábamos con cartones, con nylon, dormíamos entre dos para darnos calor, porque a veces hacía mucho frío. Era tranquilo, no nos pescaba la lluvia y la policía tampoco nos molestaba.




Otro lugar que agarrábamos para dormir era en la misma terminal. Había unos buses que eran antiguos, de las flotas Nobleza y Sumaj Orko. Dormíamos bajo las llantas, bien “kepichados” (envueltos) de ropas para no tener frío.
Con el dinero que conseguíamos de los trabajos nos comprábamos zapatos. Siempre buscamos los Kichute, que eran brasileros, bien baratos y buenos. Costaban primero 6 pesos, y poco a poco fueron aumentando hasta los 12 pesos. Eran un poquito hediondos, pero no teníamos otra opción. Para comprar zapatos Manaco, que son de mejor calidad, no alcanzaba la plata que ganábamos.
Para bañarnos, íbamos a un río que quedaba por la Cancha Zapata, donde está la avenida del Poeta. El agua era limpiecita; había unos árboles donde lavábamos la ropa, y nos echábamos a dormir. Ese lugar ahora ya no existe porque han embovedado el río, además el agua que llega más abajo es sucia.
En el Alto había también un lugar, se llamaba Siete Lagunas, que era como un laguito, ahí hasta se podía nadar, el agua no era muy fría. Llegábamos allí a la una de la tarde cuando hacía sol.
Sobre las drogas, especialmente la clefa, gracias a Dios que nunca me gustó ni me atrajo. Una vez le quité a un amigo un trapo que estaba oliendo y no lo pude aguantar. Tenía un olor fuerte como a gasolina, sentí que me quería asfixiar y lo he botado lejos. Algunos de ellos ya eran adictos, por la boca también lo inhalaban, decían que era para que ya no les dé hambre. A mí por suerte nunca me ha atraído.
VI A MUCHOS AMIGOS MORIR
Recuerdo que en esos días murieron muchos amigos con la helada. Se emborrachaban para no sentir frío y algunos se dormían con la cabeza colgando abajo, sin despertarse, en el puente de la cervecería. Así, intoxicados, se han muerto. Eso le ha pasado al Hugo.
Otro que se murió fue el Lambada, le decíamos así porque le gustaba bailar la canción Llorando se fue de ese ritmo, que es brasilero. También nos dejó el Papa, quien tenía una bola bien grande en la cara, parecía una papa, pero en realidad era un tumor. Al Papa lo han llevado al hospital para que se cure, pero no han podido sanarle. Así, varios se han muerto. También he visto otros casos graves en El Prado, unos años después.
CÓMO PERDIMOS LA CASA Y NOS DISTANCIAMOS
A veces volvía a mi casa para ver a mi papá y a mis hermanas. En una de las visitas me enteré de que mi papá se había metido en un problema de plata, y que se le estaba complicando.
En su negocio de sombrerero, él decidió arriesgarse para importar sombreros borsalinos finos desde Argentina. Se prestó 3500 dólares de una señora, y firmó un documento de compromiso de pago. Cuando los sombreros ya estaban en su casa —y aprovechando que mi papá estaba “bien acompañado” en otro cuarto—, un ladrón entró y le robó todito. Parece que el ladrón era el hermano de la mujer con la que estaba mi papá. Así perdió todo el negocio.
Ha debido estar unos años con ese lío, con la señora amenazando todo el tiempo con cobrar la deuda. El único bien que tenía mi papá era la casita donde vivíamos. Esa casa, después nos enteramos, ni siquiera tenía los papeles en orden, solo se había comprado con una minuta.
Un día mi papá se enfermó de un fuerte dolor de estómago. Según me dicen, fue el Kari Kari, el que saca la grasa a las personas gorditas mientras duermen en un transporte público. (Nota del editor: el Kari Kari es una leyenda urbana de La Paz, pueden ver de qué se trata en estos dos enlaces aquí y aquí). Mi papá viajaba mucho a los Yungas a vender sus sombreros, y siempre tenía la costumbre de dormirse en la movilidad. Eso le ha debido pasar y por eso se ha muerto.
Cuando la señora se enteró de que mi papá murió, vino a la casa y nos botó de ahí. Su abogado nos dijo que la deuda que dejó mi papá la teníamos que pagar sus herederos. Pero nosotros no estábamos bien parados, no podíamos pagar, y así la señora pudo entrar a la casa para agarrársela. El valor de la casa era de 4000 dólares, que compensaba el valor de la deuda.
He tenido problemas con mi hermana menor, porque ella decía que debería haber peleado por la casa. Pensaba que yo, por ser varón, podía hacer algo más, pero yo no estaba en condiciones de poder recuperar ese monto de deuda. No tenía la madurez necesaria para hacer frente a la situación. Seguía viviendo en la calle, y no estaba bien. Tampoco pensaba que un día me iba a hacer falta un techo donde vivir, o lo que significaba alejarse de la familia, de la hermana… todas esas cosas no las pensaba.
A todo esto se suma que mi hermana mayor también falleció. Se casó joven y, cuando tuvo a su primer hijo, también se le complicó el parto, como a mi mamá. Se murió en 1988.
Con mi hermana menor casi no nos vemos, hemos quedado un poco como enemigos. Creo que se ha vuelto a casar y que vive en Santa Cruz, pero no sé más.
A estas alturas en que ya soy mayor, cuánto no quisiera tener un papá, una mamá, un hermano, una hermana para pedir un apoyo, una ayuda, o poder un día salirnos a tomar un refresquito y conversar. Pero no hay nada de eso, estoy solo por ese lado. Así me ha tocado vivir.
DESPUÉS DEL CUARTEL, OTRA VEZ A LA CALLE
Bueno, volviendo a mi relato, cuando cumplí dieciocho años me fui al servicio militar. Pasé muchas cosas malas ahí, los oficiales abusaban mucho de su autoridad. No es como ahora, que los conscriptos se van a sus casas los fines de semana y no hay castigos corporales. Cuando yo estaba en el cuartel por cualquier cosa te pegaban. Había un castigo que le gustaba a mi superior, que era ahogarme en agua para que aprenda a memorizar las lecciones. Como no podía repetir bien lo que me enseñaban, me metían la cabeza al agua una y otra vez.
Al salir del cuartel, me alquilé un cuartito con un amigo por la zona de la terminal de buses. Ahí encontré trabajo lavando los autos de los jefes, que eran los gerentes de la empresa estatal de ferrocarriles. Cada vez que podía, les hablaba para que me dejen entrar como mensajero. Pero, cuando ya todo estaba listo para que entre, vino la privatización de las empresas públicas el año 1996 y a todos los jefes los despidieron. Así me quedé sin posibilidad de tener por primera vez un trabajo seguro.
Fue en esa época que recién tuve mis primeras relaciones con chicas.
RELACIONES CON LAS CHICAS
Tuve mi primera relación con una mujer recién a los veintisiete años. No me atraía ir a buscar a las chicas, tal vez porque dormía en la calle, sufría, y pensaba que nadie se iba a fijar en mí. Aunque no robaba ni era maleante ni drogadicto, me sentía uno más de ellos porque dormía en la calle. Me creía lo peor, como si no tuviera solución y sentía que ahí me iba a morir. He pasado períodos de mucha depresión.
Por otro lado, tenía con mis amigos otras preocupaciones: conseguir comida para el día a día, que no nos agarre la policía durmiendo en la calle, cuidar nuestra seguridad… de eso nos preocupábamos. Eso de salir a disfrutar con chicas como hace hoy la juventud que sale a pasear, no, no estábamos en eso. Cuando era adolescente puede que haya tenido el deseo, pero no hice nada, porque siempre había cosas más urgentes. Era totalmente frío.
Sí veía que algunos chicos traían a sus enamoradas, venían a dormir al puente. Ellos agarraban a chicas que tenían familias y estaban en colegio y las descarrilaban sin motivo. Las presionaban, les decían que si no venían les iban a cortar la cara, eso escuchábamos. Algunos de ellos han tenido relaciones estables, algunos hasta se han casado o se han juntado, han tenido wawitas, se han separado, se han alejado. De todo un poco han hecho sus vidas.
CÓMO CONOCÍ A MI ESPOSA
A mi esposa la conocí por el año 1999, cuando yo tenía veintiocho años. Ella vendía ropa usada en la feria de El Alto. Había sido amiga de un amigo, que un día nos presentó y nos empezamos a gustar. La invité a tomar api, me aceptó, y así de a poco hemos empezado a salir juntos. Al final, nos casamos.
Ella había sido huérfana de mamá, su papá tomaba mucho. Tenía hermanos, hermanas y tías. Esa era una diferencia grande que había entre los dos, y es que ella tenía familia, y yo no tenía a nadie. Después llegarían nuestros cuatro hijitos, esto lo voy a contar más adelante.
TRABAJO DE LUSTRABOTAS EN EL PRADO
Después de haber trabajado limpiando autos en la estación de trenes, me fui a El Prado, para hacer de lustrabotas. Ya era mayorcito, como de treinta años. Como me pasó en otros lugares, también encontré resistencia de gente que ya tenía ese trabajo hace tiempo y que no quería que vengan otros que les hagan la competencia.
No me permitían lustrar en la fuente, me atajaban como si fueran los dueños; te querían pegar y quitar el cajón. Las más agresivas eran las dos chicas porque eran mayores. Estaba la Viviana que no se tapaba la cara, y la Teresa, que sí se cubría porque era mayor y no quería que la reconozcan. Al principio, solo podía lustrar en la calle Batallón Colorados, que es una calle secundaria que llega a El Prado.


Ya después me hice amigo de todos. Estaban el Chui, el Charri, el Mallku, el Babas, el Pascual, además de la Viviana y la Teresa. Yo los buscaba por amistad y nos juntábamos para conversar. Poco a poco me dejaron lustrar también en El Prado.
Ellos igualito dormían dentro de esos árboles que ahora se están secando en el medio de El Prado. Dormían tapados con nylon y así, en tiempo de lluvia, no se mojaban ni les hacía frío. No podían dormir debajo del árbol porque los policías los sorprendían y les sacaban todo el dinero que tenían.

Cuando los policías los encontraban, les decían “¡Ah, estos son pirañas!”. Piraña quiere decir rateros, ladrones. Después preguntaban: “A ver, todas sus platas, ¿cuánto han ganado hoy, pirañas?” Y así les tenían que mostrar las moneditas que habían ganado y todito se lo llevaban los policías.
Así nomás es la vida en la calle.
EL CALI
Entre mis amigos hubo algunos que tuvieron suerte. Al Cali, por ejemplo, lo han adoptado. Él decía que quería ser policía, para matar a esos otros policías que abusaban a sus compañeros y les quitaban su plata.
Cuando digo que lo han adoptado, quiero decir que algunas personas lo vieron y le pagaron sus estudios. Justamente le han hecho estudiar la carrera y él escogió ser policía. Ahora es suboficial. Una vez vino a El Prado, me encontró y me dijo: “Qué pasa pues, ya deberías buscarte un trabajo”. A él lo han destinado a Trinidad y después se lo llevaron a Cochabamba. Creo que sigue ahí, a veces viene a La Paz. Ya tiene su propio hogar y está bien parado.
Se acuerda bien de mí. Cuando nos vemos me dice: “vamos a comer unas tucumanitas (empanadas)”. Me quiere llevar a tomar también, para recordar las cosas que hemos vivido, pero yo digo que no, me pongo muy triste con los recuerdos, mejor no ir. Más bien le digo que me invite a comer, con refresquito. Después se pierde y viene otra vez al siguiente año.
EL CHARRI
Aparte del Cali, hay otro que le fue todavía mejor. Era un poco menor que yo, le decíamos Charri pero su nombre era Douglas, nunca supe su apellido. El también lustraba en El Prado.
Su historia comenzó cuando conoció a una gringa que se alojaba en el Hotel Plaza, que era uno de los pocos hoteles de cinco estrellas que tenía la ciudad. Como los extranjeros pagaban bien por las lustradas, todos los chicos se ponían al frente de la entrada, y les caían como moscas. Les cobraban a veces hasta 5 dólares por la lustrada, que era igual a 50 a precio normal.
Así fue que la conoció a Ana, que vive en Nueva York, en los Estados Unidos. Ella le ha comprado un departamentito aquí y le ha hecho estudiar arquitectura. El Charri ahora ya es arquitecto, tiene su lindo carro, nos viene a visitar y nos invita a comer también. Justo ayer me he encontrado con él. “¡Como es Cletito!”, me dice. Tiene ahora buenos zapatos, en eso sí me fijo rápido.
El Charri dice que su mamá, la Ana, le envía mensual 300 dólares. Aunque él ya es profesional, ella le sigue mandando, debe ser ricacha la señora. Esos 300 dólares son como 2000 bolivianos, ¡es como un sueldito nomás! Al Charri le ha caído la lotería.
Cuando él viene, nos vamos a comprar un pollo, pedimos nuestro refresco y con eso comemos. Alguna vez está de platita y nos lleva a todos a comer, nos dice que nos bañemos y así nos reunimos. Después de que se compra zapatos y ya los ha usado, nos lo regala antes de que tenga agujero. Lo mismo con poleritas, chompitas o lo que sea de ropa.
Cada vez que llega su mamá, la Ana, cada dos o tres años, fija que nos lleva a comer. Llega con el Chari, nos encontramos, y nos huaiqueamos (peleamos) por lustrar los zapatos de la Ana. Porque también te paga 10 dólares por la lustrada, por hacernos el favor debe ser.
A ALGUNOS NO LES FUE BIEN
Hay algunos de mis excompañeros que están jodidos. Están en la plaza Alonso de Mendoza, completamente perdidos por la droga. Los miro y me digo que son de mi época, pero ellos ya no me reconocen. Sus caras están destrozadas, su nariz doblada, tanta agresión en la calle, seguramente les han pegado y han quedado así. El alcohol también los acaba.
Muchos de ellos eran los que se clefeaban (drogaban) para no sentir hambre, para no sentir frío ni miedo. En la tarde salían a hacer daño a la gente, a robar billeteras, zapatos o chamarras. Y así han acabado.
PASARON LOS AÑOS
Yo ahora tengo cuarenta y siete años, y una familia establecida. Sigo casado y tengo cuatro hijos.
Mi hija mayor tiene veinte años, ya ha salido bachiller de su colegio. Era buena alumna. Ella ha estudiado para ser policía, le fue muy bien y hasta ahora sigue sacando buenas notas en su institución. Pero tiene un problema ahora para trabajar y es que no tiene buena vista. Tiene miopía y está usando lentes, y no la aceptan para que trabaje ahí si no se hace arreglar la vista. Es una preocupación para mí porque operarle la vista cuesta caro, no sé qué voy a hacer con eso.
Mi segunda hija tiene diecisiete años, está en la promo, este año acaba. Dice que quiere estudiar para ser profesora de niños, o si no, quiere estudiar inglés u hotelería. Le dije que lo piense bien, que decida, que ella tiene que escoger la carrera porque yo no puedo escoger por ella. Esta chica no es muy estudiosa, a veces da problema.
Después viene mi único hijo varón, que tiene once años. Es bien estudioso, tiene notas que van desde 90 a 100 puntos. Él sí o sí quiere ser mecánico. Hace poco tuvo un problema bien serio de salud. Le salía sangre de la nariz y la cabeza se le calentaba como plancha cuando hacía ejercicio. Lo hemos hecho ver, las señoritas de EPSAS (la empresa de agua de La Paz) me han ayudado pagando las consultas del médico. Había sido un problema cardíaco. Tenía como perforaciones en su corazón que no dejaban que la sangre fluya bien. Ya está bajo tratamiento y se va a sanar. Ahora el chico juega fulbito, ya no se le calienta la cabeza, pero rápido se cansa. Hay que tenerlo bajo cuidado.
Y después está la menorcita, que tiene nueve años. Esta chica es una bala, bien inteligente, habladora, cualquier cosa te está preguntando, rápido habla. Es muy apegada a mí. Se abraza a mi cuello cuando llego en las noches.
LA PLATA EN LA CASA
Nosotros vivimos en El Alto, pero en las afueras, bien lejos, en un lugar donde no hay muchas casas. Pagamos 100 bolivianos de alquiler mensual (equivalentes a 14 dólares). Si quisiéramos irnos a un lugar más céntrico en El Alto, tendríamos que pagar anticrético de unos 3000 dólares, pero no tenemos esa plata, por eso alquilamos nomás. No tenemos casa propia.
Con la lustrada de calzado yo gano al día unos 50 o 60 bolivianos (unos 8 dólares). Cuando llueve, no lustramos, sino que nos arreglamos para vender paraguas o poncho de agua, ganamos menos que un día normal lustrando, pero algo ganamos.
Trabajo de lunes a sábado. En transporte se van unos 4 bolivianos, para el almuerzo gasto 10, entonces eso me deja unos 35 o 40 para llevar a casa. De eso, 20 para el recreo y para el pan, los otros 20 para la luz, el agua y el alquiler. A veces me falta, a mi esposa le digo que al otro día le voy a dar, ahí nomás está girando. Los chicos también me reclaman que no les alcanza, pero no tengo de dónde más dar.
MI MOMENTO MÁS TRISTE
Un momento muy triste que he vivido ha sido cuando me separé de mi esposa, que fue el año pasado. Hemos tenido problemas por recursos económicos. Me decía “yo sufro a tu lado, no tengo qué cocinar en la casa, tengo que comprar en la tienda por libras nomás y se acaba, no dura nada”.
Había un problema también además de la plata. Es que yo soy un poco impulsivo con mis hijos, siempre estoy gritando: “Por qué no está puesta esta cosa aquí, por qué no está en su lugar”. Me ponía de mal humor y eso no le ha gustado a ella. Me decía: “Estamos sufriendo también porque tú a los chicos les quieres pegar, yo ya te tengo miedo”.
Ella quería irse con todos los hijos, pero mis tres hijas decidieron quedarse conmigo, solo el varón dijo que se iba a ir con su mamá. Todo esto pasó por el mes de diciembre, justamente para Navidad.
Mi esposa se fue donde una abogada defensora de las mujeres que trabaja en El Alto. Esta señora le aconsejó que debía presentar un memorial con una denuncia, porque la forma como yo me comportaba con los chicos es como una agresión psicológica. Y le dijo que todo eso le iba a costar como 3000 bolivianos, que lo tendría que pagar todo ella nomás.
Entonces me buscó y me preguntó si podíamos hablar. Me contó así, llorando: “He ido donde la señora tal y me ha pedido 3000 para iniciar un proceso. Pero yo no te quiero hacer daño, tampoco tengo plata, más bien yo me voy a ir calladita. No voy a hacer lío, pero dame a mis hijos”. He tenido que rogarle: “Mirá, estoy trabajando, voy a trabajar, voy a buscar trabajo, ya no va a faltar la plata. Además, de qué tanto te molestas, no tenemos qué comer, pero igual al día siguiente va a haber”.
¿HABÍA ALGO MALO EN MÍ?
Me di cuenta de que la plata era solo una parte del problema. La otra parte era cómo me comportaba con los chicos, no sabía bien las razones. Pensaba que ese era nomás mi carácter. Entonces, decidí ir donde la psicóloga para conversar. En el periódico Nuevo Día de La Paz hay un servicio de apoyo a los lustrabotas de varios temas, uno de ellos es apoyo psicológico.
A medida que hablaba con la psicóloga, me daba cuenta de que algunas cosas que viví en mi niñez me estaban afectando ahora con mis hijos. Cada vez que la psicóloga me preguntaba más detalles, me acordaba de algunas situaciones a las que no había dado mucha importancia.
Por ejemplo, cuando era niño, mi papá salía a vender por la mañana sus sombreros. Yo me quedaba en casa. Pero afuera mis amigos me silbaban para que salga a jugar y entonces salía con ellos. Una vez, estaba jugando canicas, se me pasó el tiempo y me olvidé del colegio, porque iba al turno de la tarde. Cuando de repente mis amigos me dicen: “Cuidado, Cleto, tu papá viene”. Cuando dijeron eso, “tu papá” faltaba que me orine ahí mismo. Entonces él apareció y sacó su chicote, y a chicotazos, frente a mis amigos, me llevó a la casa, cerró la puerta y me dio más fuerte todavía.
Otras veces pasaba que iba a la escuela, jugaba, y la puntita del zapato siempre se pelaba. Llegaba a casa y mi papá me reñía: “¡Qué has hecho!”, sacaba su cinturón y otra vez me daba. Entonces yo nunca he jugado con mis amigos, nunca he disfrutado como niño. Tampoco he jugado con mi papá, nunca. Parece que él fue el culpable de que yo sea así, bruto.
Él se molestaba de todo. Me botaba al suelo y con su pie me pisaba la cabeza y ahí me chicoteaba. Era bien malo. Esa es la razón por la que yo he querido comportarme así con mi esposa y con mis hijos. Por eso también mi esposa se ha querido ir lejos de mí.
La psicóloga me dijo: “Tu esposa te tiene miedo, está muy lastimada. Tus hijos también te tienen miedo. Debes tener cuidado porque puedes perder el control por una rabia, y cualquier cosa puedes hacer, hasta lastimar a tus hijitos, romper su manito o su cabeza, no es bueno”.
Un día estaba yo por la plaza San Francisco cuando vi a un yatiri (médico-adivino en la cultura aymara) que estaba sentado leyendo las hojas de coca. Me acerqué. Él me vio y me preguntó: “¿Suerte?”. “Sí”, le respondí y le pagué un boliviano. Me agarró las manos, me preguntó mi nombre y me dijo: “Cleto, tu mujer ya se ha ido, te tiene miedo, tú eres muy malo. Si la quieres recuperar, harto vas a tener que cambiar”. Eso que me dijo el yatiri fue bien duro, porque algo ha debido saber él, no sé cómo, porque yo no le dije nada.
Así fue que más me di cuenta de que había algo malo en mí que tenía que arreglar.
NO QUIERO SER COMO MI PAPÁ
Sobre mi papá, mis tíos dicen que su papá (es decir, mi abuelo) les pegaba fuerte. Crecieron en el campo y ahí, cuando el papá castigaba, lo hacía pegando con chicotes más gruesos. A él le han debido castigar fuerte. Después se la agarró conmigo y yo he querido hacer lo mismo con mis hijos.
Sin embargo, cuando mi papá estaba con vida, no le tenía rencor. Siempre decía: “es mi papá y cualquier cosa que me haga tiene el derecho de hacer”. No pensaba que me iba a hacer daño. Pero ahora, pensándolo bien, el daño no se acaba en mí, sino que después se va hacia mis hijos. Y ellos terminan asustándose de mí como yo me asustaba de él. No quiero que eso sientan de su papá.
MI RAZÓN PARA VIVIR
Desde esa vez de la separación con mi esposa, he conversado con mis hijos. Les expliqué qué era lo que me pasaba, por qué me comportaba así. Me entendieron y, gracias a Dios, estamos bien ahora, hay más confianza. Hay veces que quieren que juegue como si tuviera su misma edad. Mi esposa me dice que no juegue tanto con ellos, que ya no me van a respetar. Se cuelgan de mi cuello. Pero no le hago caso, porque ellos lo hacen con inocencia y con cariño.
Mis hijos me dan una razón para vivir. Por ellos trabajo, por ellos me sacrifico. A veces digo, “Ya, me voy, ya no aguanto más, qué me importa, me voy de la casa, ya soy viejo, ellos son grandes, sabrán irse a la calle a trabajar como cuando yo tenía su edad, ya saben leer y escribir”.
Pero después se me pasa, y ellos me agarran. “¡Papá!”, me dicen, me abrazan, y me preguntan con alegría si me ha ido bien. No importa cómo me fue, les digo siempre que sí. “¡A mí también!” me responden. Mis hijas mayores llegan a tiempo a la casa, no tienen enamorados. Todo eso me da alegría, me dan más ganas de trabajar. Mi esposa igual, se levanta, les lava la ropa, les cocina y está ahí. Así seguimos luchando.
“MEJOR NOS OLVIDAREMOS”
Creo que ya estoy mejor ahora, con carácter más calmado. Mi esposa está más tranquila también, teje alguna cosa para las guaguas, va a vender a la feria, a veces encuentra algún trabajito lavando ropa. Por ahí los domingos salimos a dar una vuelta.
Vemos que nuestros hijos están creciendo y nos estamos preocupando sobre cómo van a ser sus estudios, y estamos luchando para salir adelante. De vez en cuando tengo algunos ingresos extras, me regalan propinas o me salen otros trabajos, y con todas esas cosas me estoy defendiendo. Mi hija también nos dice que cuando tenga trabajo va a ganar su platita y con eso nos va a ayudar.
A veces nos ponemos a pensar con mi esposa sobre las cosas que hemos pasado, porque ella también ha sufrido cuando era niña. Le digo: “Mejor nos olvidaremos. ¿Qué vamos a hacer recordando?”. “Sí”, me dice ella, y salimos a pasear. La sicóloga me ha dicho que no me encierre, que salga a caminar con mi esposa, a jugar con mis hijos, que no piense en las cosas de la limpieza de la casa. “Lo más lindo es vivir, te va a ir bien”, me ha dicho.
Estoy tratando eso. No he tenido mucha suerte en mi vida, me han pasado muchas cosas malas. Pero también ha habido mucha gente que me ha ayudado. Por eso siempre agradezco. Y también doy gracias a Dios porque mis hijos y yo estamos sanos, no nos falta pan en la casa.
“PAPÁ, ¿YA NO RENIEGAS?”
Hace unos días mi hijita de nueve años, la que de todo se da cuenta, me ha preguntado, “Papá, ¿ya no reniegas, no? Porque así sabías estar” (y pone su cara de enojada).
La miro a sus ojitos, le arreglo un poco el pelo detrás de su oreja, y le respondo: “No mi hijita, ya no reniego”.
*****
Nota del editor: Esta historia se basa en entrevistas y posteriores revisiones con Cleto realizadas entre agosto y octubre de 2018. La redacción y edición son de Marcos Grisi Reyes Ortiz.
¿Te gustó la historia? ¡Deja un comentario a continuación!
Suscríbete aquí para recibir nuestro boletín de noticias.
El contenido también está disponible en Facebook, Twitter, Instagram, Pinterest y LinkedIn.
*****
Cuanto quisiera conocerte Cleto y a nosotros nunca seamos conformistas mis lectores cambiemos de oficio de modo de vida no es bueno serrase la puerta y asumir un destino no quiero ser crítico de Cleto por que su amor a sido más fuerte que todo para seguir así adelante cada dos años visito La Paz y seria un gran honor conocerlo saber donde lo puedo ubicar
Cleto: Te conozco hace poco tiempo, leer hoy tu historia, la verdad me dejó perpleja, no imagine que tuviste, tienes una vida tan dura. Tal vez sea por que trabajas con esmero, a los ojos de los demás no palpamos tu vivencia diaria. Desde mi lugar, te doy las gracias por ser un ejemplo de vida para todas las personas que en ocasiones pensamos que por un pequeño problema se nos acabará la vida.
Con mucho cariño te aliento a seguir con el mismo tesón para seguir adelante en compañía de tu familia. nos vemos pronto¡¡ Cletus
MIERDA! y otros vivimos quejándonos por estupideces.
Gracias Cleto, espero poder conocerte…
La historia de Cleto nos muestra una perspectica que muchos ignoramos. Uno es tan indiferente a la realidad de los demás que simplemente pasa de largo sobre este tipo de historias. Sin embargo hay reportajes como este que te ayudan a ampliar tu perspectiva sobre la que construyes tu mundo.
No todos somos iguales y no todos nacemos con la misma suerte, a veces algunos tenemos más y otros menos. Es importante recordar que todos merecemos el mismo respeto y las mismas oportunidades, debemos siempre ayudarnos y no olvidarnos de que SI PODEMOS HACER ALGO ES NUESTRO DEBER HACERLO.
Felicidades a Cleto por a ver superado tanto en su vida y desearle todo lo mejor a él y su familia.
Gracias por darnos la oportunidad de conocer esta historia, a veces la realidad puede ser muy dura.
Dios, siempre te cuido… y lo sigue haciendo… Cleto eres un Papa ejemplar gracias por compartir tu historia, nos enseñas muchas cosas gracias amigo… NUNCA DESMAYES..
Sin duda una historia muy triste pero alentadora. Felicidades don Cleto Dios lo bendiga mucho también a su familia
Cleto, admirable tu lucha en la vida y más aún el terminar esa violencia que continúa en muchos hogares que tienen por cultura, eres ejemplo para demostrar que los valores se pueden construir y compartir… Gracias por compartir tu historia me enseñaste a autoreflexionar y te puedo asegurar que tienes más, que otros que tienen dinero…
Realmente sorprendente su historia gracias por compartir Cleto y uno quejandose de las pequeñas cosas que nos pasan eres digno de admiración y me has dado fortaleza para seguir sigue adelante Cleto tu con tu familia llegaran lejos
Don Cleto es un ejemplo de lucha, yo pasé por experiencias similares en mi niñez y juventud y al final lo cierto es que la familia: la esposa y los hijitos son la única cura al dolor que dejaron las heridas del pasado y renuevan las esperanzas de un futuro mejor.
Es una triste realidad… pero Cleto salio adelante… pese al todo lo que ha pasado… es un hombre admirable… y recuerda que la familia es lo más importante no importa lo que la gente diga o piense… estando juntos podrán superar lo que venga… y que nuestro señor los bendiga mucho… me gustó mucho tu historia… francamente me puso muy triste…y me di cuenta de muchas cosas… que habemos gente que no valoramos lo que tenemos y peor aún los tratan mal solo por el estilo de vestir y demas…. sigue adelante…
Sigue adelante querido Cleto!!
Me detuve a leer, y no pude contener mi tristeza; aveces en la calle juzgamos y tratamos mal a la gente sin conocer su realidad, las maltratamos y vemos con desprecio…..agradezco este reportaje por mi y seguro por mucha gente que nos permite aprender a ser mejores con el projimo sea quien sea…….porque esta historia nos muestra realidades demasiada duras de gente como Cleto……. que afrontó su vida con todo en contra pero sobrevivió y tiene familia que lo ama… talvez esa parte es la que reconforta el corazon de Cleto y como él dice le da más fuerzas…….. Adelante Cleto, espero poder conocerte..
Romper el nexo con un pasado violento es difícil y hasta para valientes diría… Que tus hijos y tu esposa sigan siendo tu motor para seguir batallando en esta vida, existen familias a lasu que el dinero les sobra pero tu tienes una familia en la que se aman y ten por seguro que ese es tu mejor tesoro!
Qué historia! Felicidades a Cleto, por ser un ejemplo de lucha permanente. Y destaco su humildad al buscar ayuda y consejo, pero sobretodo por aceptarla y ejecutarla. Cleto decidió cerrar el círculo de violencia del que era parte, demostrando la grandeza de su ser y el amor real, verdadero y tangible por su familia…. Mi más profunda admiración hacia tí, Cleto!
Por supuesto, mis felicitaciones a tí Marcos, por ser el nexo entre Cleto y tus lectores.
Que linda historia, felicidades por incluir la voz de un sin voz, el ya tiene quienes lo escuchen. Tal vez sirva para sensibilizarnos y lograr que existan muchas Anas para los muchos Charris que caminan por la calle. Es un honor el comunicarme contigo.
Todos tenemos una historia, sin embargo cada uno es arquitecto de su vida, tu la Construyes y a pesar de todo lo que pasaste decidiste hacer.una.flia que.pienso que es.el.tesoroas.grande.Que uno.puede.tener.. sigue.adelante y comtrolate bendiciones.
Realmente llore con esta historia y hay ratos nos preocupamos de tonterías y gastamos en macanas cuando hay gente a realmente la pasa mal mis respetos y admiración Sr Cleto, Dios lo bendiga a usted H su familia
Una historia muy triste, me conmovió
Dios es tan grande, historia admirable y a ti que te interesaste con esta población, nuestro creador te cuide
Perdón quice decir que Dios nunca le haga faltar su bendición a él y su familia
Me sorprendió saber que hay personas honestas que viven en la calle, que Dios nunca derrame bendición sobre él y su familia, muy bonita historia
Es una historia admirable, de valorización de lo bueno q le dio la vida a pesar de los obstáculos… Dios lo bendiga.
Ejemplo de vida y lucha….. Cuando por gracia de Dios tenemos un techo y un plato en nuestra mesa aveces no valoramos eso….. Sigue adelante amigo la virgencita ilumine el camino de tu familia
Leí con atención la historia de Cleto..como el machismo hizo y hace tanto daño, la falta de saber dar y recibir amor y muchas cosas más, qué bueno que haya buscado y entrontrado ayuda de un sicólogo,y ella es el instrumento pues es Dios en ella .muchas gracias al narrador..asi podemos
Admirable Marcos. Gracias